Para la fiesta de carnaval de la escuela quería ir disfrazada. Mi madre, que era una humilde costurera de escasos recursos económicos y pocos estudios me hizo el disfraz de la mujer maravilla, pero este disfraz tenía la particularidad que era en blanco y negro, o sea, todo el traje en negro, la tiara y el cinturón en blanco, ya que era así cómo se veía en la televisión blanco y negro que teníamos, y que debido a nuestra pobreza no la podíamos adquirir a colores. Sin embargo, estaba súper emocionada con mi estupendo disfraz, y en la plena inocencia que me daban mis siete añitos, muy alegre llegué a la fiesta de la escuela.
Pero cuando las otras niñas que si tenían sus disfraces a colores se percataron del mío, se rieron y burlaron y no cesaron en sus continuos señalamientos durante un buen rato en el que me perseguían y por lo cual no permitieron que disfrutase la fiesta que durante semanas había anhelado. Apresurada me alejé y lloré desconsoladamente en un rincón del patio de la escuela. Ni un solo adulto se acercó para indagar qué había pasado, es más, ni siquiera se dieron cuenta de mi situación, y mientras tanto, completamente avergonzada y devastada lo único que deseaba era que me tragara la tierra. No quería salir de aquel rincón donde podía observar a todas las alumnas departiendo y compartiendo felices de la fiesta, y además, ver algunas niñas que sí llevaban su auténtico disfraz de la mujer maravilla.
En ese momento odié a mi madre con su maquinita de coser a pedal negrita Singer, odié mi pobreza, odié la televisión en blanco y negro que me engañó durante tanto tiempo haciéndome ver la vida del color que no era... Me odié a mí misma.
Ya sobre el mediodía la fiesta terminó y al fin pude salir de rincón. Al ver llegar a mi madre, corrí hasta ella, pero no por la emoción que me producía verla, sino para desaparecer lo más pronto posible de allí, llegar a casa y quitarme el traje, según yo, de la vergüenza.
Durante el trayecto a casa permanecí callada. Por supuesto mi madre percibió mi estado de frustración ya que comentó:
—«"Todo pasa"» — Es lo único que recuerdo de ese momento, si acaso dijo algo más, pues la verdad que no me acuerdo, sino tan solo de esas dos palabras.
Fui víctima de bullying durante todo el resto del año escolar, y no prosiguieron el próximo año, porque mi madre me cambió a otra escuela, aún así, no lo superé, y no quise nunca más disfraz alguno. Así como no volví a mirar aquella televisión, a partir de allí mis ratos libres los empleaba para dibujar, leer, y también para hacerle ropita a mis muñecas. Mi madre viendo mi interés por la costura, poco a poco me fue enseñando a coser en aquella maquinita a pedales negrita Singer, la misma en la cual me hizo el desafortunado disfraz en blanco y negro, y la misma que en aquel aciago momento había odiado tanto.
Muy rápido transcurren los años, y en mi plena adolescencia ya podía hacer cualquier arreglo de costura, y hasta ya me atrevía a confeccionar una falda, un vestido y hasta una blusa. Claro, con algunas imperfecciones, pero con todo y eso cortaba y cosía alguna prenda de vestir a vecinas y amigas. Para ese entonces estaba a mediados del bachillerato.
Un día caminando por alguna calle, vi un letrero que decía.
"Cursos de Corte, Confección y Diseño de Modas"
me llamó la atención, entré al lugar e indagué todo lo relacionado con el mismo, aunque no me ilusioné mucho ya que era conocedora de nuestra situación económica y mi madre no podía permitirse otro gasto. Después de mucho rato me dije, pues ni me desilusionaré ni me desmotivaré.
Entonces pensando en la manera de ganar dinero sin descuidar mis estudios, se me ocurrió la idea de usar los retazos de tela que sobraban de todas las costuras y diseñar brazaletes y collares entrelazando una tela con otras en variedad de colores creando diferentes modelos. Cuando ya tenía elaboradas unas cuantas docenas, las exhibía en un gancho de los que se utiliza para colgar la ropa en el clóset para que así se pudieran apreciar bien.
Los domingos bien temprano en una esquina del mercado municipal, ofrecía mi mercadería a todas las damas que pasaban por allí.
Al principio fue muy difícil, no se vendía mucho, pero no me desanimaba, sabía que en la medida que fuese consecuente, poquito a poco lograría que se interesaran por mi mercadería. Al cabo de un tiempo ya se conocía mi trabajo artesanal. Compraban y me encargaban de tal o cuál modelo, o color que le combinara con la blusa, vestido o pantalón, y hasta con los trajes de baño. Me sugerían cuánto modelo se les antojase.
