Capítulo 5 (El extraño Señor Casey)

 

 

    A Joseph «Joe» Edward Casey todos sus conocidos lo llamaban «El Irlandés» porque sus ocho bisabuelos, eran de ese origen. Tres de sus cuatro abuelos eran nacidos en la Argentina, excepto su abuela materna italiana con quien se había criado en la ciudad de Buenos Aires. Tenía un tatarabuelo ilustre, Lawrence Casey casado con Mary O'Neill. Ambos eran irlandeses emigrantes católicos. Todos tuvieron doble ciudadanía argentina y británica, potestad que pudo heredar Joe.

El viejo Lawrence Casey se enriqueció juntando inversores. Contaban sus amigos que, en realidad, era prestamista con dinero aportado por sus coterráneos, a los que nunca les falló. Al que no le devolvía a tiempo el dinero que les había prestado con el interés pactado, él en persona, le pegaba unas cuantas trompadas para que recuperan la memoria. De los pocos deudores que tuvo, la mayoría conoció la fuerza de sus puños, pero cuando se trataba de problemas reales, enfermedades o inclemencias del tiempo, Lawrence Casey solía olvidarse del deudor y en varios casos ayudó a sus viudas y huérfanos con su propio dinero. En 1870, su hijo Eduardo, el respetado y desconocido bisabuelo para Joe Casey, siguiendo los métodos de su padre hizo una considerable fortuna, que luego la invirtió en negocios agropecuarios. Casey era un visionario porque sabía que el campo podría ser muy rentable si había con qué llevar sus frutos a las ciudades que los necesitaban para consumirlos, y a los puertos, para exportarlos.

Juntando a medianos ahorristas criollos, terminó haciendo un estupendo negocio inmobiliario y financiero cuando compraron por centavos un total de 72 leguas de campo en un paraje conocido como del Venado Tuerto en la Provincia de Santa Fe, al norte del Arroyo del medio. Esas tierras habían sido ocupadas recientemente, porque habían sido devastadas por los malones indígenas hasta unos pocos años antes. En su momento esa operación inmobiliaria agropecuaria, fue considerada la más importante que se hubiera realizado en la Argentina hasta entonces.

Eduardo Casey conocía perfectamente la fertilidad de los campos que había comprado. Cómo iba a necesitar gente para trabajar y proveer a semejante estancia, fundó la ciudad de Venado Tuerto. Hizo el mismo proceso, exactamente, en la zona de Coronel Suárez y Pigüé donde colaboró con el francés Clément Cabanettes en la fundación de los pueblos que fueron pensada para recibir una gran oleada inmigratoria francesa de la región de Rhônes Les Alpes.

Ellos compraban campos que valían poco y fundaban ciudades, con lo que los valores se multiplicaron por cien. Generalmente los inversores eran irlandeses: Joseph Drysdale, los hermanos Duggan y un inglés de apellido Nelson. Edward no desdeñaba el dinero que provenía de los franceses, pero privilegiaba a los inversores criollos y después a los españoles.

En 1881, compró más tierras en Cura Malal, cerca de la Sierra de la ventana, tierras altas y feraces en la Provincia de Buenos Aires. La mayor habilidad de Casey fue que después de dos años, llenó las 100 leguas adquiridas con 40.000 vacunos, 50.000 ovinos y 10.000 yeguarizos.

Llegó a convertirse en uno de los hombres de negocios más importantes de su época. Fue miembro del directorio del Ferrocarril Oeste y también llegó a ser uno de los directores nada menos que del poderoso Banco de la Provincia de Buenos Aires.

