—Lilith…
Abrió los ojos como si emergiera de un sueño larguísimo, profundo, imposible de medir. La joven bruja se incorporó lentamente en la cama del hospital, sintiendo el cuerpo pesado, entumecido… como si hubiera dormido durante un año.
Su larga cabellera blanca cayó por sus hombros como un velo espectral mientras miraba sus propias manos, apenas capaces de moverse. Sus dedos estaban rígidos, adormecidos. A su alrededor, la habitación estaba en penumbra. Dos bolsas de suero colgaban de una percha metálica. La máquina que monitoreaba sus signos vitales emitía pulsos constantes. Las ventanas estaban cerradas, pero las persianas permanecían abiertas, revelando un cielo gris y encapotado, surcado por relámpagos silenciosos.
—¿Cuánto tiempo estuve dormida? —susurró, sin levantar la voz. Miró de reojo al pequeño zorro que estaba acurrucado junto a sus pies.
—Dos semanas. Eso fue lo que escuché —respondió él, moviendo sus múltiples colas con calma sobrenatural.
Lilibeth lo contempló durante unos segundos, intentando recordar su nombre. Frunció el ceño. Al no encontrarlo en su memoria, se rindió y lo preguntó directamente:
—¿Cómo te llamas?
—Ziel. Ese es el nombre que ella me dio.
—Lilith… —cerró los ojos unos segundos, intentando sentir a su otra mitad—. Entiendo. Aún está dormida.
Lo miró directamente, con la mirada opaca de quien carga recuerdos incompletos.
—Tú sabes quién soy.
—¿No lo recuerdas? —Ziel se puso de pie y caminó hacia ella.
—Te lo pregunto porque recuerdo haber escuchado tu voz… mientras dormía en el abismo.
—Lo comprendo. Aunque no creí que despertaras tan rápido.
—Yo tampoco… —su voz se apagó como una vela. Apretó las sábanas con ambas manos, desbordada por pensamientos que aún no podía ordenar—. Para ser honesta… no esperaba volver a despertar.
—¿Pretendías entregarle el cuerpo a ella?
—Ya no tenía razón para seguir…
Ziel se acomodó frente a ella con la serenidad de quien ha estado esperando este momento.
—Vi algunos de tus recuerdos mientras dormías. Tengo una duda… —dijo con cautela.
—Es por los fragmentos.
—Sí. ¿Acaso tú los borraste antes de cederle el control?
—No… —Lilibeth apartó el cabello de su rostro, pensativa—. Es complicado. Lilith y yo compartimos el mismo cuerpo… pero nuestras personalidades son completamente diferentes. Cuando ella toma el control, cubre el cuerpo con un manto de oscuridad.
—Como una transformación.
—Sí. Y debido a eso… nuestra memoria queda dividida. Muchos de mis recuerdos permanecen sellados hasta que retomo el control. Y lo mismo ocurre con ella. Hay cosas que no logro recordar de los últimos años… como el hecho de que tengo un familiar.
—Eso explica muchas cosas.
—Debió ser difícil lidiar con ella. Suele jugar con las vidas de las personas como si fueran piezas de ajedrez.
—No fue tan malo. Pero ahora que estás tú… no sé si las cosas cambiarán.
—Yo no soy ella. No me gusta lastimar a otros sin un motivo. —Se incorporó con esfuerzo, sintiendo el frío del suelo pese a las medias que aún llevaba puestas—. Mi cuerpo sigue débil…
El pijama del hospital era largo y rosa pastel, lo que acentuaba aún más la palidez de su piel. Al intentar caminar, perdió el equilibrio y regresó sentada al borde de la cama.
—¿Quieres mi ayuda? —preguntó Ziel con suavidad.
—No… tú también acabas de despertar. No quiero que malgastes la poca energía que tienes en mí.
—Soy tu guardián.
—Eres su guardián —le lanzó una mirada triste que lo desconcertó.
Volvió a intentarlo. Con esfuerzo logró ponerse de pie y dar dos pasos hasta recostarse contra la pared del baño. Al entrar, se miró al espejo justo cuando la luz titilaba y se apagaba.
Su reflejo era extraño: rostro demacrado, cabello alborotado. Había perdido peso, y la prominencia de su clavícula lo evidenciaba. Sin embargo, también había crecido. Ya no tenía cuerpo de niña: algo había cambiado.
—Deberías cambiarte si aún quieres dar un paseo por las calles —comentó Ziel, ahora en su forma humana, mientras le extendía la ropa que habían dejado sobre uno de los muebles.
—No es justo… —lo miró sorprendida al verlo en esa forma—. Eres más guapo de lo que imaginaba.
