Liz tomó la bandeja del almuerzo y salió al jardín buscando un lugar apartado. atrás de ella su apuesto guardián iba silencioso flanqueando el paso. La chica se sentó bajo un árbol solitario en el patio trasero con la bandeja del almuerzo en sus piernas Deimos permaneció de pie.
-siéntate conmigo…- pidió la joven con gentileza. El obedeció y ocupó un lugar a su lado. Había pasado casi todo el día corriendo de un salón a otro tratando de ponerse al corriente, y el pobre pelinegro igual sin apenas decir palabra.
Por fin a la hora del descanso Liz pudo sentarse un rato y descansar. Deimos le miró callado como siempre. La joven tomó el sándwich en la bandeja y le dio una mordida, masticando lentamente. Finalmente un poco de paz… la quietud del lugar era solo interrumpida por el gorjeo de los pájaros en las ramas del árbol. Liz terminó su bocado y volteó mirando a su guardián, este se había entretenido con un pequeño pajarito azul en el nido que trataba de aprender a volar…
-Deimos…-le llamó despacio.
-¿hn? -el le miró fijamente.
Elizabeth no encontraba cómo empezar. Había pasado un mes desde lo ocurrido en el convento de Saint Claire, lugar donde ella había crecido. También desde que Deimos apareció delante suyo y la rescató de ser el sacrificio para liberar al monstruo del libro negro. Sin embargo todavía había cosas que no comprendía… Cosas que quería saber... pero…
-algo te inquieta. -dijo con esa voz suave que usaba solo para ella. Liz sintió mariposas en el estómago con oírle hablar.
-es que… no habíamos podido hablar…
-¿hablar? -el moreno pareció no comprender- pero si estamos hablando ahora…
-no Deimos, me refiero a… -ella se rascó la cabeza contrariada, luego prosiguió con lo que intentaba decir- a nosotros. A lo qué pasó esa noche…
-la noche que me invocaste…
-eh…si, supongo que sí…
Elizabeth White no tenía familia, era una más de esos niñas abandonadas que crecieron en el Convento. Fue su hogar, y las madres y el resto de las chicas ahí fueron como una gran familia. Liz siempre pensó que al crecer ella también ayudaría en el convento y cuidaría de esos niños… hasta que la tragedia ocurrió.
-¿tú sabes…qué ocurrió esa noche?
-¿no lo sabes, Elizabeth? -ella negó con la cabeza.
-¿quieres que te lo diga?
-quiero saber… necesito saber.
-está bien, te lo diré…-el joven suspiró algo desganado. No veía necesidad de revivir un evento como ese, pero era una petición de su ama… así que empezó a contarle.
Una de las monjas del convento encontró en la vieja biblioteca un libro negro y viejo que resultó ser un Grimorio. En la antigüedad los Grimorios eran usados por la iglesia para contener espíritus poderosos y demonios que acechaban a los hijos de Dios, los humanos. Liz recordó que más o menos eso les habían dicho en la clase de historia… Deimos continuó.
Tiempo atrás hubo quienes, en afán de ganar poder y riqueza trataron de utilizar a estos seres en su beneficio, pero no cualquier persona podía controlarlos. Cuando un demonio o espíritu se soltaba en la tierra era muy difícil contenerlo y habían sido causantes de muchísimas calamidades a lo largo del tiempo…
Algún alma desafortunada abrió el libro, y sin quererlo liberó un poderoso espectro dentro del convento. El espectro se apoderó de la madre superiora, aprovechándose de sus anhelos frustrados y prometiéndole todo lo que quisiera si lo dejaba libre sobre la tierra. Fue ella quien inició el incendio, provocando la muerte de las chicas. También fue ella quien la eligió para el sacrificio. Elizabeth sería entregada como “novia” para ese horrible demonio. Él devoraría su alma y así formaría un contrato con aquella humana. Sin embargo la monja no fue capaz de mantenerse en control, y no solo permitió que el monstruo terminara con el resto de las chicas sino que también acabó on ella…
-¿la…La madre Pía?…pero ¿por qué? Siempre fue tan buena… ella, ¡ella me quería mucho!
-ahí tienes entonces el motivo. -dijo el joven tranquilamente
-¿motivo?
-cuando un demonio forma un contrato con un humano siempre le pedirá algo a cambio…en este caso, lo que le pidieron fue un alma. Y tenía que ser de alguien a quien amara… por eso te escogió, Elizabeth…
-eso…es horrible…-la muchacha sintió como su corazón se encogía al pensar en ello. La madre Pía fue alguien muy especial para ella…
-es un pacto. Así se forma un vínculo…
-¿qué es eso? -preguntó limpiando algunas lágrimas.
