Carlos López culminó sus estudios con éxito, graduándose como Administrador de Empresas con excelentes notas, aunque su negocio aún no era completamente rentable, él y sus hombres seguían esforzándose, trabajando cada día para consolidar el proyecto que marcaría su nueva vida.
Camilo, por su parte, solo tenía dos años pendientes para obtener su título, desde el incidente con su madre, su personalidad había cambiado por completo, antes, había considerado el mundo del crimen como una opción, pero al ver que Carlos estaba construyendo un negocio legal, decidió que su única meta sería el éxito.
Ya no pensaba en seguir caminos peligrosos, solo en aprender, mejorar y aportar al proyecto de su hermano. Se enfocó en investigar nuevas técnicas agrícolas, dedicando su tiempo a estudiar cómo mejorar los procesos de siembra con tecnología avanzada.
Gracias a que tenía la hacienda como su lugar de práctica, se convirtió en uno de los mejores alumnos de la universidad. El avance que cambió su destino y a pesar de que Carlos contrató personal capacitado, siempre permitió que su hermano realizara sus experimentos, porque sabía que Camilo tenía el potencial para revolucionar su negocio.
Y su intuición no falló porque con la ayuda de sus profesores, Camilo diseñó un sistema de riego avanzado para la época, uno que mejoraba la eficiencia de la producción y permitía una cosecha más rentable y cuando lo implementaron, la hacienda finalmente comenzó a generar ingresos reales, marcando el primer gran triunfo de los hermanos López en su camino hacia una vida legítima.
Como siempre, Carlos demostró su visión estratégica, compró varios camiones para transportar sus productos, y con ello, fundó su propia empresa de transporte, asegurándose de que cada negocio que iniciara incluyera a sus hombres de más confianza y a sus hermanos.
Pero el país se volvía cada vez más inseguro, sus enemigos crecían en número, y debido a ello, Carlos llevaba dos vidas paralelas: Por un lado, era un joven empresario carismático, con negocios en expansión, ganando reconocimiento en el mundo financiero y, por otro lado, seguía siendo el implacable jefe de una banda en los bajos fondos, con una estructura que no paraba de crecer, acumulando poder, aliados y enemigos no solo en el mundo empresarial, sino también en el ámbito político.
Su astucia lo llevó a obtener información relevante sobre los personajes importantes del país, y con ello, se aseguró que nada se moviera sin que él lo supiera.
En poco tiempo, fundó en la ciudad capital López LLC, su propia planta procesadora. Aunque aún estaba lejos de la imponente Industrias Alcalá, la empresa más poderosa de su país, Carlos avanzaba a pasos firmes hacia sus metas.
Mientras su hermano consolidaba su imperio, Camilo obtuvo su grado de Ingeniero Agrícola con honores. El sistema de riego que había diseñado resultó ser un éxito absoluto, y, tras patentarlo, la mayoría de los agricultores del país comenzaron a contratarlo como asesor. Su renombre creció rápidamente, y en poco tiempo, fue invitado por productores del país del Este y del Sur para compartir sus conocimientos y mejorar sus sistemas agrícolas.
Carlos, a pesar de su naturaleza estratégica y calculadora, no podía ocultar su orgullo por el menor de los López. Camilo no solo había demostrado talento, sino que, de alguna forma, había logrado lo que Carlos siempre había querido para su familia: Ser respetado sin necesidad de temerle a nadie.
Andrea, siendo la menor de los hermanos López, fue la última en ingresar a la universidad, donde estudiaba Contaduría Pública. Era brillante y hermosa, lo que la convertía en un constante dolor de cabeza para Carlos, que siempre había sido demasiado sobreprotector con ella.
A pesar de las discusiones por su actitud, Andrea sabía que esa era su manera de demostrar cariño. Desde joven, estuvo enamorada de Alex, el segundo al mando de la organización de su hermano, pero él solo la veía como la hermana menor de su jefe, sin siquiera considerar la posibilidad de una relación.
