02 del Mes de Maerythys, Diosa del Agua
Día de la Tierra Quieta, Ciclo III
Año del Fénix Dorado 113 del Imperio de Valtheria
CATHANNA
Abrí los ojos de golpe, apenas unos segundos antes de que Celanina me tocara el hombro. Me levanté de inmediato con una sonrisa amplia y me dirigí al baño, donde la tina ya me esperaba lista. Me despojé del pijama y me sumergí en el agua tibia con aroma a canela, relajando mis músculos. Aún no podía creer que mis padres habían aceptado llevarme al baile de presentación.
Minutos después, me senté frente al espejo del tocador, envuelta en una bata de seda negra. El maquillaje era lo primero que realizaban en mí, con los mismos colores cálidos de siempre, el cual era hecho únicamente por Celanina, siguiendo órdenes de mi madre.
—¿Sabes a qué hora llegan los vestidos? —le pregunté, viéndola a través del espejo—. Mi madre me comunicó anoche que llegaban en la mañana de este día, pero no especificó una hora.
—No tengo mucha información sobre eso, señorita Cathanna —respondió Celanina, sin darme una mirada—. Debes tener paciencia.
Cuando ella terminó, Azlieh se puso detrás de mí, causándome nervios, y peinó mi cabello con delicadeza, dejándolo suelto y liso sobre mi espalda. Separó dos mechones desde la sien y los recogió hacia atrás, uniéndolos con un broche dorado en forma de hoja, atravesado por dos pequeños palillos metálicos que sacó de uno de los cajones donde se encontraban muchas de mis joyas. Después colocó una tiara del mismo color en mi cabeza, decorada con flores.
—De pie, señorita Cathanna —pidió Celanina, dándome el primer intento de sonrisa de la mañana—. Te pondremos el vestido.
Me puse de pie rápido y me quité la bata, quedando en ropa interior. Intenté forzar una mirada tranquila al sentir el corsé marrón ajustarse a mi cuerpo con demasiada fuerza, elevando mis senos, y las mangas bordadas con hilos dorados en mis brazos. La falda caía hasta el suelo en pliegues refinados, y una tela de seda más clara decorada con motivos dorados recorría el centro hasta abajo. Por último, colocaron la capa del mismo color que la falda sobre mis hombros y la sujetaron con un broche negro alrededor de mi cuello.
Me paré frente a todas ellas e hice una reverencia de agradecimiento, aunque sabía que no debía hacerlo, pues mis padres —y sobre todo mi tan querido abuelo— me habían repetido incansables veces desde la infancia que solo debía inclinarme ante quienes estuvieran a mi altura, o incluso, por encima de mí. Aun así, no podía ser tan grosera con las mujeres que me ayudaban cada día a mantener esta apariencia hermosa ante los ojos ajenos.
Salí de la habitación en compañía de Celanina, rumbo al comedor, donde la mesa estaba repleta de comidas exquisitas. Anhelaba con todo mi ser poder probar más de lo que me estaba permitido. Sin embargo, mi madre solía decir que una mujer se vendía por cómo se veía, y que todas debíamos ser delgadas hasta los huesos si queríamos ser consideradas bellas ante los ojos del mundo. No la cuestionaba, pero tampoco compartía esa forma de pensar tan cruel. Aun así, me limitaba a comer solo lo que ella autorizaba, aunque terminara con hambre. Sabía también que, si comía más, terminaría vomitándolo todo, porque mi cuerpo ya se había acostumbrado a una única forma de alimentarse, y simplemente no me atrevía a forzarlo.
—Buen día a todos —dije, formando una reverencia obligatoria. Luego me acerqué a mi abuelo, quien se encontraba sentado, mirando a todos con su habitual rostro de seriedad y dejé un beso en ambas mejillas, como cada mañana—. Buen día, abuelo.
