Capítulo 13: Reggio di Calabria

 

 

A la mañana siguiente, Manel, el conserje, muy experimentado en tratar con personajes como Joe y Marina, quienes son mucho más comunes de lo que se puede suponer en ciudades como Barcelona, París, Roma, Moscú, Washington, Londres y Berlín, les recomendó volver al aeropuerto en una empresa de taxis que poseía algunas minivans blindadas.

Contrataron dos. Por seguridad Marina viajó con uno de los pilotos. Leah, Matteo Pellegrino y Casey en otra minivan. Entraron a la plataforma donde estaba el avión y se ubicaron cerca de la escalerilla mientras el personal de tierra cargaba los equipajes.

El avión requirió muy poca pista para levantar vuelo casi verticalmente, cosa innecesaria, pero que le apasionaba al piloto suizo-italiano, y puso proa ni bien se lo autorizaron a la Isla de Cerdeña.

— ¿No te has enterado que el plan de vuelo ha cambiado? – le dijo Leah al piloto, con enojo evidente – Lo deberías haber repasado. Vamos rumbo a Calabria directo. Yo cambié el plan de vuelo, pero ni te enteraste.

— ¿Ya nos podemos olvidar del famoso Piero Greco? – preguntó Casey sin mucho afán.

—Ya te lo dije. Lo mandé por ferry de Cagliari a Reggio di Calabria. Es una noche en camarote. ¡Estoy harta de las demoras, y más, por este tipo! – le respondió Marina.

A los pocos minutos de vuelo el controlador de Reggio le confirmó que no había vuelos a 200 millas a la redonda y preguntó cuántos pasajeros viajaban.

— Dos, Señor, y tres tripulantes.

— ¿Alguno viene armado? – preguntó el controlador del Aeroporto dello Stretto

— Uno de los pasajeros, el guardaespaldas. Las armas están la bodega de equipajes.

— Deben esperar a bordo hasta que las autoridades revisen los permisos.

Minutos después aterrizaron con extremo cuidado, pero llevando la nave muy rápidamente a la plataforma. Abrieron la puerta y desplegaron la escalerilla. Esperaron noventa interminables minutos sin que nadie se acercara a la aeronave o los autorizaran a descender. De pronto se acercó una combi. Bajó un hombre que ascendió la escalerilla. De pronto se asomó un rostro, con sonrisa de bobalicón, y pretendidamente graciosa.

— Ciao, sono Piero Greco. Va tutto bene?

Casey se tomó el rostro con ambas manos. Leah movió la cabeza negando lo que veía. La que estaba a punto de estallar fue Marina Corti. Piero los miró a todos con asombro ya que no entendía por qué no se alegraban al ver a una cara amigable.

Leah ordenó a los pilotos que retornaran con el Learjet a Ginebra, que el combustible alcanzaría , y que, para cuando los llamara, si los necesitaba, que acudieran, pero esta vez en el Dassault Falcon 8x, y que no quería ver al Lear 75 nunca más en su vida. Casey agradeció y felicitó a los dos pilotos. Marina los despidió con besos en ambas mejillas y Leah con un apretón de manos y varias instrucciones en alemán.

En la plataforma los esperaba una naveta Mercedes Benz blindada contra bombas.

— Piero, le dije claramente que queríamos pasar lo más inadvertidos posible – se quejó Marina – Además si quiere llevarse bien con nosotros, sea puntual.

— Esto es más seguro. Además, no hay nadie. El área comercial del aeropuerto está desierta hasta las once de la mañana. Reservé en el Hotel Medinblu para todos – justificó Piero.

— ¡Siiiii! ¡Claaaaaaro! Muy buena atención, supuestamente cuatro estrellas… ¡Pero es como salir por televisión en el noticiero de la noche! – lo reconvino Marina.

Casey furioso, la llamó a Florencia y le pidió que le reservara un buen hotel en Reggio de Calabria que no fuera ostentoso. En menos de cinco minutos recibió la respuesta.

— Señor Casey. Son todos horribles, además de caros. El Medinblu es un Petite hotel hermoso.

— En el Medinblu, no podemos hospedarnos. Es como si nos pusieras en el escaparate de una fábrica de cannolis cuando salen las viejas a tomar el té.

Hubo unos largos minutos de silencio.

