Capítulo 3

Reconocí que me había dejado un papel o algo parecido en la mano y lo guardé rápidamente en mi bolsillo para que Rosa no se diera cuenta. Miré hacia ella para conversarle y así evitar mirar al chico de ojos verdes y cabello castaño claro fingiendo que no había pasado nada. 

Terminé con nuestra cita de amigas apenas pude y corrí a casa para encerrarme en mi habitación.

—¿Qué te pasa? —preguntó mi madre con increíble intuición.

—Estoy muy cansada. Y quiero dibujar un poco, me sentí inspirada por tan bella tarde —el dibujo era arte neutro, lo practicaban tanto hombres como mujeres, así que podría distraerla sin que se disgustara ni sospechara.

—Bien, pero baja a cenar.

—Es que comí helado.

—Bueno, cuando llegue tu papá ve a saludarlo al menos

—Obvio.

Esperé que sus pasos se alejaran de la puerta y procedí a examinar lo que me había dado el chico lindo. En efecto era un papel que tenía una dirección y un horario. Mañana a las 11 de la mañana junto al muelle ¿Sería capaz de llegar sin levantar sospechas? Claro, era donde se ubicaba el mercado. Solo teníamos que ir a comprar algo para hablar un segundo. ¿Hablar? ¿Sobre qué? ¿Por qué sentía que estaba haciendo algo incorrecto? No era como que hablar con un chico estuviera prohibido, pero por alguna razón me hacía sentir culpable, como si me hubiera exhibido a propósito para que él me viera, aunque no era el caso.

—Claro que no, no necesitamos nada y se aproxima la fecha de tu matrimonio— dijo mi mamá tajante cuando le dije que saldría al mercado—. Es más seguro que no te expongas para que no piensen mal de ti.

—¿Por qué pensarían mal? Además no tengo prometido aún.

—Claro que sí. Tu papá te está emparejando con el hijo del Tesorero general ¿No te emociona?

—¿Qué? ¿Por qué no me habían dicho?

—Porque no importa si sabes o no, vas a hacerlo de todas formas y quizás así te negarías menos, pero ya lo sabes, así que ve haciéndote la idea.

Quedé perpleja. Leonard, el hijo del tesorero, era un tipo alto, fornido y pretencioso. Sin duda era guapo, pero creo que no tendría nada en común con él. Tampoco sentía afecto por él como por… ¿Qué estaba pensando? Me había creado toda una idea loca sobre el chico lindo y yo y eso no era sano. Ya me habían instruido en los posibles efectos de las hormonas relacionadas con los chicos, así que sacudí la cabeza y decidí terminar con esto, pero a mi modo. Por eso necesitaba hablar con él para cerrar el tema y seguir adelante.

—Como sea —dije en dirección a mi habitación y esperé a que mi mamá se descuidara para salir sin que lo notara. 

Corrí lo más rápido que pude con mis zapatillas rosadas y una polera ancha a la que se le bajaba uno de los tirantes hasta descubrirme un hombro provocativamente y tenía que jalar hacia arriba una y otra vez.

Miré la hora: las 11:16. "Diablos, llegué tarde". Miré alrededor y no lo vi. Recorrí el lugar, pero no pude encontrar al chico rubio. Di media vuelta para irme derrotada de regreso a casa. Pasé por los pescados y por la fruta fresca hasta quedarme mirando cómo un hombre armaba un algodón de dulce. Se me abrió el apetito y me crujió el estómago. Quizás sólo debía irme antes de que mamá notara mi ausencia. 

—¿Tienes hambre? —sonó como una melodía en mi oído. Miré atrás, desde donde nació el sonido, y lo vi parado a mi espalda, largo y alto con su manzana de Adán mucho más sobresaliente de lo que la recordaba, con un pantalón de mezclilla y una polera negra de la que emanaba su perfume.

—No, yo… —se me vino a la cabeza mi imagen quitándome la ropa y el rostro con el que me miraba el chico aquel día, y me puse roja como tomate antes de poder hablar algo más.

Avanzó y compró dos algodones de dulce. Me dio uno y lo acepté cabizbaja.

—Lamento haberte visto… ese día —dijo de pronto como si estuviera yendo al grano de una vez. Se cubrió la boca con un puño y miró hacia el lado sonrojado.

—Ah… Lamento haberte puesto en esta posición, solo… me confié. No creas que soy una… exhibicionista o algo así.

—Eso era todo. 

—Bien —respondí desilusionada.

—Me voy a casar en dos días y… rayos… ojalá hubieras sido tú porque… —lo miré con ojos brillantes y abiertos. El corazón me latía tan fuerte que podía oírlo—. Porque no puedo sacarte de mi cabeza.

Sus palabras arrasaron con años de crianza y dejaron un desierto en el cual solo estábamos él y yo.

—Yo… yo… también me casaré… —me miró a los ojos —Y… —las palabras no salían. Quería decirle que yo también sentía lo mismo por él, pero no pude. ¿Cómo había logrado ser tan directo?—. Por favor olvida que me viste —asintió con la cabeza mientras miraba alrededor, quizás para asegurarse de que sus padres no nos vieran. Luego se quedó prendido mirando mi hombro que sobresalía desnudo y lo cubrí velozmente a la vez que él desviaba la mirada sonrojado. 

Qué horrible del universo unirnos por una tonta coincidencia solo para separarnos. 

—Adiós entonces… —se quedó esperando—. ¿Tu nombre? —dijo tras mi silencio.

—¡Ah! Soy Seda…

—Un gusta, Seda. Soy Angelo. Suerte con tu nueva vida.

Y se alejó hasta perderse entre el gentío del mercado junto con lo último que me quedaba de cordura.

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Comments

Quetzal Androide

Quetzal Androide

Parece buen chico, y además es amable.
Me parece curioso cómo sigue habiendo lugares en los que los matrimonios son arreglados

2023-04-07

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