Él se rió con picardía y preguntó con tono juguetón:
—¿Quieres que te ayude a vestirte?
—No —dijo ella rápidamente, sonrojándose mientras tomaba la ropa y le cerraba la puerta en la cara.
—¿Segura? —preguntó Ziel apareciendo detrás de ella, cruzando dimensiones con naturalidad.
—¡No hagas eso! —lo regañó, abrazando la ropa contra su pecho.
—¿Estás segura de que puedes hacerlo sola? Apenas puedes mantenerte en pie. ¿Podrás quitarte el pijama y ponerte esto sin caer?
—¡Sí puedo! —sus mejillas se encendieron aún más. Después, con tono acusador, añadió—. ¿También ayudabas a ella a vestirse?
—No. Pero la he visto desnuda. La verdad, no siento interés sexual por ninguna de las dos. Pero como guardián, tengo el deber de cuidarlas.
—¿Lo dices en serio? —todavía dudosa, lo observó sin decidir si confiar plenamente o no.
—¿Si quieres, cambio de forma? —dijo él, suspirando antes de transformarse en una mujer de rasgos similares a los de ella, con voz distinta pero el mismo aura reconocible.
—Supongo… —le entregó la ropa con timidez.
Se quitó el pijama lentamente, mientras Ziel usaba un paño húmedo para limpiar suavemente su cuerpo. Después le ayudó a colocarse el sostén, y finalmente el vestido corto de manga larga en tono verde olivo. La falda de vuelo se extendía con elegancia cuando se movía, dándole un toque sofisticado. Ziel la ajustó con cuidado, permitiendo que los hombros quedaran a la vista.
Le colocó unas botas negras que llegaban justo a las rodillas, estilizando sus piernas y complementando con fuerza el vestido.
Dejó el cabello suelto, con una trenza delicada sobre las orejas. El cascabel en la oreja derecha tintineaba sutilmente al moverse.
—Listo —dijo Ziel con orgullo.
—Gracias…
—De nada —respondió con dulzura, tomándole la mano—. Es hora de irnos.
—Sí.
Apareciendo sobre el techo del hospital, la joven bruja se sorprendió al contemplar la vista que tenía frente a ella. El pueblo resplandecía con luces cálidas y estaba lleno de vida, a pesar de las densas nubes oscuras que lo cubrían como un manto silencioso.
—Debe ser temprano todavía —comentó Ziel, retomando su forma masculina—. Normalmente este lugar queda en silencio después de la medianoche.
—No percibo muchos humanos aquí —murmuró ella, observando atentamente el entorno.
—Estamos en Caronte, un pueblo oculto entre las montañas de España.
—¿España? —exclamó Lilibeth con sorpresa—. ¿Cuándo… cómo… por qué?
—No lo sé con exactitud, pero por lo que escuché, tú y tu familia se metieron en muchos problemas, y ahora están aquí.
—¿Mi familia...? Se reunieron…
Ziel notó cómo su tono se apagaba de nuevo, y rápidamente trató de cambiar el tema.
—¿Por qué no caminamos un poco?
—Está bien —dijo ella, dándose pequeñas palmadas en las mejillas para sacudirse los pensamientos tristes—. Vamos.
Ziel la cargó entre sus brazos con naturalidad, y saltó desde la terraza hasta una rama cercana. Después, dio otro salto hasta el techo de un local, y finalmente cayó suavemente en un estrecho callejón oscuro. Una vez allí, la dejó de pie con cuidado, y tomándole la mano, la condujo por una red de pasajes estrechos hasta llegar a la plaza comercial.
Lilibeth no pudo disimular su fascinación. Sus ojos se abrieron como si descubrieran un mundo nuevo: seres no humanos se movían por todos lados, en plena armonía.
Mientras caminaba aún tomada de la mano de Ziel, empezó a sentir cómo la energía retornaba a su cuerpo. La presencia del zorro le proporcionaba estabilidad.
—¿Eso es… un perro caminando en dos patas? —murmuró asombrada, observando a un hombre con apariencia humanoide, peludo pero vestido con sorprendente elegancia—. Allí hay otro… y otro más por allá...
—Aquí conviven muchas razas —explicó Ziel con naturalidad—. Orcos, gorgonas, goblins, arpías, hombres bestia, y varios más.
—Increíble… —susurró con entusiasmo, soltando su mano para caminar más libremente.
Al hacerlo, la energía que sentía se desvaneció poco a poco, y volvieron las sensaciones de hambre y sueño como una marea que se la llevaba de nuevo.
—Comamos algo —propuso Ziel, retomando su mano con delicadeza.
—Suena bien...
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