Años pasaron, y lo que al inicio fue solo un interés juvenil, se convirtió en algo más profundo y era por él que nunca se interesó en tener novio.
Ahora, con diecinueve años, vivía en un apartamento rentado en la residencia universitaria. Hasta que, un día, su pasado tocó su puerta. Cuando abrió, vio a su madre y a Anita esperándola afuera.
—Hola, Andrea.
Su expresión se endureció de inmediato.
—¿Qué se le ofrece, señora?
Fátima frunció el ceño.
—¿Señora? Soy tu madre, ¿lo recuerdas?
Andrea no titubeó.
—Yo no tengo madre, señora. No diga mentiras.
La tensión era palpable, pero Fátima no estaba allí por una disculpa.
—Quiero hablar con Carlos, pero no tengo manera de contactarlo. ¿Podrías darle un mensaje de mi parte?
—No lo creo, mi hermano no tiene tiempo para atenderla.
Fátima, sin insistir en su propia presencia, extendió un papel con un número escrito.
—Dile que Anita necesita su ayuda.
Andrea, hasta ese momento, solo había visto la conversación como otro enfrentamiento innecesario. Pero entonces, miró a su hermana menor más detenidamente y Anita lucía enferma. Sin pensarlo más, reaccionó inmediatamente.
—Pasen y tomen asiento. Voy a llamar a Carlos.
Cuando Carlos recibió la llamada, y no dudó en dejar lo que estaba haciendo en su empresa para dirigirse a la residencia universitaria y al llegar, encontró a Andrea visiblemente incómoda.
Fátima parecía nerviosa, y Anita, efectivamente, se veía muy mal y apenas cruzó la puerta, su madre intentó iniciar con un saludo.
—Hola, hijo. ¿Cómo has estado?
Pero Carlos no tenía tiempo para conversaciones vacías.
—¿Qué pasa con Anita?
No hubo respuestas evasivas, solo una verdad que derrumbó el aire en la habitación.
—Tu hermana tiene leucemia y el tratamiento es muy costoso.
Para los hermanos López, la noticia fue un impacto brutal, a pesar del resentimiento que sentían por su madre, Anita siempre había sido parte de ellos, y ahora, descubrir que estaba tan enferma, que había pasado por todo ese proceso sin que ellos supieran, era abrumador.
Carlos iba a hablar, pero Andrea se adelantó. Ella siempre parecía dulce y amable, pero en realidad, era más dura que sus propios hermanos y la pieza central de la familia y su voz no tembló.
Andrea se mantuvo firme, su voz cortante, sin espacio para dudas.
—Bien, señora, podemos ayudarla. Pero entienda algo: no le vamos a dar ni un centavo.
Fátima parpadeó, asombrada por la dureza de sus palabras. Nunca esperó algo así de su hija, aunque en el fondo lo comprendía.
Pero Andrea no había terminado.
—Nosotros nos encargaremos de llevar a Anita con un especialista y pagaremos su tratamiento.
Fátima sintió un atisbo de alivio, una pequeña esperanza que quiso aferrarse a agradecer. Pero justo cuando iba a hablar, Andrea la miró con una frialdad que la paralizó.
—Y cuando esté sana, debe quedarse con sus hermanos.
El impacto fue inmediato. Fátima sintió un nudo apretado en el pecho, sabía que sus hijos estaban enojados con ella, pero nunca esperó tanta indiferencia.
Y entonces, la sentencia final llegó como un golpe.
—Si está de acuerdo con eso, podemos ayudarla. Si no, salga por esa puerta y no regrese jamás.
Carlos quedó sorprendido porque nunca había visto a su hermana ser tan dura con su madre, pero estaba completamente de acuerdo con Andrea.
Durante años, siempre había estado preocupado por Anita, porque nunca confió en Fátima. Aun así, mantuvo la esperanza de que su hermana menor estuviera bien.
