capitulo 2

Después de aceptar la fecha de la boda, Simón llevó a Isabel a su casa. Tenía algo importante que confesarle. Mientras caminaban, nervioso, le comentó:

—Te conozco desde el pueblo, desde la fiesta de tu hermana. Aunque quiera a otra persona, te elegí para casarme porque creo que eres una mujer buena, sencilla y humilde.

Se lo dijo sin rodeos, añadiendo:

—Siempre te observé por tu sencillez y humildad, pero nunca me animé a hablarte.

Isabel seguía sin comprender del todo lo que estaba ocurriendo. Finalmente, ambos dejaron el tema sin más comentarios.

Desde que se fijó la fecha de la boda, Simón comenzó a visitarla todas las tardes. Era atento, caballeroso y simpático, intentando ganar su simpatía. Sin embargo, Isabel, consciente de que él estaba enamorado de otra mujer, no podía evitar que cada gesto amable de Simón le cayera peor. Para ella, el ir y venir de Simón despertó numerosos rumores en el pueblo. No era un hombre feo; al contrario, muchas lo deseaban y lo querían en sus vidas.

Simón Chairo, un hombre de 44 años, estaba bien cuidado físicamente. Alto, de 1.90 metros, ojos verdes y un físico que podría compararse con el de un atleta, llamaba la atención a donde fuera. Incluso la amiga de Isabel suspiraba al verlo y le decía:

—¿Cómo puedes resistirte?

Isabel respondía:

—Es que no me corresponde.

Faltaban apenas dos semanas para la boda, e Isabel pasaba sus días llorando en la soledad de su casa. Estaba intranquila, y su madre, que había sido distante durante años, ahora la llamaba casi a diario para hablar de los preparativos: el vestido, el peinado, el maquillaje, los adornos.

—¡Basta! —gritó Isabel al teléfono en una ocasión.

Un día, Simón llegó a verla con comida y una sorpresa.

—Queda solo una semana para la boda. Necesito probarte el anillo —dijo mientras sacaba del bolsillo una caja pequeña. Dentro había un anillo de oro blanco con un rubí.

Simón, de rodillas, le pidió matrimonio formalmente. Isabel, aunque llena de dudas, dijo que sí, y él deslizó el anillo en su dedo. La mirada de Simón lo delataba: deseaba besarla. Isabel, por su parte, se quedó callada, miró el anillo y, aunque quería corresponder, no lo hizo.

Más tarde, mientras escribían las invitaciones, surgió un problema. En la lista de invitados apareció el nombre de Fernanda, la ex de Simón y amiga de Isabel. Al ver el nombre, Simón se transformó; aunque había terminado con Fernanda, no sabía que ambas eran cercanas. Las malas lenguas del pueblo ya hablaban de Isabel como una “saca novios” y hasta habían difundido rumores de que estaba embarazada.

Cuando Isabel escuchó los chismes, se sintió devastada. Esa misma tarde, confrontó a Simón:

—Ya sé que tu novia era Fernanda, y es mi amiga. Por eso, ahora todos me llaman puta y saca novios. ¡Estoy cansada de esta situación! —le reclamó enojada.

Simón intentó calmarla y le prometió que solucionarían las cosas. Antes de irse, la saludó con un beso pícaro en la comisura de los labios, lo que dejó a Isabel aún más ofendida.

—Te lo dije cuando acepté: nada de demostraciones ni hijos —gritó fuera de sí.

Simón propuso redactar un compromiso legal donde ambos estipularan las condiciones de su unión. Esa misma tarde, llamó a su abogado, y al día siguiente, ambos firmaron un acuerdo con los siguientes puntos:

No tendrían hijos hasta que Isabel cumpliera 35 años.

La infidelidad no sería tolerada por ninguna de las partes.

Ambos respetarían sus trabajos sin interferencias.

No habría luna de miel.

Cualquiera de las partes podría solicitar el divorcio después de seis años.

Con el contrato firmado, se dispusieron a prepararse para la boda. Sin embargo, minutos antes de la ceremonia, Miguel Chairo le entregó a la madre de Isabel las escrituras de la hacienda familiar. Para sorpresa de todos, estas incluían una cláusula que estipulaba que las tierras pasarían al primer nieto nacido dentro de los dos primeros años de matrimonio.

Vestida de blanco y él de smoking negro, Isabel y Simón se casaron en la pérgola del jardín de los Chairo, rodeados de familiares, amigos y conocidos del pueblo. La ceremonia fue solemne, pero Fernanda, al saludar a Simón al final del evento, dejó sembradas dudas:

—Tenemos que hablar —dijo de manera venenosa, dejando a Isabel inquieta.

Esa noche, aunque los demás se despidieron con buenos augurios, Isabel no pudo evitar sentirse atrapada en una situación que nunca quiso. Fernanda, ahora convertida en una arpía, parecía estar decidida a quedarse en la hacienda de los Chairo y hacer la vida de Isabel más complicada.

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