Con la llegada de la crisis de 1890 todos sus negocios se derrumbaron en caída libre. La Casa Baring Brothers, la del famoso empréstito imposible de pagar, solicitado por el primer presidente argentino, Bernardino Rivadavia, también le había prestado mucho dinero a Casey para que realizara sus actividades inmobiliarias calificadas directamente de milagrosas. Sin embargo, con la crisis, el milagro se diluyó. Eduardo Casey, honrando su palabra le devolvió la inversión a la Baring, no con dinero sino con las tierras más ricas que poseía que eran un verdadero tesoro. La Baring Bros se quedó con la mayor parte de sus tierras, especialmente con el total de la estancia Cura Malal a mitad de camino entre Coronel Suárez y Pigüé, lo que incluyó las 100 mil cabezas de ganado. El problema de la Baring Bros era que sabían manejar dinero, no estancias, y para colmo tan lejanas.

Los mayordomos y encargados británicos y criollos, les robaron frente a sus propias narices. Fue de ese modo absurdo, que la financiera secular de Londres, fue a la bancarrota a manos del hijo de un irlandés. Alguien contó que, en el medio del desasosiego, y varios whiskys de una sola malta de por medio, cuando Eduardo supo que la Baring había quebrado les comentó a sus amigos que sus ancestros debían estar muy orgullosos de él y brindaron por ello.

En resumidas cuentas, Casey no quedó en la calle porque no las había, sino en la vía, que era el otro excelente negocio que manejó como nadie. Como su sangre era verde como las llanuras de Irlanda, no se dio por vencido y planificó una línea férrea que abastecería al Mercado Central de Frutos del País de Buenos Aires que estaba en Barracas. Consiguió capitales nacionales a través de la municipalidad de Buenos Aires, para la construcción de barrios de viviendas económicas y dignas para trasladar a los conventillos de chapa ondulada de Barracas y dejar lugar para las playas de carga y descarga del nuevo ferrocarril. Las casas fueron llamadas como «de los ferroviarios en Barracas al Sur», porque la mayoría de sus habitantes fueron contratados por el Ferrocarril Midland, que llegaba desde el Mercado Central en Barracas, con terminal en Puente Alsina, hasta Carhué. Hoy el barrio de casas amplias y todas iguales es uno de los lugares más codiciados de Buenos Aires. Casey, en una jugada riesgosa puso su enorme casa, ubicada en Barracas a nombre de una sociedad, que por esas vueltas de la vida terminó siendo heredada por su único bisnieto Joe Edward Casey, cuyos hermanos mayores habían premuerto sin herederos forzosos. Joe la revivió gracias al arte de una restauradora casi adolescente, hija de un excelente ebanista de la ciudad de Rojas, Provincia de Buenos Aires.

Volviendo a su bisabuelo, en lugar del ferrocarril de trocha ancha argentina, usó la trocha métrica, lo que les permitió a los pequeños convoyes serpentear entre las sierras y lagunas del centro oeste de la Provincia de Buenos Aires. Casey obtuvo sin dificultades la concesión provincial, pero no consiguió los inversores para un ferrocarril que era considerado casi un juguete.

Después de esta seguidilla de fracasos Eduardo Casey, mientras caminaba desmoralizado por las playas de descargas llegó hasta un paso a nivel de Barracas, siendo casi de noche, cuando una locomotora del Ferrocarril del Sud de trocha ancha, que se encontraba haciendo maniobras, lo atropelló dando un fin trágico a su vida. Todos los datos que aportaron el maquinista y el fogonero apuntaban a que había sido un suicidio porque hicieron sonar el pito y la sirena de la locomotora sin que Eduardo Casey se inmutara. Enrique Lavalle, amigo leal del fallecido Casey, aprovechando la Ley de los Ferrocarriles Secundarios de la Provincia, solicitó la concesión de una línea de Barracas al Sud hasta Adolfo Alsina en 1903. En 1904, por medio de un decreto provincial obtuvo una nueva concesión para construir y explotar la línea férrea de trocha métrica, para estar de acuerdo a la Ley Provincial, que unía Puente Alsina en Avellaneda y Carhué. Le puso un nombre en inglés, a pesar de ser de la Provincia de Buenos Aires: Midland Railway. Algunos dicen que ese nombre lo eligió en razón de un conflicto de intereses con los hermanos Lacroze, quienes ya tenían registrado con anterioridad el nombre de Ferrocarril Central de Buenos Aires, que era el que Casey deseaba realmente.

