— Irlandés déjeme bajar a mí primero en la guardia, porque están los nuevos guardias, que no lo conocen a usted y tengo una clave de validación de treinta dígitos que es un lío bárbaro – instruyó Andrés.
— ¿Quién implementó semejante exorbitancia?
— ¡Su malcriada…! ¡La Fernanda!
— Yo te voy a enseñar mí método, Andrés – dicho esto Casey se bajó en el puesto de guardia y se presentó. Los perros Golden Retriever que olían los explosivos se le fueron encima batiendo sus rabos. Casey les prodigó cariños para espanto y preocupación de los nuevos entrenadores. Los perros le lamieron la cara y las manos.
— ¿Lo conocen? – preguntó el sargento de guardia.
— ¿Y a usted qué le parece?
— ¿La contraseña? – le pidió el Sargento a cargo.
— La de tres huellas – respondió Casey.
— Le debo advertir que si no las reconoce invalida la contraseña y tiene que pedir una nueva en Presidencia – le advirtió el guardia.
— Sí. Lo sé. Gracias.
El sargento de guardia lo miró con desconfianza y le acercó el lector de huella digitales. Casey se pasó alcohol en gel en las manos. Acercó la punta del dedo meñique izquierdo sin tocar el cristal y el lector leyó la huella. Luego acercó la segunda falange del dedo mayor derecho y el lector lo aceptó. Finalmente sonriendo, en lugar de acercar el pulgar izquierdo por el lado de las huellas digitales, lo hizo por el pliegue de las falanges del anverso. El sistema le dio la bienvenida y el sargento se llevó la mano derecha al parietal y se cuadró a modo de saludo militar.
— ¿Puedo preguntarle algo Señor Director?
— ¡Por supuesto!
— ¿Quién inventó este sistema de mierda? Usted es al primero que acepta.
— Porque apoyan los dedos en el vidrio y no se lo limpian los dedos previamente, o tal vez porque no lo saben usar, pero es muy sencillo.
— ¡Pero no lo entiendo!
— Primero que nadie tiene huellas iguales. Son 36 posibilidades, factoriales. La función factorial se representa con un signo de exclamación «!» detrás del número más elevado. Esta exclamación quiere decir que hay que multiplicar todos los números enteros positivos que hay entre ese número y el 1. Los números factoriales se usan especialmente para combinaciones y permutaciones o cambios. También se puede utilizar para calcular probabilidades.
Los tres uniformados de la guardia miraban fascinados los garabatos y cuentas que Casey les hacía en un papel, sin entender absolutamente nada, por supuesto.
— Si ustedes sacan la factorial de 36 no les alcanzan los dígitos de la computadora. Acordarse del código de 30 dígitos es imposible y hay que dejarlo escrito. En lugar del número ustedes tienen que acordarse de tres simples partes de ambas manos, y el orden correcto. En definitiva, una idiotez.
— ¿Pero a quién se le ocurrió?
— A mí – contestó Casey sonriendo y les voy a mostrar un «huevo de pascua».
Casey acercó su pulgar derecho al lector en forma transversal. En el monitor apareció una foto de Casey rodeado por todos los Golden Retriever y un sticker que decía: «¡Bienvenido Papi!»
— ¿Y si yo pongo el dedo qué pasa? – preguntó el sargento.
— ¡Haga la prueba!
El sargento acercó el pulgar al lector y en la pantalla apareció su ficha militar. Los tres guardias probaron con sus pulgares.
Estuvieron casi media hora mientras registraron los datos biométricos de Florencia y por su parte Andrés se equivocó unas diez veces con la clave alfa-símbolo-numérica de 30 dígitos. Florencia pidió hacer la clave con sus manos. La hizo. La repitió y luego la uso para entrar. Andrés Carrizo se lo tomó a broma.
— ¡Irlandés me cagaste de nuevo!
— Mañana registrás las huellas y listo, Carrizo.
— ¿Y si quiero poner tres veces la misma huella? – preguntó Florencia.
— El sistema no lo acepta.
— ¿En serio que lo inventó usted? – se asombró Florencia.
— Tenés que recordar un poco de matemáticas de la secundaria. Si me cortan las manos, los pliegues del lado «de arriba» de la mano, se hinchan y el sistema no las reconoce. Si el dedo está inflamado o gangrenado, tampoco.
Cuando entraron al Chalet, era como una sala de estar de una austera casa militar. Abrieron una puerta y apretaron un botón. Se abrieron las puertas de un ascensor gigantesco, con espejos del piso al techo y barras de acero frente a los espejos. Carrizo presionó el -3 y bajaron al tercer subsuelo de servicios y fueron al bar que presentaba un aspecto menos frío que cuando Casey entró por primera vez durante la Operación Lobos de Roma. Caminaron hasta la cantina.
El jefe operativo, Roberto Martínez, se puso de pie y se cuadró ante Casey con un saludo. Casey se llevó la mano a la sien, lo agarró de los brazos a Martínez y ambos se fundieron en un abrazo.
— ¿Vos fuiste el que me falsificó la firma del pedido de licencia? ¡Confesá Robertito!
— Es mi súper poder. ¡Gracias por volver «Mac Tíre Dearg»!
— ¿Por qué le dice así? ¿No se llama Joe Casey? – inquirió Florencia.
— En el conflicto del Ulster me identificaban de esa forma porque ambos bandos pensaban que era un paramilitar.
— Pero ¿qué quiere decir? – preguntó la chica.
— Lobo Rojo en irlandés, pero ahora con el tiempo, lo más lógico es que me digan «Mac Tíre Liath», es decir Lobo Gris – dijo sonriendo mientras se tocaba las canas de su cabeza.
—Volviste… – supuso Roberto Martínez – ¿Por la desaparición de tus dos amores?
— Sí, pero además el tío de esta niña me hace la vida imposible, y ella, hoy en su primer día, intentó reforzar el acoso de los Zabala y Otegui. Te la presento ella es la Licenciada Marthita Florencia Otegui, sobrina de Ernesto y prima de Pía.
Roberto se acercó al oído de Joe y le dijo en secreto «¡Vos nunca con una fea! ¿De dónde sacaste a esta loba de Buenos Aires?»
— Díganme Florencia o Flor, por favor – rogó la chica.
— ¿Nos sentamos? Con seguridad no almorzaron – invitó Roberto – ¿Un agua con gas? ¿Usted Florencia y vos Andrés?
— Ustedes hablen, que con Andrés traemos todo – dijo Flor – ¿Para usted insípida y fría?
Cuando se alejaba Martínez la observó y le comentó a Joe
— ¡Qué pedazo de camión con acoplado es esta pendeja! ¡Es más grandota que vos! ¿No?
— La sumé porque es más mala que una tarántula. Pía ya me había hablado de ella y me dijo que era una vasca loca, combativa y eficiente como pocas…
— Yo le tendría miedo si me tuviera que pelear con ella… – se atajó Martínez.
— Una pelea cuerpo a cuerpo, te aseguro que no me disgustaría – confesó Joe.
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