La llegada de la joven institutriz Elaiza al imponente castillo del Marqués del Robledo irrumpe en la severa atmósfera que lo envuelve. Viudo y respetado por su autoridad, el Marqués encuentra en la vitalidad y dulzura de Elaiza un inesperado contraste con su mundo. Será a través de sus tres hijos que Elaiza descubrirá una faceta más tierna del Marqués, mientras un sentimiento inesperado comienza a crecer en ellos. Sin embargo, la creciente atracción del marqués por su institutriz se verá ensombrecida por las barreras del estatus y las convenciones sociales. Para el Marqués, este amor se convierte en una lucha interna entre el deseo y el deber. ¿Podrá el Márquez derribar las murallas que protegen su corazón y atreverse a desafiar las normas que prohíben este amor naciente?
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la caceria menor
El aire frío de la mañana vibraba con la excitación de los preparativos para la cacería real. Los caballos relinchaban impacientes, los guardabosques revisaban sus armas y los nobles se congregaban en animados grupos, listos para adentrarse en el bosque. En medio de este bullicio, Tomás, con los ojos brillantes de súplica, tiraba de la manga de su padre.
"¡Padre, por favor! ¡Llévenme a la cacería! ¡Ya casi tengo diez años! ¡Ya soy lo suficientemente grande!" Su voz, aún infantil pero llena de determinación, apenas se escuchaba sobre el murmullo general.
Algunos nobles veían la escena con gracia, el duque de Costa Dorada se burlaba del Marqués por no poder controlar a su propio hijo. Lucas, su hijo, al ver eso se mofó junto con sus amigos del niño.
"¿Cómo lo ven? Quiere venir con los adultos a la cacería," rio el Duque.
"Jajaja, no creo que haya ya dejado los pañales y quiere usar un arma," rio lucas.
El Marqués, ajustándose los guantes de cuero, suspiró con una mezcla de cariño y exasperación. "Tomás, ya hemos hablado de esto. La cacería real no es un juego de niños."
En ese momento, la imponente figura del Rey se acercó, su mirada curiosa deteniéndose en el joven Tomás. "Veo a un joven impaciente, Rafael. ¿Qué ocurre aquí?"
El Marqués hizo una reverencia. "Majestad, Tomás insiste en acompañarnos a la cacería. Temo que aún es demasiado joven para los peligros del bosque."
El Rey sonrió con benevolencia, inclinándose ligeramente hacia Tomás. "¿Estás seguro de estar preparado para una cacería real, muchacho?"
Tomás enderezó los hombros, tratando de parecer más alto. "¡Sí, Majestad! Jorge me ha enseñado las reglas básicas: no acercarse a animales heridos, no hacer ruido innecesario y, sobre todo, no matar a las madres que tengan crías." Su mirada se dirigió brevemente a Jorge, que estaba terminando de preparar el caballo del Marqués y asintió con orgullo. "Y sé disparar muy bien. Jorge me ha estado enseñando, en invierno lo acompañé a cazar algunos conejos y aprendí bastante."
El Rey dirigió una mirada interrogativa a Jorge. "Es cierto, Majestad," confirmó el teniente cuando el rey lo observo. "El joven Tomás tiene buena puntería y aprende rápido."
Una chispa de interés brilló en los ojos del Rey. "En ese caso," dijo, volviéndose hacia uno de sus guardias, "alcánzame un rifle ligero." El guardia obedeció de inmediato. El Rey tomó el arma y se la ofreció a Tomás. "Demuéstranos lo que sabes, muchacho."
Tomás apenas podía creer su suerte. Con manos firmes a pesar de la emoción, tomó el rifle. Sin dudarlo, apuntó a una pequeña piedra gris que sobresalía del suelo a varios metros de distancia y disparó. El sonido seco del disparo resonó en el aire y la piedra saltó hecha pedazos.
Una exclamación de sorpresa recorrió algunos de los nobles presentes. El Rey sonrió, divertido. "¿Algo más?"
Tomás, envalentonado, apuntó ahora a una rama alta de un roble cercano, donde una piña colgaba solitaria. Con una concentración sorprendente para su edad, apretó el gatillo. La rama tembló ligeramente y la piña cayó pesadamente al suelo, cerca del grupo de Lucas.
"¡Cuidado, mocoso!" gritaron una mirada de advertencia por parte de los jovenes.
Un murmullo de aprobación se extendió entre los presentes salvó por el duque que masculló algo inteligible entre dientes. El Rey rio con satisfacción.
"Bien, Rafael. Parece que tu hijo tiene madera de cazador. Que vaya con el grupo menor, pero estará bajo la supervisión del teniente Jorge, ¿entendido?"
