Convertirse en tutor legal de sus hermanos no fue fácil para Carlos y a pesar de ser mayor de edad, el gobierno se negó a otorgarle la custodia, argumentando que no cumplía con los requisitos, sin embargo, con su astucia y los recursos adecuados, consiguió que el proceso se resolviera a su favor, asegurando que Camilo y Andrea estuvieran bajo su protección.
Camilo y Carlos solían discutir con frecuencia, Camilo quería involucrarse en las actividades de su hermano, pero Carlos no estaba dispuesto a permitirlo, él había visto demasiada violencia, había vivido en ese mundo el tiempo suficiente para entender sus riesgos, y no iba a dejar que su hermano menor cayera en el mismo infierno.
Andrea, por otro lado, siempre mediaba entre ellos, y a pesar de que Carlos y Camilo eran fuertes, había una verdad innegable: los dos eran débiles ante su hermana, porque si había una verdadera líder en esa familia, era Andrea, al que mantenía el equilibrio entre los dos.
Ahora que Camilo y Andrea asistían a una mejor secundaria, se reencontraron con su hermana menor, Anita, la cual también estudiaba en la institución, y fue un momento alegre y emotivo; la niña extrañaba profundamente a sus hermanos.
Pero apenas un mes después del inicio de clases, Andrea y Camilo se toparon con su madre. Fátima venía manejando un auto nuevo, vestida con elegancia, como si su vieja vida jamás hubiera existido.
Cuando los vio, no les dirigió la palabra, solo subió a una triste Anita al auto y se marchó sin mirarlos siquiera, esa noche, Andrea lloró amargamente.
Cuando Carlos llegó a casa después de la universidad, se encontró con la escena, su primer instinto fue buscar a Camilo, pensando que habían discutido nuevamente y que él era la causa del llanto de Andrea, pero cuando descubrió la verdad, algo en su interior se quebró.
Andrea, entre sollozos, le preguntó lo que había guardado en su pecho durante años.
—Pero hermano… ¿Qué le hice a mamá para que me odie tanto?
Carlos escuchó su voz temblorosa, y con un tono grave, firme, lleno de determinación, respondió sin titubear.
—No llores, Andrea. Esa mujer no merece tus lágrimas, me tienes a mí, al fastidioso de Camilo y a la abuela, y todos te queremos mucho.
Pero en su interior, Carlos hizo un juramento silencioso, esto no quedaría sin castigo.
Camilo, observando la escena, sentía la misma impotencia que su hermana, Andrea, solo tenía catorce años, demasiado joven para soportar un desprecio tan cruel por parte de su propia madre, con cada lágrima, con cada golpe de humillación, Camilo se juró a sí mismo que un día sería alguien importante, alguien cuya presencia Fátima no pudiera ignorar, alguien capaz de restregarle en la cara su abandono y hacerla arrepentirse de lo que había hecho.
Carlos tenía razón, no había venganza más grande que ser exitoso, que demostrarle que sus hijos no la necesitaban para triunfar.
—Andrea, deja de llorar por esa mujer —dijo Camilo con voz entrecortada—. Ahora la única familia que tienes somos nosotros. Lo lamento por Anita, que tiene que vivir con ella... pero te lo juro, llegará el día en que la veré llorar lágrimas de amargura por habernos abandonado.
Andrea sollozó con más fuerza, pero ahora no era solo tristeza, era rabia, dolor mezclado con determinación.
Carlos, en silencio, los observaba y su mirada expresaba un resentimiento tan profundo que parecía quemar el aire a su alrededor.
—No se acostumbren a esa escuela, porque mañana los cambio.
Andrea lo miró con sorpresa.
—Pero vas a perder el dinero de la inscripción, hermano…
Carlos no titubeó.
—Ese no es tu problema, Andrea. Quiero que vayan a una secundaria mejor. Quiero que tengan más oportunidades. No quiero que pasen por los mismos problemas que tuve para entrar a la universidad.
Y al día siguiente, cumplió su palabra, y a pesar del costo, mudó a sus hermanos a una mejor institución, asegurándose de que el futuro de Camilo y Andrea estuviera fuera del alcance de Fátima.
Anita, por días, buscó a sus hermanos mayores en la escuela, pero no los encontró, la niña, desesperada, preguntó por ellos y su madre, al notar su insistencia, fue a averiguar qué había ocurrido.
En la escuela, no querían darle información, porque Carlos era el tutor legal de los niños, pero le confirmaron que habían sido trasladados a otra institución. Fue entonces cuando Fátima se dio cuenta, su plan de ignorar a sus hijos mayores había fracasado, porque Carlos ya no estaba en el barrio y no tenía manera de contactarlos.
Y aunque no dijo nada, no reaccionó, y guardó silencio, en su interior, por primera vez en años, sintió lo que era perder por completo a los hijos que había despreciado.
