Alejandro y Helena descansaban cómodamente sobre el lomo de Nerón mientras Bran y Arlo caminaban a su lado, dirigiéndose de vuelta al pueblo. La brisa era suave, y el paisaje, con el sol descendiendo en el horizonte, ofrecía un respiro de tranquilidad tras la tensa situación que acababan de vivir.
—Nunca había visto un animal como este —dijo Bran, mirando a Nerón con una mezcla de asombro y curiosidad.
—A todos les sorprende cuando lo ven por primera vez —respondió Arlo con una sonrisa—. Impone respeto, pero es una dulzura. Nos conocemos desde hace mucho tiempo.
Alejandro y Helena, que escuchaban la conversación desde su posición sobre Nerón, rieron mientras acariciaban el suave y cálido pelaje del gigante. El animal, lejos de ser intimidante, les transmitía una calma que nunca antes habían sentido.
—A los niños les agrada. Pensé que tendrían miedo... —comentó Bran, observando cómo sus hijos interactuaban con Nerón.
—Tus hijos son los niños más valientes que conozco —dijo Arlo, con un tono de admiración sincera en su voz.
Bran sonrió, aunque su expresión cambió rápidamente a una de preocupación. Una tos seca interrumpió el momento de paz.
—Gracias... Un poco de felicidad en sus vidas les hace bien —murmuró Bran, antes de que la tos lo interrumpiera nuevamente.
—¿Estás bien? —preguntó Arlo, frunciendo el ceño, preocupado por la salud de Bran.
Alejandro y Helena se giraron de inmediato, alarmados por el estado de su padre. La tos se intensificaba y, a cada segundo, Bran parecía más débil.
—Sí, solo es el susto... y el cansancio... —intentó tranquilizarlos Bran, pero sus palabras se vieron ahogadas por los violentos estornudos que le siguieron.
La situación se agravó rápidamente. Bran comenzó a toser de manera incontrolable, cada vez más fuerte, hasta que sus piernas no pudieron sostenerlo más. Con un último esfuerzo por mantenerse de pie, cayó al suelo desmayado. El sonido de su cuerpo golpeando el suelo resonó con fuerza, rompiendo el aire sereno que los rodeaba.
—¡Papá! —gritaron Alejandro y Helena al unísono, descendiendo rápidamente de Nerón para correr hacia él.
Arlo también se agachó de inmediato para prestar ayuda. Bran yacía inconsciente, su respiración errática, mientras sus hijos intentaban con desesperación reanimarlo.
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La noche había caído, y Bran finalmente recuperaba la conciencia. Aún algo aturdido, sus ojos se ajustaron lentamente a la penumbra de la habitación. Al mover la cabeza, notó la pequeña figura de Helena dormida profundamente a sus pies. Con ternura, se acomodó y alargó el brazo para tomar su mano, sintiendo su calidez y respiración tranquila. A lo lejos, distinguió a Arlo y Alejandro acercándose. Alejandro llevaba un vaso de agua en las manos, caminando con cautela para no despertar a su hermana.
—¿Papá, estás bien? —preguntó Alejandro en un susurro, su rostro reflejando preocupación.
—Sí, hijo —respondió Bran en el mismo tono bajo, intentando no romper la calma que envolvía el ambiente—. Debe haber sido agotamiento. Corrí demasiado.
Alejandro asintió en silencio y le entregó el vaso de agua. Bran lo tomó con manos temblorosas, pero logró beberlo de un solo sorbo, sintiendo cómo el frescor del agua aliviaba su garganta seca. Arlo, con suavidad, se inclinó y levantó a Helena en brazos. Con delicadeza, la colocó junto a Bran, quien la recibió con una sonrisa agradecida.
—No quiere alejarse de ti —dijo Arlo en voz baja, su mirada cálida reflejaba preocupación.
—Gracias —murmuró Bran, apenas audible, sintiendo una profunda gratitud hacia Arlo por todo lo que estaba haciendo.
Helena, aún sumida en sus sueños, se acurrucó instintivamente junto a su padre, buscando su protección. Bran la envolvió con su brazo, abrazándola con cariño mientras apoyaba la cabeza en la almohada. A pesar de su debilidad, la cercanía de sus hijos le devolvía una sensación de paz.
—Continúa descansando —le sugirió Arlo, en un tono suave pero firme.
