La relación entre Carlos y su madre se volvió cada vez más tensa y quebradiza, desde la muerte del padre, el resentimiento había crecido en silencio, pero todo se desbordó cuando Fátima comenzó a mostrar señales evidentes de un cambio de vida: traía dinero en grandes cantidades, vestía ropa costosa y ya no parecía angustiada como antes.
Carlos, astuto por naturaleza, sospechó que algo no encajaba, la misma mujer que lo había despreciado por involucrarse con bandas, ahora vivía con lujos inexplicables. Movido por la duda y la rabia, envió a uno de sus subordinados a seguirla y lo que descubrió fue más humillante de lo que había imaginado.
Su madre se había convertido en la amante de su jefe, no solo eso: ya ni siquiera trabajaba, el hombre le había alquilado un inmueble en una zona del este de la ciudad, de clase media baja, donde vivía acomodada junto a Anita, la hija menor.
Mientras tanto, Carlos, Andrea y Camilo seguían en el barrio, sobreviviendo como podían. Los hombres de confianza de Carlos le contaron algo que lo dejó helado: Fátima decía que solo tenía una hija, negando abiertamente la existencia de sus hijos mayores.
Carlos no juzgaba su relación con un hombre casado, sabía lo desesperante que había sido su situación. Lo que no podía aceptar era que ella hubiera encontrado una salida, y no los hubiera incluido a ellos. Que ella se hubiera marchado, dejándolos solos, negándolos como si no existieran, mientras él había cargado con el peso de toda la familia desde los quince años.
Decidido a enfrentarla, Carlos se presentó con Camilo y Andrea ante la nueva residencia de Fátima. Tocaron el timbre. Ella los vio por la mirilla y no abrió la puerta, el miedo se le notaba incluso sin pronunciar palabra. Se quedó allí, en silencio, mientras ellos esperaban una reacción.
Desde el otro lado de la puerta, Carlos alzó la voz con firmeza:
—No vuelvas a acercarte a nosotros nunca más. Para nosotros, estás muerta. Desde ahora, somos huérfanos por voluntad propia.
Dentro del hogar, la pequeña Anita lloraba, llamando por sus hermanos mayores. Pero Fátima no se movió, no contestó, no abrió la puerta. Desde aquel día, cumpliendo el deseo de su hijo, Fátima nunca más volvió al barrio.
Carlos se convirtió en el único responsable de sus hermanos, a pesar de que todavía era muy joven, con apenas dieciocho años, la vida ya lo había obligado a tomar el rol de padre, protector, proveedor todo a la vez. Fue entonces cuando una vecina llamada Julia, una señora jubilada que lo había observado crecer desde niño, comenzó a acercarse más a ellos. Sintiendo una profunda compasión por esos muchachos abandonados, actuó como una abuela protectora. Le ofrecía consejos, comida caliente cuando podía y palabras de aliento que Carlos necesitaba más de lo que admitía.
Gracias a su inteligencia y disciplina, y a pesar de las circunstancias, Carlos estaba a punto de culminar la secundaria con un promedio excepcional. Contra todo pronóstico, consiguió una beca para estudiar en la universidad más prestigiosa de la ciudad capital, en la facultad de Ciencias Económicas. Nunca abandonó el sueño que había mantenido vivo desde la infancia: convertirse en administrador de su propia empresa.
Mientras tanto, su influencia en el barrio crecía. Su banda, aunque informal en sus orígenes, se volvió más numerosa y organizada. Carlos imponía reglas claras y estrictas: no se permitía el consumo de drogas, el abuso contra mujeres o la traición. Cualquier miembro que rompiera esas normas era castigado sin piedad, y si el daño era grave, simplemente era expulsado... o algo peor.
Carlos no buscaba poder por ambición vacía; su objetivo era proteger, y aunque su método era duro, logró algo que nadie más había conseguido: convertir su barrio en un lugar seguro, porque tanto él como sus hombres eran aguerridos, pero con códigos férreos y bajo su mando, la violencia se replegó, y las chicas del barrio, como su hermana Andrea, podían caminar tranquilas sabiendo que había alguien dispuesto a protegerlas.
La señora Julia, a quien todos en el barrio, y especialmente los López, la llamaban la abuela, fue quien se enteró de la situación tan lamentable de Martha. La muchacha había pasado dos noches durmiendo a la intemperie después de ser expulsada de su casa, sin un techo ni un lugar seguro para su embarazo, y al saberlo, Julia no lo pensó dos veces: la acogió en su pequeño hogar, le dio comida caliente y la llevó al dispensario del barrio para que recibiera atención prenatal.
A cambio, solo le pidió una cosa: que no abandonara la escuela, Martha, con el rostro aún lleno de vergüenza, siguió asistiendo a clases, a pesar de las burlas y el estigma de sus compañeras. Fue un año difícil, pero lo terminó y logró culminar el ciclo escolar justo antes de dar a luz. El parto fue complicado porque era una madre muy joven, débil debido a la mala alimentación y al cansancio, aun así, cuando finalmente sostuvo a su hijo en brazos, al cual llamó José, supo que todo había valido la pena, porque a pesar de la incertidumbre, lo amó desde el primer instante.
