Capítulo 4 (Descendieron a los infiernos)

 

 

 

Joe Casey y Moroni descendieron a un entresuelo, caminaron por pasillos antiquísimos y llegaron al corredor de los calabozos. Moroni se dirigió al suboficial de guardia y le preguntó en qué calabozo estaba Piedrita.

— En el calabozo 20 – le contestó el suboficial a cargo.

Moroni enmudeció por varios segundos mientras su rostro cambiaba. Lo miró desencajado y le preguntó a los gritos:

— ¿Cómo que en el 20? ¡Ese es el que tiene una rejilla al exterior, que da a la calle Sáenz Peña! ¡Y la puta madre que te remil parió vigilante del orto! ¡Yo te dije que lo tuvieran cerca tuyo, en el 1, o a lo sumo el 2! ¿Quién carajo cambió la orden? ¿Quién le dijo que se lo llevara para allá?

— El Sub Comisario Espósito… ¡Dijo que era por la calor!

— ¿Y quién carajo es el Sub Comisario Espósito para cambiar una orden mía?

— Me dijo que él era quien estaba a cargo de los detenidos y que era superior suyo.

— ¡Mi jefe es Roberto Martínez de Delitos Complejos, y no tiene nada que ver con cuestiones de alcaidía, ¡Imbécil! Hace más de 30 años que no hay detenidos en este lugar. ¡Nos son presos! ¡Son custodiados! No hay alcaides. ¡Usá la cabeza para algo más que llevar la gorra, pelotudo…!

Moroni hizo una llamada con el celular bastante grande y sin marca. Preguntó quién se suponía que debía estar a cargo de las celdas del Cuartel Central. La respuesta fue que dependían de un comisario, de apellido Rentero, que estaba internado en el Hospital Churruca por haber recibido cuatro balazos en las piernas debido a un intento de asalto al salir de su casa, esa misma mañana. La cara de Moroni se puso roja y comenzó a transpirar copiosamente.

Corrieron frente a la fila de los calabozos mientras Casey se quitaba la corbata.

— Abra la puerta rápido... ¡Corra imbécil! – le dijo al policía de la guardia – ¡No puede ser tan abollado mental! ¡A usted le dicen que el presidente es Fito Páez y le pide que le cante Circo Beat! ¡Qué cabeza de adoquín con ojos, amigo!

El sargento a cargo no daba con la llave. Lo intentó varias veces mientras Moroni lo amenazaba con que, quien fuera a quedar de por vida en ese calabozo, sería él. Finalmente, el cerrojo cedió, dio una primera y luego la segunda vuelta de llave. Por instinto Moroni desenfundó el arma reglamentaria y Casey se corrió a un costado. Abrieron la puerta. Piedrita estaba en un rincón, eso sí, la cabeza parecía la de un muñeco de trapo quemado. Se veía como si hubiese explotado desde adentro. El colchón y el resto del calabozo estaban totalmente salpicados con la sangre y los humores cerebrales del prisionero. No había ningún charco de sangre.

Moroni gritó, puteó y maldijo de todas las formas posibles. Se puso en puntas de pie para observar la rejilla que daba a la calle. Aparentemente estaba entera, pero parte de la pintura esmaltada había saltado, y los restos descascarados de ese esmalte, estaban desparramados en el suelo de la celda. El sargento temblaba y juraba por sus hijos que no había entrado nadie desde que lo trasladaron desde la celda 2 a la 20.

— Pero ¿quiénes lo trasladaron?

— El Sub Comisario Espósito y yo.

— ¿Quién mierda es ese Sub Comisario Espósito? ¡Por dios!

— Yo no lo había visto nunca, pero me dijo que era subcomisario y como usted es inspector... él es su superior. Por eso yo acaté. Tenía uniforme.

— ¿Uniforme hoy? ¿Un oficial? ¿Acá dentro? ¿Con este calor? ¿Y justo un subcomisario que usan uniforme el 25 de mayo y el 9 de Julio y nada más…? – preguntó Casey.

— ¿A ver idiota si te das cuenta? A mí me «dicen» Inspector porque tienen que llamar de alguna forma. No me pueden decir el «Espía Moroni». Yo revisto en un escalafón especial y reportó a Roberto Martínez, el reporta a otro capo que no conozco y ellos dos al Ministro de Seguridad Esteban Moretti… ¡Directamente…! ¡Idiota! Me dicen Inspector como se lo podían decir al Inspector Clouseau de la Pantera Rosa, o a él – por Casey – que en realidad es el Inspector James Bond, pero como viene de Irlanda le dicen Casey, Joe Casey que es James Bond traducido al irlandés… ¿Entendiste? – le dijo señalándole al periodista. El policía afirmó muy serio con la cabeza. Si la situación no hubiese sido tan endiablada, Casey se hubiera reído de buena gana por la absurda explicación y la aceptación del agente.

