CAPÍTULO DOS

01 del Mes de Maerythys, Diosa del Agua

Día de Lluvia, Ciclo III

Año del Fénix Dorado 113 del Imperio de Valtheria

CATHANNA

Me levanté y empecé a revisar cada rincón de mi habitación: el baño, donde solo flotaba un leve perfume a canela; el amplio cuarto donde guardaba todos mis vestidos y zapatos; y, por último, la pequeña biblioteca, tan abarrotada de libros que ya había perdido la cuenta de cuántos había leído o, mejor dicho: fingido leer.

—¿Hay alguien aquí? —pregunté, aunque no creía que, si alguien estuviera en este lugar, sería tan imbécil como para responder—. ¿Hola...? —Seguí caminando hasta que algo en la pared llamó mi atención: una sombra—. ¿Quién eres tú? —inquirí, asustada, pero la sombra, en lugar de responder, desapareció en un parpadeo.

Me pasé las manos por la cara con frustración. Regresé a la habitación. Fui al clóset y saqué uno de mis vestidos de lino celeste. Después de ponérmelo, salí de la habitación con sigilo, procurando no cruzarme con nadie. Había aprendido a camuflarme bastante bien cuando quería escaparme. Sabía que estaba mal, que no debía salir así, pero solo en esos momentos podía sentir paz. ¿Quién no quería paz?

El Valle de Lila era mi refugio y el único que tenía. Estaba a unos veinte minutos del castillo, lo suficiente para sentirme lejos de todo. Era un lugar hermoso, rodeado de árboles gigantes de flores lilas y mariposas azules que brillaban como luciérnagas al atardecer. Siempre tenía mis clases de magia allí, por las tardes, con Taris, mi tutora desde hacía años. Ella me enseñó todo lo que sabía del aire.

Cuando llegué, caminé hasta la colina y me senté frente al gran precipicio. Las alturas me generaban un miedo absurdo. No obstante, en ese momento no me importaba. Mi cabeza seguía dándole vueltas a lo que había pasado en la mesa, en la forma en que me hablaron. En lo que pensé. En lo que vi en mi habitación. No pretendía ni imaginarlo, pero tal vez ya me estaba volviendo tan chiflada como mis primas, aunque bueno, ellas ya estaban en una liga mucho más alta.

Estuve así varios minutos, atrapada en mis pensamientos, con las manos detrás de la espalda, hasta que algo llamó mi atención. Fruncí el ceño, viendo el aire levantarse y arremolinar hojas por todas partes, y entonces, al levantar el rostro hacia el cielo, observé a varios dragones volando en compañía de sus humanos, compartiendo un vínculo que no siempre existió, por lo cual no era para nada natural.

Durante varias eras, los humanos que dominaban el hermoso arte elemental y los dragones se consolidaron como enemigos a muerte, todo porque ambas especies querían poseer el dominio absoluto del mundo. Y no era un secreto lo que sucedía tras de eso.

Se odiaban con tanta intensidad, alimentada solo por guerras que parecían no tener fin. Sin embargo, todo tuvo un cambio enorme tras la última guerra, conocida con un nombre un tanto peculiar para una época donde la sangre manchó cada parte de la tierra: la llama de blancas. Los escritos no revelaban el autor o autores de ese nombre.

Los dioses estaban decepcionados de ver cómo el mundo que habían creado con tanto esmero se desmoronaba por culpa de aquellos a quienes habían confiado la magia elemental, y gracias a eso tomaron una decisión drástica que cambiaría el curso de la historia para siempre: los castigaron uniendo sus almas, con la intención de que no hubiera más guerras, pero, claro, eso no fue recibido de buena manera. Los dragones asesinaron a los humanos con los que debían establecer un vínculo, rompiendo el pacto que, en aquel entonces, se había convertido en uno de los más sagrados que existía: lealtad.

Con el pasar de los años, no les quedó más opción que aceptar el destino. Para los dragones, aquello se volvió una maldición, pues estaban obligados a soportar a la especie que más odiaban en el vasto universo. En cambio, los humanos elementales lo veían como una victoria absoluta, convencidos de que habían doblegado a las bestias.

