Salió temprano al día siguiente. El rocío de la mañana en verano lo refrescó en el alma. El paisaje verde, montañoso, y el cielo despejado con el Sol saliendo le recordaron al último día que había pasado con el viejo Cisneros.
La casa se ubicaba en el medio de la nada. La cosa de tener dinero y fama era que la privacidad tenía que ganarse. Era una construcción imponente, tres pisos de altura y una galería, una piscina de piso y patio. La totalidad de la estancia estaba enrejada, y para salir, se necesitaba una llave.
Para llegar a la ciudad sin auto, caminar no era una opción realista. Quedaba, al menos, a unos 100 o 110 kilómetros de distancia, puro campo y pasto en el camino. Como no había probabilidad de que su padre lo llevara y aún no estaba listo para hablarle a su madrastra, Evan se dirigió a la parada del bus que estaba a unos cuantos metros. En cuadras, tal vez era cinco o seis. La cabina estaba vacía.
Solo pasaron cinco minutos hasta que pasó el bus. Se subió y encontró un asiento vacío al fondo. Como era un bus de mediana distancia en una región con muy poca gente, casi nunca había nadie encima, y los pocos que estaban eran comunes. El chico de aspecto juvenil, con su piel morena, su sonrisa relajada y su bolsa de tela debajo del hombro, encantó e intrigó en partes iguales a las ancianas que visitaban el pueblo por provisiones.
Tardaron media hora más, a toda velocidad, en llegar al pueblo. Al bajar, Evan ayudó a una mujer que no podía bajar su carro de compras. La señora le sonrió con calidez y se dirigió con sus amigas, otras mujeres de su edad, para conversar sobre el guapo muchacho de la parada del naranjo.
Evan respiró hondo el aire del pueblo y se relajó con el viento y el sol. Begranda era más un hogar que su propia casa, la música que sonaba del mercado y la gente que caminaba a su alrededor en un vaivén rítmico.
Caminó por las conocidas calles hacia la biblioteca. En su bolsa, llevaba los libros de la escuela, su celular, unos auriculares y su cargador. En su cabeza, tenía el plan del día diseñado perfectamente: estudiaría dos horas, y luego saldría a visitar el centro comunitario. Ofrecería sus servicios como profesor particular o niñero a quien lo requiriera, o iría tienda por tienda a ver si alguien buscaba personal joven. Sabía que no obtendría ninguna paga ostentosa ni un contrato con quince años, pero cualquier pequeño trabajo en el que dedicar su tiempo era aprovechable.
Justo estaba intentando recordar si algún lugar había estado contratando en algún momento en su primera vida cuando un golpe en el hombro casi lo derriba.
Alzó la vista de golpe, sorprendido. Un chico, un poco más bajo que él, de pelo negro y ojos azules, le devolvió la mirada.
—Lo siento mucho —murmuró, mirándolo solo un segundo antes de espiar detrás de él—. Perdón. ¡Me tengo que ir!
—¡Oye, espera! —ese rostro y esas palabras le hicieron cosquillas a Evan en algún lado al fondo de su cerebro. El chico corrió sin voltear a ver a Evan, se dirigió a unos callejones.
Evan volteó a ver de qué podría estar corriendo. Sus ojos negros encontraron dos cosas chocantes solo de una vez: por un lado, un grupo de hombres corrían en la misma dirección en la que el chico se había ido, justo al lado suyo. Llegó a notar el mango de una pistola asomándose por el pantalón de uno, haciéndolo abrir los ojos con sorpresa.
Por otro lado, una figura de cabello miel, enfundada en un vestido veraniego blanco, le llamó la atención. Pensó que no podía ser posible, no allí, pero por si las prendas angelicales no eran suficientes, Alice Burdow se volteó a tiempo para que sus facciones delicadas fueran perfectamente visibles.
Evan contuvo la respiración. Supo, de repente, cuál era el capítulo 3.
Pero, ¿Cómo podía ser? ¿La historia estaba sucediendo antes de que la novela actualizara?
Evan corrió dentro de la primera tienda que se le ocurrió. Se apresuró a entrar en un baño y encerrarse en un cubículo antes de abrir la página y buscar la novela.
Allí estaba. Claro como el agua.
“Capítulo 3: Salvando un rufián”
Por supuesto que sí. Alice Burdow estaba en Begranda, una chica de pueblo común y corriente, y estaba siguiendo con la trama.
Se metió al capítulo y se desplazó hacia el final. Leyó la nota de la autora.
“Sé que no es martes, pero les regalo capítulo por esos nuevos me gustas. Espero que les esté gustando.”