Moroni tomó nuevamente el enorme celular negro. Hizo una primera llamada al Ministro de Seguridad, la segunda al ministro del Interior, la tercera al comisario general de la Policía Federal, y la cuarta a su jefe Martínez, al que le pidió que mantuviera alejados a los de Policía Científica de la Policía Federal y que mandara urgente a los peritos de Delitos Complejos con un escuadrón de limpieza de la escena del crimen luego de realizar las pericias.

Cuando terminó con las llamadas, cerró la puerta del calabozo y nuevamente se dirigió furioso al sargento de guardia:

—¡Trate de entender bien lo que le voy a decir! A los de Prensa y Comunicaciones Institucionales, los quiero bien lejos de aquí, y si usted habla, le aplico la Ley de Seguridad Interna de la fuerza, como traidor. Si vienen los peritos de la Policía Científica de la Federal, les dice que por orden del ministro Moretti, no pueden entrar. Si les parece mal que lo llamen. Esos los distingue porque son los que tienen mamelucos amarillos. Mis peritos, con Juancito Leiva a la cabeza, son los que van a venir con mameluco blancos, y a esos sí, los deja entrar y hacer, que nadie los moleste y siga todas las órdenes que le den ellos. Dígales que yo pedí que le seccionen la cabeza y las manos al cadáver. Luego, que al cuerpo lo lleven a la morgue judicial, como si fuera un NN encontrado en la calle.

— Inspector yo… – quiso excusarse el guardia.

— ¿Usted? Y usted, personalmente, va a limpiar toda la celda con amoniaco y después se va con ellos. Ellos mismos le van a dar las latas de amoniaco. Usted va a dejar este calabozo como si fuera un quirófano. Trate de no morirse asfixiado cuando lo haga, aunque… ¡La verdad, si se muere, no me importa!

— ¡Sí Inspector!

— Después, queme el colchón en la terraza. Por último, si usted quiere a su mujer y a sus hijos, entonces no ha visto nada, no ha oído nada, no sabe nada y acá no pasó nada de nada.

— ¿Y si me preguntan por el detenido de Sanzo?

— De Sanzo no era detenido imbécil… – jadeó Moroni – Diga que al Piedrita me lo llevé yo para dejarlo en custodia de la familia cuando se le pasó la borrachera. ¿Entendió? Nunca vino, ni lo vio, ni habló con ese comisario Espósito ni ha oído hablar nunca de él. Después vaya al Cuartel de la Agencia Federal con los peritos, que, recuerde bien, son los de mameluco blanco, y no le diga una palabra más a nadie. Su celular ya está bloqueado. No se le ocurra hablar con nadie por un teléfono de línea porque va a terminar como Piedrita en nuestra morgue. Más vale que recuerde la cara de ese Sub Comisario Espósito o quien mierda fuera, y que sea muy bueno dictando caras.

— Sí Inspector. Yo tengo excelente memoria fotográfica. Lo vi bien.

— No me digas que sí. Repetí todas las órdenes que le acabo de dar.

El sargento repitió, como pudo, las órdenes, con una serie de dudas, invirtiendo los colores de los mamelucos, y lo que más le preocupó fue la cantidad de amoniaco que iba a necesitar y la humareda que se iba a producir en la terraza.

—Hágalo quemar de madrugada, con gasoil. El Comisario General ya sabe de esto y, si no fuera porque lo necesitamos para dictar el retrato, le diría que se fuera eligiendo una bolsa negra para Covid, con cierre cremallera, para su sueño eterno. En el cuartel de la ADC va a tener que hacer el identikit dictado del tal Subcomisario Espósito. ¡Ah! A la cabeza del occiso la tienen que llevar en doble bolsa de nailon, con hielo seco, y dentro de una caja de cartón. Acuérdese que se la deben llevar los peritos de la Federal que son los de blanco... ¡Otra! ¡Y si me desobedece en algo de lo que le dije, que pongan la suya también! ¡Imbécil de mierda!

El sargento parecía haber tomado una ducha con el uniforme puesto.

