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Salvando Otro Mundo Sin Ser Un Heroe

Salvando Otro Mundo Sin Ser Un Heroe

Status: En proceso
Genre:Reencarnación / Fantasía épica / Héroes / Salvando al mundo / Mundo mágico / Espadas y magia
Popularitas:669
Nilai: 5
nombre de autor: YRON HNR

Ayanos jamas aspiro a ser un heroe.
trasportado por error a un mundo donde la hechicería y la fantasía son moneda corriente, solo quiere tener una vivir plena y a su propio ritmo. Con la bendición de Fildi, la diosa de paso, aprovechara para embarcarse en las aventuras, con las que todo fan del isekai sueña.

Pero la oscuridad no descansa.
Cuando el Rey Oscuro despierta y los "heroes" invocados para salvar ese mundo resultan mas problemáticos que utiles, Ayanos se enfrenta a una crucial decicion: intervenir o ver a su nuevo hogar caer junto a sus deseos de una vida plena y satisfactoria. Sin fama, ni profecías se alza como la unica esperanza.

porque a veces, solo quien no busca ser un heroe...termina siendolo.

NovelToon tiene autorización de YRON HNR para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

CAP 16

DE NUEVO EN CASA

Ya con los materiales reunidos, Ayanos y Leod se alistaban para regresar a Nilsen. Mientras guardaban los últimos objetos y revisaban tener todo en orden, Riura los observaba desde unos pasos de distancia. Su expresión estaba ensombrecida, los ojos fijos en sus movimientos pero la mente en otra parte.

"¿Ahora… volveré a estar sola?", pensó con un nudo en el pecho.

Un recuerdo fugaz la atravesó como un rayo de sol en una cueva húmeda: la tarde recolectando junto a ellos, la risa espontánea, la calidez compartida… Hacía décadas —¿quizás un siglo?— que no sentía algo tan simple y a la vez tan vital: compañía.

Y entonces, su mente volvió al momento en que Ayanos secó sus lágrimas. El rubor tiñó sus mejillas al recordarlo.

"¿Qué estoy haciendo...? No quiero volver a estar sola. Quiero estar con él… más tiempo."

Su corazón latía con fuerza, como queriendo empujar las palabras fuera de su pecho. Temblando de nervios pero decidida, apretó la manta contra sí y, con voz temblorosa pero firme, dijo:

—No quiero… volver a estar sola.

Ayanos y Leod se giraron al instante, sorprendidos por la súbita confesión. Ella bajó la mirada por un segundo, pero luego la alzó para encontrarse con los ojos del joven. En sus pupilas rojas ardía una mezcla de pena y determinación; una promesa silenciosa de que no volvería a resignarse al vacío.

Ayanos se acercó lentamente. Su mirada era profunda, reconfortante… como si comprendiera todo sin necesidad de palabras. Cuando se detuvo frente a ella, sonrió con ternura y extendió una mano.

—Te prometo que jamás volverás a estar sola.

Riura sintió un estremecimiento recorrerle el cuerpo. Aquel contacto, sencillo y sincero, derribó la última muralla de su soledad.

—Siempre me tendrás… lo prometo —añadió Ayanos, con voz suave.

Y entonces, ya sin poder contenerlo más, Riura rompió en un llanto incontenible. Lloraba por todo lo que había callado, por todo lo que había perdido… y por ese regalo inesperado que ahora le era ofrecido.

Se arrojó a los brazos de Ayanos, abrazándolo con una mezcla de gratitud y desahogo, y él la sostuvo con firmeza y respeto. Nadie dijo nada más. Solo el silencio acompañó aquel momento, envolviéndolos como una manta invisible.

Finalmente, Ayanos susurró, sin dejar de sonreír:

—Entonces vámonos.

La carreta se tambaleaba entre las imperfecciones del camino terroso mientras el atardecer hacía su entrada triunfal, tiñendo los cielos de naranja y púrpura. A diferencia de otras carretas que recorrían los caminos entre pueblos, normalmente abarrotadas de gente o mercancías, esta se sentía inusualmente tranquila. Solo unas bolsas de telas y granos compartían el espacio junto a sus tres pasajeros: Leod, Ayanos y Riura.

