Operación Los Lobos De Roma
Tapas e ilustraciones por el autor
© Jorge Alejandro Ricaldoni 2020
Diseño de tapas: Federico A. Ricaldoni
Fotografía de tapa: Peter H @ Pixabay
Texto actualizado y revisado a Septiembre de 2021
© Jorge Alejandro Ricaldoni 2016 ~ 2020
DNDA5296955 04/07/2016
ISBN 978-989-51-9022-5
Depósito Legal n.º 41430416
Primera Parte
Joe Edward Casey, columnista político, nacional e internacional, era la estrella indiscutible del matutino «La República» de Buenos Aires. Dando zancadas, acordes a su porte y estatura, entró a Balcarce 24, La Casa Rosada, sede del gobierno argentino. Bufaba por el calor de noviembre. Mostró sus documentos en la guardia, su credencial y un email por el que había sido citado en visita «no oficial» por el presidente en persona. Lo hicieron pasar por un escáner que tenía una «nariz» para detectar cualquier tipo de explosivos. Tuvo que dejar los dos celulares en una caja cerrada y le dieron una llave. Una mujer de ceremonial lo acompañó hasta la oficina del presidente Roberto Hernández. Casey pudo oír la voz cascada y grave del presidente. La empleada de ceremonial le ofreció un café, lo que Casey declinó. Entró a la oficina a la que se colaban los rayos impiadosos del sol del verano porteño. Comparado con la anterior oficina, el resto del edificio y la calle, aquel sitio era una cámara frigorífica.
— ¿Me podés explicar cómo, vos sufriendo EPOC, estás con esta temperatura gélida, así... todo el día...? Aparte ese acondicionador de pared… ¡El ruido que hace! – fue el saludo de Casey al mandatario.
— Dejame de joder José, lo prefiero así…
— ¿Vos te escuchás cómo tenés la voz? ¡Cada vez peor!
— ¡El problema no es que me escuche yo, sino que me escuchan los otros, y con este cacharro haciendo ruido, les resulta más difícil!
— ¡Roberto, no seas ingenuo, haceme el favor! Te escuchan igual. Estamos en 2022.
— Ya llamé a los técnicos de la AFI y me dijeron que no hay nada en esta oficina, que está limpia.
— ¿Y si vos pusieras una reserva natural para animales salvajes, lo llamarías al ex rey Juan Carlos de España para que preserve a los leones…? ¡Dejate de embromar!
— Yo no te llamé para que me retes, necesito que aceptes tomar a tu cargo la nueva agencia federal de contrainteligencia de la que ya hemos hablado varias veces.
— En estas condiciones de seguridad, no podemos hablar de esto. Vamos a la escalera.
— ¿Y allí no nos oyen? ¿Seguro?
— No. No nos oyen, pero sí nos leen los labios. Llevamos los barbijos y listo.
Ante el asombro del personal de seguridad el presidente Roberto Hernández, y Joe Edward Casey caminaron hasta las escaleras de mármol que conectaba la planta baja con la principal, con sendos tapabocas, se sentaron en los escalones, impecablemente limpios como si estuvieran en el mejor de los sillones. Casey inició el diálogo.
— Mirá Roberto… Yo te lo agradezco mucho, pero vos sabés que soy opositor, periodista crítico, y que mi principal negocio, ahora, es la producción agropecuaria. Escribo artículos altisonantes para La República, porque Twitter no me deja explayar más allá de los 280 caracteres, pero nada más que por eso.
— ¡Precisamente por eso te necesito a vos Irlandés! ¡Los de la coalición me han rodeado la manzana, José! ¡Estoy en minoría! Yo sé que desde el estado, lo que te podamos pagar a vos, es mierda de pollo y no te sirve… – pensó un instante – ¡Te puedo hacer otorgar fondos reservados! Tu nombramiento sería secreto... Podes revolver y revisar lo que quieras…
— ¡Beto…! ¡Querido…! Sabés que si me ponés a mí, ya que estoy con los ejemplos de la selva, es como que lo pongas al león a cuidar las hienas.
— Exactamente… Necesito que despanzurres a unas cuantas hienas. Vos sabés quiénes son. Además, que, como periodista, después des las razones de por qué lo «lo hizo alguien». Tu nombre va a estar solamente en el nombramiento mediante una ley secreta. Ni actos oficiales ni nadie va ir a aplaudirte como una foca. Te conozco...
— Necesito tecnología y que las cosas se hagan a mi modo.
— No lo uses de pretexto, te estoy convocando para eso… ¡Quiero que lo hagas así! Si no, no te llamaría a vos...
— ¿Te obedezco solo a vos?
— Sí, obvio, pero con una condición que sé que te va a incomodar. ¡Necesito que lo despabiles al ministro de seguridad…!
— ¿A Esteban Moretti? ¡Pero si es un imbécil ese muchachito! ¡Es un reverendo pelotudo!
— Haceme un favor. Cambiá su imagen. Vos hacés y deshacés. De él me encargo yo. En realidad, es él quien va a hacer lo que vos le digas que haga. Por otro lado elegí un juez federal de tu confianza, para que las causas, si las hay, te vayan a parar todas allí. ¿Tenés alguno?
