Cristina se dejó guiar por el chófer al asiento trasero de un coche precioso. Durante el trayecto habría agradecido conversación, pero el joven no dijo nada, y ella tampoco sabía cómo iniciar una conversación con él, así que esperó a llegar mientras el coche iba pasando las calles hasta un barrio caro que no había visto nunca. Parecía que la gente que vivía en él, incluso, era de otro planeta. Mujeres elegantes, con bellos vestidos, hombres con trajes impecables, niños finos, tiendas espectaculares, restaurantes de ensueño… ¿Dónde iba a cenar?
De repente se pararon en un precioso restaurante. El chófer salió y le abrió la puerta.
- Muchas gracias.
- La esperan dentro.
Pasó a la entrada del restaurante. Era una hermosa sala con una espectacular lámpara de araña que colgaba en medio. La gente hablaba en voz baja y sonreía. Las mesas eran preciosas, y los manteles muy elegantes. Las sillas eran butacas y se notaba que eran de alta calidad. El dueño esperó paciente a que mirara, y carraspeó para atraer su atención.
- Disculpe, ¿tiene reserva?
- No, bueno, yo he quedado aquí con el señor Durán.
- Ah, sígame señorita, la llevaré a su mesa, le está esperando. - se dejó llevar hacia unas escaleras que guiaban a un segundo piso. En una mesa había un señor mayor algo cansado. Le señaló la mesa y ella fue. ¿Podía ser cierto? ¿Iba a acabar casada con un viejo?
- ¿Cristina? - dijo al ver que se quedaba esperando. – Venga siéntate, pide lo que quieras, estaba deseando conocerte.
- Encantada- dijo haciendo una breve reverencia. Se sentó y para asombro de ella el hombre se rió.
- ¡No hace falta que seas tan formal! Al fin y al cabo, pronto seremos familia. No te veía desde hacía años, eres muy guapa.
- ¿Nos hemos visto antes? – preguntó. No recordaba haber visto a ese hombre.
- Bueno, pero eso fue hace mucho. Lo importante es que estás aquí, y ¡eres toda una señorita! Mi hijo estará encantado de verte. Bueno, pero lo primero es lo primero. Vamos a pedir la carta.
Hizo un movimiento de mano y el camarero apareció de inmediato.
- El vino de siempre para mí, Antoine y…
- Agua- pidió
- Agua sin gas de mineralización débil para ella. Y las cartas cuanto antes, quiero saber cuál es la especialidad de hoy. – el camarero apuntó y se fue. – este es un gran sitio para comer. Estaba preocupado con no acertar con tu vestido, pero te queda precioso.
- Gracias.
- ¿Cuántos años tienes ya?
- Cumpliré dieciséis en 3 meses.
- Bueno, no te queda nada ya. Me imagino que ha debido ser raro para ti no saber con quién te ibas a prometer todos estos años- dijo tanteándola
- Siempre he confiado en el buen juicio de mi padre- dijo a modo de respuesta
En ese momento llegaron las bebidas. Probó el vino, y asintió. Le sirvieron y dejaron la copa en la cubitera. Luego la sirvieron a ella. El padre de su prometido asintió y levantó la copa hacia ella. Bebió un poco.
- Eres una chica muy sensata. Eso es bueno. Y pareces una chica agradable. Entiendo que les gustes.
- ¿Perdón?
- No te preocupes. Bueno, mi hijo es una persona excepcional, y probablemente un día de éstos tenga mayor responsabilidad aún. Tengo una petición que hacerte. Sé paciente con él, a veces es algo brusco, pero es un buen hombre. Creo que, si dejas que te enseñe lo bueno que hay en él, podréis ser muy felices.