Ella dormía recostada sobre el hombro de Ayanos, aún envuelta en la manta que parecía proteger algo más que su cuerpo. Su respiración era serena, pero el leve temblor de sus párpados hablaba de sueños agitados.

Leod, que hasta entonces había estado sumido en la lectura de un grueso tomo, se acomodó los lentes con un gesto mecánico y dijo sin apartar aún del todo la vista del papel:

—Maestro… ¿qué haremos ahora?

Ayanos miró primero a Riura, luego a su discípulo, y respondió con tranquilidad:

—Lo primero al llegar a Nilsen será ir a ver a mi familia.

Pero apenas dijo esas palabras, una imagen se le vino a la mente como una bofetada helada: había salido de la ciudad hacía ya una semana… y no había avisado a los Marson.

—Me van a querer matar —pensó con terror.

La escena se formó sola en su cabeza: Carolain cruzada de brazos, fulminándolo con una ceja arqueada; Serena alzando la voz, indignada y preocupada a partes iguales; y en el fondo, el sonido amenazante de una cuchara de madera golpeando una olla como preludio a una tormenta doméstica.

Ayanos soltó un leve suspiro, mitad resignado, mitad divertido. Aunque no lo admitiera fácilmente, en el fondo… eso también era hogar.

Por algún motivo, Leod mostró una tristeza silenciosa. Bajó la mirada hacia su libro, pero no con intención de seguir leyendo; más bien parecía querer ocultar su desazón.

"¿Familia...? Claro que el maestro tendría una familia esperándolo."

El pensamiento fue acompañado por una imagen mental: sus padres, figuras sombrías, lo señalaban con desprecio en una habitación oscura. Solo la luz de la luna, colándose por una ventana, marcaba la silueta de un Leod niño.

"¿Por qué tuve que ser tan débil?"

Sus lentes se empañaban, pero podía ver claramente esa escena que no dejaba de perseguirlo: la soledad, el rechazo, el día en que lo echaron de su casa.

Pero entonces, como un faro en la bruma, recordó el momento en que conoció a Ayanos, y lo bueno que había sido con él desde el inicio.

"El maestro es grandioso..." pensó, sintiendo una leve calidez en el pecho.

De improviso, una voz lo sacó de sus pensamientos:

—Leod... —dijo Ayanos, mirándolo de reojo.

—Lamentablemente, uno no puede escoger en qué familia nace —continuó—, pero con el tiempo… se puede elegir a las personas que quieres a tu lado.

Leod sintió que aquellas palabras caían en él como una revelación. Era como si su maestro hubiera leído su alma.

Ayanos prosiguió, con un tono suave:

—Yo estuve solo mucho tiempo. Y aunque no fue por elección, decidí aceptar esa situación. Me acostumbré… Aunque, siendo sincero, acostumbrarse a la soledad es el camino más fácil, pero también el más triste.

Su voz se volvió nostálgica.

—Luego conocí gente maravillosa que me ofrecieron su cariño y su tiempo. Siempre con una sonrisa, sin pedirme nada a cambio. Y entonces entendí: es hermoso decidir ya no estar solo.

Pensó en Beatriz, en su abuelo Ronan, en los Marson… en ese afecto que llegó sin buscarlo, pero que lo salvó.

Leod escuchaba cada palabra como si bebiera de una fuente que no sabía que necesitaba. Sintió un calor agradable en el pecho, como si algo dentro de él despertara y luchara por aliviar su dolor.

Ayanos miró entonces a Riura, aún dormida, y agregó:

—Si el pasado te lastima y te asusta… está bien. Es normal. Tanto los débiles como los más fuertes caemos ante pensamientos tristes.

Y luego, volviéndose hacia él:

—Pero al igual que ella, ya no estás solo. Si los recuerdos no se pueden borrar, entonces crearemos juntos otros nuevos… tan intensos, tan reales, que consuman toda tu atención. Así, ya no estarás triste. Confía en tu maestro.

