Rojo sangre

Lars pasaba sus tardes en el jardín blanco de su inmenso castillo esculpiendo. Era un amante del arte, especialmente de las esculturas y disfrutaba plasmar todo lo que veía en estatuas cuidadosamente detalladas.

Por las mañanas, solía salir a caminar por el bosque, buscando animales o plantas que llamaran su atención para luego crear sus representaciones en hielo.

Fue una mañana muy temprano cuando escuchó que el bosque se alteraba. Las aves salieron volando por el cielo claramente asustadas y pequeños mamíferos se refugiaron entre los arbustos del jardín de palacio. Si había algo que enfadaba al rey de aquella tierra, era que molestaran a los animales a quienes consideraba sus amigos.

A paso enfadado se adentró en el bosque buscando el motivo de aquel alboroto. Escuchó el relinchido de caballos, el crujir de ramas arrancadas y el alboroto de hojas de los arbustos siendo arrancadas. Lars se enfurecía con cada sonido, nadie tenía permitido dañar su preciado bosque y quien fuera el atrevido, sufriría un castigo helado.

Encontró a los culpables, eran tres personas. Vió a dos hombres corpulentos con armaduras negras levantar sus espadas contra una mujer que huía de ellos. La mujer fue herida por uno de ellos, la sangre roja tiñó la nieve blanca y Lars se perdió un segundo en observarla.

Durante toda su vida, lo único que él había visto era el blanco de la nieve, el azul del hielo y del mar, el gris de los árboles y alguna tonalidad de marrón en los animales del lugar. Pero nunca había visto un color tan vivo como ese rojo. Prestando atención, las ropas de la mujer también eran de un color rojo muy llamativo y Lars sintió una profunda curiosidad.

El otro caballero levantó su espada dispuesto a rematarla y fue en ese momento que Lars decidió intervenir. Se quitó uno de sus guantes y estiró la mano, dejando salir una fuerte ventizca que se origina ena punta de sus dedos y atacaba con crueldad a los caballeros.

Cuando Lars alivió la fuerza de la tormenta de nieve y se disipó la ventizca, de los caballeros solo quedaban dos estatuas de hielo.

El rey se acercó a las estatuas con una mueca de desagrado. Nunca había hecho esculturas tan grotescas y deformes cómo esas dos. Las odiaba.

Las miró con analítico detalle, las posturas retorcidas de los hombres que intentaron librarse de la nieve, los rostros con expresiones tan desesperadas que demostraban lo terrible de los poderes de Lars y los caballos, atrapados en un castigo que no merecían. El rey acarició las esculturas de los caballos lamentando su padecimiento, cerró los ojos y le pidió perdón a su Diosa

- Oh, Diosa Belleza, quien seguramente intervino en la creación de tan perfectas criaturas. Lamento que hayan sido utilizadas para dañar nuestro bosque y que hayan tenido que caer en el castigo. Si solo tuviera el poder de derretir mi propio hielo, le aseguro que haría lo imposible por volver a la vida a estás majestuosas creaciones.

Un grupo de ardillas blancas se animaron a salir de entre las ramas de los árboles. Lars las conocía bien, eran cinco revoltosas que solían invadir su castillo en busca de comida...

- No van a encontrar nada para comer aquí - Les dijo riendo, pero los pequeños roedores no estaban interesados en comida.

Descendieron del tronco del árbol con agilidad y se acercaron a la mujer que yacía en la nieve, cuya sangre pintaba la predominante blancura.

- Oh, la había olvidado - Confesó Lars y se acercó a ella. Las ardillas la olfateaban con curiosidad, evitando el charco de sangre - Que extrañas ropas lleva - Susurró el joven, observando esa tela semitransparente que jamás había visto en su tierra.

Lars se quitó su capa y cubrió a la mujer con ella.

- Morirá de frío de todas formas - Razonó - O desangrada.

Las ardillas lo miraron con una expresión de reproche en sus pequeños rostros

- ¿Que? No hay nada que yo pueda hacer.

Las ardillas comenzaron a chillar todas juntas y Lars revoleo los ojos.

- Saben bien que no las entiendo. No importa cuánto chillen.

Se dio media vuelta para marcharse, pero un majestuoso ciervo blanco le bloqueó el camino. El rey lo había visto en varias ocasiones y tuvo la oportunidad de esculpir su figura un par de veces. Era una criatura imponente de admirable porte. El ciervo le hizo un gesto con la cabeza y Lars resoplo molesto...

- ¿Usted también? - Se dio media vuelta y observó a la mujer tendida en el suelo - ¿Desde cuándo se preocupan por los humanos?

