Cuando Iselda despertó no estaba Vlad, se sentía agotada, como si en lugar de dormir se hubiera sometido a una extenuante sesión de entrenamiento físico, a pesar de que todo parecía indicar que había dormido por un par de horas. Su cabeza se sentía brumosa y no lograba ordenar del todo lo sucedido antes de quedarse dormida, pero de algo estaba segura, había estado viendo los libros de Vlad antes de perder la noción del tiempo y sucumbir al sueño, y había soñado con él, algo que ya no era nuevo para ella... Y antes de que si quiera pudiera hacer el intento de recordar exactamente qué había soñado esta vez, Messalina entró en el lugar…
—¿Cómo te sientes?— preguntó la mujer con voz preocupada —Dormiste bastante.
—Me siento rara, ¿qué pasó?..— la voz pastosa y desganada de Iselda atenazó el corazón de Messalina, pero no permitió que sus sentimientos se filtraran a través de su coraza, en su lugar, ella se apegó al plan.
Después del exabrupto de Vlad, ella había buscado a Luzzige, para que los ayudara; él se encargó de borrar los moretones que se empezaban a formar en el cuello de Iselda; y Vlad, que ya se encontraba más tranquilo, la había hecho dormir un poco más, ninguno sabía cuánto podría recordar sobre el ataque, por lo que lo más seguro era montar una representación que la hiciera dudar de lo que alcanzara a acordarse.
—Nos diste un gran susto— la sonrisa tensa de Messalina confirmaba que aún se sentía inquieta por lo recién ocurrido, dándole veracidad a sus palabras —Tuviste una reacción alérgica, debieron ser las esporas en los libros viejos de Vlad, afortunadamente no parece que hallas tenido alucinaciones.
—¿Una reacción alérgica puede causar alucinaciones?— preguntó confundida Iselda.
—Si— Messalina odiaba tener que mentirle de esa manera a la niña, ver tanta inocencia era enternecedor y hacia más molesto su trabajo, pero se consoló así misma diciéndose que esto era mejor a la monstruosa verdad —Algunos tipos de esporas pueden causar alucinaciones, independientemente de la reacción alérgica— explicó más tranquila —Te encontré casi asfixiándote, afortunadamente Luzige sabe que hacer en esos casos... y debido al negocio, tenemos los medicamentos necesarios para auxiliar a alguien en un caso así...
Iselda no termino de escuchar la explicaciones y mucho menos replicó a las afirmaciones de Messalina, su cabeza se sentía muy pesada y no dejaba de pensar en los fragmentos, de lo que ahora estaba segura, era una alucinación de su cerebro hipóxico, porque de qué otra manera se podía llegar a explicar que Vlad la hubiera besado, o mejor dicho, cómo podría explicar aquel beso frente a Meskhenet, porque Iselda aún conservaba la esperanza de poder reconciliarse con su amiga, en el fondo de su corazón la ausencia de ella en su vida se sentía más irreal que cualquiera de sus pesadillas.
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Desde que Meskhenet había salido de su vida, Iselda era atormentada por sueños extraños en los que aprecia su amiga, Messalina, Lizige y sobre todo Vlad. Algunos de sus sueños resultaban confusos, todos parecían desarrollarse en un lugar muy antiguo, lejos de la modernidad de su tiempo, ella siempre estaba rodeada del bosque y danzaba al rededor de grandes fogatas, sus manos se enredaban en las de Vlad y el siempre sonreía, a diferencia del Vlad de la vida real, Vlad se veía contento, rodeado de muchas personas, a las cuales no les podía ver sus rostros, pero que se sentían como parte de su familia... o mejor dicho eran su familia.
Esos eran los sueños tranquilos, porque también habían comenzado las pesadillas, en ellas alguien los traicionaba, una invitada que no pertenecía a su grupo, una humana insignificante a la que habían mostrado piedad y hospitalidad, esa humana era Meskhenet.
La habían encontrado herida en medio del campo y las curanderas la habían elegido a ella para tratarla, una vez que se sintiera mejor la dejarían cerca de un camino para que pudiera volver a su casa. La joven invitada sanó rápido y se ganó la confianza del más joven de nuestro grupo, uno de los que aún esperaban a su pareja, porque todos parecíamos existir en parejas... Después de que la humana se fue pasaron muchas lunas, yo era muy feliz y amaba mucho a Vlad. Él saldría a algún lugar, en éste sueño Iselda veía muchas cosas brumosas y el tiempo se sentía casi inexistente, pero las palabras de Vlad en esa despedida eran claras:
—Espera por mi, eres la portadora de mi alma, mi fuerza y razón, volveré a tía para que laves de mi cuerpo la sangre de aquellos que se atrevieron a a menazar a nuestra estirpe— decía con voz grave y solemne, en el fondo sentía que era una promesa.
—Esperaré por ti, si es necesario una eternidad infinita, eres la fuerza que impulsa mi vida, mi señor y mi corazón, regresa a mí para ser lavado por las lagrimas de mi dicha— respondía Iselda con la misma solemnidad de él.
Pero en su pesadilla Vlad no lograba regresar a tiempo; los que marchaban a la batalla eran invulnerables, guerreros invencibles que parecían inmortales, siempre y cuando sus contrapartes, que permanecían ocultos en sus tierras, estuvieran seguros, porque como en su despedida, ellos eran los portadores de algo muy importante, y por lo tanto, eran la vulnerabilidad de los guerreros que acababan de partir a la batalla. Entonces Meskhenet regresó, pero se veía distinta, ya era una mujer madura, el tiempo pasaba tan rápido en los seres humanos, ella lucía alterada, mientras repetía sin cesar: —Se los dije, ellos existen y no han cambiado, por eso no pueden vencer a esos guerreros, pero yo sé su secreto...
Entonces todo se volvía un horrible caos, el campo se cubrió de sangre, la gente que amaba moría, muchos pelearon hasta su último aliento, yo misma me defendí con una lanza, mientras lloraba por mis muertos, y entre el caos los gritos de Meskhenet resonaban—¡Nooooo!.. ¡Lo prometieron!.. ¡No les hagan daño, ellos son frágiles como nosotros!.. ¡No los maten..!
Pero los hombres no dejaban de repetir —Maten a los monstruos, no hay prisioneros...— estaba claro que a ella también la habían traicionado.
Fue entonces que perdía el arma con la que me estaba defendiendo, y justo cuando sería atravesada por la espada del enemigo, Meskhenet se interpuso, aún así la espada de ese hombre nos atravesó a las dos, mezclando la sangre de las dos mujeres, y haciendo imposible que Iselda pudiera cumplir con su promesa...
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