—Princesa Cathanna D’Allessandre —dijo una voz masculina a mis espaldas, con un tono sarcástico—. Es un placer verte por estos lares, sin la compañía de tus grandes guardias.

—¿No deberías estar en la academia, hermano? —Giré el rostro rápido hacia él, dibujando una media sonrisa.

—No te enamores de mi presencia. Solo estaré aquí unas semanas —respondió, sentándose a mi lado—. ¿Qué haces aquí sola? Podría ser muy peligroso para ti. No falta que salgan duendecillos.

Era mi hermano mayor, Calen. A pesar de tener los mismos padres, éramos completamente distintos. Sus ojos no eran grises como los míos, sino rojos, como el fuego que podía controlar con mucha facilidad. Y su cabello... bueno, cuando todavía lo tenía, era liso y tan rojo como una llama viva. Al menos compartíamos la misma altura: un metro ochenta. Aunque, a veces, creía que yo era más alta.

—No deseaba estar en ninguna otra parte —respondí, dejando escapar un suspiro de mis labios—. Tengo muchas cosas en la mente.

—¿Siguen con eso de casarte con el hijo del magistrado? —Sus ojos fueron a parar en mi rostro—. Pensé que era un chiste.

—Sí. —Torcí los labios, mirando al frente, donde se encontraba su destino. Nunca logré entender cómo fue que se empezaron a llevar tan bien, si ambos eran igual de insoportables—. Pero no todo es tan malo, hermano. Considero que es una buena oportunidad casarme con la familia del magistrado de delitos civiles. Tendré beneficios.

—Sería una mejor oportunidad casarte con el hijo del magistrado de Guerra. —Sonrió, mostrando los dientes. Siempre que podía, me hablaba de los hijos de los poderosos, como si deseara que me casara con todos ellos—. Lo conozco desde hace varios años. Ese hombre sí que es bueno. Tendrías el respeto de todo Valtheria.

—Elector no es conocido por ser muy amable, así que, si sus hijos son como él, no me interesa conocerlos. —Solté una carcajada—. ¿Y desde cuándo te gustan los hombres? Me dejas muy sorprendida.

—Jamás me gustarían. Solo digo lo evidente.

—Sí, ajá... —Alcé una ceja, mientras mis labios se torcían en una sonrisa—. Entonces estás obsesionado con emparejarme con uno de ellos. Pero, por alguna razón extraña, pareciera que los amas, hermano mío. No te sientas juzgado por tus preferencias.

—No seas tonta, Cathanna. —Me empujó con suavidad—. No quiero verte arrastrándote entre pobres diablos sin apellido. Mereces algo mejor. Mereces hombres con el mismo poder que tú. ¿Acaso es malo querer lo mejor para mi hermana menor?

—Exageras. Orpheus tiene un buen apellido.

—Pero no es suficiente para ti.

—Nuestros padres saben lo que es mejor para mí.

—¿Y desde cuándo haces todo lo que ellos dicen?

—Solo digo lo obvio, hermano —dije, poniéndome de pie—. El joven Orpheus proviene de una buena familia. Eso me bastará para vivir bien hasta la muerte. Y aunque no lo conozco personalmente, tiene buenas referencias.

—Sigo insistiendo que hay mejores familias —declaró, llevando las manos detrás de su espalda—. Apuesto a que, si los Elector's pertenecieran a los Siems, nuestros padres hubieran hecho lo posible por emparejarte con su hijo mayor.

—En definitiva, hermano, estás demente. —Reí, volviendo mi mirada al frente donde las mariposas azules se hicieron presente—. Aquella familia podría postularse para pertenecer al sagrado Siems, aunque dudo que los acepten. No creo que tengan una gran línea de pureza como nosotros, hermano. Solo perderían el tiempo.

—Te escuchas igual de arrogante que nuestra madre, Cathanna. Tanto tiempo con esa loca mujer te está afectando más de lo que creí. —Dejó escapar una risa—. Por cierto, el baile de presentación en el castillo de Valtheria será en tres noches. ¿Nuestros padres te llevarán o te quedarás otro año encerrada en el castillo?