— Ok. ¡Ya está! Es un Bed & Breakfast. El B&B Kalavrìa que me contestan que tiene las últimas habitaciones. ¿Las toma?

—¡Sí!

— ¿Las cuatro o comparten?

Lea le mostró a Casey tres dedos con gestos de que no había problemas.

— Tres Flor.

— ¡Me lo imaginé! ¡Picarón!

— ¡Pues imaginaste mal, y no te olvides que soy tu jefe! – se enojó Casey cortando la comunicación.

— ¿Y si vamos al Medinblú, mejor? – insistió Piero Greco poniendo cara de desagrado.

Casey lo miró en forma fulminante. Se subió al asiento del acompañante, no sin antes verificar que estuviera todo el equipaje.

— A Via Paolo Pellicano 21 F, per favore.

— Subito, signore – contestó un carabinero con guantes blancos y un uniforme de gala totalmente llamativo.

En la cueva de las tarántulas

Cuando llegaron a la Via Paolo Pellicano 21, las dos mujeres por poco se echaron a llorar. Era una casa de barrio, bastante humilde, con una planta baja y otra alta. Se entraba por una puerta no muy grande. Indudablemente había sido una casa de familia, y que no fue muy adinerada.

— Casey – lo paró Leah – Si es por los costos, podemos colaborar todos y vamos al Medinblú.

— ¡Les recuerdo algo! Ni Joe Casey, su padre, el abuelo y el bisabuelo de Joe Edward Casey se han fijado en ahorro cuando invitan. ¿Está claro?

— No te ofendas Joe, pero esto ni siquiera es una pensión de pueblo.

— Después hablamos Leah. Si no les gusta, mañana nos mudamos. Ahora quiero descansar y comunicarme con Buenos Aires. La cama de ustedes dos, es extra King Size, es decir, tres plazas. Las de Piero y la mía son camas de plaza y media.

La recepción era una oda al minimalismo, cuestión que, para Leah y Marina, acostumbradas a los grandes hoteles monumentales, las decepcionó todavía más, hasta que, en un momento dado, Marina se puso en cuclillas para tocar el piso. Los mosaicos calcáreos eran idénticos a las antiguas baldosas de calcáreo de todas las viejas casas italianas, pero estas, eran nuevas y brillaban. Al subir a las habitaciones las risas y la sorpresa fue mayor. El lugar parecía una exposición de diseño contemporáneo con habitaciones enormes y baños de un diseño asombroso.

— A las 8 en la recepción. Salimos a cenar — Instruyó El Irlandés.

— ¿Llamó a la combi? – se entusiasmó Piero.

Casey lo miró a los ojos y la respuesta le salió del alma:

— Piero, come devo spiegartelo? Siamo turisti ... Per ora! Non essere così stupido, per pietà!

Marina se sorprendió con esa reacción, tan poco habitual por parte de Casey. Piero lo miró fijamente y Casey inmediatamente interpretó odio en esa mirada. Piero, si era quien decía ser, sobreactuaba la estupidez.

Cada quien, en su habitación, Piero se dedicó a saltar en el mullido colchón de resortes. Leah y Marina colaboraron mutuamente entre ellas, para darse una ducha relajante que además fuera placentera para soltar tensiones. Casey, en cambio, se duchó rápidamente, y se puso en contacto con Bob, Martínez y Moroni.

— ¿Les pasó algo? – se preocupó Delgado.

— No, estamos en el Hotel B&B Kalavrìa. Ahora iremos a cenar.

— Actúen como dos matrimonios, – sugirió Bob – es el armado social que se ve como el menos peligroso para terceros.

— Dices eso porque no los conocen a Simon y a Leah…

— ¿Ya los conociste Joe?

— Solamente a Leah.

— Si por casualidad, alguna vez, te toca darle la mano a Simon, fíjate si con un movimiento imperceptible no te quitó la camisa y especialmente los calzoncillos…

— ¿Por qué los calzoncillos?

— Irlandés, eres una persona grande, no tengo que andar explicándote que algunos matrimonios solo son para ocultar otras cosas no tan fácilmente admitidas.

— ¿Con cinco hijos?

— ¿Y qué problema habría de tener? Obviamente. No te olvides que es él, quien trata en la Santa Sede. Si quieres divertirte un rato pregúntale a Leah por la colección de travestis «barely legal» que lleva al Vaticano cada vez que los visita.

