Ya fuera del campus, los spirits guiaron a Luciel y Tara hasta la entrada del bosque. Las ramas se apartaban como si reconocieran su paso, revelando un sendero oculto que los condujo a un claro profundo en el corazón del bosque carmín.
Luciel se detuvo, sorprendido por el paisaje. Las hojas secas teñidas de rojo cubrían el suelo como un mar de sangre congelada en el tiempo.
—¿Dónde estamos...? —preguntó con voz baja, observando la atmósfera extraña que parecía respirar peligro.
—En lo profundo del bosque carmín. —respondió Tara sin mirar atrás—. En la zona Chikai.
—¿Chikai? —Luciel se volvió bruscamente, escudriñando los árboles a su alrededor—. ¿No era este el territorio de los ogros rojos?
—Lo era... —admitió la gata, deteniéndose un momento—. Pero hace un mes los ogros rojos y los azules empezaron a migrar más al este. Un wyrm está construyendo su nido aquí.
Luciel frunció el ceño, su instinto de cazador reaccionando de inmediato.
—¡¿Y eso no es más peligroso que los ogros?! —exclamó, con el semblante ensombrecido.
—Mira tu costado izquierdo. —dijo Tara, deteniéndose para mirarlo con cierta paciencia felina.
Luciel giró la cabeza.
—¿Te refieres a esa pelusa brillante que me ha estado siguiendo desde hace rato? —preguntó, sin darle demasiada importancia—. El abuelo la llamaba “nature spirit” o algo así, si mal no recuerdo.
—Sí. Pero no es cualquier spirit... —explicó Tara con tono serio—. Es una Medusa Lunar Kossori. Gracias a ella entraste a la universidad sin ser detectado, y ahora mismo te mantiene oculto de la vista de otros seres.
Luciel parpadeó, volviendo la mirada a la pelusa flotante que zumbaba junto a él.
—¿Una medusa...? Bueno, si tú lo dices.
—Por eso odio a los que no tienen el don de la visión espiritual. —murmuró Tara, retomando el paso por el sendero cubierto de hojas crujientes.
—No es como si me interesara ver fantasmas y cosas paranormales. —repuso Luciel, haciendo una pausa para observar el entorno antes de mirar a la gata que guiaba el camino—. Ya es bastante raro hablar con un gato...
—Vaya... qué aburrido eres. —soltó Tara con indiferencia—. No entiendo por qué Emily confía en un licántropo tan ignorante.
Luciel arqueó una ceja.
—Pues para ser su sirvienta, no pareces tomarte tu trabajo demasiado en serio.
Tara giró ligeramente la cabeza, sus ojos brillando con cierta malicia.
—¿Eso crees? —dijo con una sonrisa ladeada—. ¿Y por qué piensas que soy su sirvienta?
...***...
Una hora atrás.
Luego de verificar que nadie había notado la desaparición de Luciel en medio del caos, Emily salió de su habitación con pasos silenciosos hacia el ascensor. Al llegar, se volvió a encontrar con Ariel.
Ariel, al verla apurada, colocó la mano sobre la puerta, interrumpiendo el paso y acortando la distancia entre ambas.
—Dila y su grupo regresaron con nuestras compañeras. —la miró fijamente con un semblante grave—. Ahora están descansando, pero parece que no fueron afectadas por el miasma.
—Qué bien. —respondió Emily con indiferencia, sin mostrar ningún gesto de simpatía.
Aquella falta de emoción hizo que Ariel bajara la mano, permitiéndole entrar. Mientras Emily cruzaba el umbral, Ariel se estremeció al ver por un instante sus ojos vacíos... como si mirara sin ver.
La puerta del ascensor se cerró lentamente frente a ambas.
...****...
Ya en la entrada de Moonlight, Emily se escabulló por los callejones vacíos hasta alcanzar la calle principal, donde el pueblo latía con vida. Caminando por la vereda frente a los locales de sedería, observaba discretamente los puntos en los que solían aparecer los spirits de alto nivel: aquellos que viajaban entre los mundos solo por capricho.
Pero hoy no era un día cualquiera.
Cuatro spirits de la misma clase revoloteaban de forma inusual. Su presencia la inquietó de inmediato: uno de ellos sobrevolaba cerca de los locales de artesanía, y su mirada se clavó en ella como un cuchillo entre las costillas.
Estos seres no se parecían a los que Emily estaba acostumbrada a ver. Su aspecto era el de niños entre cuatro y nueve años, con alas de mariposa y máscaras plateadas que les cubrían solo los ojos. Vestían ropajes de terciopelo, como si pertenecieran a una corte encantada. Dos de ellos llevaban el cabello plateado con alas largas; los otros dos, castaño claro, con alas más cortas pero finamente definidas.