Todos los días después de volver del liceo, me sentaba a diseñar mi trabajo y así tener suficiente mercancía para vender el fin de semana en el mercado, y a la vez cumplir con todos los encargos. De esta manera ahorré el dinero necesario para inscribirme en el curso de corte confección y diseño de modas.
¡Qué felicidad más grande sentí el día que mi madre me llevó a la academia a inscribirme en el curso!
Ha sido uno de los mejores momentos que he tenido en la vida. Así que ahora alternaba mi tiempo, me levantaba bien temprano para ayudar a mi madre en los quehaceres diarios, luego asistía al liceo hasta mediodía, regresaba de prisa a casa, almorzaba, me duchaba, y ya vestida marchaba feliz para el curso en el cual ya estaba aprendiendo muchísimo.
Así a mis dieciséis años transcurría mi vida de adolescente.
Conforme pasaba el tiempo me gustaba muchísimo más la costura. Pero no descuidaba mis estudios que ya casi finalizaban y por otro lado seguía afanada en la elaboración de los collares y brazaletes. En muchas ocasiones trasnochaba para completar algún pedido que me encargaban, pero lo hacía con gusto ya que era lo que me ayudaba a costear el curso de corte confección y diseño de modas.
Finalicé mis estudios, ya formaba parte de los bachilleres de la República. Debo confesar que no egresé con las mejores calificaciones, obtuve un promedio regular, aún así con todo y todo, me gradué. Ahora a comenzar mis estudios superiores, sin embargo para esta época estaba tan motivada con la costura que decidí posponer mis estudios universitarios hasta graduarme en corte y confección, dicha decisión no le gustó mucho a mi madre, quién como era de esperar quería que estudiara para tener un mejor futuro. Me costó muchísimo convencerla, pero lo logré, y así de esta manera poder contar con todo su apoyo para todos los planes que a corto, mediano y largo plazo ya me había trazado.
Al finalizar el curso ya me desenvolvía excelentemente bien en la costura, pero no me detuve allí. Hice uno más intensivo, y a este le siguió una especialización.
Cuando vine a ver ya estaba convertida en toda una modista de alta costura, incluyendo diseñadora de modas, y con tan solo veintitres años ya contaba con mi primer atelier exclusivo para damas donde se diseña el traje hecho a su gusto y medida.
Teníamos en casa un espacio que en otrora fue estacionamiento de los antiguos dueños que vivieron en la que hoy es mi casa, lo desocupamos y acondicionamos con todas las comodidades necesarias para hacer nuestro atelier. Me arriesgué y con todo el positivismo posible, presenté al banco mi proyecto solicitando un crédito para poder adquirir máquinas industriales de coser y otros implementos importantes para el atelier. En un mes me aprobaron el proyecto y por ende recibí el crédito.
Lo demás es historia. Continúe por el hermoso camino de la costura, eso sí, siempre de la mano de mi madre quién por supuesto desde hace un tiempo dejó de coser y se dedicaba solo a atender a las clientes, tomarle las medidas, sugerirle una que otra idea al modelo que quisieran mandar a hacer. Ha representado para mí una gran ayuda, una ayuda invaluable.
Además, jamás olvidaré que fue gracias a sus primeras enseñanzas que elegí esta profesión la cual amo y le debo todo lo que soy hoy en día. Y por supuesto no puedo olvidar tampoco aquel fatídico día del disfraz. Ese día me marcó y entendí la diferencia entre original y auténtico.
A veces, esos momentos de humillación son importantes para nuestro crecimiento personal y para hacernos más fuertes. Cómo dicen por ahí:
"Lo que no te mata, te fortalece"
La vida es un sube y baja. Definitivamente el color de la vida depende de los ojos que la miren.
Desde hace veinte años me levanto con actitud de Mujer Maravilla para dar siempre lo mejor de mí, y además es el nombre con que bauticé mi nuevo atelier de Alta Costura. El primero que tuvimos en nuestra casa aún lo conservamos pero solo para impartir clases gratuitas de corte costura y diseño de moda a personas de escasos recursos. Siento que debemos retribuir de alguna manera lo que Dios ha puesto en nuestro camino.
Y recuerda siempre:
««"Todo es según el color, del cristal con que se mire"»»
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Comments
Silvana Maria LLanos Cantillo
Excelente postura para superarnos utilizar bien nuestro tiempo porque va muy rápido y no vuelve,son valiosas las desiciones tomadas con madurez.
2022-10-14
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