— Hablando de otra cosa. ¿Saben algo de Pía y María Fernanda?

— Aparentemente sí. Estamos esperando una confirmación, pero un, soplón de la mafia croata, que siempre tiene buenos datos, nos informó que a María Fernanda la tienen en una oficina de… ¡Oye bien esto…! Contrainteligencia y observación de la ‘Ndrangheta en Génova. Estaría encerrada en un departamento espectacular, pero con tres guardias mujeres. Tiene todo lo que necesita en ese lugar, menos ropa.

— Bueno, interesante de ver, después de todo. ¿Habrá forma de comunicarse con ella?

— Es lo que estamos esperando. Lo hará un agente especial de contrainteligencia de la Gendarmería del Vaticano, que es un japonés retirado de los servicios de seguridad Intelligence and Analysis Bureau, del Japón. Ya está viajando a Génova para comprobarlo. Es un hombre de más de 70 años, pero parece que tuviera 80, dicen que es primer kyu de karate militar letal.

— Por casualidad, ¿no será Daiki Kobayashi?

— ¡Exactamente! ¡No me digas que también lo conoces! ¡No lo puedo creer, pareces la mayor chismosa del vecindario!

— Fue mi maestro y mentor en el entrenamiento durante todo un año en Irlanda del Norte.

— ¡No puede ser que conozcas a todos!

— No es así Bob. El problema es mucho más serio. Quedamos muy pocos de más de 50 y 60, en este «negocio». Los que estamos en el rango de los tres cuartos para arriba, nos debemos favores entre todos. Somos enemigos, pero daríamos nuestra vida por mis queridos enemigos del otro bando. Jamás mataría a otro veterano como yo. Me reuniría y negociaría. La ‘Ndrangheta no entra en esta categoría. ¿Dime si no te ocurre lo mismo?

— ¡Pues sí, coños! Colegas latinos, caribeños, rusos, vietnamitas, afganos, iraquíes, chinos y musulmanes de Asia Menor, Central y Oriental. Somos Spy vs. Spy. Te ruego que te quedes tranquilo, sé, por sus antecedentes, que Kobayashi la va a sacar… ¡Pero mira tú…! ¡Así que lo conoces…!

— Mucho más de lo que te imaginas. Fue nuestro profesor de Semper–Fu en el MI6.

— ¿Eso no es lo que la fuerza de Marines de los estados Unidos llama MSMAP?

— Sí, exactamente. Kobayashi lo llevó más allá, a un nivel de letalidad alarmante. Un experto en Semper Fu combate con ventajas contra un hombre armado, del doble de su peso, a corta distancia.

— ¿Y tú también sabes luchar de esa forma?

— Sí Bob, bastante. Siempre la he evitado, porque es de tal crueldad, que hasta a mí me asquea.

Joe se quedó en silencio sin presta atención a la información estratégica que le pasó Bob. Solamente tenía pensamientos para recordar cuando fue sorprendido por tres miembros del IRA, en Castle Street, en Belfast. Le quitaron su Glock 22 y la tiraron a la acera. Los tres agresores tenían armas largas automáticas. Uno de ellos lo amenazó diciéndole que se preparara a morir. La furia, la indignación, el miedo, más lo enseñado por Kobayashi, le hicieron sacar fuerza del miedo, para darle una terrible patada en la cara del hombre más cercano. Fue tan sorpresiva como brutalmente violenta. Los tacos centrales de las suelas de los borceguíes de los agentes que practicaban Semper-Fu, eran metálicos y terminaban en filos. La patada le arrancó parte del rostro al agresor. De los dos que quedaron, el que estaba más cerca de Casey, se distrajo horrorizado al ver que los huesos del cráneo de su compañero habían quedado expuestos. Casey se acomodó nuevamente, y en otra toma, le trabó su brazo y le retorció los músculos. La reacción del hombre fue disparar. Casey apuntó con el brazo aprisionado y retorcido, al tercer miembro del IRA, mientras su compañero seguía jalando de la cola del disparador. El hombre cayó al suelo con varias heridas de fuego amigo. Casey le torció el brazo hacia atrás hasta luxarle y luego romper el manguito rotador en el hombro. Los tres hombres estaban en el suelo quejándose del dolor. El primer hombre era un monstruo con la parte de la piel de la cara arrancada. El del brazo gritaba desesperado por el intenso dolor de la quebradura y el desgarro de los músculos. El tercero agonizaba por los disparos de su compañero. Joe retrocedió, levantó de la acera su propia arma y los ultimó, con apenas tres tiros. Uno por frente.

