Ariadna Callis, una joven de 16 años con una personalidad vibrante y un cuerpo que desafía los estereotipos, vive entre las constantes travesuras de sus hermanos mayores, Nikos y Theo, y el caos del último año de preparatoria. Aunque es fuerte y segura, Ariadna no está preparada para la entrada de Eryx Soterios, un joven de 18 años recién llegado al pueblo.
Eryx, reservado y enigmático, carga con un pasado oscuro que lo ha dejado lleno de resentimientos. Su aparente frialdad se convierte en un desafío para Ariadna, quien no teme a sus respuestas cortantes ni a su actitud distante. Sin embargo, cada encuentro entre ellos desata emociones contradictorias que ninguno puede ignorar.
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Capítulo 3: Los muros de Eryx
El lunes amaneció con un cielo gris y un frío inesperado. Ariadna se ajustó su bufanda mientras caminaba hacia el instituto. Aún no podía dejar de pensar en el mensaje de Eryx. Había algo intrigante en su forma de comunicarse: una mezcla de sarcasmo y sinceridad que la mantenía alerta.
El día transcurrió con normalidad hasta la hora del almuerzo. Mientras se dirigía a la cafetería, notó que un grupo de estudiantes se había reunido en el pasillo principal. Al acercarse, vio a Eryx en el centro del círculo, enfrentándose a Alex, uno de los chicos más populares de la escuela.
—¿Y tú quién te crees para hablarme así? —preguntó Alex, alzando la voz.
Eryx no se inmutó. Su expresión era la misma de siempre: fría y calculadora.
—Solo dije la verdad. Si eso te molesta, no es mi problema.
Alex dio un paso hacia él, claramente buscando intimidarlo, pero Eryx no retrocedió.
—¿Qué está pasando? —preguntó Ariadna a Daphne, que estaba justo a su lado.
—Alex está molesto porque Eryx lo dejó en ridículo en clase de matemáticas. Parece que nuestro chico nuevo no tiene miedo de decir lo que piensa.
Ariadna sintió una mezcla de preocupación y admiración. Sabía que Alex no era alguien con quien meterse; disfrutaba demostrar su poder sobre los demás.
Antes de que la situación escalara, la directora apareció de repente, dispersando a los estudiantes con una mirada severa.
—Se acabó el espectáculo. Todos a sus clases. Ahora.
Ariadna se quedó quieta, observando cómo Eryx recogía su mochila y se alejaba sin decir una palabra. Algo en su postura le hizo pensar que estaba más acostumbrado a estos enfrentamientos de lo que dejaba ver.
Más tarde, durante la clase de literatura, la profesora les asignó un proyecto en parejas. Ariadna sintió un nudo en el estómago cuando escuchó su nombre junto al de Eryx.
—Bueno, parece que voy a trabajar contigo —dijo ella mientras se acercaba a su escritorio.
Eryx levantó la vista y asintió. —Supongo que sí.
—¿Eso significa que estarás dispuesto a colaborar, o tendré que hacer todo el trabajo yo?
Él arqueó una ceja, claramente divertido. —Dependerá de cuánto me molesten tus ideas.
Ariadna rodó los ojos. —Perfecto. Empezamos esta tarde.
—¿Por qué tanta prisa?
—Porque no quiero que este proyecto arruine mi fin de semana.
Eryx sonrió ligeramente, y por primera vez, Ariadna notó que, cuando dejaba caer su fachada, tenía un rostro más amable de lo que aparentaba.
Esa tarde, Ariadna esperaba a Eryx en la biblioteca. Había elegido una mesa en una esquina tranquila, lejos del bullicio. Llegó puntualmente, con su cuaderno y bolígrafos en mano, pero no pudo evitar sentirse nerviosa.
Minutos después, Eryx apareció, vestido con una chaqueta oscura y el mismo aire despreocupado de siempre.
—¿Llevas mucho tiempo aquí? —preguntó mientras se sentaba frente a ella.
—No tanto. Pensé que te habías olvidado.
—No suelo olvidar las cosas importantes.
Ariadna alzó una ceja. —¿Entonces este proyecto es importante?
—No exactamente, pero tú pareces tomarlo en serio.
Se pusieron a trabajar en silencio, aunque de vez en cuando Ariadna lo sorprendía mirándola fijamente.
—¿Qué pasa? —preguntó finalmente.
—Nada. Es solo que... —Eryx vaciló un momento—. No eres como las demás personas aquí.
—¿Eso es algo bueno o malo?
—Todavía no lo sé.
Ariadna sonrió. —Típico de ti. Siempre dejando las cosas en el aire.
El resto de la sesión fue más relajada. Aunque Eryx mantenía su actitud reservada, Ariadna podía sentir que estaba bajando la guardia, aunque fuera un poco.
Cuando terminaron, Eryx la acompañó hasta la salida.
—Gracias por no ser como Alex y su séquito —dijo de repente, rompiendo el silencio.
—¿Por qué lo dices?
—Porque la mayoría de las personas aquí son superficiales. Solo se preocupan por lo que los demás piensan de ellos.
Ariadna lo miró fijamente. —¿Y tú? ¿Qué te preocupa?
Eryx tardó un momento en responder. —Digamos que tengo asuntos más importantes que la opinión de los demás.
Ariadna estaba a punto de preguntar más, pero algo en su tono le indicó que no insistiera.
—Bueno, entonces es tu suerte que yo tampoco me preocupe mucho por lo que los demás piensen de mí.
Eryx sonrió ligeramente. —Supongo que tienes razón.
Cuando se despidieron, Ariadna sintió que había logrado algo que pocos podían: atravesar los muros de Eryx, aunque fuera solo un poco.
Esa noche, mientras intentaba dormir, no podía dejar de pensar en él. Había algo en su forma de ser, en esa lucha interna que parecía cargar, que la hacía querer entenderlo más.
Por su parte, Eryx también pensaba en Ariadna. Había algo en su honestidad y en su forma de ser que lo desarmaba, algo que lo hacía sentir vulnerable y, al mismo tiempo, cómodo.
Ambos sabían que sus mundos estaban a punto de chocar de una forma que cambiaría sus vidas para siempre.