—¿Amelia?
Mi voz sale rasposa, desgarrada… como si mis cuerdas vocales hubieran sobrevivido al fuego. Mis manos tiemblan, pegajosas por la mezcla de sangre y barro que me cubre hasta los codos. Estoy de rodillas, hundida en un charco rojo y espeso, mirando lo que alguna vez fue el rostro de mi amiga.
Pero lo que tengo delante ya no es Amelia.
Es otra cosa. Algo siniestro, antiguo… un demonio que jamás debió cruzar a este mundo, y que ahora habita su cuerpo como si le perteneciera.
—Vaya, vaya… ¿qué tenemos aquí? —dice la criatura con la voz de Amelia, distorsionada y burlona—. Aún respiras. Qué persistente.
Me agarra del cuello sin esfuerzo, elevándome del suelo como si fuera apenas una muñeca rota.
—¡Devuélveme a mi amiga! —grité, con cada palabra cargada de rabia y miedo. Mi voz temblaba, pero no retrocedí. Aunque sabía que podía romperme con solo apretar.
El demonio sonríe con una calma cruel.
—¿Y si me niego? —su tono es como un cuchillo acariciando la piel antes de hundirse—. ¿Qué harás tú?
El silencio me consume. No tengo respuesta. No tengo fuerzas. Mi cuerpo es un mapa de heridas: costillas fracturadas, cortes profundos, sangre que se escapa a borbotones. Estoy mareada, al borde del colapso. Pero me niego a rendirme. No después de lo que ella hizo.
Amelia ofreció su cuerpo para salvarme. Entregó su alma al demonio a cambio de que me devolvieran la mía.
Y ahora no hay retorno.
—Perdón… —murmuré, con el último hilo de aire que quedaba en mis pulmones. No lo dije para la criatura que me aprisionaba. Fue para ella. Para mi amiga. Para lo que quedaba de Amelia, si es que algo seguía allí dentro.
Le fallé. No fui valiente. No enfrenté lo que se escondía bajo la superficie del pueblo… lo que Sofía Languiz esperaba de nosotras. Lo que todos querían que Amelia fuera.
Ahora lo entiendo.
Y si el precio de mi cobardía fue su alma… entonces ese demonio tiene una deuda que aún debe saldar.
...****...
—Despierta… Despierta… ¡Emily, despierta!
Con los ojos aún nublados por lágrimas, Emily emergió del pozo de su pesadilla. Su cuerpo temblaba bajo el peso cálido de Tara, que estaba sentada sobre su pecho como si intentara mantenerla en este mundo.
—Otra pesadilla —dijo Tara en voz baja, sus ojos felinos cargados de preocupación.
Emily pasó la mano por su rostro, secando los rastros húmedos del sueño y de la culpa que aún la envolvía.
—Estoy bien… fue solo un mal sueño —respondió, con un tono más resignado que firme. Acarició el suave pelaje de Tara, buscando consuelo en su ronroneo.
Se sentó con lentitud, elevando a Tara entre sus manos como si ese pequeño gesto pudiera disolver la tensión que le apretaba el pecho.
—Pensé que estarías rondando los callejones de Elfiria.
—Lo iba a hacer —ronroneó Tara, acomodándose en sus brazos—. Pero ocurrió algo… inesperado.
—¿Algo inesperado? —Emily repitió, arqueando las cejas, justo cuando una oscura presión se instaló en la habitación como una ola densa. Su cuerpo se tensó. Sintió al instante la energía demoníaca en dirección a Brisa.
—No puede ser… —susurró, mientras dejaba a Tara en la cama y se ponía de pie rápidamente.
—El miasma de Asmodeus ha envuelto toda la universidad —dijo Tara con tono sombrío—. Ha atrapado a estudiantes, profesores… incluso a la hija del bosque.
Emily se quedó congelada en medio del cuarto. Cerró los ojos, concentrándose en percibir las presencias dentro de Brisa. Pero no pudo sentir nada. Solo un manto asfixiante de oscuridad.
—¡Maldita sea! No logro sentir otra cosa que ese miasma repugnante…
—Los spirits que rodean Brisa se mantienen alerta, esperando tu señal —murmuró Tara, preocupada.
Emily se dejó caer al borde de la cama con un suspiro frustrado. Se sentía impotente. Apenas había pasado una semana desde que se mudó a Moonlight, y justo hoy, en su único día libre, algo como esto estallaba.
—Las demás brujas también están inquietas —añadió Tara, mirando hacia la puerta justo cuando sonaron dos golpes suaves.
—Señorita Emmy —dijo la voz nerviosa de Vanesa al otro lado—. Disculpe que la moleste, pero es urgente…
Emily se puso de pie, respirando hondo para mantener la calma.
—Ya voy —respondió, abriendo la puerta.
Como esperaba, Vanesa no estaba sola. Jesica y Leyna la acompañaban, con los rostros pálidos y los ojos dilatados por el horror.
