Capítulo 5

Capítulo 5: Cuentos para dormir

Cuando terminamos de comer, regresamos al campamento y empezamos a recolectar leña para encender una pequeña fogata más tarde. También buscamos nuestros snacks y los juegos de mesa para pasar la noche; ya teníamos todo planeado.

—Creo que deberíamos encender la fogata primero; tomará un tiempo prenderla —dijo André.

—Sí, además empieza a hacer un poco de frío —añadí.

—Yo creo que mañana deberíamos unirnos a la fiesta que van a organizar los otros campistas —sugirió Lina.

—Yo también pienso que es una buena idea. ¿No crees, Dei?

—Sí, quizá sea buena idea.

Después de encender la fogata, quemamos algunos bombones y jugamos un rato. Entonces recordé que traía conmigo el libro de la abuela. Y si algo amábamos los tres, eran los cuentos de la abuela.

—Chicos, ¿les gustaría volver a escuchar las historias de la abuela?

—¡Por supuesto! Las historias de la abuela eran las mejores —dijo André.

—Extraño a tu abuela —añadió Lina.

—Créeme, yo también la extraño… pero bueno, ¿quién está listo para una gran historia?

—¡Yo! —gritaron los dos.

Abrí el libro y no busqué ninguna historia en particular; leí la primera que estaba allí, llamada El Gran Laberinto:

📖 En un mundo lleno de magia y misterio, en lo profundo de un hermoso bosque, dicen que existe un laberinto encantado. Se dice que es hermoso porque en él se encuentran maravillas inimaginables, y criaturas que lo custodian ponen pruebas para medir la pureza del alma y la bondad del corazón. Las pruebas comienzan al encontrar la entrada. No se sabe cuáles son, pero se dice que solo uno puede pasar cada 100 años. Quien logre superar todas las pruebas tendrá una vida llena de todo lo que alguna vez soñó.

Ahora te contaré la historia de unos pequeños amigos. Se dice que entre ellos, solo una niña logró entrar y salir del laberinto, aunque nunca pudo recordar las pruebas que enfrentó. Recordaba vivir allí hasta envejecer, rodeada de riquezas y maravillas. Pero al cometer un error, todo terminó: comenzó una avalancha de problemas y sufrimientos. Un día simplemente volvió a encontrarse sola en el bosque, siendo otra vez una niña, sin sus amigos y sintiéndose completamente vacía. Desde entonces, aquella niña nunca volvió a ser la misma.

Se dice también que, aunque el laberinto debería aparecer cada 100 años, en cualquier momento puede presentarse ante ti y mostrarte sus maravillas… pero debes tener cuidado.

—¡Vaya, qué buena historia! No recuerdo que la abuela nos contara esta antes —dijo Lina.

—Yo tampoco, pero me gusta escuchar algo nuevo —añadió André.

—Pues chicos, prepárense, porque ahora viene nuestra historia favorita.

Y sí, ya la conocíamos: la historia de la reina y su fiel consejero. Estuvimos hasta muy tarde escuchando las historias de la abuela; todas eran maravillosas. Finalmente, caímos completamente dormidos.

Despertamos un poco tarde, desayunamos y realizamos varias actividades durante el día, hasta que llegó el momento de ir a la fiesta organizada por los otros campistas. Estaba un poco adentro del bosque, pero el camino era fácil de seguir gracias a unas cuerdas que señalaban la ruta.

Llegamos y empezamos a convivir, bailando y hablando con otros. En un momento, me pareció ver a aquella señora del otro día. Raro… ¿qué haría ella aquí? Pero pronto desapareció; quizá solo había sido mi imaginación.

La noche avanzó y llegó la hora de regresar. No sé cómo pasó, pero de repente no encontrábamos el camino. Estábamos todos juntos, lo cual era un alivio… hasta que André decidió ir al baño y se separó de nosotras. En las películas, eso nunca es buena idea. Empezó a tardar, y nos preocupamos. Lo buscamos, pero no podíamos encontrarlo.

Y de repente, Lina tampoco estaba a mi lado. ¿Ahora qué hago? La intenté buscar, pero casi no se veía nada. Avancé un poco y creí ver un poco de luz; pensé que había encontrado el campamento. Pero cuando me acerqué, la luz se intensificó de manera extraña, cegándome, y ya no pude ver nada más.

El bosque, silencioso y oscuro, parecía cobrar vida a nuestro alrededor, y un escalofrío recorrió mi espalda: estábamos solos, perdidos… y no sabíamos lo que nos esperaba.

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