No saludar adecuadamente a mi familia con una reverencia podía ser pasado por alto, pero omitir el beso en las mejillas a mi padre o a mi abuelo era considerado una falta gravísima de respeto. Recuerdo que la única vez que olvidé hacerlo con mi abuelo, me llevaron al templo que se encontraba en las mazmorras del castillo, que rendía culto a nuestros dioses, y me obligaron a arrodillarme y pedir perdón por mi desobediencia toda la noche, sin tener derecho a tomar agua, ni nada. No era una experiencia que quisiera repetir.
—Siéntate ya a comer.
—Enseguida, abuelo.
El tiempo pasó con la monotonía usual, hasta que finalmente los vestidos fueron traídos por los trabajadores de Lady Danely. La emoción me recorrió por dentro y, sin poder contenerlo, dejé escapar un pequeño grito de alegría, ganándome la mirada severa de mi tío Bejemin desde el gran sofá, donde hojeaba el periódico con un gesto serio. Me tranquilicé, pero por dentro seguía saltando como una niña.
Fui rápido a mi habitación acompañada por Celanina, y tomé asiento en el sofá, esperando con paciencia mientras las muchachas se alineaban frente a mí, cada una sosteniendo un vestido distinto.
El primero era de un rojo fuerte, sencillo y sin mangas; elegante, aunque demasiado simple para el baile de presentación. El siguiente era blanco, con hilos plateados en la falda, el cual descarté enseguida; no iba al palacio para casarme con nadie. Luego vi uno amarillo muy brillante. Odiaba el amarillo con mi alma. Había uno negro que me llamó la atención por un momento, pero lo pensé bien y negué. Demasiado negro para lo que buscaban de mí esa noche.
No pude evitar pensar en el peculiar gusto de mi madre; creía que me conocía, aunque fuera un poco, pero estaba completamente equivocada. Solté un suspiro pesado y dejé caer mi espalda contra el sofá, sintiendo como el aburrimiento me gobernaba. Justo cuando estaba a punto de rendirme, un diseño llamó mi atención y me dejó sin aliento: era demasiado brillante, hecho de cristales pequeños.
—Me quedo con este —murmuré, casi sin aliento, mientras sentía que mis manos temblaban de emoción al acercarme al vestido—. Es verdaderamente hermoso.
—Maravillosa idea —indicó Celanina, sonriendo.
Volví a sonreír, llevando un dedo a mi boca. Las muchachas se llevaron los otros vestidos, dejándome con el que había elegido. Celanina lo guardó en una bolsa de plástico grande antes de colocarlo en el clóset, junto con los zapatos, que no me permitió ver ni por error. Tampoco me interesaba; lo único importante era el vestido, y ya lo tenía en mi poder.
Salí emocionada de mi habitación en busca de mi madre. Siempre tardaba varios minutos en encontrarla, porque el castillo era enorme y, aunque lo deseara, no tenía permitido correr. Subí hasta el sexto nivel y avancé rápido hacia la habitación que usaba para leer. Empujé la puerta con cuidado, y ahí estaba ella: recostada en el sofá frente a la ventana, con un libro abierto entre las manos.
—Madre, qué alegría encontrarte —dije, inclinando la cabeza respetuosamente antes de cerrar la puerta detrás de mí—. Ya han llegado los vestidos y debo admitir que ninguno me emocionó al principio. Sin embargo, uno en particular logró cautivarme. Es como si fueran cristales, madre. Es simplemente mágico.
—Lo mejor para mi hija —habló ella, dejando el libro en su regazo—. Ven, siéntate aquí.
Asentí y me acerqué.
—Recuerda, mi querida hija —indicó mientras acariciaba suavemente mi rostro—, el baile es el acontecimiento más importante en todo el imperio. Las familias más influyentes asistirán junto a sus hijos, y tu tarea es cautivar a cada uno de ellos, hasta despertar el deseo de que formes parte de sus linajes. —Tomó mis manos y me dio un apretón leve—. Sin embargo, deben saber que eso nunca sucederá: ya estás prometida a un hombre, y aunque muchos te anhelen, nunca les concederás ese privilegio tan codiciado de tenerte.