- Disculpe señor- dijo el camarero
- ¿Sí? – no pareció contento de que le cortaran
- De primero podemos ofrecerle Canelones de trufa negra con brioche de hojaldre aderezado con setas o Crema de huso de alcachofa de Jerusalén y raíz de rábano picante; de segundo a elegir entre Sushi de verduras aromatizado con laurel y arroz Tsuyahime de Japón o Trilogía de ravioles de verduras con consomé de ámbar; como primer plato el chef le recomienda Minuto de langostinos del puercoespín real con frijoles cuidadosamente sazonados con bálsamo añejo, o si prefiere algo de carne una pieza especialmente preparada de ternera Partenaire recién salteada con pimiento verde y fondant con cebolla, aunque también si lo prefiere la señorita tenemos a su disposición lubina de la costa de Opal con trufa blanca. Como segundo tenemos a su disposición el especial de pato asado con nabos confitados en jugo e hígado frito bajo la piel crujiente o flan de erizo de mar sobre puré de patatas cubierto de espuma de café arábica
Cristina se quedó bloqueada. El señor Durán sonrió.
- Pon una crema de huso y unos canelones, uno de trilogía de raviolis y un sushi, de primero me gustarían los langostinos. ¿Qué quieres tú? ¿Carne mejor? - Cristina asintió- y para ella la ternera.
- ¿Cómo la quiere la señorita?
- ¿Perdón?
- El punto de la carne
- Poco hecha, gracias. – dijo como pudo. No había entendido la mitad de la carta, pero le pareció demasiada comida.
- Bueno, prosigamos. – dijo en cuanto se fue el camarero- En primer lugar, viviréis juntos hasta tu mayoría de edad, y entonces formalizaréis el matrimonio. La casa te gustará estoy seguro. – dijo zanjando la discusión.
- Perdone, aún no sé quién es mi prometido.
- ¿No? - dijo extrañado. - Pensaba que él mismo te lo había pedido. – se tocó la barba medio cana – típico de mi hijo. Tu prometido es el joven Álvaro Durán, mi primer hijo.
- ¿El… el señor Durán? - dijo sin saber qué pensar. ¿No era ese el demonio? ¿El hombre frío?
- Me parece que ya lo llaman así, sí. ¿Lo conoces de cerca?
- Bueno, hace unos meses lo vi donde estudio.
- Am, mejor entonces. Es un hombre guapo ¿cierto?
Cristina no supo qué decir. En realidad, sólo le había visto la espalda y lo que sabía de él era exactamente lo que habían dicho sus compañeras el otro día. Su edad, frialdad y ese horrible rumor que le hizo sentir un escalofrío. Ni siquiera sabía cómo era su cara.
Justo llegaron los primeros. Tanto la presentación como el plato parecía una obra de arte, y le dio pena pensar en que lo estropearía al comer. Aprovechó la llegada para comer los canelones. El hombre sonrió, lo que le puso color remolacha. ¿Se habría dado cuenta? A Cristina estar con hombres siempre le había costado muchísimo, y a excepción de los de su familia, no sabía cómo tratarlos.
- Bueno, en principio iba a venir hoy, pero estaba ocupado, así que mañana he organizado una comida para que os conozcáis mejor. Me alegra saber que estás a gusto.
Cristina quería explicarse, pero la comida era espectacular y se olvidó del malentendido que había causado. Nunca había comido algo tan delicioso. Mañana comería con su prometido al fin, pero por lo que parecía, aunque la diferencia de edad era grande, no era un viejo. El resto de la noche el padre le estuvo hablando sobre negocios, a lo que ella solo pudo asentir y fingir interés, y la noche acabó con unos sorbetes que se le deshicieron en la boca.
En el camino de vuelta, de nuevo en la realidad, cayó en que iba a ser la esposa de un hombre al que comparaban con el hielo, de corazón duro y severo, incluso con el demonio. ¿Por qué una de las familias más ricas del país, querría que la hija de alguien común y corriente se casara con su primogénito? ¿Acaso era cierto que, con su frialdad no había encontrado a nadie que lo quisiera? Bueno, ella había prometido cumplir su promesa, y su sueño de poder llegar a ser universitaria se cumpliría. Fue a clase al día siguiente, sin poder evitar darle vueltas al nuevo descubrimiento, cuando vio un par de coches en la entrada.
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