Casey y Moroni salieron del calabozo por el pasillo y fueron a un baño, gigantesco y poco práctico, a lavarse las manos con un detergente en polvo abrasivo. Luego Moroni lo condujo a Casey a la calle Sáenz Peña. Caminaron unos 150 metros y llegaron a la única rejilla de aireación del entresuelo del edificio. Se pusieron en cuclillas y observaron que el metal de la rejilla, pintado de gris, había sido entreabierta y luego vuelta a su posición original. Parte de la pintura esmaltada se había cuarteado y se había caído dentro del calabozo. Se notaba apenas un triángulo de polvo negro sobre el esmalte gris.

— Acá quedó un rastro de pólvora, lo limpiaron, pero les quedó esto – comentó Moroni.

A Casey le importó muy poco lo que Moroni le describió. Pablo sacó de su bolsillo un paquete de pañuelos de papel y tomó un par. Pasó el primero cuidadosamente por el polvo pegado a la rejilla. Cuando obtuvo lo que quería lo dobló con cuidado y lo envolvió en el segundo pañuelo y lo guardó en el bolsillo del saco.

— ¿Así toman las muestras? ¡Muy profesional! – le comentó Casey irónico.

— Sí. ¿Por qué? Dígame, técnicamente ¿qué tiene de malo? O usted se cree todo lo que ve en las series yanquis. Ellos tienen que justificar que gastan miles de dólares para investigar la muerte de un vagabundo cualquiera, y yo tengo que comprar hasta los pañuelos de papel para tratar de salvar la vida nada menos que del Papa porque es argentino, peronista y zurdo. ¿No es una tomada de pelo?

— Moroni, no le puede echar la culpa al pobre sargento. Sinceramente lo que me parece una broma de mal gusto es que tengamos un rompecabezas de agencias de inteligencia y fuerzas de seguridad: la AFI, el Ejército, Policía Aeronáutica, Gendarmería y ahora ustedes que son...

— La Agencia Federal de Delitos Complejos.

— ¿Y eso de dónde salió?

— Se les antojó crear una especie de FBI argentino. Nosotros somos los chicos buenos y profesionales. Por lo menos nos quieren convencer de eso. Aparte somos los herederos de los mejores juguetes para espiar que había comprado el Ejército. Pasamos de la edad de piedra a ser una agencia pequeñita, pero muy bien equipada sin gente que maneje todos esos juguetes. ¿Me entiende?

— ¿Quién está a cargo de todo?

— Parece que es un pesado, muy jodido y de mala leche, aparentemente experimentado en el extranjero, en conflictos muy jodidos, pero va ser secreto. Además, vino un hispano de la NSA de Estados Unidos. No sé… A lo mejor es él. ¿Quién sabe?

Casey se puso de pie. Caminó dando diez zancadas hasta la puerta de entrada correspondiente a la calle Sáenz Peña. Volvió al lugar dónde estaba la rejilla y caminó hacia el portón de entrada de vehículos dando otras diez zancadas. Volvió a dónde estaba Moroni.

— La rejilla está en un lugar equidistante entre la puerta y un portón. Unos diez metros más o menos, ¿Cómo es posible que ninguno de los dos policías de guardia haya oído nada?

— Sí es por eso, tampoco ven nada cuando asaltan cada dos o tres meses al bar de la calle Moreno, a cincuenta metros de la entrada principal. Hay tres opciones: una puede ser el «no te metas» nacional y popular; dos, la zona «liberada» que deja unos pesos extra y la tercera, que fueron ellos mismos, directamente. Yo no los defiendo. No soy policía soy agente de contrainteligencia.

— ¡Espía! ¡Bah! – lo acicateó Casey.

— No. Yo me tengo que dedicar a cazar espías y chicos malos, pero inteligentes. En un rato nos vamos a enterar de la hora de muerte del Piedrita. Sabremos quiénes estaban de guardia. Si no cantan, los trasladamos a las patrullas de las zonas conflictivas como el Bajo Flores o la Villa 1.11.14, y que dios los ayude...

— ¿Cree que podrían haber sido los mismos guardias?

— Difícil. A los que ponen de guardia, es porque están castigados o porque no le aciertan con un fusil ametralladora a una vaca, renga y atada, dentro de un zaguán – renegó Moroni.

— Esto es obra de un profesional con equipo sofisticado. Se usa una mira de fibra óptica, un sistema de balance adosado al arma, debe haber gatillado cuando pasaba mucho tránsito y si los de guardia no vieron nada, es porque fue un superior, o un caradura que los engañó diciéndoles que era un superior, o tenemos un traidor, o uno de los viejos servicios de inteligencia nacional o uno extranjero.

