Una ayuda peligrosa

Pasaron dos semanas de escuela sin que Diana hablara con Gabriel de lo sucedido. Le evitaba con todas sus fuerzas o cambiaba de dirección cada vez que lo veía por los pasillos que daban a las aulas de décimo grado.

Samuel que no era tonto en lo referente a la vista se dio cuenta de la mirada de incomodidad y vergüenza de la chica cada vez que atisbaba a Gabriel en algún lugar.

Dejó pasar las semanas para que ella se aclimatara a lo que estaba ocurriendo en su vida.

En primer lugar no conocía que pudiera haber hecho el cristianito contra Diana al punto de frenar su lengua viperina. En las semanas anteriores Samuel se había dado cuenta de que la joven en particular era un bocado delicioso para un hombre como él.

Todavía su perfume de rosas lo tenía grabado en la memoria.

No podía ni respirar cada vez que se imaginaba un beso entre ellos y eso le incomodaba porque no creía en el amor ni en esas cursilerías. Pero al parecer cierta chica daba a soltar un campo magnético de cambio radical.

Un lunes, uno de esos días que odia Garfield el gato naranja y por supuesto Samuel también, el chico se dispuso a mover fichas en el tablero de ajedrez. Ya era obvio:

Gabriel era el rey blanco, Samuel era el rey negro. Solo que en este juego no se competía por el jaque mate sino por la única reina en los dos bandos existentes.

Samuel se levantó de su silla con una sonrisa de depredador y caminó hacia los lugares delanteros cerca de la puerta. Diana distraída en su libro de Historia, no se percató de la fuerte presencia a su lado. Sintió un escalofrío pero se dijo en la mente que era por cuestiones deferentes.

Solo cuando Samuel le arrebató el libro ella levantó la vista. Todos miraban la escenita. Hasta Gabriel que se había puesto tenso al ver a los dos tan juntos se levantó de su silla.

-¿Qué es lo que haces? – preguntó Diana entre confundida y enojada

Samuel contrajo una mueca al darse cuenta de que casi se ríe de los pucheros de esa chica

-Eres tan jodidamente estudiosa, ¡se te van a romper los ojos mujer!- reclamó Samuel alternando el libro entre sus manos mientras ella saltaba para obtenerlo.

Diana estaba a punto de explotar, pero no fue necesario porque observó cómo alguien tomaba la mano derecha de Samuel y a continuación le arrebataba el libro.

-Eres un bromista de mal gusto Samuel – dijo Gabriel con la mirada echando chispas

Elizabeth también se había puesto de pie cuando había visto a Gabriel casi volar las mesas y sillas para asesinar de alguna manera a Samuel.

-De nuevo, es la segunda vez que me retas y no te pasa nada, al siguiente ten por seguro que mi puño te hará un bonito tatuaje en la cara – le dijo Samuel cambiando el rostro y engulléndolo con su aura de chico malo

El gatito cambia formas contra la quimera llameante – pensó Diana y no le gustó nada

-Todo esto es tu culpa – le dijo Elizabeth a Diana con los ojos en llamas – ¿¡todos los días va a ser lo mismo entre los descansos de los turnos de clase!?

-Elizabeth, debes callar de una buena vez – dijo Naomi con una mirada fulminante – este no es tu campo de batalla.

Los demás alumnos estaban confundidos ¿de qué campo de batalla hablaba esa loca?

Solo veían a dos chicos peleando por la atención de una mujer. Pero Naomi al igual que Daniela a su lado podía percatarse de muchas cosas espirituales. De por cierto ellas dos no eran de la misma sangre pero parecían hermanas inseparables a la hora de trabajar en los dictámenes de Dios.

-¡Pero es que no ves la actitud de Gabriel, no es el mismo desde que esa chica entró a su vida! –

En ese mismo momento, el profesor de Biología entraba por la puerta y mandó a todos a sentar. Diana hizo una cortina con su pelo. No podía mirar a Elizabeth a su lado más nunca de la misma forma.

Lo odiaba… Lo odiaba… Lo odiaba….

Odiaba lo que estaba viviendo.

Todos tenían máscaras en sus rostros, en qué momento se había vuelto tan ciega. Cuando Diana dispuso a levantar la cara miró hacia atrás y notó que Gabriel sonreía con su libro en la mano. Pero en vez de ella retribuir el sentimiento le propinó una mirada de odio puro.

Si todos querían guerra, pues ella se convertiría en la pieza maestra del tablero

Todos pensaban que ella era frágil como el cristal, se sorprenderían al comprobar que la tierna e inocente Diana comenzaba a entender el campo de guerra de los cristianos.

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