Capítulo 3 (Paseando en taxi)

 

 

 

    Casey salió de la redacción de La República con su celular y un banco de baterías extra. En el bolso de la notebook acomodó una Glock 17 varios cargadores y cajas con balas. Tics que no se había sacado de encima y venían desde otras épocas muy oscuras del África Negra.

En la calle, la mañana de verano porteña, prometía todavía mucho más calor, y pronto. Frente a la redacción, el reflejo de los vidrios de la redacción aumentaba la ya elevada temperatura matinal. Dejó pasar varios coches con el típico amarillo y negro, hasta que un taxista que solía dar vueltas a esa manzana de la redacción, paró y lo saludó.

—¡Yo te tengo que llevar a Moreno Joe! – dijo el taxista que indudablemente conocía al periodista

Casey subió al taxi saludando al chofer:

— ¡Buen día! ¿Cómo andás Andresito?

— ¡Joe Casey, el Hombre de Hielo de La República y el Señor de las Ratas de Irlanda!

— Vamos a...

— Moreno y Sáenz Peña, ¿No? Me llamó el chico nuevo, este – se apresuró el conductor de mostacho cortado a hachazos, anteojos negros y gorra de tweed, a pesar del calor matinal – Me pusieron a tu disposición Irlandés. ¿Vamos a la Casa de Balvanera no?

— Puerta de la Calle Moreno, nomás. Te aclaro que a lo mejor te puedo necesitar por unas horas más...

— Sí. Me imagino que te pidieron ayuda con un «garganta profunda». Un loquito. Un místico... ¡Puta madre! ¡Con este calor!

— ¿Lo tienen enjaulado ahí para que cante? ¡Qué raro! ¿No?

— ¿Viste? ¡A mí también me pareció tan raro!

— Por charlatán que sea el tipo, si quieren que apunte a alguien, desde allí, me parece medio difícil que lo haga.

— ¿Sabés si es un místico? – averiguó Casey.

— ¿Un loquito santurrón? ¡No! ¡Para nada! ¡Gritón, tirapiedras y quiebrapatas!

— ¿Es el de los grupos de choque de la Agrupación Algarrobo?

— Yo deduzco que debe ser el Piedrita de Sanzo que está desaparecido desde hace más de una semana porque dicen que lo están buscando para matarlo.

— ¿Quién dice? ¿Y vos cómo lo sabés, Andrés?

— ¡Cómo para no saberlo! Estamos todos los «pata negra» y los moraditos de la «Metro-Pro-Litana» de la ciudad buscándolo, los que están en actividad y los retirados reincorporados como yo. ¡Mirame! ¡Me di la tintura carmela en el bigote para parecer más joven! ¡Oíme Irlandés! ¡Qué no te tiren pescado podrido! Esto, de primicia no tiene ni mierda. No hay cana que no sepa que el Piedrita se perdió. Para mí que te van a llevar al garaje de la Jefatura y Juancito Leiva te lo va a mostrar, adentro de una bolsa negra, al fresco, en un camión morgue. Estos muchachos nuevos seguro que lo pasaron de remedios y se les fue.

— ¿Qué remedios?

— Escopolamina, Amital o Pentotal. Ahora los mezclan con otras porquerías que descubrieron de las cocinas de drogas. Los cantores cuentan lo que se les pregunte. ¡Con pelos y señales!

— ¿Pero eso no garantiza que diga la verdad, o sí?

— Con el Pentotal o el Amital, pueden falsear, pero con el tuco que les cocinan ahora, parece que se les cae la imaginación y cantan como canarios contentos. Ahora, en organismos hechos mierda como el de Piedrita, que están pasados de droga y alcohol, si se les dan de más, tiene pasaje al otro mundo asegurado y en primera, pero de ida solamente.

Cuando llegaron a la antigua Jefatura, el taxista estacionó frente a un poste de parada de colectivos generando una inmensa sinfonía de bocinazos y algunos gritos insultándolo.

— ¿Entonces me esperás Andrés? ¿Te tengo que firmar la planilla?