El Marqués y Jorge asintieron, con una mezcla de sorpresa y orgullo. "Entendido, Majestad. Gracias," dijo el Marqués.
Tomás apenas podía contener su alegría. Miró a Jorge con una sonrisa radiante.
El grupo de jóvenes nobles, liderados por el presumido Lucas, observó con evidente desagrado la demostración de puntería de Tomás. Sus murmullos reflejaban una mezcla de celos y desdén. La mayoría de ellos, con sus rifles más ornamentados que certeros, apenas lograban abatir alguna pieza pequeña con suerte.
"¿En serio van a dejar que ese mocoso venga a la cacería?" siseó uno de los amigos de Lucas, un chico delgado y alto llamado Felipe, mientras Tomás se reunía con Jorge, radiante de emoción.
Lucas torció el labio con arrogancia. "Bah, solo es un niño suertudo. Ya veremos cómo le va cuando tenga que enfrentarse a algo de verdad en el bosque."
Otro chico del grupo, Mateo, un poco más corpulento, añadió con una risita burlona: "Seguro que se asusta con la primera ardilla que vea."
El grupo de Lucas, aunque solo se les permitía cazar piezas pequeñas como conejos, patos y zorros, a menudo fanfarroneaba sobre sus supuestas habilidades. Sus conversaciones estaban llenas de exageraciones sobre sus "casi" encuentros con ciervos grandes o jabalíes, e incluso se jactaban en voz alta de que, de ser necesario, podrían enfrentarse a un oso sin inmutarse.
Mientras el grupo de jóvenes se preparaba para internarse en una zona designada para la caza menor, Tomás se acercó a ellos, aún con la emoción palpable en su rostro. Escuchó parte de su bravuconería sobre los osos y no pudo evitar intervenir, con la ingenuidad propia de su edad pero con la lógica que Jorge le había inculcado.
"No creo que sea tan fácil," dijo Tomás con su voz clara. "Jorge dice que un oso es muy peligroso. Tiene garras muy grandes y mucha fuerza. No creo que un simple rifle..."
Lucas y sus amigos se giraron hacia él con expresiones de superioridad burlona. Lucas soltó una carcajada. "¿Qué va a saber un niño pequeño sobre cazar osos? Nosotros hemos ido a muchas cacería. Sabemos cómo se hace." fanfarroneaban aunque bien sabían que está era para la mayoría la tercera o cuarta vez que asistían, además que entre todos no suman ni diez presas, muchas de las cuales habían obtenido por mera suerte y su estado nunca era limpio
"Sí," añadió Felipe, empujando ligeramente a Tomás con el hombro. "Cuando seamos mayores, cazaremos osos y lobos, ¡hasta dragones si es necesario!"
"¿Dragones?" pensó Tomás, incrédulo de las palabras de Lucas. "Los dragones no existen."
Mateo se unió a las burlas. "Tú probablemente te esconderías detrás de la falda de tu institutriz al ver un conejo."
Tomás se sonrojó ligeramente ante la mención de Elaiza, pero mantuvo su postura. "Jorge dice que hay que ser respetuoso con la naturaleza y no ser imprudente. Un oso no es como un conejo."
Las risas del grupo de Lucas resonaron en el aire. "Ya lo veremos, niñito sabelotodo," dijo Lucas con una sonrisa condescendiente.
"Cuando cacemos nuestro oso, te traeremos una garra para que la uses de amuleto de la suerte... si es que te atreves a acercarte."
Con estas burlas y miradas de suficiencia, el grupo de Lucas se alejó, dejando a Tomás con una sensación de frustración y un creciente deseo de demostrar su valía.
Mientras el grupo principal de cazadores, incluyendo al Marqués y el Rey, se internaba en las profundidades del bosque en busca de presas mayores, los jóvenes fueron dirigidos a una zona más tranquila y menos densa, considerada segura para su nivel de experiencia. Un grupo de lacayos y algunos nobles de menor rango los vigilaban a una distancia prudente, más preocupados por sus propias presas, sus conversaciones frívolas y evitar cualquier percance que por la seguridad de los jóvenes.
Jorge, con la paciencia de un maestro tratando con alumnos distraídos, se agachó junto a unos rastros tenues en el barro. "Miren con atención," dijo a los jóvenes cazadores, señalando las pequeñas huellas. "Estas son de un conejo. Noten la diferencia con estas otras, más pequeñas y con las marcas de las garras retraídas... un zorro."
