El gremio se sumió en un silencio pesado, casi reverencial, al ver a la joven bruja llorar mientras pedía disculpas con la voz quebrada. Nadie decía nada. Todos observaban. Por su parte, Erick estaba fuera de sí: inmóvil, sin saber qué hacer o decir para consolarla.
Tenía frente a él a su hermana menor, pero ya no era la niña pequeña con la que compartió tiempo en Rusia. Ahora era una joven hecha y derecha, con una belleza serena que parecía contener magia propia, capaz de embelesar tanto a hombres como a mujeres de cualquier raza o plano.
Dando un paso adelante, Erick extendió la mano y acarició su mejilla, queriendo asegurarse de que lo que veía no era un espejismo causado por la falta de sueño. Al sentir la calidez húmeda de su piel bajo los dedos, se permitió un suspiro de alivio. Era ella. Sus ojos verdes seguían siendo los mismos. Su aroma también. Incluso su sombra conservaba la misma forma que él recordaba.
Jonathan, aún detenido sobre el último escalón, no lograba asimilar lo que veía. El cambio en ella era tan marcado que su mente no terminaba de unir las piezas. Su instinto le decía que era Lilibeth, pero había una voz persistente en su cabeza que susurraba lo contrario. El olor a sangre fresca impregnado en ella—un olor que todo depredador carga después de alimentarse—no encajaba con la imagen que guardaba de la niña que conocía.
—Había olvidado lo llorona que eras —murmuró Erick con una sonrisa leve, mientras le limpiaba las lágrimas que seguían cayendo.
—Realmente es ella —susurró Gael, inquieto por el aura divina que envolvía a la joven.
—Lo es… —respondió Jonathan, como si intentara convencerse a sí mismo.
—Si tú lo dices… —le lanzó una mirada de reojo, percibiendo también la inquietud en el rostro de su sobrino—. De todos modos, es una buena noticia que tu hermana se haya recuperado —agregó, dirigiéndose a Erick y luego a la joven, que parecía cada vez más incómoda en medio de tantas miradas—. Puedes tomarte la noche libre. No parece que haya sido dada de alta oficialmente, así que probablemente la estén buscando ya.
—Entiendo —respondió Erick sin soltarla—. Me la llevaré a casa por hoy… Si se fue de aquel lugar, debió tener una buena razón.
Lilibeth apenas murmuró, casi en un susurro:
—Perdón…
—Debiste haber estado muy asustada, ¿verdad? —le dijo Erick con más ternura, acariciándole la cabeza como en los viejos tiempos.
Jonathan observó cómo la joven asentía con la cabeza, sin fuerzas para hablar. Ante esto, no tuvo más remedio que decir:
—Mañana enviaré a un médico para que la revise. —Algo en ella simplemente no le terminaba de encajar.
—Muy bien —respondió Erick sin discusión, consciente de que su prioridad ahora era ella. Se retiró en silencio, con Ziel caminando tras ellos como una sombra fiel.
Cuando los tres abandonaron el gremio, Jonathan permaneció en su sitio con el corazón pulsando con incomodidad. Contra toda lógica, sentía más molestia que alivio por el despertar de Lilibeth.
—¿Está bien dejarlos ir así? —le preguntó Gabi, preocupado.
Después de todo lo sucedido, para muchos en el pueblo era difícil aceptar que la pequeña niña que conocían no solo era un daimon… sino también la Hija del Bosque. Ese título evocaba respeto, sí, pero también temor. Los habitantes más ancianos, aquellos que veían a Caronte como un refugio sagrado, comenzaban a inquietarse.
—Por ahora, solo los vigilaremos —respondió Jonathan, regresando lentamente al segundo piso del gremio—. Aún hay muchas cosas que se tienen que resolver… Concéntrate en hacer lo que esté al alcance de tu mano.
—Sí —respondió Gabi, entendiendo que las aguas seguirían agitadas en Caronte… aunque por ahora el pueblo aparentara calma.
...***...
Durante el camino de regreso, Lilibeth permanecía en silencio. Aunque su mente estaba llena de dudas, no sabía por dónde empezar.
—¿Recuerdas la última vez que toda la familia estuvo reunida? —preguntó finalmente, rompiendo la quietud mientras Erick conducía por las calles del pueblo—. Fue hace tanto tiempo… antes de que estallara la guerra entre las sombras.