— No, Irlandés, no me firmes nada. Parece que hoy es urgente, así que la mano debe venir muy pesada. Te espero aquí porque seguro que me van a hacer pasear por media Buenos Aires, y alrededores también. Por otro lado, para que vaya sabiendo, las órdenes de ese procedimiento las da este Pablito Moroni que es el nuevo. El jefe de Moroni es tu amigo, el Robi Martínez, pero dicen que a los dos los va a coordinar un jefe nuevo, que todavía no asumió, que según dicen es un duro y jodido, choto de mierda. Parece que lo van a mantener en absoluto secreto.

— ¡Te agradezco los datos Andrés! Habrá que cuidarse de ese jefe nuevo si es tan loco de mierda.

— Sí. Cuidate Irlandés. Allí adentro no hay ninguno que sea buena gente, y el jefe nuevo no debe ser la excepción – concluyó señalando al Cuartel Central.

Casey esbozó una sonrisa. El policía de consigna, al ver el taxi de Andrés, se tocó la patilla de los anteojos negros. Luego hizo un imperceptible asentimiento con la cabeza mientras tocaba el botón de un timbre que estaba en la pared, por debajo de la altura de su cadera. Andrés Carrizo se estacionó molestando al tránsito de la calle Moreno como si fuera propia.

Casey cruzó la calle Moreno y el policía de consigna le indicó el hall de recepción. Se dirigió a las agentes que identificaban a los visitantes, mostró sus credenciales de tenencia y portación de su arma, la que igual le retuvieron hasta que se fuera. Apoyó el pulgar en un lector de huellas, y una cámara le tomó una foto. Apenas segundos después una pantalla se llenaba con los más diversos datos del periodista. Cuando guardó el DNI y empuñaba el celular para llamar anfitrión, un hombre morocho, de rasgos duros se presentó:

— Estoy acá. Yo soy Pablo Moroni. ¿Usted es Casey?

— Casey, Joe Casey...

— ¡Ah… bueh…! ¿Usted se creyó la de Bond, James Bond? – le preguntó en tono burlón.

— ¡Ese es un principiante, pasado de moda! La forma de presentarme es una fórmula que siempre funciona para romper el hielo. ¡Fíjese si no! ¡Ya estamos charlando!

—Ya que se vino de saco oscuro y camisa blanca, hágame un favor muy especial, sáquese la corbata y déjese abrochado el cuello. Al Piedrita le dijimos que, en una de esas, le traíamos a un cura para que lo confesara. Hágase pasar por cura, total usted de eso debe saber de sobra.

Casey evitó explicarle al tal Moroni, que él, además de nihilista, era agnóstico, aunque fuera especialista en la parte oscura y delictiva de los cultos y religiones.

— ¿Por qué no llamaron a un cura de verdad?

— ¡A ver! ¡Dígame! Usted, ¿a qué cura llamaría y que no saliera después a los gritos a desparramar lo que oyó aquí, a los cuatro vientos para ganar puntos con Bergoglio?

— No sé. Yo no le tengo confianza a ninguno.

— ¿Vio? Esa es toda la razón.

— Sí, pero tenga en cuenta Moroni, que este hombre, de Sanzo, además de estar loco por la guerra de Malvinas es un violento, pero así y todo no mastica vidrio. Mire que, a los curas, los policías, los médicos y los abogados se los distingue por el olor.

— ¡Déjese de joder! ¿Olor a qué tiene un cura? – preguntó Moroni asombrado.

— El médico huele a jabón desinfectante, el abogado a papel viejo y a polvo, y los curas a café con leche. Siempre huelen a café con leche. ¡Un asco!

— ¿Y los policías?

— A pizza de muzarella y fainá. ¡Mangueada, grátis obvio!

— No tenemos tiempo para que se tome un café con leche. Así que venga nomás, oliendo a periodista. Piedrita no va a notar que usted huele a bosta como todos sus colegas. Su cerebro está muy volado y místico. Lo tenemos en los calabozos de máxima seguridad.

— ¿Los de la dictadura? ¡Uf…! ¡Qué mala idea la de ustedes! ¡Mire si se entera algún buen periodista, esos de alma bienpensante, aunque tenga olor a mierda! – lanzó Casey con sarcasmo.