A los diecinueve años, Carlos se había transformado en un hombre que captaba miradas dondequiera que iba, su altura imponente, su tez trigueña, sus ojos y cabello negros, combinados con rasgos finos y una presencia magnética, lo hacían destacar, pero lo que realmente lo volvía inolvidable era su personalidad: dominante, inteligente y astuta.
En la facultad, se convirtió en uno de los estudiantes más populares, no solo por sus altas calificaciones, sino por la seguridad con la que se movía en cualquier ambiente, se sabía manejarse entre distintos círculos, asegurándose de que nadie pudiera cuestionar su ascenso.
Él y sus hermanos habían tomado clases de etiqueta y modales, no porque se avergonzaran de su origen, sino porque sabían que para conseguir sus metas, necesitaban pulir cada aspecto de su imagen, Carlos dominaba la elegancia con naturalidad, su presencia exudaba refinamiento, y su capacidad de adaptación lo convertía en un hombre difícil de descifrar.
Vestía ropa de marca, conducía un vehículo del año y se había mudado a una urbanización mejor. Desde afuera, todo parecía producto de esfuerzo legítimo, el reflejo de un joven que había sabido cómo abrirse paso en el mundo.
Pero lo que nadie imaginaba, lo que nadie podía sospechar, era que su éxito estaba construido sobre negocios ilícitos. Con la misma astucia que había usado para sobrevivir en el barrio, ahora manejaba cada movimiento con precisión, sabía cómo disfrazar la verdad, cómo mantener intacta su reputación, y seguir ascendiendo sin dejar rastro.
La familia de Martha jamás estuvo para ella, pero a los diecinueve años, ya no los necesitaba, se había independizado, criaba a su hijo con esfuerzo y orgullo, y aquella chica que alguna vez fue dulce y vulnerable, ahora se había convertido en una mujer de carácter fuerte.
Su meta era clara: sacar a su hijo de ese barrio y darle una vida mejor. Martha atraía muchas miradas porque era hermosa, con piel blanca, ojos claros y cabello castaño que siempre llevaba recogido en una cola de caballo.
Pero la belleza ya no significaba nada para ella, no creía en promesas, ni palabras bonitas, muchos hombres la buscaban, pero nada de eso le importaba más que José, el cual aunque físicamente se parecía a su padre, ella se encargaría de criarlo como un verdadero hombre, para que jamás heredara la cobardía de ese infame que los abandonó.
Sabía que su familia nunca la aceptaría, pero eso tampoco le preocupaba más.
Cuando Carlos se mudó del barrio, el padre de José finalmente se sintió seguro para regresar, sabía que Martha había dado a luz, y que tenía un hijo, pero nunca se preocupó por buscarlo. En lugar de ello, se integró a la nueva banda que surgió tras la partida de Carlos, se casó con otra mujer, tuvo varios hijos, y siguió siendo lo mismo que siempre fue: Un maleante de poca monta, cuyo único punto fuerte era su atractivo físico y fue lo único bueno que aportó al hijo que nunca quiso reconocer.
Martha, a pesar de haber sido obligada a madurar demasiado rápido, se convirtió en una mujer fuerte, hermosa y respetada en el mercado. Atendía a sus clientes con amabilidad y justicia, siempre daba un poco más a las personas mayores, y si veía a una chica que pasaba por lo mismo que ella, le brindaba su apoyo sin pensarlo dos veces.
Las propuestas de hombres interesados en ella nunca faltaban, pero Martha ya no creía en promesas vacías. Ahora era madre, y ningún hombre volvería a hacerle daño a su precioso hijo.
Andrea, por su parte, seguía preocupada por Carlos, veía cómo mantenía su doble vida, y aunque él siempre fue cuidadoso, sabía que, tarde o temprano, tenía que salir de ese mundo. Fue ella quien plantó la idea en su mente.
—Hermano, ya es tiempo de empezar a hacer actividades lícitas.
Carlos escuchó sus palabras, y por primera vez lo consideró seriamente. El momento llegó en una clase de economía básica.
Su profesor explicó los sectores de la producción, y algo en Carlos despertó, la idea de sembrar y producir, le pareció no solo interesante, sino viable, más aún cuando Camilo, quien desde pequeño había sentido un fuerte interés por la agricultura, le confesó que quería ser ingeniero agrícola. Carlos lo miró con una sonrisa calculadora, porque en ese instante, todo comenzó a tomar forma.
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Comments
Sandra Mejia
pero q bueno q el no dejo q su hermano se metiera en ese 🌎 con el sobraba y bastava.
y Martha q mamá tan responsable para mi ella se enamora con Carlos 😍 💕 ♥ ❤ pues una chica trabajadora terminó su bachillerato con esfuerzo pero lo hizo.
2023-04-02
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