—Siempre rechazar las propuestas —dije, viéndola a los ojos con una gran sonrisa, conteniendo la respiración—. Ten por seguro que lo haré, madre. No te decepcionaré nunca en la vida.
—Espero que así sea, Cathanna.
—¿Puedo… preguntarte algo, madre? —Dejé escapar el aire de forma lenta—. Es sobre… —Las palabras se quedaron atrapadas en mi garganta—. Sobre… no lo sé, madre. Me siento extraña, desde hace mucho tiempo, por cómo funciona mi mente. No sé si estoy loca o si todo es real. Y... —Negué con la cabeza—. Mejor olvídalo… —Sonreí.
Quería preguntarle sobre lo que escuché anoche, sobre que yo hacía parte de una ridícula maldición, pero no me atreví. No podía hacerlo, cuando no quería saber la verdad de nada. Solo me quedaba la opción de creer que era producto de mi mente, y que realmente esas palabras nunca llegaron a mis oídos. Porque, qué demonios lo demás.
—¿Estás segura? —Puso su mano en mi cabello y me dio pequeñas caricias que me estremecieron—. Soy tu madre, Cathanna. Puedes decirme lo que quieras. Te escucharé.
—No es nada, madre. No me hagas caso.
El tiempo pasó rápido, y yo no podía contener la emoción que sentía en mi pecho. Tomé los brazos de las muchachas para apoyarme y comencé a ponerme las zapatillas de cristal que combinaban con el vestido. La tela lila se había acomodado con una facilidad casi mágica a mi cuerpo, y el escote simulaba la forma de una llama, mientras que los hombros quedaron apenas cubiertos por una malla transparente salpicada de cristales de colores. Pasé la mano por mi cabello suelto en ondas suaves sobre mi espalda, también con pequeños cristales.
—Definitivamente, te ves hermosa, señorita Cathanna —dijo Celanina, viéndome de arriba abajo, con una sonrisa grande.
—El vestido hace su trabajo —respondí, bajando la mirada.
—No hay que darle todo el crédito al vestido —intervino Azlieh, limpiando mis zapatos con un pañuelo—. Usted es hermosa, señorita Cathanna. Créame que, con o sin el vestido, seguiría viéndose igual que en este momento. —Me regaló una sonrisa.
Mi corazón se detuvo por un instante.
¿De verdad ella creía eso?
—Les agradezco por sus palabras. —Hice una reverencia temblorosa por la mirada de Azlieh en mí.
Pocos minutos después, llegué a la entrada principal del castillo, cuyas puertas se encontraban abiertas, dejando ver el carruaje dorado, con dos caballos blancos al frente y dos guardias serios sobre sus lomos. Mi madre ya se encontraba dentro, así que me apresuré a subir con ayuda de uno de los guardias.
Uní las manos y, conteniendo la respiración por la mezcla de sentimientos en mi interior, cerré los ojos justo cuando el carruaje inició su marcha, avanzando lentamente hacia las rejas del castillo, a varios minutos de la entrada principal.
—¿Sigues sin saber quién es la novia de tu hermano? —Su voz aterciopelada me sacó de mis pensamientos.
—No sabría responder, madre. —Me acomodé sobre el respaldo del carruaje—. Calen no es muy expresivo con su sentir.
—Pensé que tenían mucha confianza para decirse ese tipo de cosas. —Me miró con severidad.
—La tenemos, madre. —Suspiré pesadamente, tratando de mantener la calma—. Sin embargo, él valora mucho su privacidad. No siempre me comparte lo que ocurre en su vida. Además, casi no coincidimos como quisiera; las cartas que nos enviamos rara vez llegan a tiempo, y cuando está en casa, prefiere quedarse en su habitación. No puedo hacer mucho para cambiar eso.