El ciervo lo empujó gentilmente con su nariz y Lars se rindió a tan increíble gesto, pues el ciervo jamás le había dejado acercarse antes y ahora él mismo accedía a tocarlo, así fuera para obligarlo a ayudar a aquella desconocida.

- Ustedes ganan. - Dijo finalmente - Después de todo, son lo más sabio en estas tierras.

Se arrodilló en la nieve, cortó un trozo de sus ropas y rodeó la herida de la chica alrededor de su cintura. Luego, la tomó en brazos y se la llevó del lugar.

- No se hagan ilusiones - Los animales lo seguían en su ruta de vuelta al castillo - Todas las personas que se me han acercado, han terminado como estatuas.

Vio el rostro de la mujer. Sus rasgos exóticos llamaron su atención, nunca había visto a alguien como ella.

- Al menos será una estatua distinta.

.

.

.

El palacio tenía muchas habitaciones, todas vacías. Lars no tenía idea de dónde estaría mejor su inesperada huésped, juzgando sus ropas y por como le había afectado el frío, pensó que la mejor opción sería una habitación cerca de la cocina, quizás allí se sintiera algo más de calor.

La cama no tenía mantas ni sábanas, así que tuvo que dejarla sobre el colchón e ir a buscar algunas. Él no solía necesitar abrigo, pues estaba muy acostumbrado al frío, así que entró a un cuarto que alguna vez fue ocupado por su cuidador Ralf. El consejero era bastante friolento y solía cubrirse con muchas pieles.

Rápidamente la eligió algunas que parecían abrigadas y volvió a la habitación donde había dejado a la muchacha.

Colocó una sábana para cubrir el colchón, luego acomodó a su ocupante para, en último paso, cubrirla con una piel muy gruesa.

Se dio cuenta que al recibir el calor de aquella manta, la chica dejó de temblar (no se había fijado en esa vibración continúa) Se quedó observándola unos instantes, sintiendo mucha curiosidad.

Nunca había visto a alguien como ella, con cabellos tan oscuros, con vestimentas tan reveladoras; sus labios eran más gruesos que los propios o de las personas que había conocido, su nariz también era más pequeña y recta, sus pómulos no eran tan pronunciados cómo la gente de su tierra. Estaba claro que venía de un lugar muy distinto y Lars estaba muy interesado en conocer todas esas diferencias.

Notó que había sangre manchando la sábana. En su cabeza comenzó a pensar en que cosas necesitaría para curarla. Él no solía lastimarse y nunca había curado a otra persona...

Salió apresurado hacía la habitación de Ralf otra vez. Entrar allí le daba mucha nostalgia y tener que hacerlo por segunda vez lo perturbaba. Preferiría no tener que invadir la morada de su cuidador, pero no sé le ocurría mejor lugar para buscar elementos para curar.

Hurgando en la habitación encontró dos pequeñas estatuillas de hielo con forma de ratón una y de ave la otra. Eran de sus primeras creaciones, se notaba la torpeza de su esculpido y lo errado de sus detalles. No sabía que Ralf los había guardado, verlo le dio una sensación muy extraña, un calor en su pecho que hacía muchos años no sentía.

En el ropero vio las pieles que solía usar su cuidador. Eran enormes, pues Ralf era un hombre muy alto y, además, muy exagerado. Lars solía burlarse se la extrema necesidad que tenía por cubrirse. No pudo evitar una risilla por eso y luego cerró el armario.

Buscó en el escritorio de Ralf donde encontró varios escritos, plumas y libros. Pero nada de medicinas o cosas para curar.

Resignado, iba a marcharse cuando vio una pequeña caja de madera bajo la cama. La tomó arrastrandola por el suelo y al hacerlo se oía el golpeteo de botellitas de vidrio

Al abrir la caja, encontró lo que estaba buscando. Allí había un rollo de venda y algodón que le serviría para curar y cubrir la herida. Al ver los frascos, leyendo sus rótulos, descubrió que eran medicinas. Algunas indicaban que eran para resfriado (normal en Ralf), pero lo que le sorprendió fue encontrar uno para quemaduras, ¿Para qué las necesitaría? El frasco estaba bastante usado, Lars se preguntó si su cuidador solía quemarse seguido.

Tomó los frascos que indicaban que eran para heridas y volvió a la habitación de su huésped con la cabeza llena de preguntas.

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Comments

Dora Molina

Dora Molina

muy interesante ☺️ gracias por compartir tu talento autora excelente trabajo

2023-05-19

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