Misión

Alek

Sigo a Mía, a través de las apestadas calles, hacia la autopista que sale de la ciudad. Trato de mantener una distancia de unos cien metros, pero me lleva más ventaja de la que quisiera.

Sí que se mueve rápido en esa motocicleta.

Se ve deliciosa envuelta en pantalones de cuero rojo y chaqueta negra.

Tiene que ser mía.

Sobre todo ahora que probé el dulzor de sus labios. Un dulzor al que me volví adicto con la primera probada, como un crio que come un algodón de azúcar por primera vez.

Mía me desea, lo sé. Pude sentir su cuerpo temblar contra el mío. Pude sentir el calor emanando de su centro, llamándome como si se tratara de un canto de sirena. Pude ver el hambre en su mirada.

Me desea, pero no lo acepta.

Tengo que cambiar eso cuanto antes. Todo depende de ello.

Mi celular suena y solo contesto porque se trata de Ming.

–¿Cómo va la misión? –Es lo primero que dice con su acento marcado.

–Lento –admito a regañadientes.

–Te dije, amigo, que la chica Saviano era un hueso duro de roer.

–Lo sé –digo y suspiro sin poder evitarlo, lo que por supuesto provoca la risa de Ming.

–Las mujeres dan más problemas que la recompensa que puedes obtener de ellas.

Gruño. –No, Mía. Ella lo valdrá.

–Farina está molesto.

Me rio y Ming me sigue. –Mauro siempre está enojado por algo. No hay ninguna novedad ahí. Además, el idiota se adelantó. La Camorra no quiere saber nada de La Cosa Nostra –digo.

–Lo sé y le dije al imbécil. Le expliqué la guerra que hubo entre ambas organizaciones cuando él aun usaba pañales y babeaba sobre su madre. Está ansioso. Todos lo estamos. Esto es grande. O al menos lo será si lo logramos.

–Lo será –declaro.

–Escuché que el hermano de Mía se va a postular para presidente.

–Sí.

–Eso puede ser muy bueno para nosotros, pero quizá en este punto no lo sea. Atraerá prensa y cámaras sobre Mía y sus socios comerciales. Ergo tú y yo.

Veo que Mía se detiene frente al galpón donde casi perdí la vida hace tantos años.

–Tengo que dejarte –digo sin dar más explicaciones. Ming sabe cómo funcionan las cosas y no se ofende si alguien le corta la llamada.

Se gira y me mira directamente.

Mierda, está furiosa.

Bajo de mi destartalada camioneta y camino hacia ella mientras devoro cada centímetro de su cuerpo con mis ojos.

Es definitivamente la mujer más sexy que conozco.

–¿Por qué me estás siguiendo?

Me encojo de hombros. –Pensé que no lo notarías.

–¿En serio? –pregunta con desdén–. Te vi desde que salí de mi departamento. No aprecio que me acosen.

Sonrío. –No has contestado ninguna de mis llamadas y has rechazado cada invitación. Estás huyendo. No sé qué más hacer, Mía.

–¡No estoy huyendo! –replica molesta.

–Lo estás, muñeca.

–¡Deja de llamarme así!

Me acerco uno pasos y sin poder detenerme acaricio el contorno de su rostro y ordeno un mechón de su hermoso cabello.

–Tienes miedo.

Se ríe. –No sé lo que es el miedo. Nunca lo he sentido.

–Te ves hermosa cuando ríes. Todo tu rostro se ilumina, ¿te lo habían dicho? –pregunto con una sonrisa tirando de mis labios cuando sus mejillas adquieren un tono rosado.

–Alek, supéralo. Fue solo un beso. El mundo no tembló bajo mis pies. Sigamos con nuestro trato comercial.

–Mientes fatal.

Respira profundamente y mira el cielo nublado, como si pudiera encontrar la respuesta en él.

–No estoy interesada. No sé qué más claro puedo decirlo –dice mirándome con sus hermosos ojos verdes.

Tomo su mentón en mi mano y alzo su rostro al mío.

–Puedo ver la añoranza en tus ojos, muñeca. Me deseas, lo sé.

Vuelve a soltar una carcajada. –Alguien tiene la autoestima muy alta o simplemente no sabe perder.

–Sé perder. Perdí mucho cuando era un niño, créeme. Nadie ha perdido más que yo –devuelvo molesto por los dolorosos recuerdos.

