c4. Libertad

Cuando las brujas llegaron al frente de la universidad, el lugar ya estaba plagado de movimiento. Paramédicos y civiles atendían a los estudiantes con rapidez y compasión. Muchos jóvenes caminaban con la mirada perdida, como si algo invisible les hubiera arrancado el alma. Habían absorbido apenas una fracción del miasma… pero era suficiente para desorientarlos. Por suerte, nada que los Nefilim no pudieran curar.

A los alrededores del campus, policías y bomberos colocaban unos enormes cristales con precisión ritual. Al mismo tiempo, otro grupo de oficiales, protegidos por un escudo divino que brillaba apenas bajo la luz de la tarde, se preparaban para entrar a Brisa.

Sin poder intervenir directamente, las brujas decidieron dividirse. Era momento de buscar a sus compañeras desaparecidas y, al mismo tiempo, averiguar qué estaba ocurriendo dentro del campus.

—Vaya… esto sí que es un caos. —murmuró Mirians, observando desde el techo de un local frente a Brisa.

—Los miembros de Moonlight han llegado al lugar. —comentó Greta, recostada con aparente calma sobre la baranda, aunque la tensión en sus hombros la traicionaba—. El jefe dijo que la Daimon era parte de ese aquelarre. Me pregunto qué pasaría si sus miembros desaparecieran uno por uno.

—Sigues molesta por lo que su mascota te hizo en la cara, ¿verdad? —le señaló el parche en el ojo con una mezcla de burla y simpatía.

—Solo quiero divertirme un poco. —respondió Greta, con una sonrisa que no tocó sus ojos.

—Te entiendo. Pero el jefe fue claro: nada imprudente mientras no esté. —advirtió Mirians, aunque su voz parecía más una orden que una petición.

—Lo sé... —respondió Greta, clavando la mirada en los Nefilim que se preparaban para el ritual—. Pero me molesta. Igual que esos asquerosos Nefilim.

—En eso estamos de acuerdo. —admitió Mirians con un suspiro. Luego se incorporó de golpe—. Parece que van a comenzar.

Los cristales ya estaban posicionados, rodeando la universidad como centinelas silenciosos. Los Nefilim más ancianos se colocaron en círculo, y al unísono comenzaron a recitar un hechizo ancestral en una lengua que parecía resonar más en el alma que en los oídos.

Uno por uno, los cristales se activaron, proyectando una luz dorada al cielo. Como una aurora descendiendo al escudo del campus, el resplandor comenzó a neutralizar el miasma. Las primeras gotas de lluvia que cayeron parecían arrastrar consigo las sombras del mal.

Y entonces, como si una maldición se rompiera, las puertas de Brisa se abrieron. Estudiantes y profesores comenzaron a salir, desorientados pero vivos. Las autoridades se movieron rápidamente para atenderlos, mientras las brujas observaban con un nudo en el pecho: alivio, frustración, inquietud.

Greta apretó los puños, sin dejar de mirar la multitud.

—Todavía hay mucho por hacer... —susurró, motivada por su próxima movida.

...****...

—¡Lo han liberado! —exclamaban los spirits, surcando los cielos sobre la universidad con aleteos frenéticos—. ¡El demonio de la lujuria ha escapado de su prisión!

El aire vibraba con su alarma, resonando en cada rincón del campus como una sinfonía de advertencia.

—Qué escandalosos... —murmuró Tara, tumbada sobre la rama alta de un árbol cercano a Brisa. Sus ojos brillaban con curiosidad mientras observaba el caos desde las sombras—. Así que finalmente hicieron su jugada. Vaya... esto sí que cambia las reglas del tablero.

—Tara. —la voz mental de su ama atravesó su consciencia con la familiar firmeza—. Vigílalo. Mantente cerca.

—Ya sé, ya sé... —respondió la gata, soltando un leve suspiro antes de impulsarse con agilidad desde la rama hacia el suelo.

Se deslizó sigilosa entre los arbustos y escombros, evitando la atención de los paramédicos y las brujas que aún se movían por el lugar. Su destino: los viejos edificios traseros, en la parte olvidada del campus. Allí, entre los basureros y los muros agrietados, se escondía un pasadizo secreto. Sin hacer ruido, se deslizó por la abertura y descendió a los túneles subterráneos, donde la oscuridad era tan densa que parecía devorar el sonido.

Sus patas ligeras la llevaron hasta una enorme caverna pétrea. La tumba. Donde todo había comenzado.

—Cuánto tiempo sin verte, pequeña gata. —la voz del demonio retumbó en el aire como una melodía seductora y cruel, reverberando entre las paredes húmedas—. ¿Vienes por la bruja?

Tara alzó la vista con cautela. Encima de la sima de roca, iluminado por la luz rojiza de los cristales rotos, estaba él.

El demonio.

Un hombre de belleza imposible, con cabellera color rosada que caía por sus hombros desnudos como seda brillante. Su cuerpo semidesnudo irradiaba poder, pero era su mirada lo que lo hacía verdaderamente peligroso: profunda, penetrante, letal.

—Ya no la necesitas. —respondió Tara sin retroceder, aunque cada fibra de su forma felina se tensó—. Ahora eres libre... ¿o no?

—Libre, sí. —dijo el demonio, bajando la vista hacia ella. Su sonrisa se borró lentamente, y una sombra de ira oscura se deslizó por sus facciones—. Pero no gracias a tu ama.

El silencio se tornó pesado. Tara sintió que la temperatura descendía, como si el aire se hubiera congelado.