Ayanos colocó una mano firme en el hombro de Leod. Le sonrió con ternura y, sin dejar de abrazar a Riura, lo sostuvo en ese instante con una fuerza invisible, la que se siente cuando alguien te comprende sin que digas una sola palabra.

Mientras el ocaso le daba finalmente paso a la noche, Leod, enmudecido por las palabras de su maestro, solo pudo limpiarse los lentes empañados. Al volver a colocárselos, esbozó una sonrisa grande y aliviada, como si estuviera dando las gracias. Aún se le escapaban algunas lágrimas, pero ya no eran de tristeza… sino de alegría.

Miró a Ayanos y, con voz suave, dijo:

—Me parece una idea genial.

El momento fue interrumpido de golpe por un repentino salto de la carreta al pasar sobre un pozo en el camino. El movimiento hizo que Riura se despertara, algo desorientada. Con los ojos adormilados, murmuró con voz cansada:

—Ayanos…

Se aferró a su cuello y se acurrucó aún más contra él, volviendo a dormirse casi al instante, como si Ayanos fuera el lugar más pacífico del mundo.

Leod y Ayanos se miraron y soltaron una leve risa, cuidando que el sonido no fuera suficiente para despertarla de nuevo.

El sol de la mañana parecía darles la bienvenida. Al otro lado de la colina se encontraba la ciudad comercial de Nilsen. Los muros de piedra eran golpeados por la luz dorada del amanecer, y el bullicio inconfundible de la ciudad comenzó a llegar a los oídos de los viajeros.

La carreta se serenó. El camino de tierra que habían recorrido durante tres días quedó atrás, reemplazado por una calle empedrada. A su alrededor, una fila de carruajes y carretas aguardaba su turno para ingresar a la ciudad. Era una escena cotidiana: mercancías entrando y saliendo, listas para seguir el frenético ritmo de esa gran urbe.

Riura despertó al percibir el olor dulce del pan recién horneado que salía desde algún rincón de la ciudad. Al abrir los ojos, se encontró con el rostro de Ayanos, que ya estaba despierto y la observaba con una leve sonrisa.

—Buenos días, Riura.

—Buenos días, Ayanos —respondió ella con un tono dulce y alegre.

A su lado, Leod aún dormía. Tenía los lentes torcidos y un libro abierto sobre el regazo. Ayanos le dio un leve codazo para despertarlo.

—¿Eh? ¿Qué…? ¡Ah! Buenos días, maestro… Riura. ¿Ya llegamos?

—Buenos días. Así es —contestó Ayanos, bajando de la carreta.

La ciudad los abrazó con su rutina: mercaderes ya ofertaban sus productos, los olores de especias y perfumes se mezclaban con el del pan recién hecho. Riura, envuelta aún en la manta de Ayanos, miraba todo con los ojos abiertos de par en par, como una niña descubriendo un nuevo y maravilloso mundo.

Ayanos le pidió al conductor de la carreta que se detuviera allí. Le pagó por el viaje y observó cómo el vehículo se alejaba, perdiéndose entre el flujo de la ciudad.

Frente a ellos, una tienda bien surtida mostraba sus productos en grandes escaparates de madera pulida. Sobre la puerta colgaba un cartel elegante, con letras doradas que decían: Marson.

Ayanos suspiró.

—Ya pasó una semana —dijo en voz baja, para sí mismo.

Pensó por un momento.

"Quería pasar primero por lo de Toico… pero si voy a otro lado apenas llegando, podría poner aún más mi vida en riesgo."

Una carcajada algo nerviosa se escapó de sus labios.

—¿Maestro, está bien? —preguntó Leod, ajustándose los lentes con una ceja levantada.

Riura, aún envuelta en su manta, se aferró dulcemente al brazo de Ayanos.

—Sí… Mientras no entre, estaré bien —respondió Ayanos con sarcasmo.

El tintineo de la campana sobre la puerta anunciaba la entrada de nuevos clientes. La tienda aún estaba tranquila; era temprano, y los empleados acomodaban estantes, revisaban inventarios y preparaban todo para el día.

—¡Buenos días, sean bienvenidos a la tienda Marson! —saludó una voz alegre y conocida.