Tomás escuchaba con atención, sus ojos siguiendo los dedos de Jorge mientras trazaba las formas en el suelo. Estaba genuinamente interesado en aprender a leer las señales del bosque, ansioso por aplicar el conocimiento que Jorge compartía con él en sus paseos por la finca.
Sin embargo, para Lucas y sus amigos, la lección de Jorge era una tediosa interrupción de su propia charla y sus fantasías de grandeza. Mientras Jorge explicaba cómo distinguir las huellas y predecir la dirección del animal, los jóvenes intercambiaban miradas y se dedicaban a burlarse de Tomás en silencio. Con ademanes exagerados de atención y gestos ridículos a sus espaldas, imitaban la concentración de Tomás, haciéndole creer a Jorge que estaban escuchando mientras en realidad se reían de su entusiasmo.
Felipe ponía los ojos en blanco y asentía exageradamente cada vez que Tomás hacía una pregunta a Jorge, mientras Mateo se tapaba la boca para ahogar una risa. Lucas, con una sonrisa condescendiente, hacía como si tomara notas imaginarias en el aire, imitando la seriedad de Tomás.
Afortunadamente para la concentración de Tomás, estaba demasiado absorto en la explicación de Jorge y en la emoción de estar realmente en una cacería como para notar las burlas silenciosas dirigidas hacia él. Su atención estaba completamente centrada en las palabras del teniente y en los misterios que el bosque comenzaba a revelar.
Jorge, aunque quizás percibía la falta de interés de los otros jóvenes, continuó con su lección, dedicando la mayor parte de su atención a Tomás, cuyo genuino interés era un soplo de aire fresco en medio de la indolencia de los demás.
"Si seguimos estas huellas del zorro hacia el este," explicó Jorge en voz baja, guiando al grupo a través de la maleza no muy densa, "es probable que encontremos madrigueras cerca. También, por la cercanía al lago, debemos tener nidos de patos en los alrededores. Miren con atención las orillas y las zonas de vegetación densa."
Tal como predijo Jorge, al acercarse a una pequeña laguna bordeada de juncos, una bandada de patos nadaba tranquilamente en la superficie. La excitación corrió entre los jóvenes cazadores, cada uno levantando sus armas con la esperanza de una presa fácil.
Tomás divisó un pato grande de plumaje lustroso que se había separado del grupo y descansaba plácidamente en un pequeño claro de hierba en la orilla. Con cuidado y siguiendo las indicaciones de Jorge, alzó su rifle y apuntó con concentración.
Justo cuando estaba a punto de apretar el gatillo, sintió una mano suave pero firme en su brazo. Jorge se había acercado sigilosamente y ahora señalaba con la mirada más allá del pato. Tomás entrecerró los ojos y distinguió, agazapados entre la hierba alta detrás del ave, ocho patitos diminutos, con su plumón amarillo y marrón apenas visible.
La comprensión brilló en los ojos de Tomás. Bajó el rifle lentamente y asintió a Jorge, entendiendo la lección tácita sobre la importancia de observar y la responsabilidad del cazador. Comenzó a explorar con la mirada los alrededores, buscando otra presa que no estuviera criando.
En ese instante, el sonido ensordecedor de un disparo rompió la tranquilidad del lago. Mateo, impaciente y queriendo presumir, había disparado su rifle sin apuntar correctamente a un hermoso pato que acababa de salir del agua y se sacudía las plumas en la orilla opuesta. El disparo errático no solo falló a su objetivo, sino que también resonó con fuerza, ahuyentando a toda la bandada de patos que alzaron el vuelo graznando alarmados, dejando el lago repentinamente vacío. El pato al que Mateo había disparado salió ileso, remontando el vuelo junto con los demás.
"Bien hecho, joven del toro," dijo Jorge con un tono que no ocultaba su decepción, "ahora será mucho más difícil encontrar más patos por aquí." Los amigos de Lucas no fueron tan considerados.
"¡Idiota!" siseó Felipe a Mateo. "¡Arruinaste la oportunidad para todos!"
"Podrías haber esperado un poco más," añadió otro. "Ahora no veremos nada."
Mientras el grupo recriminaba a Mateo, Tomás, sin dejarse distraer por el alboroto, continuó examinando el suelo con atención.
"Aquí hay huellas de conejo," anunció, señalando unos rastros distintivos. "Y creo que también hay de zorro, más pequeñas y espaciadas."
Jorge se acercó rápidamente y examinó las huellas. "¡Excelente observación, Tomás! Tienes buen ojo." Una leve sonrisa orgullosa se dibujó en su rostro. "Bien, parece que los conejos son una posibilidad. Vamos por este sendero."