—Eres su hermana. Es tu obligación, Cathanna, saber lo que ocurre en la vida de tu hermano. No importa si es bueno o malo. No podemos permitir que Calen caiga en manos de cualquier mujer. Sería un escándalo total. La alta sociedad nos vería como ropa vieja y desechada. Debe estar con una joven refinada, de clase, y lo más importante, de una familia a la altura de la nuestra.
—Lo siento, realmente no sé con quién está mi hermano, madre —recité, encogiéndose de hombros. Podría ser Katrione, lo que me parecía terrible, a pesar de que ella fuera mi mejor amiga, o cualquier otra mujer en Valtheria—. Sé que Calen no me lo dirá. Y está en todo su derecho. Obligarlo no puedo, aun si quisiera hacerlo.
—Mmm, solo espero que no sea como esa mujer. Todavía no logro entender que le vio Calen —dijo con desdén, arrugando la nariz como si el simple pensamiento le resultara nauseabundo—. Mi hijo, un hombre tan de buena familia con esa... cosa. Creo que esa mujer lo hechizó para que le hiciera caso. No hay otra respuesta lógica.
Ambas guardamos silencio. Levanté la mirada a la ventanilla del carruaje cuando todo se volvió oscuro de repente. Estábamos pasando por un portal, usado por la mayoría en el imperio, porque acortaba la distancia entre un lugar a otro. Salimos en pocos minutos, aterrizando en un sendero adornado con flores. Al final, se alzaba el imponente palacio de Valtheria, con sus torres gigantescas y puntiagudas que rozaban el cielo, perdiéndose en las nubes grises.
Cuando bajé del carruaje, me quedé con la boca abierta, tratando de asimilar lo que veía. Todo lo que había imaginado sobre el castillo se quedó corto con la bendita realidad. Mi madre avanzó rápido. No reaccioné hasta que ella llamó mi nombre. Agarré los bordes de mi vestido y la alcancé lo más rápido que pude.
—Cathanna, avanza junto a mí —ordenó mi madre, mirándome de reojo—. No vienes a hacer turismo. Ya tendrás tiempo para eso después. Por ahora, camina. Tienes personas que deslumbrar.
Asentí, aunque la tentación de explorar por mi cuenta era casi irresistible. Sin embargo, la seriedad en su rostro me recordó que esa noche no era para juegos. Y por supuesto que no lo era. Estaba en el palacio más importante de todo el imperio, por no decir del continente, en el baile de presentación, que llevaba realizándose desde hacía muchísimas eras. Simplemente fabuloso y no quería arruinarlo.
Avanzamos por un pasillo repleto de imponentes estatuas de mujeres abrazando sus cabellos, hasta llegar a una gran puerta doble, decorada con relieves de dragones y lunas crecientes, custodiada por dos guardias de rostro serios. Poco a poco, el lugar comenzó a llenarse de más personas; muchas saludaron a mi madre, mientras yo me distraía contemplando la majestuosidad de las esculturas.
Al cabo de unos minutos, los guardias tomaron los picaportes y abrieron las puertas lentamente. Sentía el corazón retumbando en mi pecho, como si en cualquier momento fuera a escapar de mi cuerpo. Mi madre me tomó de la mano y me acomodó detrás de una joven, antes de alejarse escaleras abajo junto a otros familiares.
—¿Y esta es tu primera presentación?
Fruncí el ceño, girando un poco la cabeza. Quien me habló, fue una chica de mirada inocente y unos ojos peculiarmente extraños de color miel. Quise reír, no por ella, sino por la estupidez que había salido de su boca, pero me contuve, cubriéndome la mía con la mano.
—¿Acaso puede haber más de una? —pregunté curvando una ceja—. No estaba al tanto de eso. Me parece increíble.