—¡Esto es terrible! —exclamó Jesica, jadeando.
—La universidad Brisa está envuelta por un miasma demoníaco —añadió Leyna, visiblemente alterada.
Emily se masajeó los ojos aún adormilados. El agotamiento se mezclaba con una furia contenida.
—Lo sé. Pero perder la cabeza no ayuda ahora —dijo con voz firme, mirando directamente a Suri, que se mantenía en silencio en medio del pasillo.
Suri intervino de inmediato:
—Habrá una reunión de emergencia en unos minutos. Prepárense y bajen al sótano. Nadie debe quedarse afuera.
—Ya escucharon —dijo Emily, cerrando la puerta sin darles tiempo a responder—. Esto apenas comienza…
...***...
Ya en la reunión, se informó sobre la extraña actividad que estaba ocurriendo en los alrededores del terreno de Brisa. Además, se hizo una lista de las brujas del aquelarre que asistieron a clases ese día.
—Solo cuatro fueron... a pesar de que la señorita Lily les pidió que no asistieran. —comentó Ariel, sentada frente a la mesa redonda, con gesto incrédulo.
—Johana tenía que entregar un informe importante. —añadió Leyna, con tono comprensivo.
—Y Paola tenía un parcial desde primera hora. —intervino Mariel, mientras entrelazaba los dedos con nerviosismo.
—Como sea... lo hecho, hecho está. —dijo Dila, soltando un suspiro cargado de molestia—. No podemos hacer nada por ahora. El miasma de un demonio es demasiado peligroso.
—Concuerdo contigo. —dijo Emily desde dos sillas más allá. Permanecía callada, esperando el informe de los espíritus que patrullaban los alrededores de la universidad—. Además, quizás no sea necesario que actuemos.
—¿Y eso a qué viene? —preguntó Ariel, frunciendo el ceño al notar la actitud despreocupada de Emily.
—Paola, Johana, Kristen y Fiona están fuera de Brisa, junto con otros estudiantes. —reveló Emily con serenidad.
—¿Cómo? ¿En serio? Qué alivio... —susurraron algunas brujas alrededor de la mesa, dejando escapar la tensión que las oprimía.
—Paulina, Aura y Saba me acompañarán a las afueras de Brisa. —informó Dila, poniéndose de pie con firmeza.
—Yo también voy. —exclamó Leyna, levantándose bruscamente.
—Paulina, Aura y Saba conocen hechizos de sanación. —intervino Emily antes de que Dila pudiera responder—. Su presencia será esencial. Pero... —miró a Leyna con calma— si tú también estás dispuesta a ayudar a los heridos, ¿quién soy yo para detenerte? ¿Verdad, señorita Dila?
—Nuestra prioridad son nuestras compañeras. Pero si puedo extender la ayuda más allá, no dudaré en hacerlo. —la mirada de Dila se clavó en Emily—. Esa es mi convicción. No puedo obligarlas a actuar contra sus principios.
—Si la líder del aquelarre me lo pide, no tengo razón para negarme. —dijo Emily sin mirarla—. Aunque... debo admitir que no soy buena en sanación.
—¿A pesar de tu sangre divina? —comentó Ariel en voz baja, haciendo que Emily frunciera el ceño por un instante.
—Así es. La sanación es una habilidad reservada a los miembros del Clan de la Luz. —encogió los hombros—. No es algo que se aprenda por cuenta propia.
—No obligaré a nadie a ir si no lo desea. —declaró Dila con firmeza—. Buscaremos a nuestras compañeras. Y si desean regresar, no se les detendrá.
Con esas palabras en mente, Leyna, Mariel y Vanesa también decidieron unirse al grupo. Mientras tanto, Suri y Ariel quedaron a cargo del aquelarre en su ausencia.
—Bueno... supongo que yo también debo moverme. —susurró Emily, mientras se alejaba hacia su habitación.
—Realmente, ¿por qué te has unido al aquelarre? —preguntó Ariel al verla entrar al ascensor.
—Creí que eso había quedado claro. —respondió Emily sin detenerse ni mirar atrás.
—Si realmente fuera así, estarías presente en cada reunión en la que la señorita Lily ha participado. Pero desapareces cada vez que ella llega. Dime... ¿por qué estás aquí en realidad?
Aquella pregunta hizo que Emily se detuviera justo frente al ascensor abierto. ¿Qué estaba intentando insinuar Ariel? No… más bien, ¿qué estaba tratando de confirmar? ¿Qué esperaba provocar con esa pregunta?
Eso la molestó. Pero no dejó que sus emociones afloraran. No era el momento. Ni el lugar.
Así que lo dejó pasar, sin darle más importancia. Sus motivos eran suyos. Privados. Incomprensibles para las demás. Y así, simplemente, respondió:
—Solo un poco de diversión.
Luego entró en el ascensor. Y las puertas se cerraron.
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