— ¿Joe me estás prestando atención? – reclamó Delgado.

— Perdón Bob, tuve una de mis terribles pesadillas lúcidas, estando despierto.

— ¿Irlanda como siempre? – inquirió Bob.

— ¡Cómo siempre!

—A Kobayashi yo también lo conozco. Envejeció prematuramente combatiendo a la Yakuza, la mafia japonesa, tú sabes, y por eso se dedicó a la tecnología lejos de su casa. Solo te pido que te cuides y te guardes. No sé si este mundo de políticos de mierda se merece tantos sacrificios.

—Nunca lo hice por los políticos y no lo haré, excepto para seguirles el juego y desenmascararlos. Cuando los políticos arreglaron el entuerto que habían armado los religiosos, yo me aparté. Era lo que correspondía.

— Joe, ahora préstame atención, sin pesadillas. Te lo repito: se trata del paradero de Pía. Al parecer, también según el croata, estaría conviviendo con Giacomo Abruzesse. Es el «don» del clan que está a cargo del tráfico de órganos. Para que te des una idea de su peligrosidad, es el tercer hombre más buscado de Italia y el quinto de Europa. Los policías calabreses miran para otro lado. En su rubro requiere poca gente, tiene un bajísimo riesgo, y gana unos 30 millones de Euros limpios al año. Diez se los da a la ‘Ndrangheta en blanco reluciente, como pagos de siniestros y seguros de vida. Tiene varias compañías de seguros. Puede llegar a ser el próximo «capo di tutti i capi» italiano de la organización ya que nadie supone que Domenico Paviglianiti pueda salir de prisión. Es un verdadero genio, sumamente carismático, elegante y bien parecido como un galán de telenovela, tanto es así que le han ofrecido, varias veces, actuar en películas como galán. Al momento de decirle esto le mostró una foto de Giacomo sonriendo en una foto profesional de galería. Su elegancia le llamó la atención a Casey.

— El resto de los detalles te los va a dar mañana a las 10 de la mañana el Fiscal Giovanni Balducci. Tú, Marina y Piero Greco deben ir armados y con suficientes municiones. Leah decide a voluntad de ella. Balducci también está armado al igual que sus guardaespaldas. Lleva alguno de esos juguetes muy contundentes que te gustan a ti.

— ¡Dalo por hecho! Si no me necesitas más, me voy a cenar.

— Ve a un lugar lujoso, si saben que estás, van a suponer que irás a alguna ratonera.

— Te haré caso.

A las 8 de la tarde se encontraron Joe con Piero, Leah y Marina.

— ¿Cómo serían los matrimonios típicos aquí en Calabria? – Preguntó Casey.

— Edades similares – contestó Leah que se apuró a colgarse del brazo de Casey dejándola a Marina con Piero, broma que a su amiga no le agradó para nada.

— Vamos a la Degusteria Scarlatta que está a cuatro cuadras – dijo Casey – mientras paraba a un taxi.

El vehículo era una Fiat Doblo, por lo que los cuatro cupieron a la perfección. Cuando llegaron Casey pagó el triple de la tarifa. El taxista expresó su gratitud a los gritos y gestos ampulosos.

— Dame tu número de teléfono para después de cenar y para mañana 9:15, te esperemos en esta misma puerta para ir a otro lugar. Si te muestran fotos nuestras, no nos conoces. Tú sabes que hay veces que uno se debe tomar vacaciones de la esposa. Hay premio para ti…

El chofer siguió riendo a los gritos y agradeciendo. Se bajó del auto. Mientras tanto las mujeres y Piero se habían sentado en el centro del salón comedor. Casey se acercó al maître y le pidió una mesa segura, con pared a la espalda y vista a los baños, la salida de la cocina y la entrada principal. El maître puso cara grave, hizo una inclinación y pidió que lo siguiera.

— Esa mesa está siempre reservada para nuestros clientes locales. Siempre alguien la solicita. Hace días que no entra nadie, así que nos hará el honor… ¿Trabaja en el mismo negocio? – quiso averiguar el hombre.

