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Operación Los Lobos De Roma

Capítulo 1 Tres meses antes

Tapas e ilustraciones por el autor

© Jorge Alejandro Ricaldoni 2020

Diseño de tapas: Federico A. Ricaldoni

Fotografía de tapa: Peter H @ Pixabay

Texto actualizado y revisado a Septiembre de 2021

© Jorge Alejandro Ricaldoni 2016 ~ 2020

DNDA5296955 04/07/2016

ISBN 978-989-51-9022-5

Depósito Legal n.º 41430416

 

 

 

Primera Parte

 

 

 

    Joe Edward Casey, columnista político, nacional e internacional, era la estrella indiscutible del matutino «La República» de Buenos Aires. Dando zancadas, acordes a su porte y estatura, entró a Balcarce 24, La Casa Rosada, sede del gobierno argentino. Bufaba por el calor de noviembre. Mostró sus documentos en la guardia, su credencial y un email por el que había sido citado en visita «no oficial» por el presidente en persona. Lo hicieron pasar por un escáner que tenía una «nariz» para detectar cualquier tipo de explosivos. Tuvo que dejar los dos celulares en una caja cerrada y le dieron una llave. Una mujer de ceremonial lo acompañó hasta la oficina del presidente Roberto Hernández. Casey pudo oír la voz cascada y grave del presidente. La empleada de ceremonial le ofreció un café, lo que Casey declinó. Entró a la oficina a la que se colaban los rayos impiadosos del sol del verano porteño. Comparado con la anterior oficina, el resto del edificio y la calle, aquel sitio era una cámara frigorífica.

— ¿Me podés explicar cómo, vos sufriendo EPOC, estás con esta temperatura gélida, así... todo el día...? Aparte ese acondicionador de pared… ¡El ruido que hace! – fue el saludo de Casey al mandatario.

— Dejame de joder José, lo prefiero así…

— ¿Vos te escuchás cómo tenés la voz? ¡Cada vez peor!

— ¡El problema no es que me escuche yo, sino que me escuchan los otros, y con este cacharro haciendo ruido, les resulta más difícil!

— ¡Roberto, no seas ingenuo, haceme el favor! Te escuchan igual. Estamos en 2022.

— Ya llamé a los técnicos de la AFI y me dijeron que no hay nada en esta oficina, que está limpia.

— ¿Y si vos pusieras una reserva natural para animales salvajes, lo llamarías al ex rey Juan Carlos de España para que preserve a los leones…? ¡Dejate de embromar!

— Yo no te llamé para que me retes, necesito que aceptes tomar a tu cargo la nueva agencia federal de contrainteligencia de la que ya hemos hablado varias veces.

— En estas condiciones de seguridad, no podemos hablar de esto. Vamos a la escalera.

— ¿Y allí no nos oyen? ¿Seguro?

— No. No nos oyen, pero sí nos leen los labios. Llevamos los barbijos y listo.

    Ante el asombro del personal de seguridad el presidente Roberto Hernández, y Joe Edward Casey caminaron hasta las escaleras de mármol que conectaba la planta baja con la principal, con sendos tapabocas, se sentaron en los escalones, impecablemente limpios como si estuvieran en el mejor de los sillones. Casey inició el diálogo.

— Mirá Roberto… Yo te lo agradezco mucho, pero vos sabés que soy opositor, periodista crítico, y que mi principal negocio, ahora, es la producción agropecuaria. Escribo artículos altisonantes para La República, porque Twitter no me deja explayar más allá de los 280 caracteres, pero nada más que por eso.

— ¡Precisamente por eso te necesito a vos Irlandés! ¡Los de la coalición me han rodeado la manzana, José! ¡Estoy en minoría! Yo sé que desde el estado, lo que te podamos pagar a vos, es mierda de pollo y no te sirve… – pensó un instante – ¡Te puedo hacer otorgar fondos reservados! Tu nombramiento sería secreto... Podes revolver y revisar lo que quieras…

— ¡Beto…! ¡Querido…! Sabés que si me ponés a mí, ya que estoy con los ejemplos de la selva, es como que lo pongas al león a cuidar las hienas.

— Exactamente… Necesito que despanzurres a unas cuantas hienas. Vos sabés quiénes son. Además, que, como periodista, después des las razones de por qué lo «lo hizo alguien». Tu nombre va a estar solamente en el nombramiento mediante una ley secreta. Ni actos oficiales ni nadie va ir a aplaudirte como una foca. Te conozco...

— Necesito tecnología y que las cosas se hagan a mi modo.

— No lo uses de pretexto, te estoy convocando para eso… ¡Quiero que lo hagas así! Si no, no te llamaría a vos...

— ¿Te obedezco solo a vos?