— ¡Gama demasiado amplia! – protestó Moroni – ¿Y usted cómo mierda sabe tanto de esto?

— Me gustan las armas – fue la lacónica respuesta.

— En un rato vamos a saber cómo fue. Espero que usted usted colabore con nosotros, y así poder saber quién es el que planea el atentado y el móvil.

— Me parece que esto viene muy en serio – dijo Casey rascándose la cabeza.

— ¿No entiendo cómo hizo para apuntar el arma sin ver y darle en la cabeza? — le preguntó Moroni a Casey.

— Ya se lo expliqué. Hay que tener un arma de pequeño calibre, lo del silenciador es una mentira, además porque hay una salpicadura de carbón del fulminante. Al cuerpo del arma se le ajusta un acelerómetro como el de los celulares. Ese acelerómetro interactúa con una mira de fibra óptica del tamaño de un alambre fino que se pasa por la rejilla. Se busca el blanco con la fibra óptica y una lente en miniatura y lo ve en la pantalla de un celular, luego mueve el arma hasta que se siente una serie de pitidos. Cuando pasa a un tono continuo dispara y se acabó la historia. Vuelve a cerrar la rejilla y la limpia de los restos de pólvora, pero con más cuidado. A lo mejor lo sorprendieron y no llegó a limpiar todo. No hay casquillo ni adentro ni afuera.

— Sí. Lo primero que busqué. ¿Usted cree que en Argentina haya alguien que sea capaz de hacer este trabajo? ¿Usted que es Casey, Joe Casey, lo ha visto alguna vez?

— Lo puedo hacer yo, usted, o cualquiera de los profesionales que están en la AFI. Es una tontería. El problema es conseguir los elementos y que no lo pesquen, si es que no tuviera cobertura desde más arriba. Eso es lo que más me preocupa.

— Siempre la misma historia. Ahora vamos a analizar todo esto. Nos dieron un chalé en Campo de Mayo. Lejos, pero parece un cuartel de contrainteligencia en serio. Vamos en un taxi.

— El que trajo me está esperando sobre Moreno. El Negro Carrizo.

— ¡Sí! Ese taxi. En realidad, es uno de nuestros diez coches camuflado como particulares, de familia o taxis. El que maneja es el sargento primero Andrés Carrizo. Es un policía retirado reincorporado. Un águila ubicando gente.

— Sí. Andrés, lo conozco. Yo he tomado ese taxi varias veces.

— ¿Sabe una cosa Casey? Andrés Carrizo, lo sigue y lo protege a usted. Las horas Core las pagan el dueño de La República. ¡Parece que lo quieren mucho en La República!

— En realidad de poco a nada. Les sirvo. Ellos me sirven. Siempre me llamó la atención sobre cómo hace para estar allí cuando yo salgo.

— La radio. La mayoría de los taxistas son policías retirados o exonerados. Es fácil.

— Me llamaba la atención la suerte que tenía de conseguir siempre a ese Cruze con aire acondicionado como taxi.

— Le falta algo. Es un Cruze es norteamericano, totalmente blindado y con ruedas macizas de espuma. Cuesta 100 mil dólares.

— ¿Para protegerme a mí? – preguntó el periodista asombrado.

— No, usted no es importante en absoluto para la Agencia, hace traslados muy especiales cuando se requieren. En cuanto a usted, de paso sabemos en qué diablos anda. Nos ha sido de mucha utilidad seguirlo varias veces. No sabemos si los rastros que usted deja son de puro descuido o a propósito.

— En Irlanda me decían Hansel – dejó caer una pista Casey, pero Moroni no la registró.

— Además, semejante coche no puede estar parado y tiene que aparecer una vez cada tanto. La gente lo distingue mucho. Como usted suele andar en escenas de crímenes, la TV lo ha enfocado varias veces. Sirve. Una vez lo contrató un narco boliviano para ir a Ezeiza y en lugar de Ezeiza terminó en Drogas Peligrosas como un pajarito. Cuando se puso malo le cerró el vidrio intermedio y lo durmió con gas.

— ¿Los demás taxistas saben que es un blindado encubierto?

— Teóricamente no. Alguno que sea de los nuestros, lo deben saber.