Apreté los labios con fuerza. El baile de presentación era uno de los eventos más importantes y esperados del año: una noche en la que los hijos e hijas de las casas nobles eran mostrados por primera vez ante la corte del imperio. Yo aún no había sido presentada ni ante el emperador ni ante nadie. Me parecía injusto, pues mi hermano Calen fue llevado al cumplir dieciséis, igual que mis primas. En cambio, a mí me mantenían oculta, como si fuera un objeto robado. Solo esperaba que esta vez mis padres decidieran llevarme y no dejarme otro año aquí.

—No lo sé, hermano. —Solté un suspiro pesado, desanimada—. Ya sabes cómo son nuestros padres. Les he rogado mucho que me presenten como su hija ante la corte, pero solo me ignoran. Tal vez se avergüencen de tener una hija, o no sé. Espero que cambien de opinión. —Forcé una sonrisa.

—No entiendo cuál es tu obsesión con querer ir a ese lugar. No es la gran cosa como suelen pintarlo, Cathanna. No te pierdes de mucho, realmente. —Se encogió de hombros.

—Quiero descubrirlo por mi cuenta, hermano. También merezco tener mis propias opiniones sobre las cosas, y no con que me digan que es malo y ya. Tal vez me guste demasiado estar ahí.

—Bueno, entonces espero que logres ir al baile de presentación. Eso sí, debes estar preparada para rechazar a los tantos hombres que querrán bailar contigo después del primer canto de los violines. —Alzó las manos en el aire, simulando un baile elegante—. Lo único bueno de esa noche, sin duda, son los músicos. —Imitó tocar un violín.

Volví a reír bajo, avanzando hacia el castillo. Calen era, sin duda, la persona más divertida que conocía —y tampoco es que conociera a muchas—. Siempre encontraba la manera de sacarme una sonrisa, lo que no era tan difícil. A veces, sonreír era lo mejor que podía hacer, porque me ayudaba a olvidar mi trágica vida.

—Por cierto, hermano. —Lo miré de reojo, dejando la risa de lado—. Nuestra madre ansía saber quién se ha robado tu corazón. Desde que se enteró por malas lenguas que te vieron con una mujer, no para de preguntarme si la conozco. Dice que su hijo querido no puede estar con cualquier... cosa que use faldas.

Calen soltó una carcajada, llevándose las manos detrás de la espalda, despreocupado.

—¿Y te ha mandado a ti para cuestionarme?

—Te equivocas. No le diré nada de lo que me digas.

—Lo único que tengo por decir es que no te metas en lo que no te incumbe, hermanita. Y dile a tu madre eso también. —Despeinó mi cabello con ambas manos—. No veo por qué debería decirles con qué mujer me acuesto, ¿o sí?

—No seas vulgar. —Rodé los ojos con fastidio—. ¿Por qué me interesaría saberlo? Aunque, pensándolo bien, no me sorprendería que la hayas metido al castillo, igual que haces con Katrione, solo para acostarte con ella. Me parece demasiado repulsivo.

—Es que tu amiga es bastante habilidosa con lo que hace, Cathanna —dijo, poniendo un brazo sobre mis hombros—. Siempre me termina chu...

—¡Cállate! —Puse la mano en su boca, interrumpiéndolo—. ¿Puedes no ser tan ordinario? —Bajé mi mano—. Que no se te olvide que hablas con tu hermana, no con uno de tus amigos sin vergüenzas.

—Ay, verdad, la inocente Cathanna —habló con una voz chillona, llena de burla—. Casi olvido lo santurrona que eres. Aún me sorprende mucho que Katrione no te haya corrompido, siendo la mujer que es. —Puso una mano en la barbilla—. Ojalá sea cuestión de tiempo. No soporto que tengas una mente tan cerrada. Por cierto, ¿quieres volar conmigo en Canto? —dijo, moviendo las cejas de arriba abajo—. Te aseguro que esta vez no amagará con dejarte caer.

La última vez que estuve sobre el lomo de un dragón fue con Canto, el destino de mi hermano, hace casi dos años, y no terminó nada bien, porque ese bendito dragón casi me asesina al intentar dejarme caer desde una gran altura. No podía decir que era cruel conmigo; de hecho, me permitía acercarme demasiado, a pesar de ser un dragón de fuego, de los más territoriales. Aun así, seguía causándome mucho nerviosismo, y claro, un miedo desenfrenado.

