El señor Cisneros llevaba unos diez años atrapado en el retiro, desde sus setenta y ocho a sus ochenta y ocho. Como para todas las personas de su edad, la insuficiencia cardíaca y los paros cardiovasculares eran moneda común.
Su vida era como un hilo, esperando a cortarse, cada día más fino.
Por eso, seguramente, cuando le rogó a la directora general que lo llevaran al pueblo más cercano, la mujer accedió.
—El asistente Vita lo llevará —señaló a Evan con la cabeza, que se encontraba planchando unos uniformes mientras la mujer le hablaba al anciano—. Cuídese del frío y del tráfico, vuelva en un máximo de tres horas y, por favor, no haga ningún escándalo, señor Cisneros.
—Sí, sí, lo que usted diga, madresita —Cisneros, hablador especialista, arrastró las palabras y se marchó ágilmente en su silla de ruedas.
Al día siguiente partieron temprano. Evan enfundado en su traje de enfermero, cubierto con un chaleco de lana que una de las ancianas le había regalado en Navidad, y el señor Cisneros en su uniforme militar, hablando sobre enamorar señoras de su edad.
Caminaron por todo el pueblo mientras el hombre contaba anécdotas de su juventud. Recorrieron la plaza, la biblioteca y la sala comunitaria, donde jugaron ajedrez.
Evan se apenó un poco cuando lo invitaron, pues tuvo que confesar que nunca había aprendido a jugar, pero tras una lección rápida y unas tres partidas, (dos perdidas groseramente, y una batallada, pero perdida al fin), un hombre, unos años más grandes que Evan, aún mucho más joven que Cisneros, le regaló un juego.
—Toma, lindura —le susurró al oído, provocando que las mejillas de Evan se sonrojaran—, llévalo contigo. Si quieres que te enseñe solo vuelve. Si no, vuelve igual, a jugar unas partidas.
La mirada de Cisneros le dijo a Evan que no había perdido nada y que, seguramente, ya sabía todo sobre la sexualidad de su enfermero favorito. Cuando no dijo nada, Evan sonrió, más agradecido que nunca, y siguió dirigiendo al hombre.
Terminaron la tarde en un café, sentados afuera. Evan se ofreció a pagar unos cafés, pero, antes de que tuviera oportunidad, el señor Cisneros llamó a la camarera y le dijo que trajera un buen whisky.
—Jovencito, tengo algo que confesarte. Voy a morir pronto.
Evan pestañeó, apenas habiéndose sentado, severamente confundido.
—Lo sé —dijo el hombre, interpretando el silencio como incredulidad —, lo sé. Parece que soy apenas un hombre mayor, pero lo cierto es que tengo más de setenta años. ¡No necesitas saber la edad exacta! Solo basta con que te diga que estoy muy enfermo.
Había cosas que era mejor callarse. ¿El hecho de que sabía perfectamente cuántos años tenía Cisneros? Un silencio absoluto. No lo confesaría aunque fuera torturado para hacerlo.
—Lo único que tienes que saber es que quiero que vivas. Y para que lo hagas, he preparado algo para ti. Un plan de huida.
Evan se mordió los labios y resistió las ganas de llorar. La emoción era demasiada.
»¡No tengo bienes para dejarte! Todo lo mío lo han robado las sanguijuelas que alguna vez llamé familia. No sabes cuánto lamento no haber guardado algo para tí, si hubiera sabido que te conocería, hubiera luchado más. Eres como el nieto que nunca tuve. Así que si en vida no te puedo dar nada, ¡Te lo daré en muerte!
Con los ojos llenos de lágrimas, Evan sollozó unas palabras:—Ay, señor Cisneros. Yo también lo veo como un abuelo. ¡Por favor, no hable de muerte! Aún tiene muchos años por delante.
—No los tengo, muchacho. Quiero despedirme en paz —la camarera llegó y dejó dos vasos de pintas y una botella de whisky, solo dándoles una mirada de reojo antes de volver a marchar. Cisneros se sirvió un shot y lo tomó de un trago.— Mañana temprano empaca una mochila. Al atardecer estarás cuidando de mí, y colapsaré. Toma tu mochila y ponla debajo de mi camilla antes de que llegue la ambulancia. Acompáñame a la ciudad. Luego, huye.
—Nunca lo dejaría —Evan susurró, tocado y, a la vez, dolido—. No podría, señor Cisneros, por favor.
—Tienes que hacerlo. Te lo pido, como mi último deseo. Quiero que vivas, Evan, prométeme que lo harás.
Algo en las palabras ominosas era doloroso. Los ojos de Evan se humedecieron otra vez, el llanto amenazándolo como el cañón de un arma pegado contra su sien.
Cisneros lo miró con una sonrisa, sus labios apretados. Se vio mucho más viejo que de costumbre.
—A mí se me murió un nieto —murmuró, como una confesión impulsiva, y Evan los miró con los ojos bien abiertos—. Tenía tu edad, un año más, creo. Él era inocente de todo mal, y murió tratando de protegerme. Fue mi culpa.