Casey no varió la expresión acerada y neutral de siempre. Caminaron hasta la calle Moreno y a unos metros estaba el taxi que conducía Carrizo. Casey ascendió primero y luego Moroni que le dio la mano al taxista diciéndole:

— ¡Un gusto como siempre Negro! Vamos al chalé – lo saludó Moroni.

Luego de unos minutos en el tránsito caótico de Buenos Aires, Moroni le preguntó a Carrizo:

— Negro, ¿Te tengo disponible estos días? Prefiero que nos movamos en el taxi.

— Sí Inspector. Antes le aviso a la «bruja» y listo. Ya me avisaron que me necesitaban 7 por 24.

— No Andrés, dejá. Ni se te ocurra hablar con tu mujer. Le avisamos nosotros que te necesitamos, por lo menos hasta que Francisco despegue para irse… ¡Vivo o muerto! Esta es una mano que parece que viene medio dura – luego refiriéndose a Casey continuó – En la redacción de La República ya les avisaron que nos quedamos con usted, y a su vez a su noviecita adolescente le avisaron desde la propia redacción. Los celulares de ustedes dos no van a funcionar ni ser rastreables hasta nuevo aviso tenemos que un equipo los obliga a quedar en modo avión.

— Primero: ¿Me está secuestrando sin mi permiso? – preguntó Casey, sonriendo con total tranquilidad – Segundo no tengo noviecita y menos adolescente. Esa es la restauradora de mi casa en Barracas, tiene su novio y trabaja de hija mía.

—No lo estoy secuestrando. Le estoy haciendo hacer el negocio de su vida. Va a saber de punta a punta, lo del intento de atentado al Papa, en lugar del plomazo que está escribiendo sobre los secretos del Vaticano, va a escribir sobre esto, que va a vender mucho más.

— Un libro sobre el atentado podría ser un golazo si logran herirlo o matarlo, pero si no pasa nada, nadie se va a enterar. ¡Eso espero!

— ¡Y bueno! – contestó Moroni con la mirada sobre la pantalla del celular – Don Ernesto Zabala, su jefe, dice que usted está asignado a este tema por el tiempo que sea, y que desde la secretaría de redacción le están mandando dinero y ropa para usted, junto con otro paquete que usted no pidió. Que por todo lo demás no se haga problemas y tenga paciencia.

— ¿Un paquete que yo no pedí? – se preguntó Casey frunciendo la boca.

Capítulos
1 Capítulo 1 Tres meses antes
2 Capítulo 2 Martes
3 Capítulo 3 (Paseando en taxi)
4 Capítulo 4 (Descendieron a los infiernos)
5 Capítulo 5 (El extraño Señor Casey)
6 Capítulo 6 (¿Hogar, dulce hogar?)
7 Capítulo 7 (Una película de espías de bajo presupuesto)
8 Capítulo 8 (La palabra tiene la culpa)
9 Capítulo 9 (Los otros mesías)
10 Capítulo 10 (Las incongruencias de las religiones)
11 Capítulo 11 (¿Y las profecías?)
12 Capítulo 12 (El Papa es Rey)
13 Capítulo 13 (Los Ratis)
14 Capítulo 14 (Contando enemigos)
15 Capítulo 15 (¡Allí vienen los rusos!)
16 Capítulo 16 (¿Qué es Sodaltium Pianum? )
17 Capítulo 17 (Algunas pruebas y muchos errores… Eppur si muove!)
18 Capítulo 18 (¿De dónde saliste, nenita?)
19 Capítulo 19 (L’Entità)
20 Capítulo 20 (No mentirás ni levantarás falso testimonio)
21 Capítulo 21 (¿Hitler en el Vaticano?)
22 Capítulo 22 (El enemigo de mi enemigo, debería ser mi amigo)
23 Capítulo 23 (Los Hospitalarios del Presidente)
24 Capítulo 24 (¿Por qué el presidente mandó hacer esa pregunta?)
25 Capítulo 25 (Le explotó la cabeza)
26 Capítulo 26 (¿Qué pasa si Dios no existe?)
27 Capítulo 27 (El nihilista y Pía)
28 Capítulo 29 (¿Quién es Pía?)
29 Capítulo 30 (La visita que no estaba invitada)
30 Capítulo 31 (En busca del tiempo perdido)
31 Capítulo 32 (Pasión desatada)
32 Capítulo 33 (No es recordar, es relacionar)
33 Capítulo 34 (Memoria de policía)
34 Capítulo 35 (Cosa de Mujeres)
35 Capítulo 36 (In nome del Papa Re)
36 Capítulo 36 (Martín también)
37 Capítulo 37 (María de la Piedad)
38 Capítulo 38 (El presidente)
39 Capítulo 39 (Luján, la Roma argentina)
40 Capítulo 40 (Fuegos fatuos)
41 Capítulo 41 (Todo se precipita, y Pía también)
42 Capítulo 42 (Donde hubo fuego...)
43 Capítulo 43 (Natalia)
44 Capítulo 44 (Los moribundos no mienten)
45 Capítulo 45 (Velando las armas)
46 Capítulo 46 (Inquisición a domicilio)
47 Capítulo 48 (Il boia)
48 Capítulo 49 (Pía va a fondo)
49 Capítulo 50 (¿Dream team o nightmare team?)
50 Capítulo 51 (La cacería)
51 Capítulo 52 (El encuentro menos pensado)
52 Capítulo 53 (Discusión de alto nivel)
53 Capítulo 54 (Vuelvo a la casita de los viejos)
54 Capítulo 55 (El Plan D)
Capítulos