Por ese motivo, Lavalle decidió adoptar ese mismo nombre, pero en inglés. Otros suponen que lo hizo en honor a su amigo que, dice, pensaba en ese idioma. La familia de Eduardo Casey, no quedó en la miseria, pero sí con poca cantidad de campos que era la suficiente como para vivir al día y sin ningún tipo de lujos. La casona de Barracas quedó abandonada. Joe Casey afirmaba siempre, con razón, que las reformas agrarias se producen, por el mero transcurso del tiempo. Las leguas de la estancia de su bisabuelo se convirtieron en miles de hectáreas de su abuelo y de sus tíos abuelos. Los miles de hectáreas de su abuelo, fueron centenares para su padre y sus tíos y finalmente chacras casi insignificantes para Joseph Casey y sus hermanos mucho mayores, nacidos en la Argentina y trasladados a los Estados Unidos con el segundo marido de su madre que era de esa nacionalidad. Una de las estancias y la casona de Barracas, era todo lo que le había quedado a Joseph Edward Casey del pasado esplendor de su familia.

Joe E. Casey tenía 53 años. De su temprana juventud, le sobrevivían en su rostro, los ojos celestes grisáceos, cabello entre gris rubio que antes fue rojo fuego. Alguna que otra peca en la nariz y las mejillas, mientras que su alma seguía incorporando una incontable multitud de pecados carnales, varios de los cuales fueron extremadamente riesgosos. Primero frustró su carrera de Filosofía, Lógica y Epistemología a tres materias de recibirse porque no le encontraba ningún sentido práctico. Se recibió de abogado en tiempo récord por obra y gracia de su descomunal memoria privilegiada. Le bastaron dos años y medio y muchos trámites en la UCA de Buenos Aires, para rendir las 31 materias, todas como alumno libre, sin cursar ninguna de ellas, porque simplemente se aburría.

Ejerció el derecho penal con el espíritu de Sherlock Holmes, lo que a sus eventuales clientes les hizo poca o ninguna gracia. El propio autor Sir Arthur Conan-Doyle se divirtió en su libro «Sherlock Holmes Anotado», con las disquisiciones sobre si Holmes era abogado o no, ya que, entre los críticos, Albert P. Blaustein que afirmaba que sí, y por otro lado el abogado Andrew G. Fusco le negaba cualquier conocimiento jurídico. Por si acaso, Conan-Doyle nunca reveló si Holmes era realmente abogado, aunque les dedicó más espacio a las afirmaciones de Blaustein que a las de Fusco. Aquello fascinó tanto a Joseph Casey que también guardaba sus múltiples titulaciones y máster en secreto, con los que, en los 15 años de su estadía en Inglaterra, se dio un verdadero festín de postgrados. En la Universidad de Brad Ranger obtuvo dos másteres, uno en Arqueología Forense e Investigación de la Escena del Crimen, y otro en Ciencias Analíticas. En la Escuela de Ciencias de la Universidad de Strathclyde obtuvo su más preciado máster en Ciencia Forense. Casey tenía la costumbre de hacer creer a todo el mundo que detestaba y despreciaba a la computación y la informática. También juraba que era un iletrado en estas ciencias, pero lo real es que obtuvo una compleja Maestría en Seguridad Electrónica y Análisis Forense Digital en la Universidad de Middlesex de Londres. Por su doble ciudadanía también fue aceptado en la academia de Defensa del King’s College de Londres donde obtuvo un PhD en Defensa estratégica y contrainteligencia.

En su vida diaria se cuidaba muy bien de dar a conocer tantos títulos. No faltaron quien los pusieron en duda o que se preguntaron para qué servía tanta sapiencia si había terminado siendo un columnista, aunque fuera el mejor y más popular, del prestigioso, aunque envejecido matutino de argentino: La República.