Era la señora Serena, cargando un fardo de telas entre los brazos. Al reconocer a Ayanos, dejó caer lo que llevaba con un suspiro entrecortado.

—¿Hijo...? —dijo con la voz temblorosa de una madre que no veía a su retoño desde hacía demasiado.

Sin pensarlo, corrió hacia él y lo abrazó con fuerza, casi al borde del llanto. El sonido de su risa y sollozo mezclados llenó el ambiente con una calidez inesperada.

Ayanos, sorprendido pero enternecido, correspondió el abrazo.

—Hola, señora Serena…

—¡Te había dicho que me dijeras "mamá"! —le recriminó ella con voz quebrada, secándose las lágrimas con la manga—. Bueno, no importa… ¡Volviste!

Y volvió a abrazarlo, esta vez con aún más fuerza. Ayanos, con una sonrisa forzada y medio sin aire, soltó:

—S-sí… volví, mamá…

En medio del alboroto, una figura descendió las escaleras internas de la tienda. Era una joven de cabello largo, casi blanco, suelto y levemente alborotado por el sueño. Vestía una túnica clara y elegante, más por costumbre que por ostentación. Caminó primero en silencio, pero al ver a Ayanos, sus ojos se iluminaron con una emoción contenida.

Carolain.

Sin decir palabra, corrió hacia él con pasos ligeros. Serena, con un gesto cómplice, se apartó de su camino justo a tiempo.

Carolain se lanzó sobre Ayanos con un abrazo repentino, envolviéndolo con una calidez que llevaba semanas acumulando. Su sonrisa era grande, sincera… vulnerable.

—Bienvenido, Ayi…

Él no alcanzó a responder. Porque en ese instante, mientras lo abrazaba, Carolain notó algo que no esperaba.

Desde detrás de Ayanos, una figura se asomaba. Una chica bonita, envuelta en una manta, de cabello blanco y negro, con unos ojos rojos que miraban el lugar con asombro tímido.

Riura.

Carolain, aún abrazando a Ayanos, clavó su mirada sobre la muchacha. Fue solo un segundo. Pero su sonrisa se congeló sutilmente. En sus ojos, por debajo de la alegría genuina, apareció una chispa. No de odio. No aún. Pero sí de duda. De evaluación. De territorialidad.

Riura no bajó la mirada aun sintiendo esa presión invisible. Aún aferrada al brazo de Ayanos, no pensaba soltarlo como si ambas ubieran comenzado una disputa, la que sedia perderia.

Ayanos notó el cambio en el aire, y suspiró muy, muy levemente.

—Carolain… ella es Riura, la conocí estos dias que estube fuera, espero piedan llevarse bien.

—Oh… ¿sí? —dijo Carolain, separándose lentamente del abrazo—. Qué interesante. Espero que disfrute su estadía aquí. Aunque claro, nuestra tienda no es un albergue de paso.

Serena, con su intuición de madre y comerciante, captó todo en un solo vistazo.

—Vamos, vamos, no empieces. Ayanos acaba de llegar. Es miy pronto para escenitas —dijo, tomando a Carolain por los hombros—. Riura, ¿cierto? Quédate tranquila, aquí todos los amigos de Ayi son bienvenidos, incluido tu jovencito— mirando gentilmente a el timido Leod.

Carolain asintió… pero no volvió a mirar a Riura. En cambio, tomó la mano de Ayanos como si nada y dijo:

—Ven. Tienes mucho que explicar.

Riura, por primera vez en el viaje, sintió una punzada en el pecho. No era celos. No del todo. Era esa sensación de ser invisible… justo cuando más deseabas ser vista.

Riura lo miró con los ojos aún brillosos. Una mezcla de inseguridad y tristeza empezaba a hundirla en un mar de pensamientos silenciosos.

"Esa tonta... es muy bonita… ¿por qué se va con ella?"

La pregunta le dolía más de lo que quería admitir.

"¿Tan fácil es alejarse de mí?"

Las dudas la envolvían como una bruma espesa, hasta que sintió el contacto cálido de la mano de Ayanos. Fue como si un rayo de luz atravesara la neblina. Alzó la vista.