-el lazo que une al contrato con su amo. Es un lazo irrompible, eterno, que termina hasta que se cumpla lo pactado… de cualquier forma.
-oh…
-esa religiosa formó un vínculo con el monstruo, el trato sería liberarlo después de darle un alma, y ella tendría eso que tanto anhelaba y que le pidió…-el pelinegro miró fijamente a su hermosa protegida. Liz hizo lo mismo perdiéndose nuevamente en esos ojos amarillos y distantes. Luego de pensar un momento la muchacha sintió la necesidad de preguntar, porque… ella no recordaba haber ofrecido nada…
-oye Deimos yo quisiera…
De pronto un grupo de muchachos que venía en dirección a ellos llamó la atención de ambos. Tenían el uniforme del colegio, el pantalón oscuro, la casaca negra con orillas blancas y los crucifijos de la orden de Saint Claire. Sin embargo no parecían de los chicos tranquilos. Venían haciendo escándalo y al parecer también bebiendo…
-ay, no…-Liz se puso de pie con todo y bandeja- mejor vamos a otra parte…
-¿qué sucede? -dijo el tan tranquilo como siempre.
-no quiero problemas, ellos parecen peligrosos, además ya bastante tengo con ser el bicho raro del colegio…
-estás conmigo. No hay forma que te lastimen…-Deimos jaló del brazo a la muchacha y la puso contra el enorme tronco del árbol bajo el que minutos antes estaban sentados- nadie… volverá a lastimarte jamás…
Liz sintió de nuevo esa sensación extraña, esa que tuvo la primera vez que él apareció delante de ella. Una mezcla de emoción, miedo y ansiedad, algo que jamás había sentido y que extrañamente solo él había provocado…
-oigan, es ella…-dijo uno de los muchachos finalmente hablando. Elizabeth se volvió nerviosa hacia los muchachos- ¡es la bruja del convento!
-¡no soy ninguna bruja! -se defendió la muchacha molesta.
-¿ah no? -replicó otro- y entonces ¿por qué fuiste la única que sobrevivió al incendio?..
-b-bueno, yo…
-dicen que soltaste un diablo que mató a todas las chicas del convento…-el más alto de ellos se acercó quedando justo frente a la chica, Liz se echó hacia atrás volviendo a chocar con el tronco del árbol
-yo no hice nada…
-oye, decían que las brujas son feas… pero tú estás que te caes de buena… ¿a que sí, tíos?
-¡si, que lo está!
-¡si, amigo tienes razón! -dijeron entre ellos rodeando a la muchacha. El tipo delante de ella le cogió del cuello con brusquedad y sonrió malicioso
-¿sabes lo que les hacemos a las niñas malas como tú, preciosa?…
-¡dije que me sueltes! -Liz lo empujó con fuerza y se soltó del agarre.- no me toques, idiota…
-¡ah!… la gatita tiene garras… ¡pues te voy a enseñar un par de cosas, niña!
Elizabeth cerró los ojos esperando el ataque pero jamás llegó. Cuando los abrió, asombrada encontró a Deimos delante suyo sosteniendo la muñeca del muchacho que trató de lastimarla. Los otros chicos palidecieron del susto de solo verlo ¿y este chico? ¿De donde salió? Nadie le vio llegar…
-no te atrevas… a tocarla… basura…-dijo con voz ronca al tiempo que apretaba la muñeca del sujeto hasta hacerla crujir y el muchacho gritó adolorido que lo soltara.
-¡aaaaaaagh! Mi-miserable… ¡suéltame infeliz!
Liz entró en pánico, Deimos no quería soltarlo… volteó mirando a los otros tres muchachos y ladeó una pequeña sonrisita perversa que hizo a la joven erizarse toda la piel.
-¡Deimos, basta! -suplicó desesperada. El joven rodó los ojos fastidiado y soltó al otro chico. Este se giró aterrado y retrocedió como si hubiera visto un fantasma.
-¡Maldito! ¡Me rompiste la mano! -se quejó entre gimoteos mirando al pelinegro con ira y algo de miedo también. Sus amigos le ayudaron a levantarse y retrocedieron un poco. Deimos se puso delante de la muchacha y les miró con ojos de depredador, listo para acabar con su presa…
-vuelve… a poner una de tus asquerosas manos sobre ella… y conocerás el miedo, gusano… -dijo con voz seca y amenazante, haciendo que esos cuatro se fueran corriendo como si hubieran visto al mismo diablo en persona.