—Oh, claro. —Soltó una risa suave, moviendo sus manos—. Por supuesto que es tu primera presentación; de no ser así, no estarías aquí. No sé cómo se me ocurrió preguntar algo tan absurdo. Disculpa mi torpeza, es que estoy demasiado nerviosa de estar en este lugar.
Sonreí y volví la vista al frente justo cuando anunciaban a la primera persona ante la corte y, por supuesto, frente al mismísimo emperador. Respiré hondo, avanzando un paso cuando la segunda persona salió de la fila. Yo ocupaba el quinto lugar, así que sentía la presión acercándose con cada segundo que pasaba.
Cuando llegó mi turno, tomé aire de nuevo y avancé con cuidado de no tropezar con el largo del vestido. Sentí todas las miradas clavarse en mí, pero a mí solo me interesaba una. Busqué entre los tantos hombres que se encontraban sentados en la mesa del consejo, junto al trono del emperador. Lo encontré pocos segundos después, observándome con una expresión calculadora, como si quisiera asegurarse de que nada saliera mal esta noche.
Mis manos temblaron sobre el vestido, pero logré esbozar una sonrisa digna, mirando al frente, viendo a las personas.
—Ante la corte, y en presencia de su majestad, el emperador Deyaniro Vincenty Valeronk, soberano del imperio de Valtheria —comenzó el heraldo, con una voz tan fría que me estremeció toda, leyendo el papel en sus manos—, presento a Cathanna Annelisa Ivelle D'Allessandre Doreal, hija del honorable consejero real Vermon Lee D'Allessandre Finlaouth, perteneciente a la santísima línea D'Allessandre, la cual, por incontables generaciones, ha servido con fidelidad al trono de Valtheria. Sea bien recibida entre nosotros.
Incliné la cabeza, mostrando respeto ante todas las miradas que se posaron en mí. Cuando volví a alzarla, el heraldo me indicó que tomara mi lugar entre los demás presentados, en una larga mesa de cristal situada frente a la corte. Todas las sillas estaban dispuestas de cara a ellos, pues dar la espalda era considerado una falta de respeto.
Descendí las escaleras con calma, mientras los murmullos llegaban a mis oídos. No me incomodaban; en realidad disfrutaba de la atención, aunque en ese momento, los nervios me estaban apretando el pecho con fuerza, y temía cometer algún error que pusiera en vergüenza a mi linaje. Para mi suerte, todo salió bien.
Me senté con la vista fija en la corte, que observaba atenta la mesa de los presentados. Recorrí uno a uno sus rostros hasta detenerme en el hombre sentado a la derecha del emperador Deyaniro: el primogénito y futuro dueño de la corona en un par de años, si es que el emperador no moría antes.
Cuando la presentación terminó, el emperador se levantó para dar unas palabras, pero no les presté atención; estaba demasiado pendiente de su hijo. Había algo en él que me atrapaba. Tal vez eran sus ojos, tan negros como la noche, o su cabello largo, recogido en una coleta alta. Quizás era su mirada, intimidante y atractiva al mismo tiempo. O quizá era solo el hecho de que era un príncipe heredero.
¿A quién no le parecía atractivo un posible emperador?
—El príncipe no deja de verte —me dijo la chica que me había hablado cuando estábamos en la fila, con una risita cómplice—. Eres la única que ha capturado su atención. Debes estar feliz.
—No es el único hombre que me ha mirado esta noche —dije, alzando la copa de vino—. Pero no puedo evitar sentirme halagada por su atención. No creo que tardemos en tener alguna interacción. —Moví la comisura de mis labios hacia arriba, formando una sonrisa—. Al fin y al cabo, mi padre trabaja codo a codo con el suyo.
—Tienes un ego exuberante —agregó una chica que se encontraba al lado de ella, con una sonrisa que percibí como altanera—. ¿No conoces acaso la palabra humildad?