El demonio dio un paso hacia el borde de la roca, y sus ojos se afilaron como cuchillas.

—Si no fuera por el juramento que hice… iría directamente hacia ella.

Tara no respondió. Solo bajó levemente la cabeza, sin perderlo de vista ni por un segundo. Sabía que, en esa cueva, el más leve temblor podía encender una tormenta.

...****...

—Por fin… —murmuró Emily, sentada frente a su escritorio, mientras la lluvia golpeaba suavemente la ventana.

Con manos temblorosas, escribió el nombre “Luciel” en el centro de un círculo mágico trazado sobre el papel. Aquel nombre cargaba un peso del que nadie conocía… un antiguo amigo de la infancia, antes incluso de que Amelia irrumpiera en su vida.

—Luciel… ¿me escuchas? —dijo en voz alta, mirando el círculo con expectación. Repitió—: ¿Me escuchas?

Su cuerpo se tensó al no recibir respuesta inmediata. Pero justo cuando la duda comenzaba a apoderarse de ella, la voz familiar resonó en su mente con un toque de irritación.

—Este no es el momento para que me molestes. —gruñó el lobo dentro de su conciencia.

—Lo sé… —Emily exhaló con alivio. Su corazón latía con fuerza—. Pero por eso te llamo. Asmodeus… fue liberado de su prisión.

Hubo una pausa abrupta. Y luego, un rugido mental cargado de furia:

—¡¿De qué rayos hablas?! —Luciel se alteró con violencia—. ¿Acaso…?

—Eso no importa ahora. —interrumpió Emily, tragando el nudo en la garganta. Sabía que cada segundo contaba—. Lo importante es el cuerpo de Amelia.

Su voz se quebró levemente, pero recuperó el control. No podía permitirse flaquear.

—Asmodeus lo dejó atrás… está en medio de la tumba. Tienes que recuperarlo antes de que los Nefilim entren. Por favor…

El silencio que siguió fue denso. En la mente de Luciel, mil pensamientos colisionaban. El deber, la memoria, el rencor. Y, sobre todo, la promesa que una vez hizo cuando ambos eran niños, cuando Amelia todavía sonreía con inocencia.

Sabía lo que vendría si los Nefilim encontraban el cuerpo. No perdonarían. No escucharían explicaciones. Solo verían a una bruja que albergó a un demonio. Y ella… sería destruida.

Por eso, sin decir más, tomó una decisión.

—¿Por dónde puedo llegar más rápido? —preguntó Luciel finalmente, su voz ahora calmada pero decidida.

Emily cerró los ojos por un instante, sintiendo cómo su alma se aflojaba de la tensión. El lobo no lo decía, pero en ese momento… la estaba salvando.

...***...

Descendiendo por uno de los pasadizos secretos ocultos entre los edificios de la facultad de ciencias, Luciel avanzaba con paso ágil pero cauteloso. El aire en los túneles subterráneos olía a humedad antigua y magia olvidada. Sin contratiempos, el lobo alcanzó la tumba.

Allí, aguardando como si supiera que vendría, estaba Asmodeus.

De pie frente al altar de piedra, el demonio de la lujuria irradiaba una belleza tan abrumadora que parecía distorsionar el espacio a su alrededor. Su mirada se clavó en el lobo, que permanecía cubierto por los tentáculos violetas de un spirit con forma de medusa, invocado por Emily para protegerlo de la influencia seductora del demonio.

—Supongo que vienes por el cuerpo. —dijo Asmodeus con voz aterciopelada, mirando con curiosidad al spirit que envolvía al lobo.

—Así es. —respondió Luciel con firmeza, entendiendo cada palabra gracias al vínculo mágico con el espíritu guardián.

Asmodeus frunció levemente el ceño.

—Qué molesto… —murmuró con fastidio, desviando la mirada hacia la gata sentada junto a la piedra—. Un trato es un trato.

Con gesto teatral, se hizo a un lado.

Detrás de él, yacía Amelia. Su cuerpo inconsciente descansaba sobre la roca como una marioneta sin hilos. Luciel sintió el pecho oprimirse al verla tan vulnerable, envuelta en el eco de lo que acababa de ocurrir.

—Dile a tu amiga… que la próxima vez no seré tan amable. —susurró Asmodeus al acercarse un paso a Luciel. Su voz estaba cargada de amenaza contenida, más peligrosa por su tono suave que por sus palabras.

El lobo se agachó, con respeto y urgencia, alzando a Amelia entre sus brazos.

—Si eso es todo… es hora de irme. —concluyó Asmodeus, lanzando una última mirada a Tara, como si le dejara una advertencia muda.

Y en un abrir y cerrar de ojos, desapareció. Como si nunca hubiera estado allí.

—Se ha ido… —susurró Luciel, aun sintiendo el peso de su presencia en el aire, más pesado que el cuerpo entre sus brazos.

—Será mejor que nosotros también nos marchemos. —murmuró Tara, sin apartar la mirada de la caverna—. Los Nefilim empiezan a moverse. Por aquí.

Sin decir más, los condujo a través de otro pasadizo oculto, uno que desembocaba en los terrenos abandonados detrás de la universidad. Allí, alejados del caos en la superficie, el lobo se movía entre las sombras, llevando a salvo a la bruja que le había marcado la infancia a su amiga.

descargar

¿Te gustó esta historia? Descarga la APP para mantener tu historial de lectura
descargar

Beneficios

Nuevos usuarios que descargaron la APP, pueden leer hasta 10 capítulos gratis

Recibir
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play