— Sí, obvio, pero con una condición que sé que te va a incomodar. ¡Necesito que lo despabiles al ministro de seguridad…!

— ¿A Esteban Moretti? ¡Pero si es un imbécil ese muchachito! ¡Es un reverendo pelotudo!

— Haceme un favor. Cambiá su imagen. Vos hacés y deshacés. De él me encargo yo. En realidad, es él quien va a hacer lo que vos le digas que haga. Por otro lado elegí un juez federal de tu confianza, para que las causas, si las hay, te vayan a parar todas allí. ¿Tenés alguno?

— No… Bueno, sí... Te lo digo después. Nos vamos a comunicar vos y yo por una línea segura. Que nadie vea el celular que te voy a mandar.

— Si tenemos los nuestros de seguridad. Te haga dar un par.

— El que te mando yo es de seguridad «de verdad», dejate de cofiar en esas porquerías. El que te lo traiga se tiene que identificar con esta clave – concluyo anotando doce caracteres en una tarjeta en blanco – También te va a limpiar la oficina de todas las cámaras y micrófonos que tenés allí adentro.

— Bueno… ¿Entonces ya doy por aceptada mi propuesta…?

— Dame un par de días y te contesto. Necesito equipo de gente.

— Vas a tener los mejores.

— Bueno, pero antes, vos me tenés que explicar algo: ¿por qué yo…?

    Hernández arrugó la frente y miró a los escalones de mármol de Carrara. Se agarró los lados de la cara y se pasó la mano por la pelada. Estuvo varios segundos sin saber como arrancar.

— ¿Vos sabés que a mí me achacan los más de 100 mil muertos por la pandemia?

— ¡No es una cuestión personal, sino objetiva Roberto! No dejaste error por cometer.

— ¿Justo vos me venís a decír eso? ¿Te olvidás que fui yo el que te mandó al Hospital Militar para que te atendieran cuando te retiraste, después de las misiones de los países Subsaharianos?

— Sí, una cosa no quita la otra. Lo que hiciste por mí te lo agradezco hoy, y hasta el día que me muera.

— ¿Contame algo Joe! ¿Vos, dónde dejas a tus muertos?

— Ahora los dejé en el casillero. Abajo en la entrada. Adentro de la mochila. Sí. Siguen todos conmigo, pesando. ¡Mucho! Los llevo conmigo a todas partes.

— ¿Vos sabés que yo salgo a la calle y tienen que contratar gente para que grite mi nombre sin agregarle insultos o una puteada? Donde vaya, Irlandés, voy saltando por encima de los cadáveres, y los que sobrevivieron, encima me echan la culpa a mí.

— ¡Hiciste lo que pudiste, Beto! Nadie sabía nada… Excepto por la gente de la que te rodeaste.

— No Irlandés, no te equivoques. No fui yo ni mi gente. Hice lo que me obligó el partido a hacer, y eso estuvo muy mal… ¡Fui un pelotudo! La pandemia fue negocio, ideología, meter miedo… Yo no fui lo suficientemente valiente. Si lo hubiera sido, tendría un monumento en cada plaza… Hoy tengo un canto rodado, una tosca o un pedazo de ladrillo en cada lugar al que vaya. Ni siquiera me los tiran por la cabeza. Me los dejaron a los pies, para que los cuente. Los que se murieron, los que se quedaron sin trabajo o las empresas que cerraron. ¿Vos realmente creés que yo no lo sufro? ¡Me rodearon la manzana y me cascotean el rancho!

— ¿Y vos que te llevás de todo esto?

    El presidente volvió a bajar la cabeza y musitó con sus voz profundamente ronca que sonaba como un rugido:

— Los peores años de mi vida, vergüenza, y una cantidad de dinero suficiente para asegurarle la vida a mi mujer y a mis tres hijas. Ese dinero, te aclaro, no creo que llegue al diez por ciento de tu declaración de bienes ante la Agencia de Impuestos… ¿No te das cuenta? No te estoy dando órdenes, te pido una ayuda a gritos… ¿Cuántos son tus muertos Irlandés?

— ¡Muchos! ¡Demasiados! Cuando pasé de los doscientos, dejé de contarlos.

— ¿Y vos pensás que yo debería dejar de contarlos después de los 100 mil...? Ayudame Irlandés, me queda poco tiempo en el poder. Quiero dejar un país un poco más limpio.

— Te aclaro que yo no mato más a nadie. No estoy para sicario o matón de barrio.

— ¿Entonces explicame, por qué traés la Glock 17 de polímeros, imperceptible al escáner, pero que la estoy viendo desde acá? ¡No me digas que te ibas a defender de mí!