—¿Y por qué tendría que conocerla? —ataqué, arqueando de nuevo una ceja—. ¿Acaso mi linaje exige saber la definición de esa palabra? No lo creo. Mejor se lo dejo a personas como tú. O, mejor aún, tal vez deberías aprender a no entrometerte en conversaciones ajenas. Te vendría muy bien. —Volví la mirada al frente, bufando.
—Eres una altanera desagradable —escupió ella.
—¿Algo más que quieras añadir a esta conversación? —repliqué, sin siquiera mirarla—. Tal vez pueda tomarlas en cuenta.
El baile no tardó en comenzar. Todos nos levantamos y nos dirigimos al centro de la pista, bajo la mirada de la corte y nuestras familias. Los movimientos que daríamos bajo los violines se nos enseñaban desde la infancia, para evitar errores al momento de ejecutarlo frente a todos. Me puse frente a mi pareja: un hombre de piel bronceada y un rostro que parecía tallado por las mismísimas manos de Yvelis, la diosa del amor, la obsesión y la belleza.
—Linda mujer —dijo él, viéndome con una sonrisa que dejaba ver sus dientes algo torcidos. Entrecerré los ojos, algo asqueada—. Es un gusto poder conocer a la más famosa de los D'Allessandre.
—No sabía que era famosa. —Forcé una sonrisa.
—Claro que lo es, señorita. Quienes tuvieron el placer de conocerla aseguran que usted es la mujer más hermosa que los ojos humanos puedan contemplar, y ahora puedo jurar que no han exagerado. Dígame... ¿Dónde se había ocultado todo este tiempo, negándome el privilegio de admirar su rostro?
—Estuve encerrada en un castillo —respondí con una sonrisa delicada, conteniendo la carcajada que amenazaba con escaparse—. Muy protegida, al parecer, de este tipo de comentarios tan... rebuscados. No digo que estén mal, pero no sé qué esperas que haga con algo así. ¿Qué me emocione mucho y termine rendida a tus pies?
—Mujer difícil, ¿eh? —habló él con una sonrisa ladeada, mirándome como si acabara de encontrar un reto que le fascinaba—. Me gustan así... como tú: difíciles de cautivar con simples palabras.
—Fingiré que no escuche eso.
Tomé aire y entrelacé mis manos con las suyas. El canto de los violines comenzó a sonar lentamente, y sentí cómo mi corazón saltaba de alegría. No era por bailar con aquel hombre —eso era lo de menos—, sino por la pura felicidad de escuchar la música por primera vez en la vida. Di un giro elegante, luego incliné la cabeza al compás de mi pareja y volvimos a girar sobre nuestros pies. Unimos nuevamente nuestras manos y avanzamos en círculo.
Un fuerte olor a hierbas y frutos secos se me metió por la nariz, causando un fuerte ardor que me mareó por un segundo. Traté de ignorarlo, continuando el baile. Sin embargo, con el pasar de los segundos, el aroma se intensificó, al punto que las náuseas se acomodaron con facilidad en mi estómago, y al mirar uno de los cuadros colgados en la pared detrás del trono, noté cómo una sombra se movía con rapidez. Fruncí el ceño y volví la mirada a mi pareja, convencida de que solo era una ilusión de mi mente. Pero, entonces, el aroma de Azlieh inundó mi cabeza. ¿Por qué olía a Azlieh?
Debía tratarse de esa extraña fascinación que sentía por ella, lo que me estaba impulsando a imaginar su característico olor en todas partes. No sería la primera vez que algo como eso me sucedía, y no me desagradaba. Al contrario, amaba tenerla presente siempre.
Cuando el baile dio por terminado, me acerqué rápido a mi madre, que se encontraba en ese momento hablando con mi padre. Él me miró de arriba abajo, luego esbozó una sonrisa y me envolvió en sus brazos con fuerza, sin llegar a lastimarme. No lo había visto desde hacía un par de semanas, por lo que me sentía algo feliz de volver a sentir su calor contra mí. Cerré los ojos, después me separé, viéndolo.