En el diario era el responsable de las investigaciones sobre hechos policiales y de corrupción con acento en la política. Rechazó varias veces la subdirección y también la jefatura de redacción que le ofreció el director propietario Ernesto Zabala y Otegui, simplemente porque no quería que lo sacaran de su tarea de cazador de mafiosos, corruptos y criminales. Casey era uno de los periodistas más temido por la mayor parte de la clase política, sin distinción de ideologías, y por cualquiera que fuera requerido por la justicia. Nunca se sintió un héroe por esa lucha, sino todo lo contrario, afirmaba ser una especie de escarabajo pelotero, destinado a ser un modesto recolector de la bosta y los cadáveres de una sociedad que los producía con demasiada concisión.

Nadie podía negar que era un tipo raro, sobre todo por sus tres características más sobresalientes, su inexpresividad en cuanto a emociones se refería, su mordaz sentido del humor y su única y más notoria debilidad: las mujeres sobre las que ejercía el mismo magnetismo que las serpientes sobre los ratones. Tuvo no menos de 8 o 10 parejas, presentadas como tales, tanto en todos los lugares que habitó: Londres, Dublín, Londonderry, Trípoli, El Cairo, Túnez, Acra, Lomé, Lagos y Abuya la capital de Nigeria. En Buenos Aires, sin embargo, nunca tuvo pareja fija, ningún hijo ni matrimonios debidamente celebrados, pero tampoco posteriormente lamentados.

Casey, en Dublín, se convirtió en un experto tirador de precisión con armas de puño. No solo tenía permiso de tenencia sino también de portación de armas, porque, por el tipo de investigaciones que realizaba, no podía cargar con un tipo a sus espaldas para que se las cuidara.

Investigó hasta el hueso en varios casos, tanto de temas de inseguridad como de tráfico de personas y sustancias alucinógenas, lavado de dinero y corrupción, pero su nueva obsesión eran las mafias y las logias, fueran abiertas o secretas. Normalmente portaba una Glock 17/22 de fibra de carbono junto a su notebook.

Casi una hora y media después llegaron a una de las puertas de entrada del Área Militar de Campo de Mayo que para Casey no le era habitual. Solo sabía que habían entrado por Don Torcuato hasta la Ruta Nacional 8.