La belleza y extrañeza de esos spirits hicieron que Emily los mirara más de lo debido. Por precaución, desvió su camino... no quería atraer atención indebida.
—Hola, humana. —saludó una voz infantil detrás de ella.
Emily se detuvo. El tono era suave y dulce, como el de un niño de cinco años, pero su mirada azul grisáceo revelaba algo inhumano... algo que perturbaba.
—¿Has visto por aquí una caelifera cristalina? —preguntó el niño de cabello plateado—. Es como un saltamontes, pero hecho de cristal azul y con ojos de rubí.
La bruja tragó saliva, conteniendo el nerviosismo.
—No... no la he visto. —respondió con calma forzada, evitando mirar directamente a sus ojos—. Pero si es como un insecto, tal vez esté en el parque. —señaló la dirección con un dedo tembloroso.
—¿En serio? —respondió el niño con una sonrisa perturbadora que le palideció el rostro.
Emily permaneció inmóvil, sin saber cómo actuar. Finalmente, el spirit se marchó, elevándose sobre los edificios. La bruja sintió el alivio recorrerle el cuerpo... hasta que lo vio volver, acompañado por los otros tres niños.
—Mira, todavía sigue aquí. —le dijo el pequeño al más grande entre ellos.
Este último también tenía el cabello plateado, pero su porte era más maduro. Tranquilo. Al divisar a Emily aún en la acera entre dos edificios, descendió suavemente.
—Mucho gusto, humana. Somos Filii Papiliones, sirvientes de la Casa del Zorro Plateado. —dijo haciendo una reverencia elegante.
Sorprendida, Emily respondió con el mismo gesto.
—El gusto es mío. —dijo—. Y disculpen mi intromisión. —miró brevemente a los que flotaban en el aire—. Pero... ¿qué hacen spirits superiores en el mundo terrenal?
Los niños se miraron entre sí. El más joven, de cabello castaño y alas cortas, sacó un pequeño papiro envuelto en un listón dorado. Se lo entregó al mayor, quien lo desenrolló frente a la bruja.
Una luz blanca brotó del pergamino, cegándola por un instante. Cuando recuperó la vista, los niños ya no estaban.
Desconcertada, bajó la mirada a su mano izquierda. Allí, como salidos de un sueño, reposaban una pulsera plateada con una mariposa azul y una nota escrita en latín:
“La noche es majestuosa, aún sin la luna; su tenue resplandor traza el sendero hacia un reino etéreo, donde lo invisible se vuelve visible.
Quien porta la marca puede cruzar umbrales, pero debes tener cuidado, pues muchos anhelan su poder.
Att: Filii Papiliones.”
Todavía confundida por lo ocurrido, Emily guardó el papel y la pulsera en el bolsillo de su sudadera. Sin detenerse, se internó por los estrechos callejones hasta llegar a un viejo puente de piedra que cruzaba un riachuelo murmurante. Al otro lado se extendía la calle Caballeé, hogar de centauros de mirada severa y pasos resonantes.
Descendió hacia la orilla, siguiendo un sendero de tierra que serpenteaba río arriba en dirección al bosque Cross. La entrada estaba vigilada por un espíritu con forma de sapo gigante —tan imponente como un elefante—, con cuernos negros, piel reseca cubierta de musgo y un talento casi sobrenatural para mimetizarse entre las rocas del camino que conducía al Templo de los Espíritus.
—Pequeña bruja —croó el sapo, abriendo lentamente sus ojos ambarinos, con un destello de sabiduría—. Si deseas cruzar… tendrás que pagar el peaje.
—Lo sé —respondió Emily sin titubear, extrayendo un cristal rojizo de su bolsa de cuero.
El sapo ladeó la cabeza, percibiendo la energía. Abrió su enorme boca, y Emily arrojó el cristal hacia el cielo. La criatura lo atrapó con su lengua viscosa, emitiendo un sonido gutural antes de apartarse lentamente para dejarla pasar.
Del otro lado, la esperaba un camino empinado, con escaleras de piedra que se enrollaban alrededor de un antiguo árbol de caoba. En su tronco colgaba una soga deshilachada, como si marcara la entrada a un umbral olvidado por el tiempo. A medida que ascendía, Emily comenzó a escuchar voces: susurros fluidos, risas apagadas… los spirits estaban cerca.
Al llegar al templo, lo vio: peces translúcidos flotaban en el aire, nadando entre la brisa como si fuera agua.
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