La Extra Es Una Detective

Ya en el carruaje, tanto Celia como Aelin se encontraban.

— Esa chica no parece tener buenas intenciones.

— Lo sé, puedo lidiar con ella. — Mira a través de la ventana. — ¿Cómo han estado papá y mamá? No he tenido tiempo de ir a verlos últimamente debido al trabajo.

— No te preocupes, están como siempre, solo que últimamente han estado más insistentes sobre mi matrimonio. Dicen que no quieren que me muera sola. — Ambas ríen.

Aelin ordena al conductor que tome el camino de la villa de sus padres, ya que esa reunión de té había sido un desastre y se fue antes de tiempo; podría ir a ver a sus padres.

Después de varios caminos, frunce el ceño al darse cuenta de algo: no había prestado atención al camino, por eso no se había dado cuenta de que el camino que estaba tomando el cochero no era la dirección de sus padres.

Celia, quien recién se estaba dando cuenta del camino equivocado, quiso avisar; sin embargo, Aelin le hizo una seña para que se quedara en silencio. Sabía que si el cochero estaba tomando otro camino, sin temor alguno, era porque había sido cambiado por otro en el momento en que estaba en la fiesta de té, y es probable que los guardias también.

— Aelin.

— El cochero debe ser diferente a la persona que estaba antes, y es más seguro que los guardias también hayan sido reemplazados.

— ¿Entonces qué hacemos? — Ante las palabras de Celia, Aelin mira hacia adelante, observando a los guardias que iban cabalgando delante del carruaje, y detrás no había ninguno.

— Todavía creen que no nos hemos dado cuenta. Necesito que, de alguna manera, salgas del carruaje, Celia. Solo así podrás pedir ayuda. No puedo saltar contigo debido a mi embarazo y no quiero poner al bebé en riesgo; por lo tanto, voy a dejar este asunto en tus manos.

— Pero yo puedo…

— No, si fueron capaces de reemplazar a los guardias imperiales, es más probable que no puedas vencerlos. Y nos superan en número.

— Pero… — Celia toma la mano de Aelin preocupada, porque no quería dejar a su hermana aquí, y más sabiendo la situación.

— Comunica al Magnus. Confío en él y sé que me encontrará rápido. Ahora ve, antes de que empiecen a sospechar.

— De acuerdo. — Asiente, soltando la mano de Aelin, sabiendo que tiene razón.

Abre la puerta del carruaje con sumo cuidado, procurándose no hacer ningún ruido, para luego saltar de una, terminando dando vueltas en el suelo y rasgándose la piel. Mira cómo el carruaje se va sin detenerse y suspira aliviada; no se habían dado cuenta. Corre en dirección contraria para hacer lo que indicó su hermana.

Mientras tanto, Aelin se encontraba en el carruaje memorizando el camino por el que la estaban llevando.

— Bienvenida al infierno, mi emperatriz. — Fue lo primero que dijo uno de los hombres al abrir la puerta del carruaje; sin embargo, su sonrisa se borró al observar la tranquilidad de Aelin y no ver a la chica. — ¿Y la otra chica?

— Saben que están en su último momento de vida, ¿no es así?

— Deberías hablar por ti. Alguien nos pagó mucho dinero para traerte aquí. Al contrario, nuestras vidas apenas comienzan. — Entró al carruaje intentando tomarla del brazo; sin embargo, ella se aparta.

— Puedo bajar sola. — Baja de inmediato del carruaje.

— Veo que la otra chica te abandonó, ¿quién lo diría? Y si bien recuerdo, es su hermana, ¿no?

— ¿Cuánto les pagaron? Ustedes creen que ganar dinero haciendo cosas como esta los llevará a algún lugar. — Cuestionó molesta.

— Ahórrate esas preocupaciones por ti misma. — Jadea cuando dos hombres la toman del hombro obligándola a caminar.

Poco después, la lanzaron dentro de una cabaña, cerrando la puerta y dejándola en la oscuridad, con los pies y manos atadas.

Sabía que pronto Magnus la encontraría; solo le preocupaba su bebé y quién diablos tenía tanto rencor hacia ella como para tomar esos medios. Pronto su pregunta fue respondida, ya que la puerta no tardó en abrirse.

— Príncipe. — Murmura. — ¿Qué diablos?

— ¿Por qué tan sorprendida? No se preocupe, no pienso matarte todavía.

— Solo me sorprende que seas tan cobarde. Recurrir a esos medios despreciables de verdad es digno de ti. — Ríe con burla y Daylon la toma del brazo, levantándola del suelo y golpeando su mejilla; sin embargo, Aelin no piensa mostrar ningún signo de debilidad. A pesar de que la bofetada ardía, no jadeó ni bajó la cabeza.

— Maldita perra, has arruinado mis planes desde que apareciste. — Gruñe con rabia. — Te haré suplicarme para matarte. — La empuja al suelo nuevamente.

— ¿Tus planes? — Ríe burlonamente. — A poco ese cerebro podrido tiene planes.

— Maldita perra. — Cuando estaba a punto de golpearla nuevamente, alguien más entró en la cabaña.

— Deberías controlarte, Daylon, o ¿qué haremos si la querida emperatriz quiere castigarnos?

— Eleanor. — Mira a la chica; siempre supo que esa mujer era muy diferente a como la describían en la novela.

— ¿Quieres saber cuáles eran nuestros planes, querida? Bien, te contaré antes de que mueras. — Camina alrededor de Aelin. — Se supone que primero iba a seducir al emperador, lo haría quererme locamente, y cuando finalmente ganara su confianza y se casara conmigo, lo iba a envenenar y matar de una vez por todas.

Aelin se muerde los labios, impidiendo que algún grito de dolor salga cuando su mano fue aplastada sin piedad por Eleanor.

— Y finalmente, después de unos meses, Daylon y yo nos casaríamos para mantener el legado imperial vivo. — Una sonrisa siniestra se formó en sus labios, la misma sonrisa que desapareció tras oír la carcajada de Aelin.

— Ahora entiendo por qué los dos son los protagonistas. Resulta que a ambos les gusta soñar despiertos y, peor aún, con esas tonterías que planean.

— ¡Todo hubiera ido bien si no hubieras aparecido! — Explotó la chica, poniéndose de cuclillas. — Me dijiste que estabas embarazada, ¿no? No te preocupes, yo me encargaré de ese bebé.

— Ni piensas que voy a dejarte tocar a mi bebé.

— ¿Así? ¿Y qué harás? — Se acerca más con una sonrisa. — ¡AAHHHH! — Pronto un grito de dolor se escuchó por parte de Eleanor; Aelin le había mordido la oreja sin piedad alguna. Aunque intentaba alejarla, Daylon hizo todo lo posible, pero esta no se alejó hasta que le arrancó partes de la oreja.

— ¡Eso haré, perra! — Exclamó con la boca llena de sangre mientras Eleanor se retorcía de dolor en el suelo.

— ¡Mata a esa zorra, Daylon! — Gritó, llena de dolor. Y justo cuando el príncipe estaba por atacar, la puerta de la cabaña se abrió abruptamente.