La Princesa Maxine Colette Benoit del Reino de las Brujas regresó en el tiempo justo cuando el Imperio destruyó por completo su amado reino, ahora sólo quiere dos cosas:
no repetir su tragedia y vengarse.
¿Podrá la princesa cumplir su objetivo?
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La princesa despreciada
— ¡No diga eso! — Grito, sintiendo la necesidad de defender al duque. — Usted no me ha hecho nada malo. Soy yo quien debe disculparse por haberlo ofendido de tal manera. — Inclino la cabeza en señal de disculpa. — Lo siento, duque.
— No te disculpes. - Dice con frialdad Alessio, provocando una sensación incómoda en el ambiente. — Después de todo, fue solo un juego, ¿verdad? — Vuelve a reírse, como si todo fuera una gran broma. — ¿Qué te pareció nuestro acto? Deberíamos presentarnos en un gran escenario, ¿no lo crees, Gunther?
Este príncipe está completamente desquiciado. Primero parece ayudarme, luego no lo hace y finalmente decide darme una mano. La inconsistencia de sus acciones me resulta insoportable, así que decido despedirme educadamente, alegando sentirme mal, y por ello, retirándome a mi habitación para descansar.
Sin embargo, al alejarme, me doy cuenta de lo complicado que será permanecer en este lugar. No solo soy despreciada por el príncipe, sino que también los trabajadores del palacio me menosprecian con burlas y humillaciones. Me encuentro en una encrucijada, y empiezo a considerar la opción de adoptar el papel de una villana. Tal vez sea la única forma de asegurar una vida tranquila, donde no sea objeto de burlas y desprecio constante.
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Ha pasado una larga semana desde aquel incidente y, para mi desgracia, nada ha cambiado. Los sirvientes me han tratado como la "espantosa bruja" del palacio, sin un ápice de respeto. Las risas y los murmullos a mis espaldas y en mi cara son constantes. Incluso he sido objeto de actos vandálicos en tres ocasiones, donde me arrojaron basura con la cruel intención de humillarme.
Incluso, a pesar de las órdenes de Su Majestad, nadie muestra disposición a servirme como mi sirviente personal. Y como si fuera poco, hace tan solo dos días, mientras me encontraba bañándome, alguien jugó maliciosamente a esconder mi ropa, dejándome sin otra opción más que cubrir mi cuerpo con hojas y plantas que invoqué con mi magia. Ya es normal que la humillación y el desprecio sean mi pan de cada día en este lugar.
Además, después de aquel incómodo paseo con el príncipe heredero, tanto él como yo nos hemos empeñado en evitar cualquier tipo de encuentro, pues la mera presencia del otro nos causa un desagrado profundo, y si alguna que otra vez nos cruzamos, la tensión se desata y nos encontramos inmersos en discusiones acaloradas. No hay duda de que nuestra antipatía es mutua y palpable.
Por otro lado, mis intentos por acercarme al duque han sido en vano. Pese a nuestros encuentros y conversaciones, no he logrado forjar una conexión significativa con él. Sin embargo, durante estos encuentros he descubierto algunas cosas interesantes: el duque resulta ser el mejor amigo de Alessio y también su fiel caballero. Parece que su lealtad hacia el príncipe heredero va más allá de su mera posición en la corte.
En cuanto a mis planes y aspiraciones dentro del palacio, debo admitir que no he logrado mucho más que convertirme en una buena amiga del Emperador Donato. Aunque mantener una relación cordial con el emperador es importante, no puedo evitar sentir cierta decepción por la falta de avances significativos en mi posición y estatus en el palacio. Ser una simple "buena amiga" del emperador no es exactamente el logro que esperaba alcanzar, yo buscaba convertirme en un pilar para el imperio, alguien a quien todas las personas admiren y teman.
Con gran frustración, salgo de mi habitación y me sumerjo en los pasillos del palacio. Mi mente se encuentra llena de pesimismo y desconfianza, anticipando las posibles trampas que podrían aguardarme en cada esquina. Me pregunto qué nueva artimaña podrían urdir en mi contra: ¿un suelo resbaladizo que me haga caer de manera humillante o un proyectil de porquerías que me cubra de insultos y burlas?
Suspiro con cansancio, resignada a enfrentar cualquier adversidad que se presente. Después de tanto tiempo en este hostil ambiente, me he vuelto inmunizada, al menos mentalmente, a las artimañas y desprecios que se cruzan en mi camino. Estoy preparada para enfrentar cualquier humillación que pueda surgir, aunque preferiría evitarlas por completo.
Sin embargo, mientras avanzo por los pasillos, una extraña sensación me invade. No ha ocurrido nada. Ninguna trampa se ha desencadenado, ninguna burla se ha lanzado en mi dirección. La tranquilidad impera en los alrededores, y esta calma inusual comienza a inquietarme. Siento que se cierne sobre mí la presencia de algo peor, algo amenazante que se oculta tras esta falsa sensación de seguridad.
Finalmente llego sana y salva a la oficina del Emperador. Mi intención es darle los saludos mañaneros como de costumbre, pero mi día ya comienza con un mal presagio. El primero con quien me topo es Alessio, quien también se encuentra allí para saludar a su padre. Con una sonrisa falsa y gestos exagerados, él me saluda ostentosamente, tratando de demostrarle a su padre que él es un joven respetuoso. No obstante, yo no tengo la intención de demostrarle nada a Su Majestad en este momento, Alessio no me agrada y no tengo motivos por fingir que me simpatiza delante del Emperador.
— ¡Buen día al Sol del Imperio de Drakoria, Su Majestad, el Emperador Donato! — Saludo al Emperador con entusiasmo.
— Buen día, princesa. ¿Descansó bien? — El Emperador Donato me mira con una sonrisa cálida.
— Sí, Su Majestad —mis mentiras se deslizan de mis labios con suavidad—. Agradezco su amabilidad, mi estadía en el palacio tiene un valor muy especial.
— Me alegra escuchar eso. Siempre es un placer recibir tus saludos matutinos. ¿No te parece encantadora la princesa, Alessio? — Pregunta el Emperador complacido por mi respuesta.
Alessio no puede evitar dejar traslucir su desdén mientras responde a su padre:
— Sí, padre, es encantadora... —sus palabras están cargadas de sarcasmo mientras sus ojos se clavan en los míos, dejando claro su verdadero sentimiento.
— Eso es estupendo – El Emperador prosigue. – Princesa, lo he estado pensando mucho, ¿realmente le gusta estar aquí en el palacio?
El Emperador Donato dirige su atención hacia mí, expresando su preocupación con una mirada penetrante. Sus palabras me toman por sorpresa, pero respondo con sinceridad:
— Sí, Su Majestad, me agrada mucho estar aquí en el palacio —digo, tratando de ocultar cualquier rastro de duda o preocupación en mi voz—. Aunque ha sido un desafío adaptarme a ciertas circunstancias, valoro profundamente la oportunidad de estar cerca de su majestuosa presencia y de experimentar la vida desde la capital del Imperio.