En Tus Manos

En Tus Manos

Comienzo

Semira

—¿Y ahora?—me preguntó la mujer que tenía en frente. Podía notar lo ostentosa que quería aparentar y lo imponente que actuaba frente a mí. Yo podía ser una extranjera en busca de empleo, pero la altanería no era algo de lo que merecía mi respeto.

—Acabó de explicárselo. Debe prestar atención. Si no está de acuerdo con las reglas que impongo, entonces no llegaremos a ningún acuerdo.

—Pero, por favor...¿Tan difícil puede ser utilizar las estrategias que de seguro ya vienes utilizando con el insolente de Sylvester?—continúa recriminándome.

—Bien. Hagamos de cuenta que no he dicho nada. Es evidente que seguirá humillando mi apellido y dignidad. Y si miento será por lo que ustedes me darían a cambio. No porque así lo quiera.—prosigo. Esperando que alguno de los tres consejales se digne a frenarme. Había podido lograr un buen discurso. Saben que soy buena mintiendo. Pero, ¿quién sabe en qué momento lo hago?

—Espera.—alerta el hombre más delgado.—Está bien. Lo haremos como acordamos. Sin más ni menos. Y confieso que eres muy convincente con tu forma de hablar. Realmente esperaré que te funcione.

Yo sonreí amablemente.

Faltaba cada vez menos para reunirme con el resto de mi familia.

Tan sólo debía poner más de mi astucia para que las cosas me salieran como yo esperaba.

Salí de que aquella reunión. Me habían citado en un complejo en el que preparaban archivos. O algo así. Realmente no había entendido qué hacían en ese lugar pero lo único que esperaban de mí era mi presencia.

Era normal que algunas personas en la calle continúen mirándome. Les llamaba la atención la ropa que usaba. No era algo extravagante, pero debía reconocer que una tela envuelta en mi cabeza en forma de turbante violeta, una larga pollera azul y una ajustada camisa con botones colgados no era algo tan común.

Volví al cuarto que estaba rentando. Aún se podía escuchar las discusiones de la pareja de la habitación de al lado. Las paredes eran delgadas. Por ende, sabía que todavía estaban en desacuerdo sobre darle alojamiento al hermano de ella. ¿Puedo decir que me sentí identificada con ella? Siempre se debe ayudar, incluso cuando no tengas ganas. En mi caso, es lo que estaba haciendo por mi familia y por mí, a la vez.

La computadora seguía prendida. Entré a chequear nuevamente si lo que estaba haciendo era como pensaba. Y sí, así era. Leí "Empriendas McRocket". El cartel  estaba casi en las mismas condiciones que como lo recordaba.

Había estado aquí, en la Ciudad de Málaga, hace tiempo atrás. Incluso era pequeña. Tenía alrededor de siete u ocho años. Simplemente necesitaba realizar más papeles. Al parecer, es habitual en personas extranjeras como yo. Entonces, había observado esa gran empresa. Recuerdo que las letras estaban encandiladas con luces rojas que llamaban la atención. No tenía idea de qué se trataba pero me había prometido que algún día podría formar algo tan llamativo y encantador como eso. Y no seguir dependiendo de casas prestadas. Y lo curioso, ahora, es que las personas que me estaban contratando para hacer perder la cabeza en un muy mal sentido a su jefe, Sylvester McRocket, son las que tienen empresas competitivas de él. La competencia de dicha compañía. Todo parecía demostrar que el destino quería verme conectada a ese sitio. Y simplemente espero que valga la pena. Porque me esforzaré en lograr algo como eso. Cueste lo que cueste.

La mañana siguiente me levanté mucho más preparada. Me había quedado la noche anterior repasando y practicando mis viejos hábitos de "trabajo". Recordaba que la había pasado bien fingiendo ser una vidente. Pero por esa razón, tuve que mudarme varias veces. La gente rica cree que tiene el poder para deshacerse de tí tan fácilmente como si se tratara de un costal de harina. Y mucho más si se enteran que le has mentido en su rostro y ni siquiera han sospechado. Creen que parecerían tontos. Pero, ¿quién les hizo creer que hace falta eso para que se vean así?

—¿Semira?—me preguntó el hombre que cobraba por el cuarto.

—Sí. Aquí estoy, Andrew.—respondí seriamente. Ya era la tercera vez que venía a pedirme lo del mes pasado. Y si todo salía como esperaba. Sólo debía esperar que aquellos tres mosqueteros cumplan con su acuerdo.

—Quería invitarte un café. Si estás disponible.—continuó él.

Mi rostro enmudeció y se giró lentamente hacia él.

—¿Qué?—dije.

—Sólo si no tienes nada que hacer.  Yo he terminado con mis quehaceres y tal vez te aburra la Ciudad. Hay mucho que ver por aquí.

—¿Conoces a Sylvester McRocket?—proseguí. Si perdería mi tiempo, debía ser con justo beneficio para mí.

—¿McRocket? Claro. Todos lo conocemos, pero ninguno suele cruzarse con él. Siempre está en su mundo. Y sinceramente no me cae tan bien. ¿Por qué?—me lapidó.

—Bueno...—pensé—Quiero trabajar para él. Y quería saber a qué jefe me estaría enfrentando.

—Mmm entiendo. Bueno si vamos por un postre supongo que podría hablarte de él.

Accedí sin más. Realmente necesitaba saber de él. ¿Cómo fingiría ante su persona si no conozco sus atributos ni debilidades? Probablemente no me sirva de mucho, pero debía intentarlo.

Llegué nuevamente al apartamento. ¿Sería posible que pueda convencer a alguien tan arrogante como lo que parece ser Sylvester? Ya había escrito casi todo lo que diría. Ahora era sólo era cuestión de actitud.

Por lo que terminó contándome Andrew, su arrogancia provocaba que no tenga muchos aliados. Estaba empecinado en hacer las cosas como a él le parecían. Y eso, no es una actitud de alguien que prefiera trabajar en equipo, así que, intentar hacer que el futuro de su empresa sea dominado por mis falsas palabras, no sería para nada fácil. Pero jamás me rendiría ante un hombre. Siempre hay un talón de Aquiles de donde sostenerme, y en su caso, sería la traición. Eso parecía ser algo que le ha desatado sus peores conductas. Pero de personas que realmente aprecia.

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