Semira
Tenía la posibilidad de hacer dos cosas para mi beneficio en una sola vez. No podía desperdiciar mi oportunidad. Tal vez sería difícil intentar jugar a dos puntas en ésta situación tan seria. Pero todo terminaría bien si disimulo ante los demás. Era lo único que me salía bien.
Me relajé en el sofá azul que tenía al lado de mi cama. Estaba intentando conectar con Israel Cortés a través del humo sagrado. Aunque necesito continuar con las prácticas. El hombre con el que me obsesioné hace ya tiempo atrás. Pertenecía a la familia que nos gobernó en la Ciudad en la que vivía con mis padres. No siempre su padre tomaba las mejores decisiones, pero no podía evitar quererlo para mí. Un joven guapo. Con las ideas de la política gitana bien claras. Y sobre todo fuerte. No sabría cómo se comportaría puertas adentro pero si es como lo que escuché de él, estoy segura de que me encantaría aún más. Tuve la oportunidad de conocerlo en persona dos veces. Pero tan sólo me trató como alguien más. Pero no me animé a invitarlo a salir. Esperaré a regresar junto a mi familia para hacerlo. Y volveré con una corona mejor de lo que había imaginado. Como corresponde. Ya no quiero mendigar.
Tenía una pequeña foto de él que recolecté de una de las revistas de mi Ciudad que me había podido conseguir Andrew. Nada me había gustado más que verlo sonreír en su imperio. Sabía que, tal vez, podía conquistarlo. Ya conocía a mi familia. Sólo me faltaba valor.
Andrew interrumpió mi "meditación" con su golpe en mi puerta. Miré la fecha de mi calendario, y aún no llegó la fecha de pago así que no tendría idea a qué vendría a llamar. Accedí a abrir.
— Semira... —pronunció apenas pude verla.
— Bueno. Tú no eres Andrew...
— ¿Qué?
— ¿Qué necesita?
— Vengo a traerte algunas referencias que necesitarás. — prosigue el hombre alto y delgado. — Y quiero comentarte que me sorprendió que nos convenzas de que sería una buena idea aceptar el trato de Sylvester. Creo que nos servirá más de lo que pensábamos. Ahora sólo te queda dar de tu parte para que el convencido contigo sea él. — concluyó.
— Tú mismo has visto que no es algo que se me dificulta. — proseguí mientras agarraba los papeles que me ofrecía. Y luego, proseguí a cerrar la puerta.
Mi padre siempre decía que el convencimiento es sólo una ilusión. Es decir, una manera de demostrarle al otro que tu punto de vista puede ser sometido en su pensamiento. Tal vez agregar las palabras que sus oídos quieran escuchar. Y finalizas ocultando tu propio beneficio disfrazado de lo contrario.
Volví a revisar mi correo. Tenía otra cita en el mismo lugar. Debía firmar el contrato personalmente. Había creído que confirmarlo desde la red era suficiente.
Su abogado, Arthur, pasaría a recogerme en la limosina aparentemente. Creí que me pedirían que debía cambiar de ropa para la ocasión. Pero no fue necesario. Tan sólo me pidieron que fuera formalmente y cómoda.
Algo que, de todas formas, iba a hacer.
Esa noche por alguna razón pude dormir plácidamente. Como si sabría que por fin podría hacer las cosas bien. Sólo era cuestión de tiempo.
Llegué cinco minutos más tarde que lo pactado. No encontraba mi bola de cristal. ¿Qué clase de vidente iría sin eso?
Sylvester ya estaba allí esperando a que llegáramos. Estaba sentado con un traje azul y con su corbata negra. Parecía estar más peinado que lo normal. Tal vez porque sería nuestra presentación. Realmente no estaba segura de qué.
Entré y lo saludé con la mano. Ésta vez sí me lo aceptó. Me entregó nuevamente el papel. Y yo, sin pensarlo, puse frente a él mi bola de cristal. Quería que sepa que también hablaba en serio. No me conformaría con sólo ser un títere para él. Él lo observó detenidamente unos segundos y ubicó sus manos en su escritorio, dejando que su rostro quede frente al mío.
— ¿Crees que llegaremos más lejos? — soltó.
— Creo que soy la única forma para que tú lo hagas. —concluí sonriendo. Él me miró sin remordimiento y lo tomó en sus manos. Parecía que jamás había visto uno. Una buena suerte para mí, porque no sabría lo que haría con él.
Yo acepté y el aceptó.
— Si ya están de acuerdo. Tomaremos la foto antes de que tengas la reunión con Lisandro, Sylvester. — comenta el dedicado abogado de él. Aunque no había pensado que todo ésto había sido por una fotografía final. ¿En serio quería plasmar nuestra situación en un cuadro o a la prensa? Evidentemente las personas como él no dejarán de sorprenderme.
Me ubiqué al lado de su abogado. Era el único que, por su trato, me caía bien. Sin embargo fue él mismo quien me dirigió luego con Sylvester. Se suponía que estábamos formalizando una "relación" y de ésta manera quedaría evidenciada. Él colocó su mano en mi cintura y yo se la corregí inmediatamente.
— No creí que eso te incomodaba. — comentó mientras reponía su brazo en mi hombro.
— Sólo dejamos que lo hagan cuando ya estemos casadas. Es por eso, señor McRocket. — proseguí.
— ¿Señor McRocket? ¿Así piensas dirigirte hacia mí?
— No veo de qué otra forma. ¿Mi amor, Sylvester?— continué sarcásticamente.
— Por dios, no. Dime Sylvester. Por lo menos nos quedaría mejor. — prosiguió sonriendo y volvió a ver a la cámara. Y yo lo hice también luego de que la camarógrafa me llamara la atención. Es que no podía evitar verlo con soberbia. No estaba segura de cuánto podía más soportar que me hable así. Tampoco quería continuar pidiéndole explicaciones acerca de cómo debería actuar, pero debía hacerlo. Y cuando menos se lo espere, ganarme su confianza y entrar en su mente. Hacer lo que bajen quiere. La razón por la que estoy aquí. Sé que no es de lo más honesto, pero, ¿quién se preocupa por los que no saben ni pueden hacer otra cosa? Sólo me queda continuar con mi plan. Convenciendo.
— Sonrían y digan... ¡McRocket!
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