Separados Por El Reino (parte 1)
En el Reino de Blur todo se penaliza: la suciedad, los ruidos, los olores, los pecados, incluso el amor. No podemos escoger a quien amar y desde pequeña que me lo enseñaron así y así lo asumí. Así crecí. Pero de todas formas, ¿qué era el amor?. Un par de veces leí la palabra en unos libros que luego fueron denunciados a las autoridades y ocultados de mi presencia.
—Ya verás que lo que el Reino hace por la sociedad es para procurar su orden, pulcritud y bienestar —me decía mi padre mientras trabajaba en su computador viendo las finanzas junto con el tesorero del Reino—. Ya sabes, para evitarnos dolor.
—Mamá ¿qué es el amor? —le pregunté directamente una vez durante la cena, pero ella solo dio giros en círculos con sus palabras y no comprendí nada.
—Es como lo que sientes por papá y mamá —dijo papá.
—¿Aprecio?
—Exactamente. Pero para tu seguridad, no tendrás que experimentarlo en vano. Lo entenderás cuando te casemos con un buen prospecto. Aguanta hasta entonces.
Cuando crecí, mi mamá me envió a un colegio de mujeres.
—A ver si te enderezas un poco— me dijo.
Ya estaba cansada de mis actitudes impropias. Yo era un torbellino que corría, jugaba y subía a los árboles, leía lo que se me pasara por enfrente y solía cuestionar todo. Era realmente una vergüenza para ellos y muchas veces hice llorar a mi madre de la ira.
—De paso evitamos que te… —bajó la voz—, enamores de un cualquiera —dijo con culpa, como si estuviera pecando con tan solo decir esa palabra.
Esta última amenaza no me dolió tanto como la anterior. Lo que realmente quería era jugar, hacer deporte, disparar armas, lanzar flechas, hacer grandes saltos, luchar cuerpo a cuerpo, tal como veía en televisión y leía en mis libros. Pero esas cosas no estaban permitidas para una mujer.
A ratos odiaba tanto haber nacido mujer que vestía pantalones, botas y camisa. Mi mamá se desmayó la primera vez que me vio así.
—Nada de vestirse de chico —me gritó antes de dejarme en el internado.
¿Cómo me iba a vestir de chico si no llevaba más ropa que los uniformes del claustro?
Allí pasé miserables cuatro años de mi adolescencia. Miserables porque odiaba estar allí, quería hacer algo más de mi vida que coser, cocinar y planchar. Pero ahí estuve, preparándome para ser la esposa perfecta.
A veces veíamos pasar a los chicos del internado del frente trotando por la calle, pero yo no estaba interesada en los hombres. De hecho, casi me cuesta la expulsión haberme involucrado indebidamente con una chica. Digamos que solo fue curiosidad por dar un beso, un beso que le costó caro a mi mamá que tuvo que pagar una multa y un soborno a la directora para que no tuviéramos represalias sociales que “llevarían nuestro nombre a lo más bajo”, como decía ella. Su mirada de horror y vergüenza al verme ese día me hirió el alma tan profundamente, que entendí que un beso era algo terrible de hacer con alguien.
Así fue como pasé mis años reprimida y ahogada. No niego que hice travesuras con las amigas circunstanciales que hice allí, pero nada que vaya a recordar próximamente cuando me emparejen con alguien y me someta a la mayor prisión que yo jamás podría soportar: el matrimonio, el forzoso matrimonio el cual nos obligaban a tomar una vez terminado el colegio.
—El matrimonio hace florecer a la mujer—, decían mis tías cuando me visitaban en mis días de descanso en casa—. Es como si uno estuviera cumpliendo con su misión en la vida.
Me contaban de las bondades de la vida matrimonial: la paz, la estabilidad, los hijos, pero toda plática acababa cuando preguntaba cómo se hacían los bebés. Al parecer era algo pudoroso y secreto que nadie comentaba en voz alta. De hecho, una vez se me ocurrió preguntarle a una profesora de confianza y se ruborizó diciéndome que cuando me casara sabría exactamente cómo. El tema me había intrigado tanto que con una amiga nos pasamos una tarde examinando libros de anatomía sin obtener ninguna respuesta. Curiosamente en ningún libro se explicaba lo que teníamos entre las piernas, así que probablemente estaría involucrado en el tema.
—Seremos como los pollos —dijo una de mis amigas
—O como lo peces —dijo otra.
Era lo más probable.
Los días transcurrieron tan agotadores y pesados que hasta llegué a pensar que el matrimonio era una buena opción para ser “libre”. ¿Podría convencer a mi cónyuge de dejarme montar una bicicleta?
El último día del claustro estaba sola en mi cuarto arreglando mi bolso con mis pertenencias. Mi cuerpo se veía a través de la ventana y así me gustaba. Me agradaba mi figura femenina en la larga sombra que se proyectaba con la luz que entraba a través de los vidrios. Me sentía como una bailarina larga y elegante.
Me quité la blusa y me quedé en ropa interior para ponerme la túnica de graduación. Para ponérmela me giré levemente hacia la ventana para sentir el viento que entraba desde el vidrio de más arriba. Fue cuando vi de reojo a un chico que me observaba penetrantemente desde el piso de abajo con los ojos abiertos a más no poder. Extrañamente se encontraba fuera del camino, junto a un árbol desde el cual se podía ver todo hacia mi habitación. Nos miramos durante unos segundos sin poder reaccionar. Durante ese tiempo pude grabar en mi mente sus rasgos juveniles: su manzana de adán resaltaba en su flaco cuerpo, sus ojos caídos eran de un verde brillante y su nariz recta y perfecta sobresalían levantándole el flequillo. En una ráfaga de realidad me lancé al suelo avergonzada. Me habían enseñado a cubrir mi cuerpo desde los hombros hasta la rodilla, nunca nadie me había visto desnuda más que mi madre hasta los ocho años. Me vestí rápidamente y miré tímidamente por la ventana, pero él ya no estaba.
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Comments
Patricia Gaitan
ojala sea tan buenas como las otras.
2023-04-10
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NekoRisu
gracias por leerla!! 🌺
2023-04-02
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Quetzal Androide
¡Qué premisa tan interesante! Espero el próximo capítulo 😉
2023-04-02
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