— Acá adentro de esta casa hay más de cien que quisieran verme muerto – Casey se puso de pié – Te mando al técnico y lo atendés a solas, únicamente si tiene la clave. Usá esa misma clave, para activar el teléfono.

— ¿Una semana?

— Una semana… – prometió Casey.

— ¡Cuidate, Irlandés de mierda!

— Cuidate vos y no le cuentes de esto ni a la almohada.

— ¿Cuándo me invitás a tu casa arreglada de Barracas?

— Me avisás y la hagamos, dijo el tucumano...

Capítulo 2 Martes

2da parte

    El hombre alto, de pelo rojizo, canoso, y con un ancho de espalda de un luchador libre, entró al edificio donde se encontraba la redacción del tradicional matutino porteño La República. Ese día había tenido mas de una decenas de reuniones en la Casa Rosada, el edificio Independencia del Ejército y los ministerios de Seguridad y de Defensa, que lo sacaron de quicio por el cinismo y la displicencia que campeaban desde los ministros, comisarios y generales, hasta el ordenanza que servía café recalentado y quemado. Las únicas noticias que se podían obtener eran la inacción y la ignorancia sobre la realidad del país. La comparación con los pasajeros de primera clase en el Titanic, bailaban mientras el transatlántico se hundía, no podía ser más ajustada para la Argentina. El enojo lo invadía porque no podía escribir la realidad, ya que el diario y él mismo recibirían la venganza oficial, sin tener una justicia que defendiera su libertad de expresión. Tampoco le hubiera gustado al Señor Director y Editor, así que se la ingeniaría con sarcasmos sobre proyectos fallidos que ningún funcionario podía desconocer.

    Pero la raíz del enojo, de Casey, verdaderamente era porque sus oídos experimentados entendían, sin lugar a dudas, que desde el estado le había dado piedra libre a varias mafias extranjeras y nacionales. Sindicatos, lobbies, mafias bolivianas, peruanas y paraguayas. Carteles de drogas colombianos, mexicanos y peruanos. Sin embargo, lo que más lo contrariaba era que se hablara de ciertos apellidos de ciudadanos italianos relacionados a la ‘Ndrangheta, a los que se los trataba como si hablaran importantes empresarios. Cada vez que lo pensaba, su furia aumentaba.

    Si La República se seguía vendiendo ediciones en papel, era porque el Doctor Casey, el hombre canoso, escribía allí. No lo hacía todos los días. Solía desaparecer hasta que venía con los resultados, que muchas veces causaban estragos entre políticos y la honorable familia judicial.

    Para no desgastar su imagen, jamás asistía a programas de radio ni televisión. Nadie sabía muy bien, ni más o menos mal, de dónde obtenía la información, pero siempre era certera. Aquellos aciertos volvían locos a los espías oficiales de la AFI y los privados de la temible ex SIDE, la Secretaría de Inteligencia del Estado.

—¡Casey! – lo increpó la joven recepcionista de la redacción – ¿Me haría el favor de soltar, de una buena vez, ese puto celular y atender el teléfono interno? ¡Es urgente! Es una llamada de la Agencia de Delitos Complejos de la Federal. Viene por línea segura de IP.

— ¿Chequeaste que no haya nadie espiando…? ¿Segura? – preguntó una voz sarcástica por el teléfono interno – ¿Miraste por el agujerito del teléfono?

— ¡Ufa, che! ¡Sí! Viene de allí. ¡Por favor! – antes de cortar la recepcionista agregó – ¡Qué tipo pesado...!

— Páseme, y después le voy a demostrar lo pesado que puedo llegar a ser, porque la oí. Hace muy poco tiempo que está trabajando acá para tener tantas ínfulas.

    Por toda respuesta, cerca de la entrada, apareció un brazo femenino con el dedo medio levantado. Joe se limitó a la llamada entrante.

— Casey habla.

— Mucho gusto Doctor Casey, habla el inspector Pablo Moroni de Investigaciones de Delitos Complejos de la Policía Federal.

— ¿Moroni...? ¡Discúlpeme! ¡Es raro que yo no lo conozca! ¿Es nuevo?

— Sí señor. Su teléfono me lo dieron Roberto Martínez que es el Director Operativo y el ministro Moretti.

— Disculpe entonces, que yo no lo ubique.

— Estuve en comisión en el Servicio de Informaciones del Estado, la vieja SIDE, después me enterraron, mientras todavía respiraba, en la Agencia Federal de Investigaciones y me acaban de rescatar, cuando reorganizaron a la Policía Federal, y me asignaron al área de operaciones de Delitos Complejos. Somos algo así como una especie FBI argentino, muy de cabotaje todavía, pero nos quedamos con algunos juguetes nuevos que tenía Inteligencia del Ejército.

