En Ciudades Perdidas.

En Ciudades Perdidas.

Prologo.

Recuerdo una vez de pequeña ver, junto con mis hermanas, una película sobre una princesa mágica. Era una chica muy bella, con cabello de ensueño y ojos preciosos, ojos que ocultaban una infancia encerrada en una torre y sometida a una maldición por una bruja malvada. Un cuento clásico adaptado en una representación cinematográfica, la cual contenía más colores, más hadas y polvillo estelar, en fin, contenía más presupuesto, y esto, sin notarlo, atrajo más audiencia. El libro, la obra original y en la que estaba basada la cinta, era una obra lanzada casi doscientos años atrás, pero hasta el momento nadie conocía. El hombre que la escribió no era para nada como los hombres que en el libro él relataba, aun de ese modo, ayudo para que doscientos años en el futuro, el idealismo mágico del príncipe azul fuera el provocante de enamoramientos platónicos, y ante todo, precoces. Mis hermanas se discutían por interpretar a la protagonista, cosa que era algo casi sin sentido, pero ante la imaginación, palabras mudas.

Con el tiempo, comencé a ver que las adaptaciones de libros clásicos a películas animadas era algo que venía sucediendo desde hace varios años, cubriendo las generaciones de mi madre, abuela, y llego a creer que incluso generaciones más atrás. Esto llamo más mi atención que las mismas películas en sí, por ello, teniendo casi cinco años, comencé a pedir como obsequios los libros en los que aquellos directores de cine se estaban basando para hacer sus películas, unas que gozaban tanto de éxito como de fracaso. Mis padres accedieron, y al tiempo, mi colección de clásicos comenzó a crecer. Llegue a considerar que mis hermanas e incluso mis primas se interesarían por los libros en los que aparecían las princesas, príncipes y hadas, motivo por el que ellas discutían, pero no fue así, al menos, el interés duro poco, y solo se acercaban para contemplar las perfectas portadas con sus detalles delicados y preciosos. Les gustaba, pero no se justificaba lo suficiente para sentarse a leerlo. Con ello en mente, nada más dejé que continuaran en su paraíso amorfo mientras yo me sumergí en el inmenso mar de las palabras de todos aquellos escritos que desconocían que sus obras ahora eran parte de una extendida lista de adaptaciones de películas con público infantil y desinteresado, aunque, hay quienes se escapan de esta tormenta de consumismo cultural.

Suelo recordar ese primer momento de vez en cuando, cuando estoy en el desayuno o lavando mis dientes, incluso cuando salgo a caminar en las noches de verano para comprar una paleta de frutas y agua a la vuelta de mi casa. Es grato, y sabe casi igual a cuando tenía aquella edad. Ahora, doce años después, estoy por abrir mi decimoséptimo regalo de cumpleaños, y sí, es un libro clásico. Pero el escenario es distinto, el aire suele traerme los recuerdos que se acompañan con el tenue olor a azufre, el cual ya no está, pero mi nariz se niega a olvidar.

Mi nombre es Vega Polaris, tengo 17 años, y hoy, más que mi cumpleaños, es el aniversario de mi muerte. 15 de abril del año -2022. Vivo en Roma, una antigua ciudad situada en el interior de una montaña. Esta contiene un antiguo sistema de túneles que se encargan de comunicar a la ciudad con el exterior.

Sé que pueden tener miles de preguntas ahora, pero pido tan solo que me dejen avanzar con este diario que decidí comenzar hace unas noches atrás. Siempre quise hacerlo, y ahora, es el momento.

Roma es una ciudad dentro de una montaña, cosa que ya dije, pero debo aclarar que no es una simple ciudad. Se encuentra en una isla con dimensiones parecidas a lo que fue una vez La Gran Crusia, una localidad de islas vecinas donde, entre todas, destacaba una por su belleza. Con más de 203.000 Km cuadrados, se convirtió en el sitio idóneo para llevar a cabo investigaciones gubernamentales, donde más de 106 países hacen parte e inclusive, alquilan sitios en específico para llevar a cabo sus propias investigaciones, incluidos los tan llamados interrogatorios negros, donde los gritos de tortura son justificados como los graznidos de las aves del paraíso. En la superficie hacen lo que los deseos humanos dejan, y en la profundidad se encargan de desaparecer cualquier evidencia de aquellos momentos donde ni los satélites se permiten observar. Una isla a la vista de todos, una isla que solo los ciegos podrían dudar de que existe y aun así, son quienes más creen en que ella es real.

Soy Vega Polaris, tengo 17 años, mi cumpleaños es el 15 de abril y también la fecha de mi muerte. Era un día lluvioso, del año 2015.

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Sierra

Sierra

hermoso

2022-04-23

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