Él se adelantó un paso, aún con la mano entrelazada a la suya, e hizo una reverencia sutil frente a Serena y Carolain.

—Lamento lo que pasó. Y prometo explicar todo… pero antes, quisiera vestirla adecuadamente, por favor.

Riura parpadeó sorprendida, y su tristeza se desvaneció en un rubor súbito que le tiñó las mejillas.

"Ayanos…"

Serena, emocionada, juntó las manos con entusiasmo.

—¡No puedo imaginarte siendo de otra forma! Menos mal… Caro, vamos a vestir a esta linda muchachita como se merece.

Carolain, visiblemente contrariada, infló los cachetes como si fuera a hacer un berrinche. Pero tras un largo suspiro resignado, esbozó una sonrisa forzada.

—Está bien… pero solo porque Ayi lo pide.

Carolain arrastró a Riura hasta uno de lps probadores de la tienda, no sin lanzar una última mirada de advertencia a Ayanos. Serena, por su parte, revoloteaba por la tienda eligiendo telas, broches y adornos con una emoción casi infantil.

Dentro del probador, Riura estaba en silencio. Aún sentía el calor de la mano de Ayanos en la suya. Las palabras se le habían quedado clavadas en el pecho: "Quisiera vestirla adecuadamente". ¿Por qué esa simple frase le había hecho sentir tan... importante?

—Te va a quedar precioso, ya verás —dijo Serena mientras acomodaba una pila de prendas sobre una pequela mesa dentro del bestidor—. Ayanos tiene buen ojo, después de todo.

—Tch… demasiado buen ojo —murmuró Carolain mientras ajustaba la falda con pequeños tirones, como si castigara la tela por existir.

Riura sonrió sin querer.

Tú también ves a Ayi con los mismos ojos que yo —soltó Carolain sutilmente mientras revisaba la ropa que su madre había dejado sobre la mesita.

Riura no supo qué responder. La frase le cayó como un susurro directo al corazón.

—Lo siento... sé que actué de manera infantil, pero... Ayi es muy importante para mí —continuó Carolain con una honestidad inusual en su tono. Mientras hablaba, le pasó una prenda a Riura.

Riura la tomó, y al mirarla, entendió. No por la tela, sino por los ojos que la observaban frente a ella. Apretó la prenda contra su pecho, como si intentara alcanzar el latido que Ayanos había despertado en su interior.

—Ayanos... me dio luz...

Pero Carolain no la dejó continuar. Dio un paso al frente, quedando tan cerca que Riura sintió su presencia, aunque no había hostilidad alguna. Al contrario, la atmósfera se volvió más tranquila, casi apacible.

—Con eso basta —dijo Carolain suavemente—. Si a ti también te importa Ayi, y él te aprecia, entonces yo también te aceptaré.

—¿Qué...? —balbuceó Riura, sorprendida.

Carolain sonrió, esta vez con un tono más animado, casi desafiante, pero no agresivo.

—Pero escúchame bien: Ayi es mío. No dejaré que te lo quedes solo para ti...

Extendió la mano con una sonrisa entusiasta, como quien propone una competencia entre amigas.

Riura la miró un instante... y luego tomó su mano, firme.

—Pues yo también quiero estar junto a Ayanos.

Ambas rieron, como si algo se hubiera liberado entre ellas, como si ya fueran amigas de toda la vida.

Justo en ese momento, Serena entró al probador, observando la escena con una sonrisa dulce. Aplaudió una sola vez y dijo con tono juguetón:

—Chicas, hay un caballero esperando afuera. No deberían hacerlo esperar tanto... es descortés con su galán.

Afuera del probador, Ayanos y Leod paseaban la vista por los escaparates de la tienda, observando curiosidades, tejidos y baratijas con distraída atención. El ambiente se sentía calmado, aunque cargado de pensamientos no dichos.

—Maestro... ¿ella es su madre? —preguntó Leod de pronto, con su tono tímido pero sincero.

Ayanos sonrió, con dulzura en los ojos, y negó suavemente con la cabeza.