— ¡Discúlpeme, pero no le comprendo! Simplemente tengo un leve delirio persecutorio a causa de mi edad avanzada. Nada serio, pero prefiero ver quién entra y quién sale, especialmente si se tratara de mi mujer o de mi cuñado. ¿Está mal? – respondió Casey.

— ¡En absoluto señor! ¡Lo comprendo y tiene toda mi solidaridad!

El maître invitó a las mujeres y a Piero a la mesa que había elegido Casey. Marina lo forzó a Piero que se sentara frente a Casey, Marina a la derecha del Irlandés y Leah a su izquierda. Piero amagó a protestar por el cambio y se llamó a silencio cuando Casey le dijo a Marina:

— ¡Me cansa! ¡Me saca de quicio! ¡Hazlo callar tú, lo callo yo, pero lo voy a hacer definitivamente!

— Mi fa anche impazzire! – respondió Marina furiosa – Imagínate tenerlo durante toda la investigación molestando alrededor… – culminó el comentario en castellano.

— Verstehst du französisch – le preguntó Casey a Marina en alemán, averiguando si Piero entendía el francés.

— Nein, nur Italienisch und Englisch – respondió ella explicando que solo entendía italiano e inglés.

— Te lo voy a volver a preguntar en francés. S'il est stupide, il est trop stupide. S'il joue stupide, il réagit de manière excessive au rôle. Je ne lui fais pas confiance – el comentario era que, si es tonto, es demasiado tonto. Si se hace el tonto, sobreactúa el papel, por lo que no confiaba en él en absoluto.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulos
1 Capítulo 1: A la semana siguiente
2 Capítulo 2: ¿Quién es usted señor Casey?
3 Capítulo 3. Conflictos en La República
4 Capítulo 4: El Chalet
5 Capítulo 5 ¿Quién es esa gente?
6 Capítulo 6: Habitación 47
7 Capítulo 7: Segunda parte. Amanecer de una noche agitada
8 Capítulo 8: Un error en Dakar
9 Capítulo 9: Rendez vous Signore Greco
10 Capítulo 10: En Barcelona
11 Capítulo 11: Marina
12 Capítulo 12: Las mafias
13 Capítulo 13: Reggio di Calabria
14 Capítulo 14: Hurgando en el pasado
15 Capítulo 15: El Señor fiscal
16 Capítulo 16: Los rubros de la mafia
17 Capítulo 17: Mientras tanto, en Capo Vaticano...
18 Capítulo 18: Pía llama
19 Capítulo 19: Mientras tanto en Génova…
20 Capítulo 20: Carlo il pazzo.
21 Capítulo 21: El Señor Kobayashi
22 Capítulo 22: Siempre hay un traidor
23 Capítulo 23: Alí Baba y los 40 ladrones
24 Capítulo 24: Robando al ladrón
25 Capítulo 25: El circo romano
26 Capítulo 26: Un clima muy denso
27 Capítulo 27: Te odio, pero ¡cómo te amo!
28 Capítulo 28: La última cena en Roma
29 Capítulo 29: La culpa de todo la tiene la pandemia
30 Capítulo 30: La Iglesia siempre se entendió con las mafias
31 Capítulo 31: El dinero necesita de la fe, y se llevan muy bien.
32 Capítulo 32: La última, siempre será la cena más inolvidable
33 Capítulo 33: ¿Enrico Bianchi, otra vez?
34 Capítulo 34: Si no los puedes vencer, confúndelos
35 Capítulo 35: Otra vez en Reggio di Calabria
36 Capítulo 36: Il morto che parla
37 Capítulo 37: Jugando a las visitas
38 Capítulo 38: Nunca digas que los problemas se acabaron.
39 Capítulo 39: Cuando a veces las cosas se ponen peor
40 Capítulo 40: Si algo más, podía salir mal...
41 Capítulo 41: El hotel Orizzonte blu, era como su casa.
42 Capítulo 42: Las tres balcánicas
43 Capitulo 44: Cuestiones pendiente
44 Capítulo 45: Tercera parte. Recuerdos del norte de África
45 Capítulo 46: De compras en Tropea
46 Capítulo 47: Secretos de guerra
47 Capítulo 49: Recuerdos del Ulster
48 Capítulo 50: De superhéroes y otros desquicios
49 Capítulo 51: Instrucciones para ser superhéroe.
50 Capítulo 51: Así en Cabria Como en la Argentina.
51 Capítulo 52: Volviendo a casa… ¿Qué casa?
52 Capítulo 53: Fantasmas a nueve mil metros sobre el Atlántico
53 Capítulo 54: Cuarta Parte. La Casona de Barracas
54 Capítulo 55: Poniéndose al día
55 Capítulo 56: Una visita inimaginable
56 Capítulo 57: El ministro que no quería morir.
57 Capítulo 58: El ataque de la jauría
58 Capítulo 59: Las agonías
59 Capítulo 60: Salimos en la tele
60 Capítulo 61: El tesoro de Pía
Capítulos