— ¿Saben usarlos?

— Poco y nada. Vamos aprendiendo... ¿Algún prejuicio especial al respecto?

— Ninguno... ¡No! ¡En realidad, en absoluto...! Es más, todo lo contrario. Lo que pasa es que debo tener una agenda con unos dos mil apellidos, teléfonos, Whatsapp, Telegram y correos de las distintas reparticiones policiales y de seguridad del país, y no recuerdo a ningún Moroni. Usted sabe cómo es este negocio. Eso siempre preocupa.

— No me extraña. Se acuerdan de mí solamente cuando las papas queman. Además, me pusieron a trabajar de chimentero de los jueces y empresarios cuando inventaron la AFI.

— ¿Estaban con los de la ex Secretaría de Inteligencia?

— ¡Sí! Llenando papeles, mientras que de investigadores pusieron a un grupo de comadres de barrio, con agujas de crochet y pañoletas, que se dedicaban a pasarse chismes de quién se revolcaba con quién debajo de qué sábanas. Ahora volví a las funciones, pero nada menos que con los «Pata Negra» y algunos cyber-milicos que parece que los hubieran entrenado en Venezuela...

— Lo lamento por usted.

— ¡No! ¡De todas formas, lo otro era mucho peor! – hizo una pausa – Bueno. No lo llamé para hablar de mí, sino por indicación de mi jefe, Roberto Martínez y nuestro superior el Ministro de Seguridad de la Nación.

— ¡Ahora me ubico por dónde viene! Disculpe, pero mi trabajo es sospechar de todo y de todos. Le aclaro que para mí, el Ministro Moretti es sospechoso siete por veinticuatro por 365.

— ¡No se preocupe! Entonces somos dos.

— ¡Mejor entonces! ¿En qué le puedo ser útil?

— Tenemos a un sujeto en custodia por su seguridad. Está en el viejo Cuartel Central de la Policía federal, en el barrio de Balvanera. El tipo nos asegura, con datos y detalles, que van a matar al Papa Francisco al segundo día de llegue a la Argentina, esto viene a ser... ¡El domingo que viene! Me dijo Robi que usted anda con estos temas de la política, las religiones, mafias, organizaciones ocultas, el Vaticano, el servicio secreto, las logias y esos curros... ¿Oyó hablar algo de esto?

— Mire... ¿Para qué le voy a mentir? Menos en Cuba, en todos los viajes que hicieron todos los papas, especialmente a Estados Unidos y a México, se abortaron una multitud de atentados. A Francisco en Irlanda y en Chile lo ignoraron por los abusos sexuales de parte de los consagrados a los chicos. También en Chile hubo amenazas de matarlo a pedradas o con bombas Molotov por los picunches mapuches. La pregunta es, ¿qué credibilidad puede tener la… Seguridad... de este denunciante? ¿Es cosa seria o son fanfarronadas de un borracho o drogón? ¿Me puede decir por lo menos quién es y por qué lo demoraron?

— Seguro que usted lo ubica, es Pedro de Sanzo.

— ¿¡Piedrita!? – interrumpió Casey – Albañil. Piquetero profesional. Mano de obra de choque de la Unión Obrera Combativa de la República Argentina, a veces empleado por el grupo violento Algarrobo, uno de los mejores lanzadores de bodoques de cemento y cascotes de la Argentina. Puntería de beisbolista y fuerza de un lanzador olímpico de bala. Se dice que aprendió tirando granadas en Malvinas. ¿Ese es?

— Parece que lo conoce mejor que yo. Sí, hablamos del mismo. Después le doy los detalles personalmente porque esta línea será de IP variable, pero no me inspira ninguna confianza.

— ¡Upssss! ¿Tan seria es la cosa? Al Piedrita le conozco todas las pulgas, que no son pocas. ¿Qué dijo del Papa...?

— Lo que le mencioné. Que lo van a matar en un atentado al segundo día de la llegada a la Argentina, le repito, hoy es martes… El viernes llega, el domingo da la misa en la 9 de Julio...

— ¿Está limpio de drogas y sobrio? Me refiero al Piedrita.

— Sí… ¡Entendí! Está cumpliendo una promesa religiosa, no se drogó ni tomó más. Lo revisaron los médicos. Aparentemente está lúcido, se ubica en tiempo y lugar, pero para mí está derrapando porque se ha vuelto místico y está desesperado para que a «Panchito» no le pase nada.

— ¿Pero de dónde sacó semejante dato?

— ¡Aquí está el problema! Al parecer, un tipo, que según él hablaba un castellano raro, lo llamó al celular para encargar que le partiera la cabeza a Francisco de un piedrazo.