Deimos se volvió hacia ella, que temblaba posiblemente asustada por lo ocurrido hace un instante. Suspiró, los mortales a veces eran muy frágiles. Elizabeth le sostuvo la mirada, pero no logró decir nada. El joven acarició su mejilla
-este bastardo te hizo daño…-musitó frunciendo el seño ligeramente, ella dio un respingo ante el toque frío de su compañero
-eh, no… yo, yo estoy bien…-de pronto sintió un leve ardor en su mejilla, se llevó la mano hasta ella y sintió arder de nuevo. Parecía ser solo un pequeño raspón, quizá cuando forcejearon…
-descuida, lo haré pagar por eso…- Deimos apretó el puño con fuerza evidentemente molesto, Liz entró en pánico otra vez. ¿Por algo como esto? ¡ni pensarlo! Serían más problemas
-E-espera no, no tienes que hacerlo no es necesario…-Liz tomó su puño cerrado y frío entre sus manos y el joven fue ahora quien se sobresaltó. La calidez de su cuerpo era… no sabía como describirlo… pero era algo que nunca había sentido
-pero te hirió…
-no es gran cosa…
-mi trabajo es protegerte -Liz no soltó sus manos y sonrió ligeramente.
-pero tú me protegiste, no me hicieron nada, porque estabas aquí conmigo, Deimos… por favor, no quiero más problemas, solo… sólo déjalo pasar…¿puedes?
-hn… -fue toda su respuesta. Pero al suavizar su puño ella sintió que Deimos no haría nada malo. El pelinegro miró hacia otro lado algo apenado y resopló.
-Gracias Deimos…
-se hace tarde. Vuelve al edificio…-dijo sin mirarla todavía. Pero no deshizo el contacto entre sus manos. Liz asintió y empezó a caminar con él tomando su mano, tampoco sintió deseos de romper el contacto.
-oye Deimos…
-¿mmm? -respondió simplemente indicándole que continuara
-¿que fue lo que yo pedí? -preguntó mirando de reojo al muchacho, el le respondió distraídamente míentras fijaba la vista en el enorme campanario del nuevo colegio, siempre de la orden de Saint Claire
-tú dijiste… Ayúdenme…
Liz recordó ese momento. Sintió un miedo terrible, un terror que nunca antes había sentido. Sabía que moriría si no pasaba algo. Y ese algo fue él…
-oh, ahora recuerdo, es cierto.
-fue tu miedo lo que me despertó. Y tu deseo fue ese “ayúdenme”. -dijo tan tranquilo como si hablara del clima.
-y… ¿que ofrecí? -Liz le miró con curiosidad. El muchacho sonrió ligeramente.
-tu alma…
-¡¿QUÉ?! -Elizabeth se soltó entonces y miró al joven con los ojos bien abiertos. Deimos detuvo sus pasos y le sostuvo la mirada.- mi… ¿mi alma? ¡Yo nunca dije nada parecido!
-sellaste el pacto en el pentagrama del suelo con tu sangre, fue hecho para ese conjuro porque era para hacer el pacto con el merodeador…entonces ofreciste un alma, y como no tenías ninguna en el momento, solo quedaba la tuya…-explicó calmadamente.
-pero… yo… yo no…
-Elizabeth, calma. -Deimos caminó hasta estar frente a ella y le miró fijamente. -yo no pienso reclamar tu alma para nada…
-¿eh? Pero…
-de hecho, estoy en deuda contigo. Me despertaste de un sueño de cientos de años, lo menos que podía hacer era ayudarte.
-Deimos…
-lo único que quiero es estar en esta tierra, nada más. Ese es mi contacto, y tú eres mi vínculo.
-E-entonces… tú solo, ¿no quieres volver a… a ese mundo del que vienes?
-correcto. -asintió. Ella respiró más tranquila.
-por un momento me asusté.
-y con razón. Los demonios somos caprichosos, nunca sabes que te pedirán. Otro pudo haber reclamado tu alma o la de tus descendientes, o cualquier otra cosa…
-oh…-Liz se mordió el labio.- eso si es problemático.
-no mientras esté contigo.
Elizabeth volvió a tomar su mano y empezaron a caminar hasta la entrada del colegio. Y al pasar la chica todos le miraban como si estuviera loca, o algo así… porque… ella hablaba con alguien, eso por seguro. Pero nadie veía con quién.
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