Sentimientos

Era ya tarde en la noche cuando Elizabeth decidió acostarse.

Su madre le había preguntado infinidad de veces porque estaba molesta, pero ella decidió no contestar a sus preguntas. Siempre había sido abierta con su madre pero ahora simplemente había cosas que ella quería ocultar de los demás.

Como el hecho de que amaba a Gabriel desde los nueve años.

Ella, Daniela y Gabriel habían hecho un pacto de amistad eterna. Tempranamente las familias se habían unido y con esto no se dieron cuenta pero habían unido los corazones de los tres chicos.

A Naomi la conocieron en el segundo curso de secundaria. Fuera casualidad o destino, lo cierto era que los cuatro entonces afirmaron y concretaron un pacto que alguna vez fue de tres.

Los padres de Elizabeth y de Daniela se convirtieron en evangelistas de gran extensión y prestigio. Eran queridos y amados por todos y ella a veces temía deshonrar ese renombre ante las personas.

Pero Dios le había jugado una buena broma, porque ella se caracterizaba por un gran temperamento. Elizabeth era puro sentimiento, solo que era lo suficientemente mesada para no dar rienda suelta a cualquier tema.

A excepción de uno en particular.

Recordaba cuantas veces en primaria Gabriel se había peleado por ella buscando defenderla de las burla de los compañeros de clase. Estaba nítido en su memoria el recuerdo de él en sexto grado poniéndole curitas por haberse caído en clases de Educación Física.

En ese momento cada vendita que Gabriel había puesto en sus dedos rasguñados y en su rodilla, era como un punto que anotaba a la diana de su corazón.

Ella no era ciega y notaba con toda certeza que su amigo estaba creciendo. El niño se había ido para dar lugar a un joven de hermosos ojos grises y pelo rubio oscuro.

Además, que era la única que sabía en todos los líos que se metía Gabriel.

El primer día de clases, en aquellos tiempos de séptimo, ella recordaba haber dado brincos de alegría en su cuarto cuando supo que Gabriel estaba en su aula al igual que Daniela.

Todo marchaba bien. Con algo de suerte estaría cerca de él, en las sombras, esperando que él atinara a mirarla como algo más….

Pasaron tres años en los que fue una cobarde. Tres años de sentir un amor platónico

Pero…

No podía obligarlo.

Porque él ahora, se había enamorado de otra persona.

Varias veces ella misma se había preguntado: ¿Cómo se puede escapar de algo de lo que no tienes dominio?

Porque el amor podía ser dulce cono el mismo cielo, pero también ardiente como el mismo infierno. Definitivamente, no se debía subestimar a la fuerza capaz de destruir y reconstruir un corazón.

Ella había subestimado sus propios sentimientos tildándolos de insignificantes, relegando para después los propios llamados de atención de su pecho.

Estaba harta de ella misma y de las voces de su interior que le decían que debía ser más valiente y decidida, así como era obstinante tener que convalecer ante su propia justicia, que pendía de un hilo por culpa de Diana.

Cada vez que la veía le daban deseos de que una bomba la desapareciera. Sin embargo en un acto patético ella misma se recordò: Gabriel ha elegido.

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