— ¡Los mismos! Sí… Generalmente están todos vacíos. Es lo que hay. Ahora se usan para guardar buchones, narcos, testigos protegidos, entregadores y arrepentidos. Es como tenerlos en una caja fuerte. Aquí podemos protegerlos. Ahora tienen colchones y almohadas y están limpios. Hoy una vida vale, como mucho, entre 5 y 10 mil dólares, o menos, no se lo olvide nunca.

— Lo sé. Bueno, si me voy a implicar, deme su interpretación de lo que pasó. Ahora con un poco más de detalle.

Moroni se rascó la cabeza y pasó a relatar brevemente la historia de Pedro de Sanzo.

— A De Sanzo le dicen Piedrita porque es uno de los cuatro o cinco tiradores de piedra más expertos de la Unión Obrera Combativa, Algarrobo, o cualquier hinchada violenta de fútbol, pero, con seguridad, es por lejos el de mejor puntería de la Argentina. Es un ex combatiente de Malvinas, consumido por el vino ordinario y la falta de comida. Al crack lo agarró después, de grande. Cuando fue combatiente en Malvinas se convirtió en el mejor lanzador de granadas de mano con una puntería y fuerza increíbles, llegó a lanzar una granada a un nido de ametralladoras, que originalmente era argentino, pero que lo habían tomado los ingleses y estaba produciendo muchas bajas entre los nuestros. Los tiradores estaban a alrededor de 40 o 50 metros. Era casi de noche. Pedro salió de la trinchera, primero apuntó, sacó la presilla y lanzó la granada haciendo blanco perfecto. Como la granada explotó inmediatamente que cayó, no la pudieron tirar hacia afuera. Lograr algo así, debe estar cerca de ser un récord mundial. Recibió dos condecoraciones por esa acción.

— Sí, realmente es mucho, y una notable sangre muy fría. Yo he oído que un muy buen lanzamiento llega de 30 a 36 metros.

— Cuando volvió al continente el tipo estaba con el cerebro totalmente esmerilado por la guerra. Para colmo, a su vuelta al continente se encontró con que la madre estaba embarazada de nuevo. Tuvo un hermano recién nacido, mientras que él tenía 23 años. Sus padres supusieron que en Malvinas lo iban a matar, y de alguna forma ya lo estaban reemplazando. Sumado a esa ridiculez, acuérdese que el padre y la madre eran alcohólicos y drogadictos. Pedro tomó al muchachito a su cargo, como si él fuera el padre. Mantuvo a Martín con la pensión de ex combatiente y trabajando como albañil. Inventó una forma de fabricar «bodoques» muy dañinos para las manifestaciones de la Unión Obrera Combativa. Son una especie de «albóndiga» de cemento y y piedra de granito recién partido. Cuando el cemento está a medio fraguar, los lava y quedan los cantos filosos de los pedazos del granito a la vista. Con esos bodoques, que son pesadísimos, rompió varias cabezas y produjo una muerte en 2005, de la que zafó porque los testigos dijeron que no fue él y no había cámaras, durante un enfrentamiento entre la Unión Obrera Combativa y los Choferes Profesionales. Aparte de la Unión Obrera Combativa, Algarrobo también lo contrata por la puntería. Ya hizo estallar más de 50 vidrieras y unos 200 ventanales. En 2014 a Martín, el hermanito, le hicieron un análisis de sangre de rutina porque sufría de HIV, pero apareció algo raro. Le hicieron otros estudios más profundos y le encontraron un linfoma de Burkitt incipiente, pero que estaba ganando fuerza. Piedrita, desesperado le rezó al Papa Francisco, a quien consideraba un santo, porque una vez se sentó a tomar unos mates con Martín y con él en una obra cuando era cardenal primado de la Argentina. Rezó para que hiciera el milagro de curar a su hermano menor. Yo creo que el verdadero milagro fue que la Unión Obrera Combativa se hiciera cargo de llevar a Martín al hospital oncológico Ángel Roffo. La Unión Obrera Combativa también costeó los medicamentos y lo salvaron.

— Bueno, por lo menos hicieron una bien en toda su existencia.