Alejandro se acercó a Bran y, con un gesto lleno de amor, lo abrazó. Luego, con ternura, se inclinó para dar un beso en la frente a su hermana, quien apenas se movió en respuesta, sumida en su profundo sueño. Tras asegurarse de que su padre estaba cómodo, Alejandro siguió a Arlo hacia la salida de la casa, dejando que el silencio de la noche reinara nuevamente en el hogar.
Afuera de la casa, Arlo sale en busca de Nerón, quien ha activado su camuflaje para no alarmar a los habitantes del pueblo. Alejandro lo sigue, sin saber de esta peculiar habilidad de la bestia.
—¿Dónde está Nerón? —preguntó Alejandro, mirando alrededor, confundido.
—Tiene la capacidad de volverse invisible como medida de protección —explicó Arlo con una sonrisa—. Es un poco tímido, y la gente no siempre reacciona bien cuando lo ve.
—¡Vaya, tu bestia es realmente asombrosa! —dijo Alejandro, asombrado.
—Gracias —respondió Arlo, con modestia.
—¿Está justo aquí? —preguntó Alejandro, con los ojos muy abiertos, intentando ver lo que era invisible.
Arlo, divertido, tomó la mano de Alejandro y lo guió hacia donde Nerón descansaba en silencio.
—Aquí está. ¿Puedes sentirlo? —dijo Arlo mientras Alejandro extendía la mano, sorprendido al sentir la calidez de la criatura bajo sus dedos, aunque a simple vista no había nada allí.
—No puedo creerlo. Es muy extraño... —dijo Alejandro, fascinado.
—Yo diría que es maravilloso —corrigió Arlo con una sonrisa—. Este mundo está lleno de cosas asombrosas. Es por eso que amo viajar, conocer criaturas como Nerón y vivir aventuras. Aprendes cosas que nunca imaginarías.
Alejandro se quedó maravillado, palpando la silueta invisible de Nerón. Arlo lo observaba, perdido en sus propios recuerdos de cuando conoció al animal por primera vez. Pero la curiosidad de Alejandro lo devolvió al presente.
—Antes, en el bosque, ibas a contarnos a mi hermana y a mí por qué viniste aquí —dijo Alejandro, con los ojos fijos en Arlo.
—Sí, justo antes de que ocurriera lo de tu padre —recordó Arlo, suspirando.
—¿Puedes contármelo ahora? —preguntó Alejandro, lleno de intriga.
—Vine a entregar una carta al burgomaestre de este pueblo —respondió Arlo, mirando a lo lejos.
—¿Al señor Brim? —dijo Alejandro, con reconocimiento.
—No sé su nombre. Solo sé que debo hablar con él y entregarle la carta —dijo Arlo.
Alejandro se ofreció a guiarlo, dándole indicaciones sobre cómo encontrar la casa del Sr. Brim.
—Debes ir a la casa más lujosa, justo allí vive el Sr. Brim —le indicó Alejandro.
—Está bien, lo haré —respondió Arlo, asintiendo.
—¿Puedo acompañarte? —preguntó Alejandro, con la esperanza de seguir siendo parte de la aventura.
Arlo negó suavemente con la cabeza.
—No, debes quedarte aquí, cuidar a tu padre y a tu hermana. Además, tengo una tarea muy importante para ti —dijo Arlo, con una mirada seria.
Los ojos de Alejandro se iluminaron, esperando recibir una misión emocionante.
—Debes cuidar de Nerón mientras hablo con el Sr. Brim. ¿Puedes hacerlo por mí? —pidió Arlo, con una sonrisa.
Alejandro se sintió un poco decepcionado, esperando algo más emocionante. Sin embargo, aceptó con un asentimiento.
—Está bien, estaré atento —respondió, aunque su voz no ocultaba su decepción.
Antes de partir, Arlo se detuvo y realizó un gesto extraño, colocando sus manos sobre su frente mientras recitaba un hechizo en voz baja.
—¡Illusiu Perceptum! —dijo Arlo, y en ese momento, sus manos brillaron con una luz celeste, iluminando la oscuridad.
Alejandro, sorprendido y asustado, intentó retroceder, pero Arlo lo sostuvo firmemente.
—Quédate quieto, solo será un segundo —dijo Arlo con calma.
Alejandro, sintiendo un leve dolor en la frente, se agitó.
—¿Qué estás haciendo? ¡Me duele! —dijo Alejandro, luchando por liberarse.