Doña Julia hacía lo imposible por ayudar, pero sus recursos eran limitados y fue entonces cuando Carlos, siempre atento a lo que ocurría en su comunidad, se enteró del caso de Martha y no dudó en intervenir: le entregó el dinero suficiente para que comprara un pequeño puesto de verduras en el mercado, Martha comenzó a trabajar desde temprano, siempre con su bebé en brazos, después dejaba al pequeño con la abuela para asistir a sus clases, y por la tarde regresaba para continuar con su rutina.
Aunque el ritmo era agotador, Martha se graduó. Sabía que continuar estudiando sería casi imposible, la presión era demasiada y su cuerpo aún frágil, así que recibió su título de secundaria con orgullo, aun si eso significaba dejar a un lado su sueño de ir a la universidad.
Mientras tanto, Carlos seguía imponiendo disciplina en su casa y a pesar de que trataba a Camilo y Andrea con cariño, era también extremadamente severo. Cuando Camilo intentó dejar los estudios para unirse a una banda, la reprimenda fue tan contundente que no volvió a atreverse, y de hecho, desde ese día casi no se le veía en público: vivía entre libros y libretas, decidido a no decepcionar a su hermano mayor. Andrea, igual de aplicada, se convirtió en una de las mejores alumnas de su escuela.
A pesar de su faceta como líder de barrio, Carlos era la figura que los mantenía a salvo y después del abandono de su madre, fue él quien asumió toda la responsabilidad, bajo su techo, sus hermanos vivían con comodidad y dignidad, y les había prometido, con toda la fuerza de su palabra, que muy pronto dejarían el barrio atrás para mudarse a un lugar mejor.
Con el tiempo, Carlos se convirtió en una figura respetada en el barrio. Su nombre corría de boca en boca, hasta que finalmente el capo de la zona lo llamó para conocerlo en persona, Carlos, siempre astuto, estableció una relación conveniente con él, sabiendo que, tarde o temprano, necesitaría esa conexión.
Cuando por fin tuvo los recursos para mudarse, el capo no quería perderlo, pero accedió bajo ciertas condiciones, Carlos ya era uno de sus mejores elementos, y aunque su salida no le agradaba del todo, prefirió asegurarse de que su influencia no desapareciera por completo.
Después de negociar, Carlos, sus hermanos y la abuela se trasladaron a una urbanización de clase media baja. Pero no se marchó solo: se llevó consigo a la mayoría de los integrantes de su banda, para él, el progreso no era solo personal, debía incluir a sus seguidores más leales. Sabía que si su estatus mejoraba, el de ellos también debía hacerlo, además, de que no podía permitirse dejar atrás a quienes habían servido como sus guardaespaldas, especialmente cuando tenía tantos enemigos.
La mudanza llegó justo a tiempo, Carlos había percibido el peligro en el barrio, pues otro capo buscaba tomar el control, pocos meses después, el conflicto entre ambos líderes estalló, convirtiendo la zona en un campo de batalla y muchas personas fueron víctimas de la guerra por el poder, y quienes no habían salido a tiempo quedaron atrapados en el fuego cruzado.
Carlos, sin embargo, ya había asegurado su salida, había pactado con ambos capos, consiguiendo que le permitieran marcharse junto con toda su gente, pero antes debieron jurar lealtad a ambos.
Para Carlos, sin embargo, ese juramento no significaba nada. Su única lealtad era hacia sí mismo y su familia. Lo demás no le importaba.
La abuela se mudó con los López, asegurando su lugar en la nueva vida que Carlos estaba construyendo, Martha, por su parte, sabía que el barrio se volvería aún más peligroso una vez que Carlos se marchara, así que decidió mudarse también y le agradeció a Julia y a Carlos por su ayuda, pero entendía que debía seguir su propio camino.
Durante años, no volvió a saber de los López, sus vidas tomaron caminos distintos, hasta que, tiempo después, el destino volvió a entrelazarlo, sin embargo, su gratitud hacia Carlos nunca desapareció, aun en la distancia, recordaba la primera oportunidad que él le había dado.
Andrea, de vez en cuando, ayudaba a Martha a cuidar al pequeño José, mientras ella asistía a clases, y aunque la vida los había separado, las conexiones que Carlos había creado en su comunidad seguían teniendo fuerza, incluso años después de su partida.
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Comments
Maria Kupke Probst
Que gran muchacho resultó ser Carlos. Muy buena educación de su padre. Ante la adversidad se puso al hombro a sus hermanos y a salir adelante a como de lugar. A la madre le va a llegar el karma y querrá pedir ayuda a su hijo, espero que él la mande a pasear y no la ayude.
2024-08-30
1
Sandra Mejia
uy lo que hizo la mamá de negarlos ese si dolió y parte el alma.
2023-04-02
1
ojo de la critica
Que cobarde es el novio de Marta pero su familia es peor🤬🤬🤬🤬🤬
2022-09-05
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