— ¡Menuda piedra le tendrán que revolear! – ironizó Casey.

— Parece que le iban a pagar una suma muy considerable por hacerlo. Al parecer, a él lo asombró que quisieran atentar contra Bergoglio, y les preguntó por qué. Le contestaron que Francisco era igual que los 265 papas anteriores, que se tenía que cumplir la predicción del Apocalipsis según San Juan. Que Francisco es el Antipapa y el Anticristo, que el verdadero Papa es Benedicto 16°, y que, además, Francisco tiene que pagar por el peor de los crímenes que le cometió la Iglesia en su historia.

    Casey resopló.

— Mire… Oficial Moroni. Si hablamos de la historia de la Iglesia, depende cómo se la tome, pueden ser 70, 500 o los 1989 años que lleva la institución Iglesia jodiendo la vida a la gente. Lo que me llama la atención es que le hayan ofrecido una suma tan considerable, como usted dice. Es raro que yo no haya oído, aunque sé algo, relacionado con esto por otra parte.

— ¿Quiénes? – preguntó Moroni con ansiedad.

— Mafias. Una en especial. ¿No dijo quién era o de dónde venía el oferente? Me llama la atención, porque los magnicidios no se manejan así, sino a la inversa. Dado el homicida y sus habilidades, se planea el atentado.

—Bueno, precisamente por eso me dicen que lo llame a usted y a nadie más. Piedrita no quiere abrir la boca. Dijo que el número de teléfono desde el que lo llamaron era el 1111-1111.

— Obviamente fue desde un locutorio...

— ¡Exacto! Le pedimos a las empresas Movistar y Personal el cruce de las llamadas y lo único que tenemos es que llamaron de un locutorio de la empresa Personal en Olivos.

— ¿Existen los locutorios todavía?

— Existen. Algunos para hablar por teléfono y otros para transar drogas a escondida de las empresas. Depende del vecindario. Este es de los que se habla por teléfono y se accede a Internet. Me temo que el tipo que le dijo eso, es alguien que piensa, sabe, y por intuición de policía, que no está bromeando. La verdad es que preferiría no seguir hablando esto por teléfono, por más que nos digan que es una línea segura.

— Yo, lo que no entiendo, es para qué me necesita a mí.

— Porque Piedrita, con nosotros, no se anima a hablar, y yo de religión y coso, no solo no sé nada, sino que prefiero no saber, pero me tiraron esta papa hirviendo y ni siquiera tengo formado un grupo de tareas. Es una instrucción precisa de Robi Martínez y el Tano Moretti que me dijeron que hablara con usted, que iba a entender por qué. ¿Se anima a venir para verlo en el Cuartel Central y tratar de hablar con él? Lo espero en la puerta de la calle Moreno. El sargento de guardia se llama Villarino. ¿Viene en su coche?

— No. Anduve por Plaza de Mayo, dándole de comer a las palomas…. Dejé la pickup en el garaje de mi casa. Si es en el Centro, prefiero ir en taxi. En unos 15 o 20 minutos estoy por ahí. ¿En dónde pregunto por usted?

— ¡Desentiéndase, ni me mencione! Yo lo busco a usted.

— ¿Pero usted me conoce?

— Martínez sí lo conoce a usted, me lo describió, y por eso lo estoy llamando. Apúrese. Si viene en taxi, deje pasar tres o cuatro por la puerta del diario. No haga señas a ninguno y tome el que se pare frente a usted, que va ser un Toyota Corolla o un Chevrolet Cruze flamantes. Ya se lo mando.

— Desentiéndase, conozco ese truco y lo uso habitualmente.

— ¡Me alegro! Lo espero.

Capítulo 3 (Paseando en taxi)

 

 

 

    Casey salió de la redacción de La República con su celular y un banco de baterías extra. En el bolso de la notebook acomodó una Glock 17 varios cargadores y cajas con balas. Tics que no se había sacado de encima y venían desde otras épocas muy oscuras del África Negra.

En la calle, la mañana de verano porteña, prometía todavía mucho más calor, y pronto. Frente a la redacción, el reflejo de los vidrios de la redacción aumentaba la ya elevada temperatura matinal. Dejó pasar varios coches con el típico amarillo y negro, hasta que un taxista que solía dar vueltas a esa manzana de la redacción, paró y lo saludó.

—¡Yo te tengo que llevar a Moreno Joe! – dijo el taxista que indudablemente conocía al periodista

Casey subió al taxi saludando al chofer:

— ¡Buen día! ¿Cómo andás Andresito?

— ¡Joe Casey, el Hombre de Hielo de La República y el Señor de las Ratas de Irlanda!

— Vamos a...

