Unos cuantos años atrás, el castillo estaba repleto de gente. Sirvientes, cocineros, guardias y tantos otros trabajadores llenaban el espacio del palacio con sus actividades.
Lars solía observarlos algo alejado, ya que Ralf le había aconsejado no interactuar demasiado con ellos. Pero él estaba muy interesado en saber qué hacían, por qué lo hacían y cómo. A pesar de su maldición, era más sociable de lo que le dejaban ser.
Con los años, los accidentes con su hielo, la culpa y la constante insistencia de Ralf por mantenerlo alejado de otras personas, hicieron de Lars un solitario a la fuerza. Se convenció a sí mismo de que la soledad era lo que él quería y necesitaba.
La llegada de Dalia al castillo encendía en él algo que pensaba que no existía en su mundo: la necesidad de hablar con alguien, de sentirse acompañado y la cálida satisfacción que le generaba hacer algo bueno por otra persona y obtener agradecimiento por ello.
No recordaba cuándo fue la última vez que alguien le agradeció por algo que hizo.
Los frascos de medicina que había llevado eran los únicos que Ralf tenía en la habitación y Lars no quería volver a meterse allí. Tenía que buscar otra manera de seguir ayudando.
Daba vueltas en el salón, pensando en cómo conseguir medicina. Se detuvo abruptamente cuando una idea cruzó su cabeza, pero enseguida sintió miedo de llevarla a cabo...
Cuando Ralf no estaba, los sirvientes que se enfermaban iban al pueblo y allí los atendía el único médico que habitaba la zona. No estaba seguro si todavía estaba allí, nunca tuvo la necesidad de visitarlo...
La idea de ir al pueblo le generaba ansiedad. Más aún pensando que las personas de allí no se sentían cómodas con su presencia. Cada vez que tenía que visitar el pueblo, lo hacía apresuradamente y evitando hablar demasiado, sintiendo las miradas temerosas y acusatorias sobre él.
No había otra forma de conseguir medicina, por lo que se armó de coraje, buscó la capa que lo cubría completamente de cabeza a pies y salió rápidamente, antes de que le llegara algún arrepentimiento.
El camino hacia el pueblo era largo a pie. Años atrás, Lars había tenido un bello corcel que lo llevaba a buen galope hasta su destino, pero el caballo tampoco había sobrevivido al hielo. Al joven rey le encantaban los caballos, pero no quería tener otro que pudiera sufrir como aquel, así que se ingenió otra forma de llegar a su destino. Se quitó su guante y generó una lámina larga de hielo donde apoyó sus pies, luego se deslizó colina abajo por la nieve. Era muy divertido hacerlo, aunque preferiría mil veces tener un caballo. El viaje se le hizo rápido hasta la base de la colina, el resto del trayecto le tocaba hacerlo caminando algunos kilómetros.
Los alrededores del pueblo estaban rodeados de bosque blanco. Lars se distraía escuchando los distintos sonidos de animales que se movían entre los árboles. Podía identificar a cada uno de ellos por el movimiento de las hojas y sentía a sus curiosas amigas, las ardillas, siguiéndolo con curiosidad escondidas en las ramas. Fue muy llamativa la actitud de esas pequeñas y del majestuoso ciervo cuando estuvo por abandonar a Dalia en el bosque, ellos no suelen mostrar interés en otros humanos y a él solo se acercan un poco. Se preguntaba si habían sentido algo especial en ella, una energía diferente o sólo empatizaron con ella por estar en peligro...
Al llegar al pueblo, algunos habitantes lo vieron llegar y detuvieron sus actividades en seco. Lars acostumbraba ignorarlos para no incomodarlos más de la cuenta. Caminó por el centro, viendo algunos comerciantes que ya comenzaban a cerrar sus tiendas y gente caminando que se apartaban al verlo. A pesar de haber unas veinte personas allí, no se oía ni un sonido, como si su llegada los hubiera congelado. Lars no vio ningún lugar que le hiciera pensar en un médico y no tuvo más opción que preguntar. Se acercó a una panadería. El señor que atendía, un hombre corpulento de barriga redonda y bigotes tupidos, se paró erguido y rígido al verlo acercarse...
- Disculpe, señor - comenzó Lars. El hombre hizo una reverencia torpe.
- Su majestad - dijo con nerviosismo.
- Estoy buscando al médico del pueblo, ¿puede indicarme dónde está?
- ¿Un médico? - preguntó una mujer desde adentro de la panadería.
Se asomó a verlo, llevaba un gorro blanco que cubría su cabello, pero algunos pelos rubios se escapaban de la tela. Tenía las mejillas coloradas, seguramente por el calor del horno.
- ¿Por qué necesita un médico, majestad? ¿Se siente mal? ¿Está enfermo?
- No preguntes esas cosas, mujer - la regañó el panadero -. Lo siento, mi rey. Mi esposa no debería cuestionarlo... A veces no se da cuenta de lo que dice.
- No se preocupe. ¿Podría indicarme dónde está el médico?
La mujer empujó a un lado a su marido y se acercó a Lars con el rostro preocupado.
- Le indicaré el camino. Está a unas pocas casas de aquí.
- Se lo agradezco.
- Elena, vuelve aquí. Yo iré con el rey - quiso detenerla el hombre -. Quédate junto al horno, está comenzando a hacer mucho frío.
- Nada que no hayamos sentido antes - desestimó la señora con un gesto de su mano -. Vigila que no se pase el pan.
Lars saludó al panadero con un movimiento de cabeza y el hombre se había quedado petrificado viéndolo. Podía ver que estaba muy asustado, probablemente no quería que su esposa corriera peligro con él. El rey se entristeció, aunque siempre supo que sus súbditos le tenían mucho miedo.