Sus ojos me miran con cientos de preguntas, pero niega con la cabeza antes de darme la espalda.

–Tengo un asunto que solucionar con uno de mis soldados. Adiós, señor Ivanov –dice y entra al galpón.

La sigo y cuando me siente a su espalda lanza una de sus miradas envenenadas en mi dirección.

–Tenía que verlo. Ha pasado un tiempo desde que estuve aquí –digo mientras mis ojos revolotean en el suelo donde uno de esos hombres me lanzó como si no fuera más que una bolsa de basura.

Ese era el valor que tenía para mi progenitor.

–Haz lo que quieras –claudica.

–Ya está aquí, mi Capo –le dice uno de sus soldados.

–Tráiganlo –ordena mientras se saca la chaqueta.

Mis ojos vuelan a sus pechos y a sus deliciosas puntas, las cuales puedo ver claramente empujando la tela de su delgada camiseta blanca. También puedo ver el diseño del encaje de su sujetador contra la tela.

Es la puta perfección. La deseo tanto que duele.

Dos soldados aparecen con un hombre atado y vendado, quien no deja de lanzar insultos a diestra y siniestra.

–Silencio –ordena Mía.

El hombre se calla de inmediato y baja su cabeza en señal de respeto.

–Mi Capo, le juro que no he hecho nada para dañar su confianza –declara y puedo escuchar el miedo en su voz–. Siempre he respetado a mi Capo –agrega.

–Rompiste una regla muy importante, Rafael.

–No –insiste–. Eso no es verdad, mi Capo. Por favor, dígame de cuál crimen se me acusa para poder defenderme.

Mía asiente al hombre que sostiene a Rafael y éste le quita las vendas y lo obliga a sentarse sobre una silla de madera, que está manchada con lo que creo es sangre seca.

Los ojos de Rafael miran a su alrededor con desesperación.

–No sé qué hago en esta silla, mi Capo.

–Lo sabes, Rafael.

–¡Le juro que no!

Mía niega con la cabeza, decepcionada. –Elena habló conmigo.

–¡Esa perra! –masculla furioso.

Mía golpea su rostro con una varilla de madera que tenía sobre la pequeña mesa a su lado.

–No les permito a mis hombres que abusen y maltraten a su familia. Lo sabes.

–Ella lo pide a gritos –devuelve y con eso se gana otro golpe de Mía.

–¡Basta! –ordena–. Elena se fue con Sussy a un lugar donde tú no podrás encontrarlas.

–Son mi mujer y mi hija.

–Ya no. No si quieres vivir otro día. Están bajo mi protección. Si te acercas, si las llamas, diablos, si incluso tropiezas con su dirección por casualidad, estás muerto, Rafael. Es una promesa. No podrás salir del estado de Nueva York. Si pones un pie fuera lo sabré, ¿capisce?

–Así se hará, mi Capo –dice mirando los pies de Mía–. Quiero vivir.

–Es todo, chicos. Devuélvanlo a la celda otros tres días y luego lo dejan en libertad.

–Sí, mi Capo –responden a coro.

Cuando desaparecen me acerco y respiro la cima de su cabeza.

–Eso fue sexy –declaro.

Se aleja de mí y camina hacia la salida. La sigo de inmediato.

–No puedes evitarme toda la vida –digo molesto por su retirada.

–Puedo y lo haré –devuelve mientras se coloca la chaqueta–. Buenas tardes, señor Ivanov.

–Alek –mascullo furioso–. Quiero ver el proceso de empaquetado de la cocaína –improviso.

Se sube a su moto y me mira molesta. –Es en México.

–No me importa. Está en el contrato. Tengo derecho a revisar la cadena de producción y pienso hacerlo.

–No tengo tiempo.

–Arregla tu agenda. Quiero ir esta semana y quiero que tú me expliques cada proceso.

Masculla una grosería en italiano.

–Lo llamaré, señor Ivanov –suelta antes de acelerar y desaparecer.

Maldita sea, sacaré el señor de su linda boca aunque sea lo último que haga.

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Comments

katius

katius

que será lo que en realidad busca alek...va salir perdiendo en su propio juego

2024-05-09

4

Yanet Cristina Vilugron Salazar

Yanet Cristina Vilugron Salazar

jajaja hermoso

2024-05-04

1

Rita Reyes😍😜

Rita Reyes😍😜

ese caprichoso lo van a dominar bien

2024-04-18

1

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