Updated 54 Episodes

1
Capítulo 1 Tres meses antes
2
Capítulo 2 Martes
3
Capítulo 3 (Paseando en taxi)
4
Capítulo 4 (Descendieron a los infiernos)
5
Capítulo 5 (El extraño Señor Casey)
6
Capítulo 6 (¿Hogar, dulce hogar?)
7
Capítulo 7 (Una película de espías de bajo presupuesto)
8
Capítulo 8 (La palabra tiene la culpa)
9
Capítulo 9 (Los otros mesías)
10
Capítulo 10 (Las incongruencias de las religiones)
11
Capítulo 11 (¿Y las profecías?)
12
Capítulo 12 (El Papa es Rey)
13
Capítulo 13 (Los Ratis)
14
Capítulo 14 (Contando enemigos)
15
Capítulo 15 (¡Allí vienen los rusos!)
16
Capítulo 16 (¿Qué es Sodaltium Pianum? )
17
Capítulo 17 (Algunas pruebas y muchos errores… Eppur si muove!)
18
Capítulo 18 (¿De dónde saliste, nenita?)
19
Capítulo 19 (L’Entità)
20
Capítulo 20 (No mentirás ni levantarás falso testimonio)
21
Capítulo 21 (¿Hitler en el Vaticano?)
22
Capítulo 22 (El enemigo de mi enemigo, debería ser mi amigo)
23
Capítulo 23 (Los Hospitalarios del Presidente)
24
Capítulo 24 (¿Por qué el presidente mandó hacer esa pregunta?)
25
Capítulo 25 (Le explotó la cabeza)
26
Capítulo 26 (¿Qué pasa si Dios no existe?)
27
Capítulo 27 (El nihilista y Pía)
28
Capítulo 29 (¿Quién es Pía?)
29
Capítulo 30 (La visita que no estaba invitada)
30
Capítulo 31 (En busca del tiempo perdido)
31
Capítulo 32 (Pasión desatada)
32
Capítulo 33 (No es recordar, es relacionar)
33
Capítulo 34 (Memoria de policía)
34
Capítulo 35 (Cosa de Mujeres)
35
Capítulo 36 (In nome del Papa Re)
36
Capítulo 36 (Martín también)
37
Capítulo 37 (María de la Piedad)
38
Capítulo 38 (El presidente)
39
Capítulo 39 (Luján, la Roma argentina)
40
Capítulo 40 (Fuegos fatuos)
41
Capítulo 41 (Todo se precipita, y Pía también)
42
Capítulo 42 (Donde hubo fuego...)
43
Capítulo 43 (Natalia)
44
Capítulo 44 (Los moribundos no mienten)
45
Capítulo 45 (Velando las armas)
46
Capítulo 46 (Inquisición a domicilio)
47
Capítulo 48 (Il boia)
48
Capítulo 49 (Pía va a fondo)
49
Capítulo 50 (¿Dream team o nightmare team?)
50
Capítulo 51 (La cacería)
51
Capítulo 52 (El encuentro menos pensado)
52
Capítulo 53 (Discusión de alto nivel)
53
Capítulo 54 (Vuelvo a la casita de los viejos)
54
Capítulo 55 (El Plan D)

descargar

¿Te gustó esta historia? Descarga la APP para mantener tu historial de lectura
descargar

Beneficios

Nuevos usuarios que descargaron la APP, pueden leer hasta 10 capítulos gratis

Recibir
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play