—No... no lo era. Pero desde que nos conocimos, ella asumió ese rol. Y la verdad... lo necesitaba.

Mientras lo decía, sostenía entre los dedos un pequeño juguete de madera, uno que imitaba a un caballero con capa y espada. Lo miraba con una mezcla de ternura y nostalgia, como si dentro de ese objeto viviera un recuerdo nunca tenido.

Leod se quedó callado un momento, asimilando esas palabras.

—El maestro... también estuvo solo mucho tiempo...

Ayanos lo miró con serenidad, y su sonrisa se mantuvo, aunque esta vez cargada de una alegría ligeramente amarga, pero luminosa.

—La soledad tiene su parte buena, ¿no crees?

—¿Cómo...? No lo comprendo.

Entonces Ayanos alzó la vista hacia el techo, como si más allá de las vigas pudiera ver la vastedad del cielo, o quizá la profundidad de los años que lo separaban de aquel pasado solitario.

—Si estás solo, algún día... inevitablemente conocerás a alguien que lo cambie todo. Y cuando llegue, no podrás ignorarla.

Leod sintió esas palabras como una verdad grabada en el pecho. Él también había estado solo... y su maestro había sido ese alguien que cambió todo. Bajó un poco la mirada, conmovido, y murmuró:

—Creo que ahora sí lo entiendo, maestro.

Justo en ese momento, el suave silbido de la cortina abriéndose capturó la atención de Ayanos y Leod. Las tres chicas salieron del probador: Serena al frente, sonriente y con un aire de triunfo, seguida de Carolain que llevaba del brazo a una Riura visiblemente apenada.

Aunque solo Ayanos y Leod lo sabían, esa era la primera vez en siglos que Riura vestía ropa. Y sin embargo, allí estaba, como si hubiese nacido para ese momento.

La muchacha de cabello corto, blanco como la nieve con mechas negras que enmarcaban su rostro delicado, vestía un vestido azul profundo que hacía resaltar intensamente el rojo de sus ojos. El diseño era sencillo pero encantador: cuello cerrado, cintura entallada que abrazaba su figura esbelta, y una falda que no llegaba a las rodillas, ondeando con cada paso como si danzara con su belleza. Era imposible no mirarla. Todo en ella parecía pertenecer a un sueño.

—¿Ayi? ¿Qué tal le quedó? ¿No se ve bellísima? —canturreó Serena, guiñando un ojo.

Riura se plantó frente a Ayanos, sin saber dónde poner las manos, ni cómo sostener la mirada.

Ayanos no dijo nada al principio. Hasta su respiración pareció detenerse. Observaba cada detalle, no con lujuria, sino con una ternura que iba más allá de las palabras. Y entonces, finalmente, con una sonrisa suave y los ojos llenos de calidez, alzó la mano y acarició la cabeza de Riura con delicadeza.

—Te ves realmente hermosa.

Riura sintió el corazón temblar en su pecho. El calor le subió a la cara de golpe, cubriéndola entera con un rojo intenso. Solo pudo bajar un poco la mirada y balbucear con una sonrisa tímida:

—G-gracias... por el comentario...

El momento era tan perfecto que hasta el aire parecía más claro. Pero, por supuesto, Ayanos no era de los que se quedaban demasiado tiempo en lo solemne.

—Aunque... también necesitaría algo para ir de aventura, ¿no creen?

La atmósfera se rompió como una burbuja. Serena soltó una carcajada tan sonora que hizo temblar las estanterías.

—¡Mi hijo es un grandísimo tonto, jaja!

Carolain se echó a reír también, llevándose una mano a la frente, mientras Leod intentaba contener la suya sin mucho éxito. Riura, pese a todo, seguía sonriendo, y no parecía molesta. Después de todo, en esos momentos simples, era cuando Ayanos brillaba más.

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run away.┲﹊
¡Me tienes enganchada!
YRON HNR: pronto seguire actualizando
total 1 replies
【Full】Fairy Tail
Gracias ¡necesitaba leer esto! 💖
YRON HNR: gracias a ti por tomarte tu tiempo de leerlo 😎😊
total 1 replies
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