CAPITULO 4 REPULSIÓN

MATHIAS

Salgo de la habitación, maldiciendo entre dientes, con los músculos tensos y el corazón latiendo a un ritmo frenético. Acabo de salvar a esa maldita mujer de partirse la cabeza contra el suelo y, en lugar de darme las gracias, sigue comportándose como una idiota testaruda. El veneno en sus palabras es tan corrosivo como la ira que me recorre todo el cuerpo. No entiendo cómo puede ser tan estúpida. Dos días enteros atrapado en esta clínica de mierda, rodeado de ese hedor nauseabundo a medicamentos que está a punto de volverme loco.

Odio los hospitales. Siempre los he evitado, desde que tengo memoria. Me traen recuerdos que preferiría enterrar en lo más profundo de mi mente. Pero aquí estoy, gracias a Marcus y a su jodida insistencia de que yo sea el niñero de esta mujer. Mi paciencia está al límite.

INICIO FLASHBACK.

Tenía apenas siete años, y ya había presenciado más de lo que cualquier niño de esa edad debería ver. Vomitando de nuevo, por tercera vez en menos de una hora, mi madre se veía más frágil que nunca. Sus ojos, antes llenos de vida, estaban ahora hundidos y apagados, como si el brillo en ellos se hubiera extinguido con cada quimioterapia. El olor metálico de la sangre, mezclado con los medicamentos, llenaba la habitación, creando una atmósfera sofocante que me hacía sentir impotente.

El ciclo era siempre el mismo. Cada tratamiento la debilitaba más y más, como si en lugar de curarla, la estuvieran matando lentamente. No entendía lo que estaba pasando; sólo tenía siete años. En mi mente infantil, creía que en algún momento todo se arreglaría, que mi mamá se levantaría de la cama con esa sonrisa luminosa que solía tener y que volvería a ser la de antes.

—Ven acá, Mat, —me llamó con una voz débil, apenas un susurro que flotaba en el aire. Me acerqué a su lado, caminando con cautela, temeroso de que cualquier movimiento brusco la pudiera lastimar más de lo que ya estaba—. Quiero que estés tranquilo.

A pesar de su tono suave, podía notar la preocupación que trataba de esconder. Sabía que se estaba muriendo. Lo supe mucho antes de que me lo dijera. Era la única familia que tenía, y cuando ella se fuera, me quedaría completamente solo.

—¿Mamá, está todo bien? —pregunté con la ingenuidad propia de un niño. En lo profundo de mi mente, aún creía que todo se solucionaría, que ella volvería a cantar mientras cocinaba, que me regañaría cuando hiciera alguna travesura. Era una fantasía lejana.

Ella suspiró, una exhalación cargada de tristeza.

—Escúchame, hijo, —continuó, con la voz quebrada por el esfuerzo—. Tu padrino vendrá por ti en cualquier momento.

¿Mi padrino? Lo único que sabía de él en ese momento era que se llamaba Jacob Anderson y que tenía mucho dinero. Nunca lo había conocido en persona.

—¿Por qué tengo que ir con él? —pregunté, con los ojos llenos de lágrimas que luchaba por no dejar caer—. Me iré contigo cuando te mejores, mamá.

Recuerdo cómo su rostro se desmoronó frente a mí, como si las palabras que le acababa de decir hubieran sido un golpe en el alma. Sus lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas, y yo me sentí culpable. No quería que llorara.

—Tengo... leucemia, Matías, —me confesó entre sollozos—. No me voy a mejorar. Es demasiado tarde para mí.

—No, mamá, no me abandones. —Le supliqué desesperado, abrazándola con todas mis fuerzas, como si ese abrazo pudiera evitar lo inevitable. Pero incluso en ese momento, su olor característico, ese aroma cálido y reconfortante que siempre me había dado seguridad, ya no estaba. Había sido reemplazado por el asfixiante olor de los medicamentos. Nada en ese abrazo me dio paz.

Una semana después, se fue. Y yo fui entregado a Jacob Anderson.

Me convertí en su arma. Mi padrino me moldeó a su imagen, entrenándome sin piedad para que no sintiera compasión ni empatía. A los pocos años, ya había entrado en la mafia, trabajando como la mano derecha de su hijo, Marcus. Era solo un adolescente, pero ya había enterrado mi corazón junto a mi madre.