- Disculpe mi intromisión, rey, pero me inquieta pensar que usted podría estar enfermo.
- No se preocupe - le dijo, dedicándole una sonrisa amable -. Solo vine a reponer algunas medicinas. Nada de qué preocuparse.
- Oh, me alivia saber eso, majestad.
La mujer le dedicó una expresión de genuino alivio que sorprendió al monarca. Alguien del pueblo le importaba cómo se sentía, era algo inesperado y gratificante.
- Es aquí. El doctor Aren debe estar en su consultorio a esta hora. Permítame anunciarlo.
Lars se sintió observado y al voltear, se encontró con varios pueblerinos a sus espaldas. Tenían expresiones muy diferentes a las que estaba acostumbrado a ver en ellos, tenían miedo pero también estaban preocupados. Lars quería hablar con ellos, decirles algo que les hiciera sentir mejor, pero no sabía qué decir.
-Rey Lars, ¡qué sorpresa su visita!
El rey dio media vuelta para ver quién le hablaba. Junto a la señora Elena, se encontraba un hombre mayor. Tenía unos anteojos muy gruesos delante de sus ojos café. El poco cabello que le quedaba era blanco y lo llevaba amarrado en una coleta. Vestía un saco gris de cuero grueso y unos pantalones de lana negros.
- Le agradezco recibirme, doctor Aren.
- Por favor, pase a mi consultorio. - El doctor se hizo a un lado para hacerlo pasar y luego miró a la mujer que lo había escoltado - Ya puede irse, Elena.
- Pero...
- No sea curiosa y vaya. El señor Jens debe estar preocupado.
- Pero... - Elena se resistía, pero el doctor la guió suavemente hasta alejarla de la puerta. Luego cerró con fuerza. Del otro lado se oyó un débil "pero" de Elena que insistía con pasar.
- Dígame, su majestad, ¿en qué le puedo ayudar?
Había cierta informalidad en la manera de hablar del doctor. A pesar de llamarlo "majestad", la postura y la forma en que pronunciaba las palabras hacían que Lars no se sintiera en ese escalón más alto donde lo ubicaba su título. Ciertamente no le molestaba que así fuera.
- Necesito medicinas para el resfriado. - El doctor lo miró extrañado.
- ¿Resfriado? - Se acercó, acomodando sus anteojos - En veinte años usted nunca se ha resfriado.
- Es cierto. El frío no me afecta.
- Entonces, ¿por qué necesita medicinas?
Lars se preguntó si debía permitir que lo cuestionara. Él era el rey y si quería medicinas, debía dárselas sin tanta pregunta. Se aclaró la garganta.
- Eso no es asunto suyo, doctor. - Lo miró con severidad y el médico le devolvió la expresión, sin inmutarse.
- Disculpe si soy entrometido, majestad. Me preocupa que haya alguien más en el castillo.
- Eso tampoco es asunto suyo.
- Oh, sí que lo es. - Replicó Aren. Lars comenzaba a enfadarse, apretaba los puños al costado del cuerpo, tratando de controlar su ira.
- Lamento si lo hago enfadar, majestad - se metió las manos en los bolsillos - Soy médico, mi trabajo es cuidar y curar.
- ¿Va a entregarme las medicinas o no?
- Usted es el rey, debo hacerlo. - El médico abrió un gabinete de madera donde guardaba muchos frascos con medicinas - Pero me preocupa...
- No tiene de qué preocuparse. Las medicinas son para reponer unas de Ralf que se rompieron.
- Comprendo. - El médico le entregó dos frascos - Pero me veo en la obligación de decirle... mucha gente sufrió y sufre del frío eterno y he atendido a más congelados de los que me gustaría.
- ¿Me está reprochando, doctor?
- Me preocupo. - Corrigió el médico y volvió a meter sus manos en los bolsillos - Si hay alguien en el castillo con usted, corre peligro. Mi trabajo es advertirlo y, si es posible, evitarlo.
- No se preocupe, doctor. Todo está bien en el castillo.
- Eso espero.
Lars se dirigió a la puerta para marcharse, todavía enojado por el intercambio con el médico.
- Por cierto, tome 1 cucharada de cada frasco una vez al día y beba mucha agua. - Lars se lo quedó mirando y el doctor le dedicó una sonrisa pequeña - Si levanta fiebre, tiene que venir para una revisión.
Al salir de la consulta, había mucha más gente afuera curioseando. Lars todavía estaba enfadado, quizás por eso se apartaron rápidamente para dejar que pasara.
Cuando estaba por llegar al límite del pueblo, un hombre se acercó corriendo llevando las riendas de un hermoso caballo negro.
- Majestad - Lars se giró a verlo, sus ojos se posaron en el animal que caminaba junto al hombre - Permítame obsequiarle este caballo.
Es un animal hermoso - Le dijo el rey - Pero yo no puedo tener uno. Es riesgoso.
Se tentaba de acariciarlo, al menos con los guantes puestos, pero se contuvo. Todavía recordaba cómo el hielo se había apoderado de su adorado corcel.
- Insisto, majestad. Siempre que baja al pueblo, lo hace a pie. Como criador de esta tierra, no puedo permitir que mi rey se mueva a pie.
- Le agradezco el gesto, pero debo negarme. Es por el bien del caballo.
El hombre bajó las riendas, convencido. El resto de los pobladores también se habían quedado mirando, en el fondo del pequeño grupo Lars pudo ver al doctor Aren que le sonreía con un gesto de aprobación.
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