— Sí, porque en ese momento, estaban en cana los dirigentes chorros de siempre. A partir de allí Pedro se hizo místico. Le había hecho la promesa a Francisco, desde sus oraciones obvio, que si Martín se salvaba, dejaba el crack y el alcohol. Lo terminaron ayudando en un centro de rehabilitación hasta el 2016. Cuando le dieron el alta, sus «empleadores» se enteraron inmediatamente. Piedrita seguía usando el mismo número de teléfono celular. «Alguien» lo contactó ofreciéndole 50 mil euros por pegarle un piedrazo en la cabeza al Papa Francisco cuando esté en la Argentina en estos días, más un extra de 25 mil si lo hiere gravemente y, lo más extraño, si lo matan como a un tal Lucio, que no sé quién es, 50 mil euros más.

— ¡Es plata, pero para hacer algo así, la verdad es que no es tanto!

— José ¿Cómo que no es tanto? ¡Son 22 años de la pensión de Piedrita, y toda junta! Para él es una cifra inmensa. Indudablemente, quien lo llamó no tenía idea de la devoción mística de Pedro por Jorge Bergoglio. La voz le dijo que Francisco tenía que pagar por trosko, antipapa, usurpador del trono de Pedro y por los más terribles pecados que había cometido la iglesia en su historia, y que Bergoglio, no sólo no había hecho nada por expiarlos, tampoco había pedido perdón públicamente, sino que lo había empeorado a todos. Piedrita se puso como loco. Llamó al que había sido el teniente en su grupo de tareas de Malvinas. Le contó todo. El teniente, ahora retirado, lo derivó a Inteligencia del Ejército, que nos lo pasó a nosotros porque creyeron que se trataba de un chiflado. Por suerte los «bichos verdes» no lo tomaron en serio porque ellos no lo hubieran sabido manejar. Cruzamos las llamadas y el origen es un locutorio de la ciudad de Olivos. Teníamos la hora de la llamada y llamamos al locutorio. Nos dijeron que tenían cámaras y que nos ponían las grabaciones a nuestra disposición. Cuando llegamos los de la Agencia Federal, nos encontramos con un montón de patrulleros de los «pitufos celestes» de la policía local de Olivos. Unos encapuchados como del Ku-kux-klan habían asaltado al locutorio media hora antes y se llevaron únicamente la grabadora de las cámaras de seguridad dejando la recaudación del locutorio. ¿Raro no?

— Esa vestimenta y los euros ya son dos pistas… ¿Y qué han hecho con De Sanzo?

— Lo hemos traído aquí para protegerlo. De Sanzo dice que la voz del que lo llamó por teléfono se identificó y mencionaron quiénes eran, pero que, si él los delataba, matarían a su hermano Martín.

Capítulos
1 Capítulo 1 Tres meses antes
2 Capítulo 2 Martes
3 Capítulo 3 (Paseando en taxi)
4 Capítulo 4 (Descendieron a los infiernos)
5 Capítulo 5 (El extraño Señor Casey)
6 Capítulo 6 (¿Hogar, dulce hogar?)
7 Capítulo 7 (Una película de espías de bajo presupuesto)
8 Capítulo 8 (La palabra tiene la culpa)
9 Capítulo 9 (Los otros mesías)
10 Capítulo 10 (Las incongruencias de las religiones)
11 Capítulo 11 (¿Y las profecías?)
12 Capítulo 12 (El Papa es Rey)
13 Capítulo 13 (Los Ratis)
14 Capítulo 14 (Contando enemigos)
15 Capítulo 15 (¡Allí vienen los rusos!)
16 Capítulo 16 (¿Qué es Sodaltium Pianum? )
17 Capítulo 17 (Algunas pruebas y muchos errores… Eppur si muove!)
18 Capítulo 18 (¿De dónde saliste, nenita?)
19 Capítulo 19 (L’Entità)
20 Capítulo 20 (No mentirás ni levantarás falso testimonio)
21 Capítulo 21 (¿Hitler en el Vaticano?)
22 Capítulo 22 (El enemigo de mi enemigo, debería ser mi amigo)
23 Capítulo 23 (Los Hospitalarios del Presidente)
24 Capítulo 24 (¿Por qué el presidente mandó hacer esa pregunta?)
25 Capítulo 25 (Le explotó la cabeza)
26 Capítulo 26 (¿Qué pasa si Dios no existe?)
27 Capítulo 27 (El nihilista y Pía)
28 Capítulo 29 (¿Quién es Pía?)
29 Capítulo 30 (La visita que no estaba invitada)
30 Capítulo 31 (En busca del tiempo perdido)
31 Capítulo 32 (Pasión desatada)
32 Capítulo 33 (No es recordar, es relacionar)
33 Capítulo 34 (Memoria de policía)
34 Capítulo 35 (Cosa de Mujeres)
35 Capítulo 36 (In nome del Papa Re)
36 Capítulo 36 (Martín también)
37 Capítulo 37 (María de la Piedad)
38 Capítulo 38 (El presidente)
39 Capítulo 39 (Luján, la Roma argentina)
40 Capítulo 40 (Fuegos fatuos)
41 Capítulo 41 (Todo se precipita, y Pía también)
42 Capítulo 42 (Donde hubo fuego...)
43 Capítulo 43 (Natalia)
44 Capítulo 44 (Los moribundos no mienten)
45 Capítulo 45 (Velando las armas)
46 Capítulo 46 (Inquisición a domicilio)
47 Capítulo 48 (Il boia)
48 Capítulo 49 (Pía va a fondo)
49 Capítulo 50 (¿Dream team o nightmare team?)
50 Capítulo 51 (La cacería)
51 Capítulo 52 (El encuentro menos pensado)
52 Capítulo 53 (Discusión de alto nivel)
53 Capítulo 54 (Vuelvo a la casita de los viejos)
54 Capítulo 55 (El Plan D)
Capítulos