Calen ni siquiera me dejó responder cuando me tomó del brazo con suavidad y me arrastró de nuevo hacia la colina, donde Canto ya no se encontraba como hacía unos minutos. Dirigí la mirada a su brazo descubierto, a la cicatriz tallada en su piel. No tenía ni color ni brillo; era la marca de su destino, en forma circular que le recorría todo el brazo. La primera vez que la vi, pensé que se había lastimado.

La marca comenzó a retorcerse, moviéndose de un lado al otro, dando la impresión de muchos alacranes caminando bajo su piel. Siempre me había parecido asombroso cómo funcionaban los vínculos: el dragón habitaba dentro del cuerpo de su humano para estar juntos en todo momento, y cuando salía —como lo hizo Canto, con un destello rojo— la marca simplemente desaparecía por completo, como si nunca hubiera estado grabada en carne humana.

Me gustaban demasiado los dragones, pero no cuando no tenía un vínculo con ellos. Canto soltó un rugido tan poderoso que me hizo tapar los oídos con fuerza. Miré a Calen, quien sacó lo que al principio parecía una bolita pequeña, pero enseguida creció hasta alcanzar el tamaño de una cabeza promedio. Comenzó a colocármelo con cuidado, diciéndome cosas que no entendía por qué sus movimientos se volvieron bruscos. Le di un manotazo junto con una mala mirada.

Después sacó otro casco e imitó lo mismo consigo mismo. Me tomó de la mano otra vez y fuimos hacia Canto. Sujeté los bordes de mi vestido y me dejé caer con cuidado sobre la cola escamosa del animal, que luego me acomodó en su arnés naranja, el cual tenía dos puestos. Calen iba adelante y yo atrás. Dijo que había puesto dos asientos porque nunca se sabía cuándo estaría acompañado.

Otra vez no pude decir nada por qué Canto se elevó rápidamente hacia el cielo. Cerré los ojos con fuerza, aunque el viento solo golpeaba el casco. Me aferré al traje negro de mi hermano con las manos temblorosas. En serio, odiaba tanto las benditas alturas.

—¡Ya bájame de aquí, Calen! —le grité por el monitor del casco, que nos permitía comunicarnos claramente sin el aire estorbando.

—¡Disfruta la sensación! —me dijo, entre risas.

Al llegar al castillo, después de casi una hora de vuelo, nos escabullimos con cuidado hacia el pasillo de las habitaciones, en el quinto piso. Nos despedimos con un gesto rápido y cada uno entró en la suya. Me cambié de ropa y salí de la habitación nuevamente. No tenía nada de sueño, por lo que decidí que era buena idea ir a la torre de astronomía, donde podía ver la luna y las estrellas de cerca, ya que estaba hechizada para permitirlo.

Sin embargo, justo cuando iba a bajar las escaleras, unas voces histéricas llamaron mi atención. Venían de la habitación de al lado, que solo se usaba por los mayores del castillo. Siempre estaba protegida por una runa silenciadora, pero al parecer, se les olvidó ponerla esta noche. Aunque no quería ser chismosa, pegué mi oreja.

—Cathanna merece saber toda la verdad de esto, Annelisa. —Escuché la voz enojada de mi abuela, más fuerte que nunca, cerca de la puerta—. Tiene la capacidad mental para entender lo que está por venir a su vida. No puedes mentirle para siempre. ¿No lo entiendes?

—Solo quiero evitar que ella pase por el mismo tormento que pasé yo a su edad —dijo mi madre, con el mismo tono enojado—. Sé que no puedo decidir por Cathanna, lo sé muy bien... pero es mi hija, y quiero lo mejor para su vida. No me importa ocultarle esto para siempre, si con eso evito el dolor que a mí casi me destruye.

—¿No decirle sobre la maldición es lo mejor para su vida, Annelisa? —Intervino una tercera voz que no pude reconocer. Era un hombre, eso sí, pero ¿quién? Tenía un intenso olor a hierro, que contrastaba con el ligero aroma a flores de mi madre y la de leña recién cortada de mi abuela—. ¿Nunca le dirás que es posible que sueñe con esa mujer en particular, como todas las mujeres nacidas con el apellido Doreal? Tienes que decirle la verdad. Y más aún: tienes que sacarla de este imperio. Su vida está en mucho peligro.