—Sí, claro. Fue la primera vez que viste a los tíos… y a mi padre —respondió Erick, sin apartar la vista de la carretera.
—La verdad, me dio mucho miedo. Él era uno de los más viejos en la sala, junto con papá…
—Neizan, al igual que yo, es un demonio que puede cambiar su apariencia fácilmente —la miró de reojo—. Escuché a la tía Cloe decir una vez que mi padre era más joven que ella, pero como a mamá le gustaban los hombres mayores… él tomó esa forma solo para atraerla.
—¿Hee? Eso no lo sabía… Entonces, ¿cuántos años tiene realmente?
—Madre tiene 440. Por lo que sé, Neizan era 4 años menor. Debe estar cerca de los 436.
—Eso significa que papá estaba entre los 413 cuando mamá quedó embarazada…
—Supongo que sí. ¿Pero por qué lo preguntas?
—No sé… Me vino a la mente después de que Ziel dijera que la familia estaba en Caronte.
—Bueno… no todos están. Sólo están Víctor, Carlos y Ágata.
—¿En serio? —exclamó, sorprendida—. Espera… si papá está aquí… ¿y mamá?
—Ella no está… al menos, no todavía.
—¿Qué pasó?
—Muchas cosas —dijo él con un suspiro—. Cuando lleguemos, te explicaré todo.
Lilibeth lo observó en silencio durante unos segundos.
—Estás… diferente —murmuró, fijándose en cuánto había cambiado su hermano.
Su cabello lacio le caía sobre los ojos, revuelto y oscuro como la noche. Sus brazos eran más largos, las manos más fuertes. Su nariz perfilada y labios carnosos marcaban madurez, con una cicatriz apenas visible en la comisura de la boca.
—¿Cuántos años tienes ahora?
—Veintitrés —respondió, mirándola de reojo—. Y tú cumpliste dieciocho hace poco.
—¿Tienes pareja?
—Aún no.
—¿Puedo…?
—Lilibeth —dijo Erick, deteniéndola con un tono serio. Luego suspiró—. Eres mi hermana. Diga lo que diga mamá… sólo puedo verte como eso.
—Es porque yo… no puedo engendrar… ¿cierto? —apretó la mano sobre la falda del vestido.
—Ya tienes suficiente con lo que llevas —murmuró, frustrado por el solo pensamiento—. No tienes que seguir las tradiciones de la familia. Eres libre de elegir con quién quieres estar.
Lo miró por un momento y terminó susurrando:
—¿Aún… no sientes interés por las mujeres?
—Sólo… no he encontrado a alguien con quien quiera estar —guardó silencio, contemplativo, y luego se obligó a preguntar con la verdad por delante—. ¿De verdad perdiste la memoria de los últimos años?
—No del todo… —desvió la mirada—. Puedo recordar algunas cosas, pero es como ver una película dañada.
—Entonces… ¿vas a seguir fingiendo?
—¿Por qué no...? Al fin y al cabo, fue ella quien hizo todo eso… no yo.
—Si tú lo dices…
Al salir del pueblo, Erick estacionó frente a una pequeña cabaña de piedra rústica y madera, rodeada de naturaleza. Lilibeth bajó del auto y no pudo evitar sentir nostalgia: todo era tranquilo, limpio, en armonía.
—Vamos —le indicó Erick, señalando el portón.
Siguiéndolo, Lilibeth entró en la cálida sala. Allí, de pie, la esperaba su padre. Al verla, la abrazó con fuerza. Ella se hundió en sus brazos, cerrando los ojos.
—Cuánto tiempo ha pasado… —susurró, acurrucándose contra él—. Desde la última vez que sentí tu cálido abrazo…
—Cuando leí el mensaje de Erick no lo podía creer —dijo Víctor, con la voz entrecortada—. Realmente eres mi pequeña niña…
—Sí… lo soy —se apartó apenas para poder verle el rostro—. Sólo… crecí un poco.
—Pensé que nunca más volvería a verte… —le confesó, con una tristeza sincera en la mirada—. Cuando ella apareció… jamás imaginé lo difícil que sería para ti cargar con tanto… desde tan joven.
—No estés triste… Yo… Yo realmente… lo siento —susurró, aferrándose a él, queriendo borrar con un abrazo los años perdidos.
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