El grito de Yoon hizo que ambos corrieran fuera de la cabaña. El pequeño estaba junto a un árbol, señalando la corteza con sus patitas temblorosas.
En el tronco… había marcas.
Arañazos largos y profundos, recién hechos.
Rocky
—Son marcas territoriales —murmuró Rocky, entre dientes—. Pero no son nuestras. Son zorros.
Nacho se acercó, sintiendo el olor agrio y desagradable que lo hizo estremecerse.
Nacho
—Nos encontraron… otra vez.
Rocky puso una pata protectora delante de él.
Rocky
—No. Nos están observando. Quieren provocarnos.
El alfa alzó la mirada, sus orejas tensas y su hocico fruncido.
Rocky
—Vamos a la cabaña. No pienso dejarlos solos.
Rocky
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Esa noche, la tensión en el aire era palpable. Rocky no dormía. Patrullaba alrededor de la cabaña, una y otra vez.
Nacho lo observaba desde la ventana, abrazando a Yoon, que ya dormía.
El corazón del omega latía fuerte. ¿Era miedo… o algo más?
Abrió la puerta y salió al claro.
Rocky estaba allí, con los ojos clavados en el bosque oscuro.
Nacho
—¿No vas a descansar? —preguntó Nacho suavemente.
Rocky
—No puedo. No mientras estén cerca.
Nacho
—Rocky… —el omega se acercó— no puedes hacerlo todo solo.
El alfa lo miró, sus ojos brillando como ámbar bajo la luna.
Rocky
—No me acostumbro a esto —confesó—. Tener a alguien cerca. Cuidar a alguien que… que me importa.
Nacho bajó la cabeza.
Nacho
—Tampoco me acostumbro a que alguien quiera quedarse. Todos se van.
Rocky dio un paso hacia él.
Rocky
—Yo no me voy.
Y entonces ocurrió.
El instinto hizo lo que las palabras no pudieron.
Rocky presionó su hocico contra el cuello de Nacho, respirando su aroma dulce, cálido… que lo llamaba. El omega jadeó, dejando caer las defensas, el miedo… y solo quedándose ahí. A su lado.
El alfa gruñó bajo.
Una promesa. Un vínculo no marcado, pero ya inevitable.
Rocky
—Tú y Yoon… ya no están solos.
El viento sopló entre los árboles, llevando consigo el olor del alfa protector… y la decisión de no dejar ir lo que estaba empezando a amar.
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