Promesas De Hielo Y Fuego

El camino a la mansión era largo y serpenteante, bordeado por árboles cuyas ramas desnudas parecían extenderse hacia el cielo gris. Valentina se sentó junto a Bill en la espaciosa camioneta, con la mirada fija en el paisaje que pasaba frente a ella. El ambiente dentro del vehículo era denso, cargado de una tensión que casi podía tocarse.

No pudo resistir más. La curiosidad era una llama que ardía en su interior, alimentada por años de secretos y misterios que habían oscurecido su vida.

—Bill, —dijo finalmente, rompiendo el silencio. —Dime ahora.

Él giró la cabeza hacia ella, su expresión seria. —No es el momento, Valentina.

—¿Por qué no? —insistió, su voz apenas un susurro. —¿Qué diferencia hace si lo dices ahora o cuando lleguemos?

Bill dirigió una mirada rápida hacia el chofer, un hombre mayor que mantenía la vista fija en el camino pero cuyas orejas parecían afiladas como cuchillas.

—Aquí no, —murmuró Bill. —No quiero que nos escuchen.

Valentina bufó, cruzando los brazos. —¿De verdad crees que me importa si alguien más lo escucha? Estoy cansada de los secretos, Bill.

—No es solo por ti, —replicó él con firmeza. —Es por todos los involucrados.

Ella quiso responder, pero su mandíbula se tensó y decidió ignorarlo, desviando la mirada hacia la ventana. Si él quería mantener el misterio hasta llegar a la mansión, entonces que así fuera. Pero su paciencia estaba al borde del colapso.

El resto del trayecto transcurrió en un incómodo silencio. Valentina se concentró en las líneas de los árboles que pasaban y el leve zumbido del motor. Su mente, sin embargo, estaba en constante movimiento. No podía evitar pensar en lo que estaba a punto de descubrir, en cómo una sola verdad podría cambiarlo todo.

Cuando finalmente llegaron a la mansión, Valentina salió del vehículo antes de que el chofer pudiera abrirle la puerta. Bill la siguió rápidamente, su expresión inusualmente grave.

—Ven conmigo, —dijo, tomándola del brazo con suavidad. —Vamos al estudio.

Valentina lo miró, sus ojos brillando con una mezcla de desafío y curiosidad. —¿Por qué al estudio? ¿Por qué no aquí?

—Porque aquí hay demasiados ojos y oídos, —respondió él, casi en un susurro.

Ella lo dejó guiarla, aunque su mente estaba llena de dudas. La mansión estaba tranquila, con apenas un par de sirvientes moviéndose en silencio por los pasillos. Los ecos de sus pasos resonaban en las paredes, dándole a todo un aire casi fantasmal.

Finalmente, llegaron al estudio de Bill, una habitación amplia con paredes cubiertas de libros y una chimenea apagada en una de las esquinas. Él cerró la puerta detrás de ellos y giró la llave, asegurándose de que nadie pudiera entrar.

—¿Por qué tanto misterio? —preguntó Valentina, cruzando los brazos mientras se sentaba en una de las sillas frente al escritorio.

Bill no respondió de inmediato. Se dirigió al pequeño carrito de bebidas en la esquina de la habitación y sirvió un vaso de whisky para él y otro de agua para ella. Le entregó el vaso, pero Valentina apenas lo tocó.

—Habla, Bill, —dijo, su voz firme pero temblando ligeramente al final.

Él se sentó frente a ella, sosteniendo su vaso con ambas manos. Parecía estar buscando las palabras correctas, algo que solo aumentaba la impaciencia de Valentina.

—Hay cosas sobre tu madre que nunca te he dicho, —comenzó finalmente.

Valentina sintió que su corazón se detenía por un momento. —¿Qué cosas?

—Ella... ella sabía que nuestro matrimonio sería complicado desde el principio.

—¿Qué quieres decir con complicado? —preguntó, inclinándose hacia él.

Bill suspiró, pasando una mano por su cabello. —Ella sabía que había muchas personas interesadas en evitar nuestra unión, no solo por cuestiones personales, sino por lo que significaba para las empresas.

Valentina frunció el ceño. —¿Las empresas? ¿Qué tiene que ver eso con mi madre?

Él la miró directamente a los ojos, su expresión llena de gravedad. —Tu madre fue una pieza clave en las decisiones que llevaron a la expansión de mi negocio. Pero también tenía enemigos, personas que no querían verla prosperar.

Valentina sintió que la sangre se le helaba. —¿Estás diciendo que su desaparición... tuvo que ver contigo?

Bill negó con la cabeza rápidamente. —No, no estoy diciendo eso. Pero creo que su desaparición está conectada con algo más grande, algo que todavía no entiendo completamente.

Ella se levantó de su silla, incapaz de permanecer sentada. —Esto no tiene sentido, Bill. ¿Por qué no me dijiste nada antes?

—Porque no quería que cargaras con este peso, —respondió él, poniéndose de pie también. —Valentina, he pasado años tratando de protegerte, asegurándome de que no te vieras envuelta en esto.

—¿Y crees que ocultarme la verdad es una forma de protegerme? —gritó ella, sus emociones finalmente desbordándose. —¿Sabes lo que ha sido vivir con todas estas preguntas, con todos estos secretos?

Bill se acercó a ella, sus ojos llenos de una mezcla de dolor y arrepentimiento. —Lo hice por amor, Valentina. Todo lo que he hecho ha sido por ti.

—Eso no es amor, Bill. Es control, —respondió ella, dando un paso atrás.

El silencio cayó entre ellos como una losa, pesado e impenetrable. Valentina sentía que el aire en la habitación era demasiado denso, como si le costara respirar.

Finalmente, habló, su voz apenas un susurro. —Quiero saber la verdad, toda la verdad. Y no voy a casarme contigo hasta que la sepa.

Bill asintió lentamente, como si hubiera esperado esas palabras. —Está bien. Te contaré todo. Pero no será fácil de escuchar.

Valentina lo miró, su resolución inquebrantable. —Estoy lista.

Y aunque no sabía exactamente qué iba a descubrir, sabía que este momento cambiaría sus vidas para siempre.