— Moreno y Sáenz Peña, ¿No? Me llamó el chico nuevo, este – se apresuró el conductor de mostacho cortado a hachazos, anteojos negros y gorra de tweed, a pesar del calor matinal – Me pusieron a tu disposición Irlandés. ¿Vamos a la Casa de Balvanera no?

— Puerta de la Calle Moreno, nomás. Te aclaro que a lo mejor te puedo necesitar por unas horas más...

— Sí. Me imagino que te pidieron ayuda con un «garganta profunda». Un loquito. Un místico... ¡Puta madre! ¡Con este calor!

— ¿Lo tienen enjaulado ahí para que cante? ¡Qué raro! ¿No?

— ¿Viste? ¡A mí también me pareció tan raro!

— Por charlatán que sea el tipo, si quieren que apunte a alguien, desde allí, me parece medio difícil que lo haga.

— ¿Sabés si es un místico? – averiguó Casey.

— ¿Un loquito santurrón? ¡No! ¡Para nada! ¡Gritón, tirapiedras y quiebrapatas!

— ¿Es el de los grupos de choque de la Agrupación Algarrobo?

— Yo deduzco que debe ser el Piedrita de Sanzo que está desaparecido desde hace más de una semana porque dicen que lo están buscando para matarlo.

— ¿Quién dice? ¿Y vos cómo lo sabés, Andrés?

— ¡Cómo para no saberlo! Estamos todos los «pata negra» y los moraditos de la «Metro-Pro-Litana» de la ciudad buscándolo, los que están en actividad y los retirados reincorporados como yo. ¡Mirame! ¡Me di la tintura carmela en el bigote para parecer más joven! ¡Oíme Irlandés! ¡Qué no te tiren pescado podrido! Esto, de primicia no tiene ni mierda. No hay cana que no sepa que el Piedrita se perdió. Para mí que te van a llevar al garaje de la Jefatura y Juancito Leiva te lo va a mostrar, adentro de una bolsa negra, al fresco, en un camión morgue. Estos muchachos nuevos seguro que lo pasaron de remedios y se les fue.

— ¿Qué remedios?

— Escopolamina, Amital o Pentotal. Ahora los mezclan con otras porquerías que descubrieron de las cocinas de drogas. Los cantores cuentan lo que se les pregunte. ¡Con pelos y señales!

— ¿Pero eso no garantiza que diga la verdad, o sí?

— Con el Pentotal o el Amital, pueden falsear, pero con el tuco que les cocinan ahora, parece que se les cae la imaginación y cantan como canarios contentos. Ahora, en organismos hechos mierda como el de Piedrita, que están pasados de droga y alcohol, si se les dan de más, tiene pasaje al otro mundo asegurado y en primera, pero de ida solamente.

Cuando llegaron a la antigua Jefatura, el taxista estacionó frente a un poste de parada de colectivos generando una inmensa sinfonía de bocinazos y algunos gritos insultándolo.

— ¿Entonces me esperás Andrés? ¿Te tengo que firmar la planilla?

— No, Irlandés, no me firmes nada. Parece que hoy es urgente, así que la mano debe venir muy pesada. Te espero aquí porque seguro que me van a hacer pasear por media Buenos Aires, y alrededores también. Por otro lado, para que vaya sabiendo, las órdenes de ese procedimiento las da este Pablito Moroni que es el nuevo. El jefe de Moroni es tu amigo, el Robi Martínez, pero dicen que a los dos los va a coordinar un jefe nuevo, que todavía no asumió, que según dicen es un duro y jodido, choto de mierda. Parece que lo van a mantener en absoluto secreto.

— ¡Te agradezco los datos Andrés! Habrá que cuidarse de ese jefe nuevo si es tan loco de mierda.

— Sí. Cuidate Irlandés. Allí adentro no hay ninguno que sea buena gente, y el jefe nuevo no debe ser la excepción – concluyó señalando al Cuartel Central.

Casey esbozó una sonrisa. El policía de consigna, al ver el taxi de Andrés, se tocó la patilla de los anteojos negros. Luego hizo un imperceptible asentimiento con la cabeza mientras tocaba el botón de un timbre que estaba en la pared, por debajo de la altura de su cadera. Andrés Carrizo se estacionó molestando al tránsito de la calle Moreno como si fuera propia.

Casey cruzó la calle Moreno y el policía de consigna le indicó el hall de recepción. Se dirigió a las agentes que identificaban a los visitantes, mostró sus credenciales de tenencia y portación de su arma, la que igual le retuvieron hasta que se fuera. Apoyó el pulgar en un lector de huellas, y una cámara le tomó una foto. Apenas segundos después una pantalla se llenaba con los más diversos datos del periodista. Cuando guardó el DNI y empuñaba el celular para llamar anfitrión, un hombre morocho, de rasgos duros se presentó:

— Estoy acá. Yo soy Pablo Moroni. ¿Usted es Casey?

