DESENGAÑO
Pizarro no dejaba de contemplar el cielo límpido, pintado de celeste. Sonreía nerviosamente. Probó un largo trago de agua y empezó a revisar en su mente las angustias que padeció antes de su audaz golpe, cuando capturó al inca. Recordó que pensó en un final horroroso, trágico y sin opción si aquel maremoto de indios que acampó cerca, caía sobre su puñado de soldados. Una hecatombe. El vigía que los avistó llegó al campamento llorando y rogando irse de vuelta a Panamá porque era un mar de cabezas que acompañaban a su soberano, moviéndose como una masa informe, cubriendo el valle como gigantesca manta. Candia lo oyó gimotear y zarandeó a Pizarro con ira.
-No podemos rendirnos ahora...-
No lo hizo.
Ahora el imperio era suyo. Todos los sueños que anheló y persiguió con vehemencia hasta el fanatismo, habían logrado la más grande recompensa de los siglos. Se divirtió un rato de lo que l insultaron, despreciaron y dudaron de su capacidad. De las trabas en Panamá y toditos los sinsabores que lo empujó hasta Cajamarca a lograr la "locura" que pintó el soldado en su desesperación y pavor tras el espectro del valle, agigantándose como olas, listos a sepultarlos en una orgía de sangre.
Repasó cada rostro de los amigos que lo acompañaron en la aventura y las sonrisas y lágrimas tras la repartición del rescate. Frotó sus ojos por instinto, evocación de las llamaradas del oro fulgurando delante. Jamás vio tantas riquezas juntas y pensaba si era merecedor a convertirse en el hombre más rico de España. Dueño de un imperio remojado en joyas.
Sus metas ahora eran acrecentar el poder. Hacerse fuerte y poderoso. Divino para los aborígenes. Arrugó la frente y quedó un rato perdiendo la mirada en los oscuros rincones del cuarto. Justo entró Benalcázar.
-Irás al Cusco, dijo Pizarro. Que tus tropas estén listas-
-Faltarán barcos para llevar tanto oro...-
Pizarro se incomodó. -Todos vosotros habláis como si fuéramos bandoleros...-
Benalcázar no sintió la pegada. -Pues esto es pillaje, mi señor Pizarro. En nombre del Rey, por supuesto...-
-No pensabas lo mismo cuando tocó vuestra parte...-
Benalcázar sonrió con sorna. -Usía tampoco...-
Pizarro se paseó por el cuartucho, tratando de ordenar sus ideas. Esbozó una vaga sonrisa. - Hemos llevado la civilización y el cristianismo a una región inhóspita. Ese es nuestro pago. Estos salvajes se convertirán en cristianos-
-Aleluya-, barruntó Benalcázar.
Pizarro se puso colérico. -Nuestra maldita civilización se ha escrito con sangre y conquistas. Desde Roma o los persas. Nosotros somos un eslabón más a esa larga cadena de muertes. No veo por qué deben haber prejuicios. España es grande porque lleva su bandera y la gloria del Reya otros pueblos como lo hicieron el Cid o Cortez...-
-Hasta el momento no veo ningún favor de España a estos otros pueblos...-
-Serán cristianos. Tendrán nuevas costumbres. Dejarán la barbarie y ya no vivirán como animales...-
-Yo creo que vivían mejor que nosotros. Solo les hemos traído desgracia y destrucción. Incluso mataste a su soberano...-
-¡Bah! Era un bárbaro. Había matado a su hermano...-
-No eres Dios para juzgar...-
-Un tribunal lo condenó-
Benalcázar estiró una larga e irónica sonrisa. -Lo oí de mi padre una vez: "cuando no encuentres justificación a algo, miente". Creo que no hay mejor juez que la conciencia-
El Adelantado dio vuelta y salió sereno. Pizarro se quedó pensativo, repitiendo en su cabeza, "el imperio es mío. Yo lo tomé".
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