—Padre, estoy muy feliz de verte. —Sonreí.
—Mira lo hermosa que estás, Cathanna —dijo, tomando mi mano y levantándola suavemente para hacerme girar—. No imaginas lo feliz que me hace tener una hija tan bella como tú. —Acarició mi mejilla—. Ven, te presentaré personalmente ante nuestro emperador.
—Mi Cathanna, recuerda sonreír —pidió mi madre, poniendo mis hombros más rectos—. En todo momento.
Asentí con una sonrisa amplia en el rostro. Caminé detrás de él, con el pecho subiendo y bajando al compás de mis nervios. La emperatriz se encontraba sentada a la izquierda, el emperador en el centro, con una mirada calculadora, el príncipe heredero a su derecha y, a su lado, el resto de los príncipes. Me incliné levemente con los labios en una línea, sintiendo todas sus miradas puestas en mí.
—Su majestad —dijo mi padre, inclinando sutilmente la cabeza ante el emperador—, tengo el honor de presentarle personalmente a mi única hembra, Cathanna D’Allessandre.
La sonrisa en mi rostro se desvaneció lentamente al escucharlo decir aquello. Lo miré de reojo, esperando que corrigiera sus palabras, pero no parecía tener la mínima intención de hacerlo. “Hembra”, como si yo fuera un simple animal y no su hija. Soy mujer, su única hija mujer; no debería nombrarme de esa manera tan horrible. Pero tampoco podía esperar mucho de él. A pesar de ser mi padre, seguía siendo un hombre y todos en el imperio eran igual de idiotas.
Respiré hondo, obligándome a recuperar la sonrisa antes de inclinarme ante el emperador de nuevo. Luego alcé la mirada hacia el príncipe, que no dejaba de observarme con un gesto inexpresivo. Pero, de pronto, algo detrás de él capturó mi atención: una sombra que se deslizó lentamente por la pared. Entrecerré los ojos, aunque decidí no darle demasiada importancia.
—Soy Cathanna D’Allessandre, hija del consejero D'Allessandre —dije remarcando la palabra “hija”, con una expresión tensa, fingiendo felicidad—. Es un gusto estar frente a la familia real.
—¿Cathanna... como la espada? —preguntó el príncipe, arqueando una ceja, mientras acomodaba un brazo sobre el apoyabrazos de la silla, con aires despreocupados.
—Exacto, su majestad —respondí con una sonrisa ligera, sin apartar la mirada de sus ojos negros—, solo que sin la “K”.
Los minutos transcurrieron con una lentitud casi torturante. Pedí unos momentos y me escabullí hacia el baño. Allí había una chica de cabellos blancos y unos ojos tan deslumbrantes que me parecía imposible describirlos. Llevaba un vestido sencillo, y aun así su belleza resaltaba. Ella me sonrió y salió rápido.
Me acerqué al espejo para comprobar que mi maquillaje siguiera intacto, cuando de pronto la antorcha que iluminaba el baño se apagó sin motivo, pues no había aire dentro. Me giré de golpe, entrecerrando los ojos en la penumbra. Sacudí la cabeza, intentando convencerme de que solo era un descuido, y me dispuse a salir.
Entonces sentí que algo se metía por mi cuerpo, como un veneno helado recorriéndome las venas hasta llegar a mis huesos y volverlos hielo. Me sostuve de la pared, respirando de manera errática, y en ese momento vi —vagamente— como una sombra se deslizaba lentamente por la piedra. Abrí la boca, intentando soltar algo, pero mi voz parecía estar encerrada en una caja imposible de destruir.