— Casey, Joe Casey...

— ¡Ah… bueh…! ¿Usted se creyó la de Bond, James Bond? – le preguntó en tono burlón.

— ¡Ese es un principiante, pasado de moda! La forma de presentarme es una fórmula que siempre funciona para romper el hielo. ¡Fíjese si no! ¡Ya estamos charlando!

—Ya que se vino de saco oscuro y camisa blanca, hágame un favor muy especial, sáquese la corbata y déjese abrochado el cuello. Al Piedrita le dijimos que, en una de esas, le traíamos a un cura para que lo confesara. Hágase pasar por cura, total usted de eso debe saber de sobra.

Casey evitó explicarle al tal Moroni, que él, además de nihilista, era agnóstico, aunque fuera especialista en la parte oscura y delictiva de los cultos y religiones.

— ¿Por qué no llamaron a un cura de verdad?

— ¡A ver! ¡Dígame! Usted, ¿a qué cura llamaría y que no saliera después a los gritos a desparramar lo que oyó aquí, a los cuatro vientos para ganar puntos con Bergoglio?

— No sé. Yo no le tengo confianza a ninguno.

— ¿Vio? Esa es toda la razón.

— Sí, pero tenga en cuenta Moroni, que este hombre, de Sanzo, además de estar loco por la guerra de Malvinas es un violento, pero así y todo no mastica vidrio. Mire que, a los curas, los policías, los médicos y los abogados se los distingue por el olor.

— ¡Déjese de joder! ¿Olor a qué tiene un cura? – preguntó Moroni asombrado.

— El médico huele a jabón desinfectante, el abogado a papel viejo y a polvo, y los curas a café con leche. Siempre huelen a café con leche. ¡Un asco!

— ¿Y los policías?

— A pizza de muzarella y fainá. ¡Mangueada, grátis obvio!

— No tenemos tiempo para que se tome un café con leche. Así que venga nomás, oliendo a periodista. Piedrita no va a notar que usted huele a bosta como todos sus colegas. Su cerebro está muy volado y místico. Lo tenemos en los calabozos de máxima seguridad.

— ¿Los de la dictadura? ¡Uf…! ¡Qué mala idea la de ustedes! ¡Mire si se entera algún buen periodista, esos de alma bienpensante, aunque tenga olor a mierda! – lanzó Casey con sarcasmo.

— ¡Los mismos! Sí… Generalmente están todos vacíos. Es lo que hay. Ahora se usan para guardar buchones, narcos, testigos protegidos, entregadores y arrepentidos. Es como tenerlos en una caja fuerte. Aquí podemos protegerlos. Ahora tienen colchones y almohadas y están limpios. Hoy una vida vale, como mucho, entre 5 y 10 mil dólares, o menos, no se lo olvide nunca.

— Lo sé. Bueno, si me voy a implicar, deme su interpretación de lo que pasó. Ahora con un poco más de detalle.

Moroni se rascó la cabeza y pasó a relatar brevemente la historia de Pedro de Sanzo.

— A De Sanzo le dicen Piedrita porque es uno de los cuatro o cinco tiradores de piedra más expertos de la Unión Obrera Combativa, Algarrobo, o cualquier hinchada violenta de fútbol, pero, con seguridad, es por lejos el de mejor puntería de la Argentina. Es un ex combatiente de Malvinas, consumido por el vino ordinario y la falta de comida. Al crack lo agarró después, de grande. Cuando fue combatiente en Malvinas se convirtió en el mejor lanzador de granadas de mano con una puntería y fuerza increíbles, llegó a lanzar una granada a un nido de ametralladoras, que originalmente era argentino, pero que lo habían tomado los ingleses y estaba produciendo muchas bajas entre los nuestros. Los tiradores estaban a alrededor de 40 o 50 metros. Era casi de noche. Pedro salió de la trinchera, primero apuntó, sacó la presilla y lanzó la granada haciendo blanco perfecto. Como la granada explotó inmediatamente que cayó, no la pudieron tirar hacia afuera. Lograr algo así, debe estar cerca de ser un récord mundial. Recibió dos condecoraciones por esa acción.

— Sí, realmente es mucho, y una notable sangre muy fría. Yo he oído que un muy buen lanzamiento llega de 30 a 36 metros.