Capítulos
1 Capítulo 1 Tres meses antes
2 Capítulo 2 Martes
3 Capítulo 3 (Paseando en taxi)
4 Capítulo 4 (Descendieron a los infiernos)
5 Capítulo 5 (El extraño Señor Casey)
6 Capítulo 6 (¿Hogar, dulce hogar?)
7 Capítulo 7 (Una película de espías de bajo presupuesto)
8 Capítulo 8 (La palabra tiene la culpa)
9 Capítulo 9 (Los otros mesías)
10 Capítulo 10 (Las incongruencias de las religiones)
11 Capítulo 11 (¿Y las profecías?)
12 Capítulo 12 (El Papa es Rey)
13 Capítulo 13 (Los Ratis)
14 Capítulo 14 (Contando enemigos)
15 Capítulo 15 (¡Allí vienen los rusos!)
16 Capítulo 16 (¿Qué es Sodaltium Pianum? )
17 Capítulo 17 (Algunas pruebas y muchos errores… Eppur si muove!)
18 Capítulo 18 (¿De dónde saliste, nenita?)
19 Capítulo 19 (L’Entità)
20 Capítulo 20 (No mentirás ni levantarás falso testimonio)
21 Capítulo 21 (¿Hitler en el Vaticano?)
22 Capítulo 22 (El enemigo de mi enemigo, debería ser mi amigo)
23 Capítulo 23 (Los Hospitalarios del Presidente)
24 Capítulo 24 (¿Por qué el presidente mandó hacer esa pregunta?)
25 Capítulo 25 (Le explotó la cabeza)
26 Capítulo 26 (¿Qué pasa si Dios no existe?)
27 Capítulo 27 (El nihilista y Pía)
28 Capítulo 29 (¿Quién es Pía?)
29 Capítulo 30 (La visita que no estaba invitada)
30 Capítulo 31 (En busca del tiempo perdido)
31 Capítulo 32 (Pasión desatada)
32 Capítulo 33 (No es recordar, es relacionar)
33 Capítulo 34 (Memoria de policía)
34 Capítulo 35 (Cosa de Mujeres)
35 Capítulo 36 (In nome del Papa Re)
36 Capítulo 36 (Martín también)
37 Capítulo 37 (María de la Piedad)
38 Capítulo 38 (El presidente)
39 Capítulo 39 (Luján, la Roma argentina)
40 Capítulo 40 (Fuegos fatuos)
41 Capítulo 41 (Todo se precipita, y Pía también)
42 Capítulo 42 (Donde hubo fuego...)
43 Capítulo 43 (Natalia)
44 Capítulo 44 (Los moribundos no mienten)
45 Capítulo 45 (Velando las armas)
46 Capítulo 46 (Inquisición a domicilio)
47 Capítulo 48 (Il boia)
48 Capítulo 49 (Pía va a fondo)
49 Capítulo 50 (¿Dream team o nightmare team?)
50 Capítulo 51 (La cacería)
51 Capítulo 52 (El encuentro menos pensado)
52 Capítulo 53 (Discusión de alto nivel)
53 Capítulo 54 (Vuelvo a la casita de los viejos)
54 Capítulo 55 (El Plan D)
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Capítulo 1 Tres meses antes
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Capítulo 2 Martes
3
Capítulo 3 (Paseando en taxi)
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Capítulo 4 (Descendieron a los infiernos)
5
Capítulo 5 (El extraño Señor Casey)
6
Capítulo 6 (¿Hogar, dulce hogar?)
7
Capítulo 7 (Una película de espías de bajo presupuesto)
8
Capítulo 8 (La palabra tiene la culpa)
9
Capítulo 9 (Los otros mesías)
10
Capítulo 10 (Las incongruencias de las religiones)
11
Capítulo 11 (¿Y las profecías?)
12
Capítulo 12 (El Papa es Rey)
13
Capítulo 13 (Los Ratis)
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Capítulo 14 (Contando enemigos)
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Capítulo 15 (¡Allí vienen los rusos!)
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Capítulo 16 (¿Qué es Sodaltium Pianum? )
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Capítulo 18 (¿De dónde saliste, nenita?)
19
Capítulo 19 (L’Entità)
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Capítulo 20 (No mentirás ni levantarás falso testimonio)
21
Capítulo 21 (¿Hitler en el Vaticano?)
22
Capítulo 22 (El enemigo de mi enemigo, debería ser mi amigo)
23
Capítulo 23 (Los Hospitalarios del Presidente)
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Capítulo 24 (¿Por qué el presidente mandó hacer esa pregunta?)
25
Capítulo 25 (Le explotó la cabeza)
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Capítulo 26 (¿Qué pasa si Dios no existe?)
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Capítulo 27 (El nihilista y Pía)
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Capítulo 29 (¿Quién es Pía?)
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Capítulo 30 (La visita que no estaba invitada)
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Capítulo 31 (En busca del tiempo perdido)
31
Capítulo 32 (Pasión desatada)
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Capítulo 33 (No es recordar, es relacionar)
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Capítulo 34 (Memoria de policía)
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Capítulo 35 (Cosa de Mujeres)
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Capítulo 36 (In nome del Papa Re)
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Capítulo 36 (Martín también)
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Capítulo 37 (María de la Piedad)
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Capítulo 39 (Luján, la Roma argentina)
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Capítulo 40 (Fuegos fatuos)
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Capítulo 41 (Todo se precipita, y Pía también)
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Capítulo 42 (Donde hubo fuego...)
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Capítulo 43 (Natalia)
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Capítulo 44 (Los moribundos no mienten)
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Capítulo 45 (Velando las armas)
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Capítulo 46 (Inquisición a domicilio)
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Capítulo 48 (Il boia)
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Capítulo 49 (Pía va a fondo)
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Capítulo 50 (¿Dream team o nightmare team?)
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Capítulo 51 (La cacería)
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Capítulo 52 (El encuentro menos pensado)
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