Finalmente, logró soltarse y cayó al suelo, mirando desconcertado mientras Arlo se alejaba. Pero entonces, al levantar la vista, vio algo que lo dejó boquiabierto: frente a él, Nerón se volvía visible lentamente, su imponente figura ya no oculta por el camuflaje.
—Ahora puedes verlo. Por favor, estate atento para que no se aleje. Hay un saco de zanahorias cerca de ti. Si tiene hambre, dale una —dijo Arlo, con una sonrisa traviesa.
Alejandro aún estaba procesando lo que acababa de ocurrir.
—¿Pero qué has hecho? —preguntó Alejandro, desconcertado.
—Magia —respondió Arlo con un guiño.
Con esa última palabra, Arlo se dio la vuelta y se dirigió hacia la casa del Sr. Brim, dejando a Alejandro sentado junto a un visible Nerón, aún asimilando la extraña e increíble experiencia que acababa de vivir.
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Frente a la majestuosa residencia del señor Brim, Arlo se detuvo, su mirada recorriendo cada detalle de la imponente casa. Aquel contraste entre la suntuosidad de la vivienda y las modestas cabañas circundantes no pasó desapercibido. El brillo de las ventanas y las fuentes de agua en los jardines parecía reflejar una vida de privilegios que pocos en Aldenar podrían siquiera imaginar.
Con una profunda respiración, Arlo avanzó hacia la puerta principal. Sus nudillos golpearon la madera con firmeza, y tras unos instantes, la puerta se abrió revelando a una anciana que, pese a sus años, mostraba un porte refinado.
—¿En qué puedo ayudarte? —preguntó la anciana con voz firme pero amable.
—Buenas noches. Traigo una carta importante para el burgomaestre —respondió Arlo, mostrando la misiva que sostenía en su mano.
—¿Tu nombre, por favor? —dijo la anciana, en un tono que no dejaba lugar a imprecisiones.
—Mi nombre es Arlo.
La anciana, a quien Arlo identificó como Ana, le dirigió una mirada de evaluación antes de continuar:
—Señor Arlo, por favor, déjeme la carta y yo me aseguraré de que el señor Brim la reciba.
Arlo frunció el ceño, manteniendo su tono diplomático pero insistente.
—Es sumamente importante que yo sea quien la entregue en persona.
—Como podrá entender, es bastante tarde y el señor Brim ya se encuentra descansando. Le sugiero que me deje la carta y mañana temprano se la haré llegar —insistió Ana, con la misma amabilidad inflexible.
Arlo dio un paso hacia adelante, tratando de contener su impaciencia.
—No me está entendiendo, señora. Es de carácter urgente, y las vidas de este pueblo están en peligro.
Antes de que Ana pudiera responder, desde el interior de la casa se escuchó la áspera voz de Brim, resonando como una orden incuestionable:
—Ana, cierra la puerta y sube. ¡Te necesito aquí!
La anciana dio un paso hacia atrás, cerrando la puerta con un leve suspiro de disculpa.
—Lo siento, señor Arlo. Si no me deja la carta, le pido que regrese mañana. Buenas noches.
La puerta se cerró suavemente, dejando a Arlo solo bajo la luz tenue de las antorchas que adornaban el jardín. Se quedó inmóvil por un instante, procesando la situación.
—Parece que tendré que hacerlo por la fuerza —murmuró, mirando a su alrededor en busca de una entrada alternativa.
Con la agilidad de un cazador experimentado, Arlo se deslizó hacia la parte trasera de la casa, donde una pequeña ventanilla abierta le ofreció la oportunidad perfecta. Con un susurro, invocó su magia.
—Vaporis Transmutatio —murmuró, mientras su cuerpo comenzaba a desvanecerse en una bruma etérea, flotando hasta atravesar la ventanilla y materializándose de nuevo dentro de la casa.
Con pasos silenciosos, recorrió los pasillos en penumbra, deteniéndose brevemente en cada esquina para asegurarse de que no lo habían detectado. Al llegar a las escaleras, observó a la señora Ana subiendo lentamente, y aprovechó el momento para entrar en una habitación cercana, esperando que pasara de largo.
Cuando la anciana desapareció de su vista, Arlo continuó su avance hacia el salón principal. Allí, sentado en un imponente sillón de cuero, se encontraba el señor Brim, quien bebía con aire despreocupado, ajeno a la intrusión que se desarrollaba a su alrededor.
—Ana, ¿eres tú? —preguntó Brim, sin molestarse en girar la cabeza.
