Unos días después, muy lejos de ahí, alguien abría la carta.
“A mi prometido:
En primer lugar, espero que goce de muy buena salud. Aunque aún no le conozco, sé que es un buen hombre, por lo que le deseo lo mejor. Esta es la primera vez que le escribo, espero dirigirme correctamente. Los estudios me van muy bien, y sus libros siempre me han gustado. Hace poco me recomendaron incluir en mi horario alguna actividad fuera del ámbito académico y he pensado que estaría bien apuntarme en baile. Le he metido dentro el folleto que me entregaron y otros más que me dieron, por si hay alguna opción que le guste más. Creo que es algo que debería saber, si le parece, y así algún día, poder bailar juntos.
Con los mejores deseos, y esperando conocerle,
Cristina”
Sonrió. Cogió pluma y papel y respondió brevemente. Metió la carta en un sobre e hizo pasar a su secretario.
- Quiero que la reciba en persona.
- Señor- hizo una reverencia y salió del despacho.
Estaba en clase de gramática cuando interrumpió la directora. Todos los alumnos se levantaron. La directora nunca entraba a clase.
- Cristina, sal un momento - todos empezaron a murmurar de nuevo, pero ella ni siquiera prestó atención. Le preocupaba más que había podido hacer mal. Salió con la directora. – Aquí tienes, ha llegado esta carta para ti.
- ¿De quién?
- Entra cuando acabes de leerla. Hasta luego.
¿La directora en persona se lo había entregado? ¿Qué ocurría? Abrió con cuidado el sobre, era precioso, y sacó la carta de dentro.
“Ya estás apuntada en baile. Agradezco tu carta, pero no merezco el halago. Pronto me conocerás.”
No estaba firmado, no ponía nada en el sobre, y parecía escrito a toda prisa. Era la primera vez que recibía algo de su prometido y leyó las tres cortas frases una y otra vez, intentando descifrar algo de él.
Miró a su alrededor. Ahora todos estaban en clase. No recordaba haberle halagado, pero entendió que el baile le gustaba. Fuera quien fuera, la directora había ido a entregarle una carta en persona, así que le debía al menos esforzarse ahora con el baile, como con los estudios.
Volvió a clase, guardando en el sobre la contestación. Le había gustado su letra, y pensó el resto del día en lo que conocía de él. Que era más importante de lo que había supuesto (la directora en persona le había traído la carta), que tenía una caligrafía preciosa, que pronto lo conocería, y que, quería bailar con él. La verdad, no era mucho.
Las clases no eran sencillas, llevar tacones y bailar a la vez no fue fácil de lograr. Practicaba los pasos, pero no había pensado que necesitara practicar tanto y aunque estaba empezando ya eran muchos movimientos. Pronto comprendió que tardaría mucho en ser una buena compañera de baile. Tendría que dedicarle tiempo, pero había descubierto que le gustaba. Por fortuna aún solo practicaba con la profesora, pero hablaba con otras chicas y empezaba a hacer amistades. Si volvía a ver a ese hombre con el que se había chocado, tendría que agradecerle su sugerencia.
Pasó un mes antes de volver a verlo. Había terminado de estudiar y se fue al aula de música a repasar sus pasos, como siempre que tenía un hueco hacía. Con los tacones parecía una mujer de verdad, se veía linda por primera vez, y lo mejor, nadie entraba allí. Se puso ante el espejo, y, fingiendo llevar un vestido, saludó cortésmente. Estuvo practicando los nuevos pasos fijándose en su postura reflejada que se mantuviera recta, cantando la canción que solían poner en las clases. Aunque ella no se dio cuenta, alguien la observaba.
Un hombre con chaqueta la miró atento. Parecía feliz bailando y cantaba de maravilla. Sonrió levemente. Estaba a punto de irse, sin molestarla, cuando al salir por la puerta del aula, alguien le vio.
- Perdone, ¿Qué hace por aquí? – dijo uno de los profesores al verle.
Cristina dejó de cantar. Alguien estaba observándola. Se quitó los zapatos, colocándose de nuevo los del uniforme, los metió en su bolsa y fue hacia la puerta. No quería que la vieran, tendría que explicarlo.
- Lo siento- oyó la voz temblorosa- No sabía que era usted. – esa voz era de su profesor de aritmética. Le vio hacer una leve reverencia, pero a quien se la dirigía estaba de espaldas a ella. No dijo nada y se fue, y tampoco pudo verle la cara.
- ¿Quién era? – preguntó, intentando evitar así que él le preguntara que hacía ella ahí
- Es el principal inversor de este instituto, bueno, en realidad es uno de sus dueños- dijo sin mirarla- y yo lo he confundido con un curioso- se le notó nervioso. Eso extrañó a Cristina, todos conocían al profesor de aritmética por ser un hombre serio y autoritario, y esa faceta le sorprendió.