El grupo siguió a Jorge por un sendero estrecho. Pronto llegaron a una bifurcación. "Lo más seguro es ir primero por el camino que lleva al claro," explicó Jorge. "Es un buen lugar para encontrar conejos."
Al llegar al claro, la suerte pareció sonreírles. Un par de conejos de buen tamaño estaban tranquilamente comiendo hierba, ajenos a la presencia de los jóvenes cazadores. Los rifles se alzaron en silencio.
Sin embargo, Lucas, con su mirada aguda, divisó un movimiento entre los árboles al borde del claro. Un zorro, sigiloso y astuto, también se acercaba a los conejos, preparándose para su propia caza. Tomás vio lo mismo casi simultáneamente.
"¡Lucas, espera!" susurró Tomás, observando con detenimiento. "Creo que hay algo..."
Lucas, impaciente por abatir una presa, le dio un codazo brusco a Tomás, silenciándolo. Casi al mismo tiempo, se oyeron dos disparos resonar en el claro. Un conejo había caido fulminado. Jorge y los otros jóvenes corrieron hacia el conejo, mientras el otro huía a resguardarse, un tiro limpio y certero de Felipe, guiado por las indicaciones de Jorge.
Lucas sonrió con orgullo, palmeando su rifle. Pero la alegría de Tomás se había desvanecido.
"¡Había una cría!" exclamó, señalando con angustia hacia unos arbustos cercanos de donde había visto salir brevemente al zorro.
"¡La zorra iba a cazar para su cría! Ahora está sola y asustada." sus lágrimas apenas contenidas.
Lucas se encogió de hombros con desdén. "No importa. Un zorro menos. Ahora iré a terminar con el sufrimiento de la cría, si es que en verdad existe." Levantó su rifle, apuntando hacia los arbustos donde Tomás había visto al cachorro esconderse.
"¡No!" gritó Tomás, lanzándose hacia Lucas y forcejeando con él para bajar el arma. Lucas, con más fuerza y años, lo apartó de un empujón brusco. Tomás tropezó y cayó de espaldas en un charco de barro, su ropa y rostro cubiertos de lodo.
Lucas lo miró con una sonrisa cruel. "Vaya, Tomás. Ahora te pareces a Rosalba, se nota que les gusta bañarse en cosas sucias." La alusión al incidente humillante en la cena del año anterior resonó en el aire.
La furia recorrió a Tomás como un rayo. Sin pensarlo, se puso de pie, los pies ligeramente separados, un brazo adelantado con el puño semicerrado y el otro recogido cerca del cuerpo, la determinación tensando sus pequeños músculos.
"Eres un cobarde," dijo con voz temblorosa de rabia. "Solo te metes con los que son más débiles."
Harto de la intromisión del niño, Lucas creyó que era hora de darle una lección. Con una sonrisa de superioridad, lanzó un puñetazo hacia la cara de Tomás. Pero Tomás, con la agilidad y los reflejos que Marcello y Alessandro le habían enseñado a escondidas, cada sábado en sus ring improvisado, esquivó el golpe con un movimiento rápido de cabeza.
La sorpresa se dibujó en el rostro de Lucas al ver la velocidad del niño. Sin dudarlo, Tomás conectó no uno, sino tres golpes rápidos y precisos en el torso y la mandíbula de Lucas.
El impacto tomó a Lucas por sorpresa, haciéndole perder el equilibrio y caer hacia atrás, soltando un quejido de dolor. Los otros cazadores corrieron de inmediato en su ayuda al verlo desplomarse, con incredulidad grabada en sus rostros por la inesperada derrota de su líder.
Jorge, alarmado por el alboroto y viendo a Lucas en el suelo, se acercó rápidamente a Tomás. "¿Tomás? ¿Qué has hecho?"
Sin responder a Jorge, Tomás se giró y corrió hacia la zona donde había caído el cuerpo de la zorra. Con manos temblorosas, apartó las ramas y comenzó a buscar frenéticamente entre los arbustos. Su corazón latía con fuerza, temiendo lo peor. Jorge corrió tras él, y al ver un pequeño cachorro de Zorro, temblando de miedo y acurrucado entre las hojas secas, sus ojos se llenaron de comprensión. Tomás suspiró aliviado al ver la pequeña criatura, una mezcla de ternura y tristeza reflejada en su rostro cubierto de barro.
Lucas, mientras sus amigos lo ayudaban a sentarse, se llevó una mano a la cara. Un fino hilo de sangre goteaba de su nariz, y su rostro estaba manchado de barro, cortesía de los puños inesperadamente rápidos de Tomás. La humillación ardía en sus ojos mientras miraba con rabia al niño que ahora acunaba un cachorro de zorro entre sus manos sucias.