Capítulo 3: Anuncios contradictorios

Narra Zia

Apresure el paso sintiendo una gran vergüenza en mi ser, y es que soy una estúpida, una gran y completa estúpida.

Afortunadamente nadie me siguió y solo yo anduve corriendo por todo el lugar. Maldito Eros, apenas lo había conocido y ya lo odiaba totalmente.

—¡Fiesta el día de hoy señores! —grito algún básico que se quería sentir importante— ¿Eres nueva?

Pregunto mientras se acercaba a mi. Asentí.

—Tu también estas invitada hermosura, es más, eres mi invitada VIP —alce una ceja y asentí, me di media vuelta y continúe con mi camino— ¡más tarde te daré la dirección!

Él ni siquiera tenia mi número así que dudaba absolutamente que el pudiera darme la dirección y por consecuente no me vería con las ganas de ir a la fiesta.

***

Mi día paso en tranquilidad, no me encontré con el idiota golpeador, conocí a mis profesores y no hice amigos. Normal.

—¿Vitaminas? —fue lo primero que pregunto Francesca, a lo cual asentí aunque sabia que mentia—  ¿Amigos?

Bufe y la mire directamente a los ojos.

—Te haré una pregunta, fácil y sencilla ¿Para que? —ella alzo sus hombros dándome a entender que ni ella sabia.

—Supongo que para que dejes de verte tan patética, deberías siquiera conseguirte un novio y no andar de santurrona —me carcajee mientras ella se cruzaba de brazos.

—¿Y ser como tú? No gracias, prefiero ser la perra de esta familia a ser tan zorra como tu —ella frunció el ceño y después se toco el rostro para tranquilizarse.

—Seré una zorra, pero mírate, siguiendo los mismos pasos, el botox en tu cara te delata, eso y las operaciones que el estúpido de tu padre costeo —negué y sonreí hipocritamente.

—Operaciones que tu misma me obligaste a hacer y mira, por favor, ya compórtate como una madre y deja de andar de cuatro letras todas las noches, seria una lastima que la prensa se enterara que Francesca Bianchi engaña a su hermoso esposo, el afamado señor Ernesto Bianchi, así que mejor me largo —di media vuelta no sin antes darle un beso en la mejilla a mi madre.

—¡Te recuerdo Zia Bianchi, tienes prohibido manchar mis alfombras! —ignore su comentario y continué con mi huida.

Justamente en ese instante mi teléfono y al ver el mensaje era del chico de antes, dándome la dirección. Ni siquiera pregunte como había obtenido mi teléfono, solo comencé a sacar ropa que se viera bien para una fiesta.

Aparentemente hoy era el día de los idiotas, pues luego entro mi hermano.

—¿Qué deseas Alesso? —le pregunte y el se acerco a mi cuello mientras dejaba un beso húmedo en el.

De inmediato lo empuje.

—Que seas mi medio hermano no significa que puedas cojerme, lárgate —él limpio su labio y me sonrió.

Para después murmurar unas cuantas venenosas palabras.

—Eso no dijiste aquella vez ¿Recuerdas? —fruncí el ceño recordando ese día.

—Oh Alesso, Alesso —grite entre gemidos

De inmediato negué con la cabeza, olvidando aquel estúpido y feo recuerdo. Eso paso una vez, una vez que prefiero olvidar, tuve la culpa, la casa estaba sola, tenia unos tragos encima y el chico que me gustaba acababa de anunciar su compromiso, no me culpen.

—En fin hermanita, me voy, solo venia a darte un saludo y a recordarte los viejos tiempos —beso mi mejilla con un prolongado beso.

—Iré a una fiesta al rato ¿me acompañas? —él negó.

—Las fiestas de pubertos ya no son para mi, esta vez tendrás que arreglártelas sola, pero de mi boca no sale ni una palabra —Asentí y el salio de mi cuarto.

Alesso ya tenía 24 años, era vicepresidente de la empresa de mi padre y tenía una vida aburrida.

Ahora si, a prepararme para la fiesta, aunque debo aceptarlo, tengo un mal presentimiento sobre esta noche.

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