Updated 60 Episodes

1
Capítulo 1: A la semana siguiente
2
Capítulo 2: ¿Quién es usted señor Casey?
3
Capítulo 3. Conflictos en La República
4
Capítulo 4: El Chalet
5
Capítulo 5 ¿Quién es esa gente?
6
Capítulo 6: Habitación 47
7
Capítulo 7: Segunda parte. Amanecer de una noche agitada
8
Capítulo 8: Un error en Dakar
9
Capítulo 9: Rendez vous Signore Greco
10
Capítulo 10: En Barcelona
11
Capítulo 11: Marina
12
Capítulo 12: Las mafias
13
Capítulo 13: Reggio di Calabria
14
Capítulo 14: Hurgando en el pasado
15
Capítulo 15: El Señor fiscal
16
Capítulo 16: Los rubros de la mafia
17
Capítulo 17: Mientras tanto, en Capo Vaticano...
18
Capítulo 18: Pía llama
19
Capítulo 19: Mientras tanto en Génova…
20
Capítulo 20: Carlo il pazzo.
21
Capítulo 21: El Señor Kobayashi
22
Capítulo 22: Siempre hay un traidor
23
Capítulo 23: Alí Baba y los 40 ladrones
24
Capítulo 24: Robando al ladrón
25
Capítulo 25: El circo romano
26
Capítulo 26: Un clima muy denso
27
Capítulo 27: Te odio, pero ¡cómo te amo!
28
Capítulo 28: La última cena en Roma
29
Capítulo 29: La culpa de todo la tiene la pandemia
30
Capítulo 30: La Iglesia siempre se entendió con las mafias
31
Capítulo 31: El dinero necesita de la fe, y se llevan muy bien.
32
Capítulo 32: La última, siempre será la cena más inolvidable
33
Capítulo 33: ¿Enrico Bianchi, otra vez?
34
Capítulo 34: Si no los puedes vencer, confúndelos
35
Capítulo 35: Otra vez en Reggio di Calabria
36
Capítulo 36: Il morto che parla
37
Capítulo 37: Jugando a las visitas
38
Capítulo 38: Nunca digas que los problemas se acabaron.
39
Capítulo 39: Cuando a veces las cosas se ponen peor
40
Capítulo 40: Si algo más, podía salir mal...
41
Capítulo 41: El hotel Orizzonte blu, era como su casa.
42
Capítulo 42: Las tres balcánicas
43
Capitulo 44: Cuestiones pendiente
44
Capítulo 45: Tercera parte. Recuerdos del norte de África
45
Capítulo 46: De compras en Tropea
46
Capítulo 47: Secretos de guerra
47
Capítulo 49: Recuerdos del Ulster
48
Capítulo 50: De superhéroes y otros desquicios
49
Capítulo 51: Instrucciones para ser superhéroe.
50
Capítulo 51: Así en Cabria Como en la Argentina.
51
Capítulo 52: Volviendo a casa… ¿Qué casa?
52
Capítulo 53: Fantasmas a nueve mil metros sobre el Atlántico
53
Capítulo 54: Cuarta Parte. La Casona de Barracas
54
Capítulo 55: Poniéndose al día
55
Capítulo 56: Una visita inimaginable
56
Capítulo 57: El ministro que no quería morir.
57
Capítulo 58: El ataque de la jauría
58
Capítulo 59: Las agonías
59
Capítulo 60: Salimos en la tele
60
Capítulo 61: El tesoro de Pía

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