Salí a gran velocidad, con el miedo devorándome por dentro. No podía contar lo que había visto; solo me tacharían de loca. Incluso en un lugar donde la magia estaba impregnada en cada rincón, admitir haber visto algo moverse en las paredes era una sentencia directa de muerte. Lo llamaban brujería. Y por supuesto, solo recaía en nosotras las mujeres, pues todas las brujas eran mujeres. Los hombres podían hacer, ver, decir sin consecuencia, pero nosotras no teníamos esa bendición.
—Definitivamente, estoy volviéndome loca.
Sacudí mi cabeza, sin dejar de caminar. Busqué con la mirada a mi madre, pero no se encontraba en ningún lado, algo que me resultó extraño, pues antes de que me dirigiera al baño, ella se encontraba hablando con los miembros de la familia Aliante.
—Es acaso usted Cathanna D'Allessandre, ¿cierto? —me preguntó un hombre, con voz temblorosa. Lo miré de arriba abajo y asentí, torciendo los labios—. Soy Víctoryu, heredero del linaje Hurianel. Es un gusto estar ante ti esta noche, señorita D’Allessandre.
—Encantada, señor Hurianel—dije, uniendo mis manos en mi regazo—. ¿Puedo servirle en algo?
—Me gustaría invitarla a un baile —dijo tan rápido que me costó entenderle—. ¿Sería tan amable de aceptar?
Pretendí abrir la boca para rechazar su propuesta, pero antes de que pudiera hacerlo, él ya había tomado mi mano con atrevimiento, arrastrándome hacia la pista de baile. El impulso de apartarlo de un golpe me recorrió el cuerpo, pero sabía que eso solo llamaría la atención de la peor forma. Así que me obligué a seguirle el paso, bailando con él de manera torpe e incómoda.
Mis ojos buscaron desesperadamente a mi padre. Después de varios segundos, lo encontré conversando animadamente con los miembros del consejo. Por primera vez en mucho tiempo anhelé ese control asfixiante que solía tener sobre mí. Necesitaba que interviniera, que me apartara de este hombre con la excusa de que no debía establecer una conversación con uno. Pero ni siquiera me miraba. ¿Por qué justamente hoy decidió darme libertad?
—Posees una belleza exótica —dijo él, sacándome de mis pensamientos—. La más hermosa de la noche, sin duda.
—No es la primera vez que me lo dicen. —Sonreí, incómoda—. Pero gracias por el cumplido. Los guardaré en alguna parte.
Cuando la música cesó, me alejé tan rápido como pude de él, sin darle explicaciones. Podía sentir su pesada mirada en mi espalda, pero era lo de menos. Quería encontrar a mi madre, pero pareciera que la tierra se la hubiera tragado. ¿Dónde estaba esa mujer?
—Señorita Cathanna.
Solté un suspiro dramático y me di la vuelta, sonriendo de la forma más falsa posible, pero rápidamente la borré, no porque fuera una persona desagradable, sino porque tenía al príncipe Dorian frente a mis ojos. No había reconocido su ronca voz debido al bullicio del salón. Sentí un remolino de cosas en mi interior y retrocedí un paso. Claro que pensaba que tendríamos al menos una interacción extensa en la noche, pero no creí que sucedería tan pronto. Sin embargo, en lugar de dejar que los pensamientos me dominaran, hice una reverencia apresurada, demasiado torpe.
—Príncipe Dorian —dije con la voz temblorosa.
No es que él me pusiera de esa manera solo por la forma en la que me observaba, sino porque era un príncipe, y solo los dioses saben lo mucho que amo a los príncipes; tienen mucho poder, muchas riquezas, suficiente para comprar territorios. No digo que mi familia no sea extremadamente adinerada, solo que nunca podrá ser comparada con la de una persona ligada directamente con la realeza.
—¿Sería tan amable de concederme esta pieza? —Extendió su mano a mí—. Aunque debo aceptar que no soy el mejor bailando.
Sonreí, tomando su mano.
***¡Descarga NovelToon para disfrutar de una mejor experiencia de lectura!***
Updated 46 Episodes
Comments