Por fin era sábado, Ulises había despertado de buen humor y por la mañana platicamos sobre mis citas médicas y medicinas.
Ninguno mencionó nada sobre el día anterior, aunque estaba en pants y no se había bañado traía puesto su reloj nuevo, entonces parecía que estaba comenzando un grandioso día.
El resto de la mañana me dediqué a envolver el libro que le había comprado a Lucía, deseaba que le gustara tanto, que lo considerara como el mejor regalo que hubiese podido recibir.
Saqué del closet un pantalón azul que estaba en el punto medio entre lo casual y formal y que además me ajustaba perfectamente. A pesar de mi enfermedad tenía piernas torneadas y siempre me hacían cumplidos, entonces este era un buen momento para presumirlas. Busqué la playera que usaba en ocasiones especiales y que yo mismo había mandado a hacer, era "mi camisa de la suerte". Ni siquiera podía recordar cuándo fue la última vez que la usé, en realidad no había tenido una ocasión especial ni nada que celebrar en mucho tiempo, pero ahora sí, era el día.
Eran casi las 5 de la tarde cuando salí de la casa. Ulises no estaba, no sabía a dónde había ido y no me importaba, yo sólo tenía en la mente ver pronto a Lucía.
Como Ulises se había llevado el coche yo tomé las llaves de su camioneta y manejé pensando en lo que le diría en cuanto la viera.
Llegué a su casa y toqué el timbre, no había ningún auto afuera ni se oía música o personas.
Se abrió la puerta y detrás de ella apareció Lucía.
Se veía como si el mundo le perteneciera, tenía un encanto que solo era de ella, radiante como si cumpliera los años necesarios para comenzar la mejor parte de su vida.
- ¡Jacobo! ¡Veniste! Pasa eres el primero en llegar - dijo emocionada, dándome el paso.
- ¿El primero?
- Si, el primero
Cerró la puerta y me tomó del brazo.
- ¡Toma! ¡Muchas felicidades! - dije con las piernas temblando, extendiendo mis brazos con el pesado libro.
Lucía hizo una expresión de sorpresa y me abrazó efusiva, yo me quedé pasmado y antes de que pudiera reaccionar ya me había soltado. Enseguida dibujó una gigantesca sonrisa que me pareció adorable. Le quitó la envoltura al libro y se acercó a una silla para sentarse y poder mirar a detalle el regalo.
- ¡Wow! ¡Qué bonito! Me encanta.
Me miraba y volvía los ojos al libro, hojeando y deteniéndose a contemplar las fotografías.
- Muchas gracias, en serio me encanta.
- De nada, qué bueno que te gustó- le dije feliz de haberle dado un regalo digno. - Por cierto ¿cuántos años cumples?
- Veinticinco ¿Tú cuántos tienes?
- Veintiséis
No podía dejar de mirarla y ella se dió cuenta de que ya me tenía en sus manos.
- ¿Qué tanto me ves? - preguntó risueña.
Supongo que la estaba incomodando así que se lo dije...
- Te ves muy guapa.
Después de decirle eso ya no pude mirarla, parecía un novato, un tonto.
- ¿Crees que me veo guapa? - preguntó orillandome a confesar.
- Si, te miro porque tienes algo que no sé todavía qué es ...pero ...
Sonó el timbre y perdí el valor para terminar lo que estaba por decirle.
Empezaron a llegar sus amigos y conforme fue pasando el tiempo llegaron más y más.
En un rato estaba jugando baraja con ellos, hablando de cualquier cosa y riendo con las tonterías que decían. Apenas una semana antes estaba odiando mi vida y a los demás, detestaba que las personas conocieran mi enfermedad, pero ahora estaba contando mi vida a esos extraños.
Lucía se acercaba y bailaba tomando mi mano, yo no sabía bailar entonces le seguía el ritmo solo con mi brazo. Me estaba gustando sentir su mano y compartir el tiempo con ella, parecía una persona feliz que disfrutaba la vida, era tan distinta a mí.
Pasando la media noche me empecé a sentir cansado, no quería colapsar en la fiesta así que me despedí de Lucía.
- Quédate un ratito más- dijo abrazando mi brazo.
- Es que no traje mis medicamentos - respondí.
- Bueno, entonces sí ve a tomarlos - dijo resignada - gracias por venir y por el regalo.
- Gracias por invitarme y de nuevo ¡Felicidades!
La abracé y ella también rodeó mi cintura con sus brazos. Me acarició la espalda y luego nos soltamos.
- Podemos ir a algún lado un día - le propuse.
- Si, sería lindo - respondió.
Intercambiamos nuestros números de teléfono, nos despedimos y dejamos nuestra historia en pausa.
Tenía los síntomas de que estaba comenzando a enamorarme y tenía la certeza de que era correspondido. No pude haber pedido más.
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