—No diga eso, basta —Evan negó con la cabeza vehementemente—. Nada de eso es su culpa. Estoy segura de que él lo amaba y no querría que usted ande pensando esas cosas.
—Ah, sí, me amaba. Fue el único que se mantuvo a mi lado cuando enfermé. Él quiso darme una alegría y llevarme a ver la playa —los ojos del hombre se hicieron vidriosos, hizo una mueca—. Estaba en mi peor momento con... La enfermedad. Me quisieron robar. Los golpeé y escapé. Él no sabía donde estaba yo. Y cuando fue a buscarme, tuvo un accidente.
Eso sonó como una versión evitativa de las cosas. Cisneros quería decir algo y no se lo permitía. Con los ojos llenos de lágrimas, Evan colocó una mano en su hombro.
—Él querría que usted viva tanto como pueda, señor. Por favor, piénselo dos veces.
El viejo negó con la cabeza y el ánimo de Evan decayó. Miró a Cisneros esperando unas palabras más, el pie para debatir sobre esto, para discutirlo.
Cuando no se lo dieron, decidió confesar algo él mismo:—Mi... Padre, él me dijo que nunca más lo llamara si no completaba la "Terapia natural" y me redimía. Yo había sido expulsado de la escuela porque me acusaron de un robo. No tenía la necesidad de robar, nunca lo hice, pero todos me dieron la espalda y permitieron que se me acusara injustamente. Sin testimonio a mí favor, me echaron.
»Me llevaron al medio del bosque con otros doce chicos. Al pasar de los meses, muchos se rendían y se... Iban. Otros escapaban y nunca eran encontrados otra vez. Empecé a sumirme en una gran depresión, y decidí que la única opción era huír. Así lo hice. Fui a la ciudad, a buscar a mi padre. Lo encontré rápido. Antes de que le dijeran que yo había desaparecido. Él era feliz con su nueva familia. Habían desarmado mi cuarto. Se habían deshecho de todo rastro de mí.
No sería la primera vez que un paciente del retiro falleciera en las instalaciones. Tampoco sería la primera vez que lo planearan. Pero Cisneros no era un paciente cualquiera, Evan no lo vería de esa manera nunca. Necesitaba que entendiera su pérdida.
—Eres lo más cercano que tuve a un padre en mi vida —dijo, y fueron más que palabras.
—Júrame que estarás a mi lado al final —pidió el hombre, un susurro carraspeado.
—Lo juro —superando su dolor, Evan no dudó un segundo en jurar compañía.
Volvieron al retiro en un silencio que, si bien no era incómodo, era tenso. Se fueron a sus cuartos con una tranquilidad impropia.
Evan durmió en una almohada húmeda por las lágrimas. Extrañaría el cariño de Cisneros, como si fuera el de su propio padre, porque era lo más cercano que alguna vez tendría a uno.
Al día siguiente, llevó sus actividades a cabo como si fuera un fantasma de sí mismo. En silencio, pálido, entristecido. Rendido.
Guardó una maleta con lo poco que tenía. Esperó hasta la tarde pacientemente. Cuando llegó la hora de cuidar a Cisneros, Evan apareció en la puerta como si fuera un espíritu.
El viejo Cisneros sonrió:—Pásame el vaso con agua, muchacho.
Como poseído, Evan caminó hacia la mesa de luz. Tomó el vaso y lo llevó a Cisneros. Miró el contenido, burbujeante, no agua. Todo menos agua.
Cisneros se lo arrebató de las manos antes de que pudiera arrepentirse.
—Por la vida —levantó el vaso como si fuera un brindis.
Y lo que siguió fue un flash en la memoria dañada del chico. Gritos y llantos, una ambulancia, la mochila empujada en un segundo, el único pensamiento en su mente de cumplir el último deseo del buen hombre.
La ambulancia se movió rápido por la carretera. Evan podía sentir las ruedas saltando, miraba por la ventana y solo veía borrones verdes.
Se perdió cuando los paramédicos empezaron a utilizar el desfribilador. También se perdió los pitidos irregulares de la máquina, las instrucciones de los médicos para proceder. Rápidos, certeros, pero aún demasiado lentos, y no lo suficientemente detallistas.
Se perdió todo. Todos los detalles, las lágrimas. Se perdió la sensación de salir de su cuerpo, de sentirse perdido.
Se perdió todo excepto el impacto de la ambulancia y la manera en que el paisaje a su alrededor se pintó de negro.
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Comments
🍫~1☆galletita☆9~🍫
Nooo se nos va a petatear el abuelo 😭😭
2025-01-05
9
🍫~1☆galletita☆9~🍫
Me cae bien.el viejito😃
2025-01-05
3
Arisu75
Tu escritura es increíble, pero necesito saber qué pasa después. ¡Actualiza, porfa! 😭
2023-08-14
3