La noche cayó sobre Sylvaris, pero el bosque no dormía. Las raíces se movían suavemente bajo la tierra, las hojas susurraban palabras antiguas, y las luces flotantes titilaban como estrellas vivas.
Kai no podía dejar de pensar en lo que dijo la Maestra Sylha:
“Ellos te están reconociendo.”
Kai
¿Qué significaba eso? ¿Por qué los elementos parecían obedecerme… sin que yo lo llamara?
Buscando respuestas, Kai se aventuró solo por un sendero oculto que serpenteaba entre árboles dorados. La luna iluminaba su camino. Algo dentro de él lo guiaba… un instinto que no podía ignorar.
Al final del sendero, llegó a un claro olvidado. En el centro, se alzaba un árbol enorme y antiguo, mucho más grande que cualquier otro en el bosque. Su corteza era plateada, y sus ramas se movían aunque no hubiera viento.
Kai sintió que debía acercarse.
Cuando posó su mano sobre el tronco, una voz profunda resonó en su mente.
—Tú eres uno de los despertares. El equilibrio está roto… y los sellos han comenzado a abrirse.
Kai retrocedió, sorprendido.
Kai
—¿Quién eres? —
Susurró
—Soy el Árbol Viejo. Guardián de la memoria del bosque.
Tú, Kai, tienes la llama del equilibrio… y las sombras ya te han visto.
Kai sintió un escalofrío.
De pronto, una ráfaga oscura atravesó el claro. El aire se volvió helado. Una figura encapuchada surgió de entre los árboles. No era un maestro. No era un estudiante. Sus ojos brillaban en rojo.
Kai alzó las manos, el fuego respondió al instante, rodeándolo. Pero no atacó. Aquel ser simplemente lo observó… y desapareció con el viento.
—No estás listo aún, pero vendrán por ti. —dijo el Árbol—. Debes despertar todos los elementos… antes de que lo hagan ellos.
Cuando Kai volvió a la escuela, Lira lo esperaba en silencio. Thorne también estaba allí, apoyado contra un muro. Por primera vez, le dirigió la palabra:
Thorne
—¿Lo viste… verdad?
Kai asintió, en shock
Los tres sabían que algo más grande acababa de comenzar.
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