— No… Bueno, sí... Te lo digo después. Nos vamos a comunicar vos y yo por una línea segura. Que nadie vea el celular que te voy a mandar.
— Si tenemos los nuestros de seguridad. Te haga dar un par.
— El que te mando yo es de seguridad «de verdad», dejate de cofiar en esas porquerías. El que te lo traiga se tiene que identificar con esta clave – concluyo anotando doce caracteres en una tarjeta en blanco – También te va a limpiar la oficina de todas las cámaras y micrófonos que tenés allí adentro.
— Bueno… ¿Entonces ya doy por aceptada mi propuesta…?
— Dame un par de días y te contesto. Necesito equipo de gente.
— Vas a tener los mejores.
— Bueno, pero antes, vos me tenés que explicar algo: ¿por qué yo…?
Hernández arrugó la frente y miró a los escalones de mármol de Carrara. Se agarró los lados de la cara y se pasó la mano por la pelada. Estuvo varios segundos sin saber como arrancar.
— ¿Vos sabés que a mí me achacan los más de 100 mil muertos por la pandemia?
— ¡No es una cuestión personal, sino objetiva Roberto! No dejaste error por cometer.
— ¿Justo vos me venís a decír eso? ¿Te olvidás que fui yo el que te mandó al Hospital Militar para que te atendieran cuando te retiraste, después de las misiones de los países Subsaharianos?
— Sí, una cosa no quita la otra. Lo que hiciste por mí te lo agradezco hoy, y hasta el día que me muera.
— ¿Contame algo Joe! ¿Vos, dónde dejas a tus muertos?
— Ahora los dejé en el casillero. Abajo en la entrada. Adentro de la mochila. Sí. Siguen todos conmigo, pesando. ¡Mucho! Los llevo conmigo a todas partes.
— ¿Vos sabés que yo salgo a la calle y tienen que contratar gente para que grite mi nombre sin agregarle insultos o una puteada? Donde vaya, Irlandés, voy saltando por encima de los cadáveres, y los que sobrevivieron, encima me echan la culpa a mí.
— ¡Hiciste lo que pudiste, Beto! Nadie sabía nada… Excepto por la gente de la que te rodeaste.
— No Irlandés, no te equivoques. No fui yo ni mi gente. Hice lo que me obligó el partido a hacer, y eso estuvo muy mal… ¡Fui un pelotudo! La pandemia fue negocio, ideología, meter miedo… Yo no fui lo suficientemente valiente. Si lo hubiera sido, tendría un monumento en cada plaza… Hoy tengo un canto rodado, una tosca o un pedazo de ladrillo en cada lugar al que vaya. Ni siquiera me los tiran por la cabeza. Me los dejaron a los pies, para que los cuente. Los que se murieron, los que se quedaron sin trabajo o las empresas que cerraron. ¿Vos realmente creés que yo no lo sufro? ¡Me rodearon la manzana y me cascotean el rancho!
— ¿Y vos que te llevás de todo esto?
El presidente volvió a bajar la cabeza y musitó con sus voz profundamente ronca que sonaba como un rugido:
— Los peores años de mi vida, vergüenza, y una cantidad de dinero suficiente para asegurarle la vida a mi mujer y a mis tres hijas. Ese dinero, te aclaro, no creo que llegue al diez por ciento de tu declaración de bienes ante la Agencia de Impuestos… ¿No te das cuenta? No te estoy dando órdenes, te pido una ayuda a gritos… ¿Cuántos son tus muertos Irlandés?
— ¡Muchos! ¡Demasiados! Cuando pasé de los doscientos, dejé de contarlos.
— ¿Y vos pensás que yo debería dejar de contarlos después de los 100 mil...? Ayudame Irlandés, me queda poco tiempo en el poder. Quiero dejar un país un poco más limpio.
— Te aclaro que yo no mato más a nadie. No estoy para sicario o matón de barrio.
— ¿Entonces explicame, por qué traés la Glock 17 de polímeros, imperceptible al escáner, pero que la estoy viendo desde acá? ¡No me digas que te ibas a defender de mí!
— Acá adentro de esta casa hay más de cien que quisieran verme muerto – Casey se puso de pié – Te mando al técnico y lo atendés a solas, únicamente si tiene la clave. Usá esa misma clave, para activar el teléfono.
— ¿Una semana?
— Una semana… – prometió Casey.
— ¡Cuidate, Irlandés de mierda!
— Cuidate vos y no le cuentes de esto ni a la almohada.
— ¿Cuándo me invitás a tu casa arreglada de Barracas?
— Me avisás y la hagamos, dijo el tucumano...
***¡Descarga NovelToon para disfrutar de una mejor experiencia de lectura!***
Updated 54 Episodes
Comments
birrahelada
recién empiezo y solo puedo decir WOW!
2024-07-20
1
Naty Soledad Quiroga
cualquier parecido a la realidad es mera coincidencia
2023-08-09
1