Ese mismo día, Carlos hizo que Anita ingresara al hospital infantil, pero cuando los médicos la examinaron, descubrió que su condición era grave.
Carlos sentía que la ira lo consumía. Su corazón latía con fuerza, su respiración era pesada, y aunque intentaba mantener la calma, las palabras salieron sin filtro.
—Si Anita estaba tan enferma, ¿por qué no me buscaste antes?
Fátima bajó la mirada, evitó su mirada intensa, y por primera vez, pareció darse cuenta de la magnitud de su abandono.
Carlos no le dio espacio para responder.
—¿Acaso ibas a esperar a que muriera la niña?
La tensión se volvió insoportable, y cuando Fátima intentó levantar la mirada, Carlos la detuvo con una última sentencia.
—Eres la peor de las madres.
Los días siguientes fueron una prueba de fuego para los hermanos López. Anita luchaba por su vida, y aunque Carlos había construido un imperio, nada de eso tenía sentido si perdía a su hermana menor.
Sin saber qué más hacer, sin poder comprar una solución, se dirigió a la capilla del hospital. Carlos no creía en Dios, no desde que su padre murió, pero ahí estaba, sentado en una banca, con el alma partida en pedazos.
Su voz fue apenas un susurro, pero cada palabra llevaba el peso de su desesperación.
—Dios, sé que soy un pecador.
—He hecho muchas cosas malas.
—Pero esa niña no ha hecho nada malo.
—Hazme lo que quieras, pero déjala vivir.
—Te prometo que perdonaré a esa mujer, si a cambio Anita supera esto.
Desde la última banca, su madre escuchaba cada palabra. Fátima lloraba en silencio, porque sabía que era su culpa. Su hijo había tenido que convertirse en un hombre antes de tiempo, había cargado un peso que no le correspondía, y aun cuando ella tuvo la oportunidad de ayudar, los dejó solos.
Los había abandonado, cuando más la necesitaban, y ahora, que Anita estaba muriendo, ella no tenía nada que ofrecer, porque despilfarró cada recurso que tuvo. Y al final, tuvo que buscar al hijo que despreciaba, al hijo que llamó delincuente, para pedirle que salvara a su niña.
La culpa era insoportable y con la mirada hacia el altar, Fátima susurró su propia oración.
—Dios, por favor, no escuches su petición.
—Si alguien debe pagar por los pecados de Carlos, debo ser yo.
—No fui una buena madre.
—Si necesitas que alguien expíe los errores de mis hijos, tómame a mí.
—Pero deja que Anita viva.
—Y que todos mis hijos estén bien.
Esa tarde, Anita mostró una leve mejoría, como si, de alguna forma, el universo hubiera concedido un milagro. El tratamiento comenzó a evolucionar positivamente, y aunque aún había un largo camino por recorrer, los tres hermanos se aferraron a la esperanza de su recuperación.
Carlos, Camilo y Andrea no se separaban de ella, permanecían atentos a cada avance, celebrando cada pequeña victoria como si fuera un triunfo absoluto. Fátima, por su parte, seguía al lado de la niña, pero no podía ignorar la incomodidad que la invadía, sin embargo, cuando Carlos empezó a dirigirle la palabra con respeto, Camilo y Andrea hicieron lo mismo, estableciendo una tregua silenciosa, sin olvidar todo lo que había sucedido, pero enfocándose en lo único que realmente importaba ahora: Anita.
Los días pasaron, y aunque su salud seguía frágil, el progreso se mantuvo constante, sin embargo, para asegurar su recuperación, era necesario un trasplante de médula ósea. Las pruebas se realizaron y el resultado fue claro, el donante compatible era Camilo.
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Comments
Sandra Mejia
que lección nos da la vida duras y suaves .
Y con todo eso somos desobedientes y no vemos, las señales y seguimos x lo mismo.
pero quienes somos 👀 y también tenemos oportunidad de enmendar nuestros errores.
Ellos han sido nobles x su hermana
los amo.
2023-04-02
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