— Cuando volvió al continente el tipo estaba con el cerebro totalmente esmerilado por la guerra. Para colmo, a su vuelta al continente se encontró con que la madre estaba embarazada de nuevo. Tuvo un hermano recién nacido, mientras que él tenía 23 años. Sus padres supusieron que en Malvinas lo iban a matar, y de alguna forma ya lo estaban reemplazando. Sumado a esa ridiculez, acuérdese que el padre y la madre eran alcohólicos y drogadictos. Pedro tomó al muchachito a su cargo, como si él fuera el padre. Mantuvo a Martín con la pensión de ex combatiente y trabajando como albañil. Inventó una forma de fabricar «bodoques» muy dañinos para las manifestaciones de la Unión Obrera Combativa. Son una especie de «albóndiga» de cemento y y piedra de granito recién partido. Cuando el cemento está a medio fraguar, los lava y quedan los cantos filosos de los pedazos del granito a la vista. Con esos bodoques, que son pesadísimos, rompió varias cabezas y produjo una muerte en 2005, de la que zafó porque los testigos dijeron que no fue él y no había cámaras, durante un enfrentamiento entre la Unión Obrera Combativa y los Choferes Profesionales. Aparte de la Unión Obrera Combativa, Algarrobo también lo contrata por la puntería. Ya hizo estallar más de 50 vidrieras y unos 200 ventanales. En 2014 a Martín, el hermanito, le hicieron un análisis de sangre de rutina porque sufría de HIV, pero apareció algo raro. Le hicieron otros estudios más profundos y le encontraron un linfoma de Burkitt incipiente, pero que estaba ganando fuerza. Piedrita, desesperado le rezó al Papa Francisco, a quien consideraba un santo, porque una vez se sentó a tomar unos mates con Martín y con él en una obra cuando era cardenal primado de la Argentina. Rezó para que hiciera el milagro de curar a su hermano menor. Yo creo que el verdadero milagro fue que la Unión Obrera Combativa se hiciera cargo de llevar a Martín al hospital oncológico Ángel Roffo. La Unión Obrera Combativa también costeó los medicamentos y lo salvaron.

— Bueno, por lo menos hicieron una bien en toda su existencia.

— Sí, porque en ese momento, estaban en cana los dirigentes chorros de siempre. A partir de allí Pedro se hizo místico. Le había hecho la promesa a Francisco, desde sus oraciones obvio, que si Martín se salvaba, dejaba el crack y el alcohol. Lo terminaron ayudando en un centro de rehabilitación hasta el 2016. Cuando le dieron el alta, sus «empleadores» se enteraron inmediatamente. Piedrita seguía usando el mismo número de teléfono celular. «Alguien» lo contactó ofreciéndole 50 mil euros por pegarle un piedrazo en la cabeza al Papa Francisco cuando esté en la Argentina en estos días, más un extra de 25 mil si lo hiere gravemente y, lo más extraño, si lo matan como a un tal Lucio, que no sé quién es, 50 mil euros más.

— ¡Es plata, pero para hacer algo así, la verdad es que no es tanto!

— José ¿Cómo que no es tanto? ¡Son 22 años de la pensión de Piedrita, y toda junta! Para él es una cifra inmensa. Indudablemente, quien lo llamó no tenía idea de la devoción mística de Pedro por Jorge Bergoglio. La voz le dijo que Francisco tenía que pagar por trosko, antipapa, usurpador del trono de Pedro y por los más terribles pecados que había cometido la iglesia en su historia, y que Bergoglio, no sólo no había hecho nada por expiarlos, tampoco había pedido perdón públicamente, sino que lo había empeorado a todos. Piedrita se puso como loco. Llamó al que había sido el teniente en su grupo de tareas de Malvinas. Le contó todo. El teniente, ahora retirado, lo derivó a Inteligencia del Ejército, que nos lo pasó a nosotros porque creyeron que se trataba de un chiflado. Por suerte los «bichos verdes» no lo tomaron en serio porque ellos no lo hubieran sabido manejar. Cruzamos las llamadas y el origen es un locutorio de la ciudad de Olivos. Teníamos la hora de la llamada y llamamos al locutorio. Nos dijeron que tenían cámaras y que nos ponían las grabaciones a nuestra disposición. Cuando llegamos los de la Agencia Federal, nos encontramos con un montón de patrulleros de los «pitufos celestes» de la policía local de Olivos. Unos encapuchados como del Ku-kux-klan habían asaltado al locutorio media hora antes y se llevaron únicamente la grabadora de las cámaras de seguridad dejando la recaudación del locutorio. ¿Raro no?

— Esa vestimenta y los euros ya son dos pistas… ¿Y qué han hecho con De Sanzo?

— Lo hemos traído aquí para protegerlo. De Sanzo dice que la voz del que lo llamó por teléfono se identificó y mencionaron quiénes eran, pero que, si él los delataba, matarían a su hermano Martín.

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