Evan respiró hondo y suspiró. No tenía tiempo para leer el capítulo, pero sabía lo que pasaba. En síntesis, Alice salvaba a un chico que robaba en las calles de ser golpeado hasta la muerte por unos criminales. Lo escondía en la parte de atrás de una tienda o algo así, y regañaba al líder por su apariencia y actitud violenta para que no se acercara al niño.
Había que actuar y rápido. Ese capítulo era fundamental para el futuro, porque el niño volvía a aparecer algunos capítulos después y la ayudaba a escapar de unos niños ricos que querían hacerle daño. Por no mencionar que el criminal se enamoraba de Alice y se volvía un antagonista menor para Keith.
El curso de acción más seguro sería tomarse el primer bus a su casa, encerrarse en el cuarto y rezar que nadie estuviera en la estancia. Para ello, tendría que salir de ahí y caminar por los atajos detrás del mercado, escaparse sin ver a nada ni a nadie. Rezar porque no fuera demasiado tarde.
De haber cambiado alguna parte vital de la trama... ¿Qué se supone que haría? Lo enviarían a la milicia antes de que pensara algo. O algo peor, si existía.
Respiró hondo y se adelantó fuera del cubículo. Se lavó las manos con agua fría y se secó rápido, alisándose los rizos rojos hacia atrás, fuera de su frente y sus ojos.
Mientras salía del baño, no notó a la chica de vestido blanco que miraba los discos en el estante de música alternativa. En lo que caminaba fuera de la tienda, tropezó con sus propios pasos y se chocó un mueble con CDs de música más vieja.
Se disculpó vehementemente con la mujer del mostrador por su torpeza. Al ver que no se había dañado nada, ella lo dejó pasar. Evan salió del comercio, sin notar que Alice, que ya planeaba irse, encontró unos discos que le interesaban en ese estante.
Caminó detrás de los comercios que se cruzaba. Los pisos de tierra con trozos de vidrio y cajas viejas no le asustaban especialmente, lo que lo sorprendía era el silencio que se sentía ahí detrás. Se aferró a su bolsa, sintiéndose extraño. No pudo encontrar un por qué.
Llegó al fondo del callejón. Al frente suyo se alzaba una pared de concreto, del centro comunitario, a su izquierda un alambrado y a su derecha la pared de otra tienda. Las cajas, unos tachos de basura y otros residuos.
Justo cuando estaba por darse la vuelta, lo empujó una fuerza débil desde un costado, una vez más. El mismo niño que hace un rato lo miró, mucho más asustado esta vez.
—Perdón —volvió a susurrar, pero en esa ocasión sonaba mucho más serio. Como si se disculpara por algo más.
Evan no entendió hasta que no escuchó los pasos acercarse. El chico corrió detrás de unas cajas, a esconderse allí. Por instinto, el pelirrojo se lanzó hacia los tachos de basura, se escondió detrás de ellos en una esquina.
Los pasos se acercaron rápidamente. La respiración de Evan se atragantó en su garganta. Ah, mierda.
Estaba tomando muy malas decisiones ese día. Anotó mentalmente no volver a dejar la casa sin revisar si la novela había actualizado.
Los zapatos se adentraron al callejón, desde la perspectiva de Evan. Solo podía ver los pies, y el líder iba delante.
—¡Búsquenlo! El mocoso no puede haberse ido a ningún lado.
Evan intentó tranquilizarse cuando los pasos se acercaron a él. Se dijo que la trama debería cumplirse, y en cualquier momento llegaría Alice a usar su poder de protagonista, ¿Verdad?
Excepto que no recordaba leer sobre el niño atrapado debajo de unas cajas en la novela. Podía ver sus pies desde donde estaba, parecía que había encontrado un agujero en el alambrado y estaba intentando pasar por ahí sin hacer ruido.
—Cuando lo encuentre —masculló el criminal, cuyo nombre Evan ni siquiera intentó recordar—, voy a matar a ese bastardo. ¿¡Me escuchaste!? —pateó una botella de vidrio y la rompió. Los cristales volaron a su alrededor, Evan tragó saliva— Mocoso idiota.
El niño se desesperó tanto como Evan. Forcejeó con el alambrado, y, accidentalmente, golpeó un frasco con la mano.
Eso no estaba en la novela.
Eso definitivamente no estaba en la novela.
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Comments
Gelen Burgos
jajaj puedo imaginarme su carq de shock
2025-01-04
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Gelen Burgos
No entendí. Alzó la vista pero el chico es menos alto q él.
2025-01-04
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