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Capítulo 1 Tres meses antes
2
Capítulo 2 Martes
3
Capítulo 3 (Paseando en taxi)
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Capítulo 4 (Descendieron a los infiernos)
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Capítulo 5 (El extraño Señor Casey)
6
Capítulo 6 (¿Hogar, dulce hogar?)
7
Capítulo 7 (Una película de espías de bajo presupuesto)
8
Capítulo 8 (La palabra tiene la culpa)
9
Capítulo 9 (Los otros mesías)
10
Capítulo 10 (Las incongruencias de las religiones)
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Capítulo 11 (¿Y las profecías?)
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Capítulo 12 (El Papa es Rey)
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Capítulo 13 (Los Ratis)
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Capítulo 14 (Contando enemigos)
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Capítulo 17 (Algunas pruebas y muchos errores… Eppur si muove!)
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Capítulo 18 (¿De dónde saliste, nenita?)
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Capítulo 19 (L’Entità)
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Capítulo 20 (No mentirás ni levantarás falso testimonio)
21
Capítulo 21 (¿Hitler en el Vaticano?)
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Capítulo 22 (El enemigo de mi enemigo, debería ser mi amigo)
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Capítulo 23 (Los Hospitalarios del Presidente)
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Capítulo 24 (¿Por qué el presidente mandó hacer esa pregunta?)
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Capítulo 25 (Le explotó la cabeza)
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Capítulo 26 (¿Qué pasa si Dios no existe?)
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Capítulo 27 (El nihilista y Pía)
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Capítulo 29 (¿Quién es Pía?)
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Capítulo 30 (La visita que no estaba invitada)
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Capítulo 31 (En busca del tiempo perdido)
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Capítulo 32 (Pasión desatada)
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Capítulo 33 (No es recordar, es relacionar)
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Capítulo 34 (Memoria de policía)
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Capítulo 35 (Cosa de Mujeres)
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Capítulo 36 (In nome del Papa Re)
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Capítulo 36 (Martín también)
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Capítulo 38 (El presidente)
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Capítulo 39 (Luján, la Roma argentina)
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Capítulo 40 (Fuegos fatuos)
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Capítulo 41 (Todo se precipita, y Pía también)
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Capítulo 43 (Natalia)
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Capítulo 44 (Los moribundos no mienten)
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Capítulo 45 (Velando las armas)
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Capítulo 46 (Inquisición a domicilio)
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Capítulo 48 (Il boia)
48
Capítulo 49 (Pía va a fondo)
49
Capítulo 50 (¿Dream team o nightmare team?)
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Capítulo 51 (La cacería)
51
Capítulo 52 (El encuentro menos pensado)
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