FIN FLASHBACK.

Me sacudo los pensamientos mientras corro al baño más cercano y vomito lo poco que tengo en el estómago. Maldita sea, no he sido capaz de comer en dos días. Este lugar me revuelve el estómago. El hedor, las luces, el silencio opresivo... todo contribuye a mi repulsión. Lo bueno es que por fin la mujer ha despertado, después de dos días de infierno.

Me lavo la cara, observando mi reflejo en el espejo. El hombre que veo me resulta casi irreconocible. Estoy pálido, con ojeras profundas, y el hedor que emana de mí es suficiente para revolverme el estómago de nuevo. Marcus no me dejó moverme de aquí ni un segundo. Es increíble que haya mostrado algo de condescendencia cuando le dije que me la llevaría hoy mismo. De alguna manera, aceptó.

Regreso a la habitación de la mujer. Me recibe con una mirada de odio puro, sus brazos cruzados con desafío. Esa expresión me provoca una sonrisa amarga.

—¿Qué esperas? ¡Vámonos! —le ordeno, tratando de mantener la poca paciencia que me queda después de estos dos días infernales.

—Todavía estoy mareada, idiota, —me responde rodando los ojos, su tono insolente encendiendo nuevamente mi ira.

Maldita sea. ¿Cómo puede hablarme con tan poco respeto? Voy a matarla. Literalmente. Cada célula en mi cuerpo me grita que la estrangule allí mismo, que acabe con su descaro de una vez por todas.

No tengo tiempo para esto. Me acerco rápidamente y, antes de que pueda reaccionar, la cargo sobre mi hombro como si fuera un saco de papas.

—¡¿Qué haces?! ¡Suéltame! —grita, pataleando y golpeando mi espalda como una loca—. ¡Bájame, animal!

Ignoro sus protestas y pataleos. "Tienes que controlarte, Mathias, eres su maldito niñero," me repito como un mantra, una y otra vez, mientras avanzo hacia el auto. Mis dientes rechinan, mi cabeza late con ira contenida.

Llego a la camioneta y la arrojo sin mucha delicadeza en el asiento.

—¡Auch! ¡Eres un troglodita! —me lanza otro insulto, a lo que yo simplemente cierro la puerta de un golpe.

Subo al asiento del conductor y arranco el auto, alejándome de la clínica a toda velocidad. A través del espejo retrovisor, puedo ver sus ojos azules ardiendo con furia. Una pequeña sonrisa se dibuja en mis labios. Verla así, llena de rabia, me da una extraña satisfacción.

Finalmente llegamos a la mansión. Bajo del auto, ella ya ha abierto la puerta, lista para salir.

—Ni se te ocurra cargarme como un bulto de nuevo, —me espeta, mirándome desafiante, aunque apenas me llega a los hombros.

—Entonces, ¿qué sugieres? —le digo levantando una ceja, claramente irritado.

—Prefiero caerme de bruces que soportar ese atropello. Y, por cierto... ¡Apestas! —me empuja con fuerza, sorprendentemente firme para alguien que acaba de salir de una clínica. ¿Qué esperaba? ¿Que oliera a flores después de dos días atrapado en ese infierno?

La veo caminar con determinación hacia la entrada de la mansión, sus pasos firmes a pesar de su visible cansancio. La sigo de cerca, contando hasta diez en mi mente para no perder el control.

A mitad de camino, se detiene en seco. Levanto la vista y veo a Marcus Anderson al final de las escaleras.

—Mar...cus, —titubea ella, su cuerpo entero poniéndose rígido al verlo.

—Señor Marcus, —lo saludo con respeto, como siempre.

—Retírate, Mathias, —ordena con frialdad.

—Sí, señor, —respondo, y sin mirar atrás, continúo mi camino. La miro de reojo, su rostro está desprovisto de toda emoción. El de Marcus por otro lado, refleja pura ira.

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Comments

Rosalinda Quintanilla

Rosalinda Quintanilla

Marcus es un desgraciado, poco hombre, asqueroso

2024-02-12

1

Maru

Maru

Desde ya te digo mi sentido pesame Melisa 😕

2022-04-22

4

alexandra velasquez

alexandra velasquez

bueno niña si ya decidiste matarlo entonces cálmate y espera lo poco xq lo mucho ya lo aguantastes suerte

2022-04-13

2

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