Sentí un fuerte escalofrío recorrer toda mi espalda. Algo dentro de mi cabeza me gritaba que esa conversación no debía escucharla, pero mis pies no se movían del suelo.

—¿Y a qué lugar debería enviarla? —respondió mi madre, aún más furiosa. Las pocas veces que la había escuchado con ese tono, era cuando yo hacía algo que debía ser reprendido—. Por si lo has olvidado, Valtheria es enemiga de casi todos los reinos del continente. Ninguno aceptaría a una hija de la corona en su tierra, como si nada, director Sir Eris. Debe haber otra cosa que no sea tan arriesgada.

—No tienen por qué saber quién es Cathanna.

—¿Infiltrar a mi hija? —Su voz salió incrédula—. ¿Estás loco, acaso? No voy a cometer semejante estupidez. Además, Cathanna ya es de un hombre. No puedo simplemente llevarla lejos cuando, en unos meses, tendrá que asumir sus responsabilidades como mujer.

Contuve la respiración por un momento, con los ojos borrosos. Mi corazón latía con una fuerza sobrehumana, tanto que sentía que podía delatarme en cualquier segundo. Aunque quisiera con todas las fuerzas de mi alma, no podía entender de que estaban hablando.

—No puedes seguir con esto —continuó la voz del hombre, más baja—. Tu hija nació bajo la luna roja, esa que arrastra maldiciones desde antes de que este imperio tuviera nombre. Debes actuar rápido, porque si ellas se encuentran... este imperio se va a la mierda. ¿Eso es lo que quieres? ¿Ver tu hogar reducido a cenizas por las rebeldes? Cathanna ya no es una niña. Deja de tratarla como una. Es hora de verla como lo que es: una mujer... y una amenaza para Valtheria.

—¡No me digas cómo criar a mi hija! —gritó mi madre—. No sabes lo que he tenido que hacer para protegerla. No sabes lo que me costó mantenerla viva. ¡Ninguno sabe nada de Cathanna!

—¿Y de qué te va a servir todo eso cuando las rebeldes la encuentren? —escupió él—. ¡La van a matar después de robar su sangre! Tu protección será en vano, Annelisa, por los dioses.

Mi cuerpo se congeló en un segundo.

¿Matarme?

¿Robar mi sangre?

Pero... ¿Quiénes eran las rebeldes?

Mi madre... ¿Me estaba protegiendo de algo?

¿Y nadie pensó, en ningún momento, contármelo?

—¡No permitiré que la toquen! —vociferó mi madre con una furia que me hizo estremecer—. ¡Juro por los dioses que nadie le pondrá una sola mano encima!

—¿Y qué vas a hacer, Annelisa? —replicó el hombre—. Cuando empiece a ver lo que ninguna otra puede ver. Cuando los sueños se conviertan en visiones, y las visiones en poder. ¿Vas a mentirle también sobre eso? ¿O la vas a encerrar como hicieron contigo, cuando pensaron que tú eras la última descendiente?

—Si eso la mantiene viva... entonces sí. Lo haré.

Llevé la mano al picaporte, lista para entrar, enfrentarlos y exigirles la verdad. Pero mis pies no se movían. Era como si el suelo me hubiese atrapado, como si mi cuerpo supiera algo que mi mente aún no procesaba. ¿Soy parte de una... maldición?

—Haz lo que creas conveniente, Annelisa —dijo finalmente mi abuela—. Pero escúchame bien... no permitas que se encuentren.

—Cathanna estará a salvo. Confíen en mi palabra.

Alejé la mano del picaporte y me apresuré hacia la torre de astronomía. Solté un suspiro pesado, pasando una mano por mi rostro con frustración. Quería convencerme de que todo lo que había escuchado no era más que producto de mi mente cansada, que nada de eso era real, que yo, Cathanna D'Allessandre, hija de Vermon y Annelisa D'Allessandre formaba parte de una maldición absurda. Era gracioso, incluso ridículo pensarlo.