Arlo, oculto en las sombras, respiró profundamente antes de dar un paso adelante.
—Señor Brim, tengo algo para usted —dijo, con voz firme pero serena.
Brim giró violentamente hacia la voz, su rostro revelando sorpresa y temor al encontrarse con la figura de Arlo en su sala.
—¿Quién eres? ¿Cómo entraste aquí? —exclamó, su voz temblorosa.
—No fue Ana. Entré por mis propios medios —respondió Arlo, tratando de calmar la situación.
Brim, presa del pánico, comenzó a moverse hacia las escaleras, gritando:
—¡Ana, ven rápido! ¡Este hombre ha entrado a la casa!
Arlo suspiró, sabiendo que las palabras ya no calmarían a Brim.
—No me dejas elección —murmuró.
Levantó las manos, y una luz azulada comenzó a irradiar de ellas.
—Chronos Stasis —pronunció, mientras una ola de energía mágica se extendía por la habitación.
Brim quedó congelado en el acto, inmóvil pero consciente. Sus ojos se movían con pánico, pero el resto de su cuerpo estaba atrapado en una burbuja temporal.
—Te he congelado en el tiempo. Puedes verme y escucharme, pero no te puedes mover —dijo Arlo, acercándose lentamente a su ahora inmóvil interlocutor.
Sacó la carta de su bolsillo y la sostuvo frente a los ojos de Brim.
—Lee esta carta. Es crucial para el pueblo.
Los ojos de Brim, aunque llenos de miedo, comenzaron a seguir las palabras escritas, descifrando el mensaje mientras Arlo lo observaba con paciencia. La tensión en la habitación era palpable, pero el hechicero sabía que había hecho lo necesario para asegurar que el mensaje llegara a su destino.
“Querido señor Brim,
Espero que esta carta llegue a sus manos en un momento oportuno. Permítame presentarme, soy un informante en nombre del reino de Avarindor. He descubierto información crucial que necesita conocer de inmediato.
Existe una creciente sospecha en Avarindor de que hay un espía del reino de Marion infiltrado en sus tierras. La preocupación y el miedo han aumentado, y nuestras autoridades están buscando incansablemente al culpable. Hasta el momento, desconocemos la identidad de este espía.
Lamento informarle que, como resultado de esta situación, el reino de Avarindor ha llegado a la decisión de tomar medidas drásticas. Están considerando la destrucción de todo el pueblo de Aldenar debido a las sospechas de que podría ser un escondite o punto de operaciones para el espía en cuestión.
Quiero enfatizar que no estoy en favor de esta decisión, y he decidido actuar como intermediario para evitar esta tragedia. Mi objetivo es que se evite cualquier acción precipitada y que el pueblo de Aldenar no sufra por la posible culpa de un individuo.
Ruego encarecidamente que, como líder de Aldenar, use su influencia para dialogar con las autoridades de Avarindor y encontrar una solución pacífica a esta situación. No podemos permitir que un acto irreflexivo afecte a inocentes.
Por favor, señor Brim, tome esta carta en serio y actúe con rapidez. La vida de todos los habitantes de Aldenar está en peligro. La diplomacia y la cooperación son nuestras mejores armas en estos tiempos oscuros.
Espero que podamos evitar una catástrofe innecesaria y mantener la paz en esta tierra.
Atentamente,
Un informante preocupado”
Cuando Brim terminó de leer, sus ojos reflejaban la gravedad de la situación. Arlo guardó la carta y extendió sus manos hacia el burgomaestre.
—Te voy a descongelar. Espero que puedas perdonarme —dijo, con un tono de genuino pesar.
La magia se disipó, y Brim cayó al suelo con un leve gemido. El ruido fue suficiente para despertar a la señora Ana, quien, confundida, descendió rápidamente las escaleras.
—Señor Brim, ¿está usted bien? ¿Qué fue ese ruido? —preguntó con preocupación.
Al ver a Arlo de pie junto a su amo, el color abandonó su rostro.
—Eres tú. Te dije que no podías entrar. Señor Brim, lo siento mucho, intenté detenerlo —se disculpó, alarmada.
Brim, aún tembloroso, se levantó lentamente, recomponiéndose.
—Ana, ve a dormir. Este hombre y yo debemos discutir algunos asuntos —ordenó con voz grave, mientras lanzaba una mirada intensa a Arlo.
FIN DEL CAPÍTULO 3.
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