El hombre salió de allí rápidamente. ¡Maldito profesor entrometido! Se fue enfadado a la reunión que tenía programada. ¿Y si le veía antes?
- ¿Qué ha pasado señor?
- Nada que no pueda arreglar de alguna forma. Empecemos. No tengo todo el día.
Los demás presentes se sentaron y empezaron a hablar, pero él seguía pensando en la situación. Siempre había sido un hombre muy celoso de su intimidad, y por tanto le encantaba pasar desapercibido. Nunca mezclaba su vida personal con la laboral, al igual que su imagen pública con la personal. Odiaba que se metieran en sus asuntos. Se colocó bien las gafas y discutió los problemas que iban surgiendo. Tenía que centrarse en el trabajo. Pero no pudo evitar recordar de nuevo la imagen de ella cantando.
Cristina se fue con la bolsa, aprovechando el nerviosismo del profesor. No se le había ocurrido preguntar qué hacía allí. En teoría estaba prohibido ocupar un aula sin petición previa y no quería manchar su expediente con algo así. Sabía que si tenía un parte su prometido se enteraría, y no quería que pasara. No podía permitirse el lujo de perder ese compromiso, no podía devolver el dinero que estaban invirtiendo en ella. Fue por el pasillo hasta los vestuarios, y dejó la bolsa en su taquilla. Tenía que conseguir que funcionara su relación con su futuro prometido, no que se estropeara incluso antes de conocerlo.
Salió para casa, ya se estaba haciendo tarde, cuando vio al hombre que le había ayudado a decidirse.
- ¡Usted!
- ¿Eh? - dijo girándose- A, Cristina ¿verdad? Sales muy tarde de estudiar, deberías cuidarte un poco, aun eres joven. – dijo sonriendo.
- Ya…- dijo cortada. ¿Por qué lo había parado? – Quería disculparme de nuevo por lo del otro día, le tiré todos los folletos, pero bueno,.... darle las gracias, me sirvió su consejo. – se puso roja.
- Me alegro. Veo que te sigue costando hablar con la gente. Perdona, me tengo que ir. – miró a la chica sonriendo, estaba como un tomate. - ¿Algo más? – dijo al ver como no se iba
- Aun no sé su nombre.
- Es cierto- sonrió y se fue.
Cristina se quedó ahí un buen rato parada. Él la miró desde el coche, hasta que arrancó. Justo en ese momento empezó a llover. Volvió en sí y corrió a casa. Se le había olvidado el paraguas. Ese hombre le parecía interesante, aunque no sabía por qué. Llegó a casa calada, preocupando a sus padres y hermano.
A la mañana siguiente despertó con fiebre.
- Mamá, ¿cuándo veré a mi futuro marido? – dijo mientras se tomaba la sopa
- Lo siento hija, pero se pactó que él tomaría esa decisión. Aunque cuando acabes los estudios en el instituto irás a vivir con él, así que como tarde dentro de unos ocho meses. ¿Qué te preocupa?
- ¿Por qué yo? – dijo mirándola.
- Tendrás que preguntárselo a él.
Se quedó dormida.
- Deberíamos decirle algo Juan, tiene derecho a saberlo.
- Nos pidió que fuéramos discretos. Mira cómo se pudieron sus compañeros cuando descubrieron que estaba prometida. Ahora está feliz con las clases de baile, se la ve contenta. ¿Te imaginas lo que sería para ella su último curso si vuelve a filtrarse información? Es mejor que se lo diga él.
- ¿Hace cuánto no ves al padre?
- Desde que formalizamos el compromiso.
- No sé... ¿Has oído lo que dicen de su hijo?
- No podemos hacer nada a estas alturas.
Cristina descubrió con asombro que quería volver a ver a ese hombre. Fuera quien fuera, de cierta manera le gustaba estar con él. Cuando estaba cerca, no podía controlar su cuerpo y eso le hacía sentir una vergüenza enorme, pero por otra parte era un hombre muy agradable con el que parecía sencillo hablar. Aunque si ya su cuerpo se ponía así con un desconocido, ¿cómo iba a enfrentarse a su marido? Era lo suficientemente mayor para saber que tendría que estar en la intimidad con él, y si no era capaz de controlar su cuerpo con el primer hombre que se cruzaba en su vida, no sabía cómo aprendería a controlarlo. Seguro que su futuro marido era más guapo que él. Ya estaba pensando en él. No, no podía ser, ese hombre seguro que estaba casado, si no lo estaba seguro que tenía una novia y si no, daba igual, porque ella si estaba comprometida. Y nada iba a cambiar eso.
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