Me acerqué a la barandilla, desde donde podía ver las estrellas, casi tocarlas y sentir el calor que parecían desprender. Me quedé varios minutos en esa posición, intentando olvidar esas palabras, pero me resultaba demasiado difícil. Entonces sentí una presencia detrás de mí y me giré de inmediato, descubriendo que era mi madre, todavía envuelta en aquel vestido majestuoso, tejido con hilos de oro y la tela más fina del imperio. Me regaló una sonrisa mientras se acercaba a mí con esa elegancia que siempre la diferenciaba de las demás.

—Te busqué en tu habitación. Por supuesto, no estabas —dijo con sequedad, colocándose a mi lado—. Solo quería informarte que tu padre ha decidido llevarte al baile de presentación. Los vestidos llegarán mañana en la mañana, junto con varios pares de zapatos. Fueron diseñados por Lady Danely, nuestra mejor costurera en todo Valtheria. Son bellísimos, hija. Sé que te encantarán.

—¿En serio, madre? —No pude evitar mi emoción—. ¿Por fin conoceré el palacio de Valtheria? —Cubrí mi boca con ambas manos.

—Por supuesto, querida. —Una nueva sonrisa apareció en la comisura de sus labios—. Ya es momento de que el emperador conozca a la hija de su más fiel concejero.

—Gracias madre. —Le hice una reverencia, con una gran sonrisa en el rostro—. Aprecio mucho que me hayan considerado para esta ocasión. No los decepcionaré. Lo prometo.

—Indudablemente que no lo harás. —Llevó su mano a mi mejilla, analizando mi rostro, sin borrar la sonrisa de su rostro—. Tienes una belleza demasiado envidiable. Y tus ojos son preciosos. Como dos cristales. Apuesto a que serás la envidia de la noche.

Sonreí.

—¿De verdad crees eso? —pregunté, sintiendo mis mejillas arder. Pocas veces, la mujer frente a mí me decía comentarios tan lindos como ahora. Siempre eran pasivos, pero llenos de agresividad—. Considero que existen mujeres mucho más bellas que yo, madre.

—Créeme, Cathanna. —Alejó su mano de mí y se posicionó a mi lado—. Tu belleza no es de este mundo. Puede haber miles de mujeres con un rostro atractivo, pero jamás tendrán tu encanto.

No era la primera vez que me decían algo como eso. Desde niña, las pocas personas que me observaban mencionaban que mi belleza era inigualable. Nunca lo cuestioné, pues sabía lo que tenía, pero que mi madre me lo dijera se sentía distinto; me costaba creer que, ante sus ojos, yo fuera la mujer más hermosa.

—Es un gusto ser vista de esa manera, madre. —Volví a hacer una reverencia, conteniendo las ganas para soltar, gritando.

—Ve a descansar, Cathanna —dijo, dándose media vuelta—. Necesito que estés radiante para el baile en tres noches. No puedes tener ojeras por tener un pésimo horario de sueño. A la cama. Ya.

—Sí, madre.

Llegué a mi habitación casi saltando de la felicidad que sentía en ese momento, que incluso lo que había escuchado sobre esa extraña maldición pasó a segundo plano. Me detuve en el centro, imaginándome en el castillo, bailando al compás de los violines mientras las luces se apagaban poco a poco. Di un salto, soltando un chillido agudo y luego comencé a bailar con los brazos extendidos hasta cansarme. Me dejé caer en la cama, mirando al techo, con una sonrisa tan grande que comenzaba a dolerme, pero no importaba.

—Al fin iré al baile de presentación.

Me levanté rápido, salí y fui a la puerta de la habitación de Calen. Puse la mano en el picaporte y lo giré, notando de inmediato que no tenía seguro. Me encogí de hombros y empujé la puerta. Mis ojos se abrieron de golpe al hallarme con mi mejor amiga Katrione ahí dentro, completamente desnuda sobre mi hermano, cuyas manos agarraban su cintura con fuerza. Me quedé estática, encontrándome con esos dos pares de ojos que no parecían nada incómodos, a diferencia de mí. Retrocedí y cerré la puerta de golpe. Sentí las arcadas subirme por la garganta. Tomé aire y corrí hasta mi habitación.

—Dioses, Calen —susurró, aun con los ojos bien abiertos.

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Comments

Rubí Jane

Rubí Jane

me encantan las protagonistas altas 🤭

2025-10-08

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Rubí Jane

Rubí Jane

amooi

2025-10-08

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