Salvando Otro Mundo Sin Ser Un Heroe

Salvando Otro Mundo Sin Ser Un Heroe

cap 1

NEGRO y BLANCO

Vemos a un joven de cabello negro y piel trigueña flotando en una inmensa oscuridad, donde el tiempo, la gravedad y cualquier otro factor eran nulos.

Mientras piensa:

"Hace mucho tiempo que no llegaba tarde al trabajo. Nunca me gustó trabajar, o al menos no me gustaba ese trabajo. El campo es lindo, pero se vuelve tedioso y frustrante dedicar tu vida a algo que apenas te mantiene a flote. Y pese a todo lo malo, siempre me presenté a horario. No podía darme el lujo de perderlo. Me vestí mientras lavaba mis dientes, pasé corriendo por la cocina evitando mirar el termo y el mate —no tenía tiempo para unos matesitos—. Tomé mis llaves de la mesita en el pasillo y, al abrir la puerta, sin poder frenar el paso frenético que llevaba, caí a un vacío en el cual solo podía flotar. El apuro que tenía se desvanecía poco a poco. Igual era inútil seguir con eso en un lugar donde el tiempo no existía. Quizás pasaron segundos o tal vez ya llevo días flotando. Para colmo, no siento ni hambre ni sueño, tampoco ganas de ir al baño. Parece que alguien le puso pausa a todo lo relevante de la vida."

Poco a poco el joven empezaba a sentirse paranoico. Su rostro no mostraba ni una mueca y pasaba largos períodos sin parpadear. Cuando ya estaba llegando al borde de la locura, una luz muy brillante, de tono azulado, apareció debajo de él. Y así, como si alguien soltara una piedra, comenzó a caer en dirección a la luz misteriosa.

El joven ya no tenía pensamientos ni palabras; simplemente se dejó caer hacia esa luz, que tomaba forma a medida que él se acercaba. Se podía notar que era un círculo, decorado con símbolos y formas que parecían sacadas de un libro de fantasía. Cuando atravesó ese círculo extraño, se encontró de pie, con la sensación de que siempre había estado justo allí, frente a una mujer pálida, pelirroja, vestida de blanco y descalza, en un lugar totalmente opuesto al anterior: un espacio completamente blanco, excepto por el suelo, que parecía una vista aérea de la tierra.

Intrigado y aún sobrepasado por todo lo que sentía, Ayanos logró finalmente saludarla con voz temblorosa:

—Hola...

No obtuvo respuesta. La mujer permanecía inmutable, observándolo en silencio, sin mostrar emoción alguna. Ayanos tragó saliva, incómodo por el silencio y la inmensidad blanca que los rodeaba. Con cautela, comenzó a avanzar hacia ella, quien estaba a unos veinte metros de distancia.

—Me llamo Ayanos... ¿Tú vives aquí? ¿Qué es este lugar?

Pero antes de que pudiera dar un solo paso más, en un simple parpadeo, la distancia entre ambos desapareció. Ahora ella estaba a solo centímetros de su rostro. Ayanos quedó congelado por la sorpresa, incapaz de reaccionar. Era imposible no quedar absorto en su belleza etérea: su cabello rojo parecía arder suavemente bajo la luz blanca, y sus ojos, de un azul tan profundo como un océano sin fin, lo miraban sin parpadear.

Ella no tocaba el suelo; flotaba apenas sobre la superficie, como si el suelo no fuera digno de su contacto. Sin emitir palabra, alzó las manos con una delicadeza sobrenatural, tomando el rostro sonrojado de Ayanos entre sus dedos. Antes de que pudiera siquiera respirar, la joven lo besó.

Fue un beso dulce, cálido, lleno de vida. Ayanos sintió cómo el calor de ese contacto recorría todo su cuerpo, llenándolo de una energía vibrante, como si cada célula de su ser despertara de un sueño milenario. Permaneció inmóvil, prisionero de esa sensación, sin siquiera atreverse a cerrar los ojos.

Cuando el beso terminó, ella mantuvo sus manos suaves en su rostro y, por primera vez, sonrió. Una sonrisa serena, casi maternal, y con voz suave como el susurro de un viento lejano, le dijo:

—Hola, Ayanos. A partir de ahora... te bendigo, mucha suerte.

Sin darle tiempo a reaccionar, el cuerpo de la mujer comenzó a deshacerse en partículas de luz, como si fuera hecha de polvo de estrellas, desapareciendo lentamente en el aire, dejando a Ayanos solo en el vasto blanco infinito, con los labios aún tibios y el corazón latiendo con una fuerza renovada.

Ayanos, aturdido, se dejó caer hacia atrás, sentándose pesadamente en aquel suelo que parecía una postal perfecta de la Tierra.

—¿Qué fue eso...? —murmuró, llevándose los dedos temblorosos a los labios aún tibios.

Pero no tuvo tiempo de reflexionar. Como un latido sordo, sintió de pronto un dolor punzante en su pecho. Palabras en una escritura desconocida comenzaron a acumularse en su mente, acompañadas de símbolos que se grababan como fuego en su memoria. Sin saber cómo, empezó a absorber todo lo que lo rodeaba: partículas de luz azul se arremolinaban en el aire y se precipitaban hacia su cuerpo.

El vasto blanco que lo envolvía empezó a tornarse negro, como si la existencia misma se deshiciera y se reescribiera dentro de él. Ayanos, sentado en el suelo, se estremecía; el proceso parecía desgarrarlo desde adentro, era un dolor que trascendía lo físico.

Finalmente, incapaz de soportarlo más, cayó de lado, desplomándose como un muñeco de trapo. Su consciencia se desvaneció en la negrura, arrastrada por el shock.

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2025-04-16

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